Así conocí a don Ramón J. Sender…

Martes, 05/07/2022 12:22 AM

  1. De muchacho, apenas siendo estudiante de segundo año de bachillerato, comencé a leer a los grandes escritores españoles. Me tope por obligación de los estudios de la asignatura de Castellano a leer "La Celestina", "El Cantar de Mio Cid" y algunas novelas de Pío Baroja. Entonces solía decir: "Todo español tiene algo de cura". La verdad, no me gustaba leer a los nuevos escritores españoles, y fui perdiendo interés, una gran equivocación que luego en los setenta habría de rectificar radicalmente.
  2. Me parecía horriblemente tozudo don Miguel de Unamuno e incluso lo veía como a todo un señor cura. Un genio tan anti-curero como el propio Pio Baroja, me parecía también un agrio escritor ensotanado. Para mí España era toda negra, púrpura, plagada de vírgenes, de toros y puñales en todos sus escritores: oscuridad abotagada y rancia, un gran boquerón plagado de olores a quesos, a fiambre, a chorizos. En mi primer viaje a España, por allá en 1970, sentí un gran dolor por ese país. Mejor dicho, sentí lástima por España, una lástima que ha teniendo muchas tonalidades en el tiempo. Yo no sé por qué entonces sentía que España tenía una deuda conmigo, que teníamos que ver de qué modo la saldábamos.
  3. Para mí fue una gran sorpresa toparme con los libros de Ramon J. Sender, quien me pareció en los años sesenta el español menos cura que jamás hubiese conocido. Los artículos de prensa de Sender, que aparecían distribuidos por Prensa Latina, y que yo leía en El Universal, me desconcertaron y de veras que me pregunté: "¿Será este hombre español?" Nunca pensé que un día lo llegaría a conocer personalmente, y que sería él quien le daría un vuelco total a mi vida.
  4. Esa fotografía que corre por las redes en la que se ve a don Ramón con un pajarito en su hombro, se la tomé yo en mi casa de San Diego. Hay otras fotos en la que él está con mi hijo Winston y con mi hija Yurimar. De hecho, Sender llegó a ser padrino de mi hijo Winston y por nuestra amistad le puse Ramón al menor de mis hijos.
  5. En 1979, yo estudiaba en la Universidad de California, San Diego (lo he contado otras veces), y sabía que Ramón Sender vivía cerca del Balboa Park, a unos veinte kilómetros del campus de la Universidad de California, en la Jolla, donde yo estudiaba. Para esa época, el pintor madrileño Francisco Antolín estaba viviendo en mi casa, porque se encontraba en Estados Unidos para presentar una muestra de su obra en la Universidad de California. Le planteé a Francisco que visitáramos al famoso escritor aragonés. Le dije: "Tú como creador va de primero, como todo un artista conocido en España, anda, ve y preséntate como un nuevo creador de esa generación más republicana, nada monárquica, muéstrale parte de tu obra; ve y cómprate un trozo de queso manchego y llévate varias botellas de vino, comparte a lo grande o a lo Dalí, con ese paisano tuyo. Recuerda que Sender también pinta. Le encantará conocerte, porque además le gusta hablar con sus paisanos, y mira qué casualidad, acaba de escribir una novela en la cual uno de sus protagonistas se llama como tú, Francisco Antolín, algo casualmente increíble; eso sí, para nada le menciones el tema de la guerra civil…".
  6. Antolín cogió mi consejo y lo fue a visitar con buen trozo jamón serrano y de queso manchego y dos botellas de vino del Duero. Ramón Sender, que era un ser extraordinariamente amable lo atendió como a un hijo. Conversó con Antolín toda una tarde, y le dijo que lo podía visitar cuando quisiera.
  7. Francisco Antolín regresó a mi casa donde yo le esperaba ansioso por saber cómo le había ido. Vino exultante, lleno de vitalidad y alegría diciéndome que la había pasado del carajo, y que Sender había quedado en escribirle una introducción al catálogo de su obra. Luego me dijo que debíamos visitarlo los dos porque él le contó que un venezolano, admirador de su obra, lo quería conocer.
  8. En ese verano de 1979, fuimos los dos hasta el apartamento de don Ramón, quien vivía enteramente solo, y venimos a descubrir que en cuanto lícor, don Ramón prefería el whisky al vino y allí nos tomamos los tres, un garrafón de whisky "Teacher", el preferido del famoso escritor. Fue entonces cuando me atreví y le dije a don Ramón: "Usted no escribe como un español. Usted no se parece en nada a los españoles cuando escribe".
  9. Ante aquella sentencia, quedóse don Ramón mirándome un rato, un poco sorprendido ante una reflexión que nunca se le había planteado, para luego responder: "-Quizás tenga usted razón. Bueno, yo creo que los españoles trasplantados a otros lugares mejoramos un poco".
  10. Ese mismo día de agosto de 1979, ya por la noche, algo animado por nuestra conversa, don Ramón nos invitó al Balboa Park para que viéramos una película con espectaculares pantallas y sonidos, y cuando hacíamos la fila para comprar las entradas, me preguntó:
  • ¿Tú fumas?

A lo que contesté:

  • Lo he cambiado por otros vicios, don Ramón.
  • ¿Y escribes?
  • Para nada. Sólo cuestiones de matemáticas.

Cuando estábamos a punto de entrar al cine me tomó por el brazo y con fuerte determinación me dijo:

  • Tienes que escribir o si no te llevará el diablo.
  1. No sé por qué habría de decirme eso a mí y no a Antolín quien era el artista, el pintor reconocido en España, lleno de castellanismos, quien podía dar mucho más como escritor que yo. Pero en verdad sentí entonces que el diablo estaba a punto de llevarme y comencé a pensar qué hacer para evitarlo.
  1. Aquel día regresé a casa con el demonio por dentro, porque de verás sentí que el diablo me iba a llevar si no escribía. No pude dormir en varias noches, lleno de angustias y deseos de saber, de aprender, sólo pensando en la manera de deshacerme de las matemáticas para dedicarme enteramente a la escritura. Quería abandonarlo todo, incluso a mi mujer y a mis hijos e irme a España, a pasar una temporada metido en las bibliotecas, metidos en los cafés, recorriendo tascas y conociendo escritores. Fue una locura total lo que me invadió por muchos meses, y comencé a llenar de notas páginas y más páginas.
  2. Así empezó otra etapa de mi vida, una larga estancia en la más entera soledad, y en una lucha cruenta y pertinaz conmigo mismo.

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