El pensador y político francés Montesquieu pasó la historia por ser uno de los principales opositores a los gobiernos despóticos y a viejas formas e instituciones. A él le debemos la doctrina de la separación de poderes. Entre los muchos pensamientos y frases de Derecho que dejó para la posteridad, una de las más importantes es esta: "una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa". Una expresión que nos hace entender que es posible que los conceptos de ley y justicia no siempre vayan de la mano, pero que es tarea de los legisladores entender que aquello que la sociedad considera justo se acabe convirtiendo en ley.
Fin de la cita.
Una pronunciación dura, palabra lapidaria, y certera, que entierra sus raíces en los programas de youtube, que se transmiten en el idioma cervantino, el castellano, o, lo que parece ser lo mismo el latín, esta palabra brota del verbo encendido de la boca de un ingeniero, técnico, y político, entrevistado en un programa de esa plataforma global. Y quienes lo vimos, y escuchamos nos preguntamos: ¿Cuántos de los que vimos ese programa, abogados-rábulas del derecho incluidos, conocen su significado?
En Venezuela muchos rábulas con unos ‘pergaminos de dudosa procedencia’ -dice el ingeniero, técnico y político, son los que en los últimos tiempos se han apoderado del debate político, institucional, constitucional, social, hasta reducirlo a un revolcadero de burros de disquisiciones jurídicas o seudojurídicas de vuelos bajos, y rastreros.
Para que toda la energía gris se nos escape en desmenuzar, idioteces, menudencias reglamentarias, especulando y hablando pajas, sobre estrategias procesales, y muelear a la ciudadanía con la hojarasca, y la letra de leyes violadas, ignorando siempre la esencia, y sus contenidos medulares de lo que las leyes en la Venezuela del siglo XXI representan. Sabe muy bien este ingeniero, y junto a él los muy pocos usuarios del castellano, palabra que por primera siendo un imberbe, se la escuché a un político adeco llamado Luis María Piñerua Ordaz, donde decía: "que un rábula no era más que un abogado indocto, charlatán y vocinglero". Unos leguleyos ineptos, que con su verborrea cloacal de baja estofa, pretenden calar en las honduras de las ciencias jurídicas, pero expertos en manipular con las conchas el rábano legislativo, y ejercer como infatigables torcedores jurisconsultos de sus mas bajas intenciones malsanas; no con togado y birrete, sino con un tobo. Y bartola de kakas, con pocos cimientos proteicos, y ceros escrúpulos pero ruidosos, y enredadores a la hora de abrir el cajón de masticar. Y saben, y claman estos rábulas, por si alguien quiere escuchar sus sartas de sandeces, el dejar que semejantes calañas marquen el paso de una sociedad es conducirla al precipicio de lo banal, lo insustancial, y lo superfluo. Las cosas son lo que son, y puede discutirse si son justas, si son legítimas, o si podrían ser mejores de otra forma o manera; para debatir, puede hasta debatirse si la ley de la gravedad es justa, o que todos los venezolanos estemos condenados a meternos, la lengua en el culo, y ver cómo todo se enmudece, y es pisoteado antes o después, para alivio de los que no me soportan, y aliviarme de aquellos animalitos del monte de los cuales no soporto su brutalidad. Y lo que resulta con mucho dolor es estar expuesto al ruido de un enjambre de rábulas de baja doctrina jurídica dispuestos a demostrar que las leyes amparan justamente aquello que menos, y jamás podrían amparar: asnos de toga, y birrete, su burla, menosprecio, y contravención de las leyes. Que es favorecer de mejor derecho el que las infringe, elude, y desafía en contra de quienes se someten a sus cauces, y tratan de atenerse a su mandato, y normas. Si al menos tuvieran el valor o el honor, de ignorar las leyes hasta sus últimas consecuencias, colocándose de una vez al margen de ellas, no reconocerle su autoridad, por mandato constitucional, y arrostrarle el precio, merecerían todo el respeto que se ganarían, de la opinión publica, ya sea desde la conformidad, o la discrepancia, solos los proscritos suelen ser coherentes con su condición. Pero no. El trampero está en seguir embarrando, en seguir tejiendo hasta el infinito argucias, fintas, celadas, camuflajes, marramuncias, distracciones, paradojas, e insignificancias. Lo que es no sólo es, sino que está ahí, pisoteando cada vez con mayor insistencia los derechos, que jamás un rábula, o cien rábulas, lograran otra cosa que estorbar, postergar, y entorpecer la correcta aplicación de la justicia. Lo que en mal derecho se dicta, no puede prevalecer, porque no tiene futuro, y hay quienes no pueden coronarse de laureles, quien se lanza por la pendiente de su propia incompetencia, y que nunca se convertirán en triunfos los fracasos, ni siquiera los empates. Lo que es determinante que no haya lugar para el deseo mal perseguido, de unas Ítacas imaginarias, y pretender rediseñar una decisión, a la propia conveniencia hasta convertirla en un azar incomprensible, incongruente e impredecible. Lo malo se cae por su propio peso, y algún día mostrará a la peor luz, la de las ocasiones perdidas, esta exaltación permanente e interminable de la nada y de ‘tantos nadies’, mientras todo se va descomponiendo. Esta mala hora de los rábulas que tiene que pasar ya, sin más tardar, y sin infligir más quebrantos a las leyes de la república. Vuelva al centro del derecho lo sustancial, y que cada cual, desde su idea y su afán, trabaje para probar lo que es, tanto como sepa, y la realidad lo admita, a lo que se anhela que sea.