El chubasco dibujó en las plantas una sonrisa de felicidad. Tenía tiempo que en la Tacarigua de Margarita no venía así una virazón (un aguacero que viene de los lados de abajo hacia los de arriba) que mojara bien la tierra y los agricultores le dieran gracias al cielo por tal bendición.
El periodista Juancho Marcano había llegado temprano al conuco y se encontraba limpiando la maleza que había crecido rápidamente entre las plantas por las últimas lloviznas y fue ahí que su perro Pipo, le preguntó: "¿Juancho he notado que los agricultores les gusta limpiar después de las lluvias"?
El periodista paró su faena con el azadón y viendo a su can, le respondió: "Es verdad Pipo, y eso tiene una razón, y por eso bien lo decía mi abuelo: la lluvia es tan bendita que afloja el suelo y permite que el monte se limpie más rápido con el azadón, por eso es el motivo que limpiamos después de las lloviznas, Pipo".
Juancho siguió quitando la maleza del sembradío y una vez que terminó, se llegó con Pipo hasta la sombra de la mata de mango y se sentaron a reposar, y ahí el citado árbol le comentó al periodista: "Te voy a decir, amigo Juancho, hay gente que no solamente corta la maleza después de la lluvia, sino que también derriba a los árboles sin piedad ninguna y eso es un pecado mortal y muy doloroso para nosotros, pues te quiero manifestar, y creo que te lo he dicho otras veces, que los árboles somos los seres vivos más indefensos y por eso no podemos defendernos ante tanta maldad, porque no podemos ni gritar ni correr".
El periodista se quedó observando a la mata de mango y como sintiendo profundamente sus palabras, le indicó: "Es verdad, amiga mía, y tanto es así que en estos días leía a un ecologista decir que uno de los crímenes más graves es asesinar a un árbol, por esas mismas razones que tú estás diciendo y que ese hecho no debiera tener perdón de Dios, pues era un acto de gran cobardía matar a un ser vivo incapaz de quejarse o de moverse para defenderse".
El perro Pipo movió su cabeza como señal de estar e acuerdo y el periodista abrazó la mata de mango y como ya se venía para su casa, le dijo: "No te preocupes, amiga, que mientras yo te pueda salvar de la maldad humana, lo hago".