Desde la época de los griegos, para no salirme del hemisferio al que pertenezco, es meridianamente claro que a los hijos no se les puede hacer responsables de las malas prácticas de sus progenitores. De esa misma manera, se estipulaba en la República romana. Pareciera simple y meridianamente claro, que un niño, un adolescente o un adulto joven, no pueden ser culpable de los desaguisados de sus padres. Creo que hasta existen disposiciones religiosas en este sentido.
Pero en Venezuela, la intensa polarización y el odio generado por la misma ha llevado a que gente sensata, y además muy católica, reaccione en forma absurda y desmedida contra, por ejemplo, Rosinés Chávez Rodríguez, última hija del comandante eterno ya fallecido, por haber estudiado en Francia y haber culminado exitosamente sus estudios. Y lo de Rosinés es simplemente un ejemplo, pues lo mismo ha ocurrido en sentido general con los hijos de otros líderes de la "revolución" chavecista.
Los hijos, por mucho tiempo, ni siquiera conocen las actividades regulares de sus padres, y mientras sean menores de edad e incluso mientras no alcancen la independencia económico-familiar, o un desarrollo intelectual que les permita tener una visión propia de los hechos, no están en capacidad ni posibilidad de objetar las conductas paternas. Y mucho menos cuando en el juicio de estas conductas, la política influye en forma predominante, colocando la ética y la moral a su servicio, lo que hace que las acusaciones que van y vienen no tengan la credibilidad suficiente, ni carácter probatorio ninguno.
A todo lo anterior se suma el amor que une a padres e hijos, que influye inclusive en los hijos mayores de edad e independientes del núcleo familiar, quienes pueden no ver lo que es evidente o inclusive rechazarlo como una agresión injustificada hacia quienes les dieron la vida y les deben la crianza. Si estos lazos están presentes también en el caso de yernos y nueras, por ser parejas de los hijos y progenitores de los nietos, mucho más estrechos son entre padres e hijos. Relación además que no es unidireccional, por lo que tampoco se puede hacer responsables a los padres de lo que hagan sus hijos.
Es muy común ver a una madre, no sólo llorando ante la detención policial o condena judicial de un hijo, no digamos en caso de muerte, sino defendiéndolo a capa y espada contra viento y marea, pues el vínculo amoroso maternal es infinitamente más grande que cualquier evidencia concreta o razonamiento alguno. La civilización ha avanzado mucho, pero aún no ha logrado borrar este tipo de nexos y dependencias, y yo diría que afortunadamente no lo ha hecho, aunque tengo mis dudas de que será así por los siglos de los siglos.
Tampoco se puede plantear seriamente, que el beneficiario indirecto del dinero supuestamente mal habido, una vez llegado a la adultez y enterado de las actividades delictivas de uno o ambos progenitores, decidiera devolver el dinero que posea en ese momento por considerar impropia su tenencia. Sería como pedirle a Rosinés, para seguir con el mismo ejemplo inicial, que se dirigiera a la universidad donde se graduó para que la despojaran del título recibido, pues fue dinero supuestamente mal habido el que financió sus estudios.
Otra cosa muy distinta es que el hijo de algún corrupto o delincuente de cualquier tipo, en su madurez y por decisión propia asuma asociarse con las actividades delictivas de sus padres, en cuyo caso será responsable, pero no por los delitos previos de estos ni por ser su hijo, sino por ser cómplice de las actividades delictivas a partir de ese momento. Lo dicho es válido, además, para los hijos de los opositores más despiadados, muchos de ellos señalados de apropiación indebida de recursos ajenos y con residencia en el exterior, donde viven supuestamente a cuerpo de rey, junto con sus familias, dentro de ellas sus hijos.