Hay muchos campos irrigados con tus nobles sentimientos de justicia y consagración al arte de la arquitectura, que ha dado sus frutos en tierra patria y allende los mares.
Mis respetos por tu dedicación a la especie humana. Has estado, más que consustanciado, impulsando proyectos arquitectónicos con alma generosa para hacer más vivible la vida, especialmente, de los más vulnerables en nuestras patrias americanas. En vez de satisfacer tus apetitos egoístas, te ocupaste de atender los anhelos de tu prójimo.
Has cambiado siempre, como decía Jean Paul Sartre, en la interioridad de una permanencia. De allí tu apostolado en favor de las nobles causas de la emancipación de la especie viviente, que mora en la naturaleza; tu arte es arquetipo de fraternidad. Ecologismo, de purpúreo estirpe, el tuyo.
Has sido siempre un soñador, como travieso niño, que teje sus quimeras en el universo.
En esta hora de tu viaje eterno me haces recordar los gratos encuentros que contigo tuve en espacios disímiles.
Perteneces a todos y todas las creaturas que moramos en esta tierra de gracia.
Viajas como un arisco viento; como un soplo invisible de la vida humana, pero queda tu impronta en el corazón de los vivientes en este tiempo histórico de la Patria de Bolívar.
Fruto, te comparo, metafóricamente, con el apóstol San Mateo quien siempre subió a la cumbre de una montaña para proclamar su parábola:
"Dichosos los humildes/ porque recibirán la tierra como herencia. /Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia/ porque serán saciados."
Anda pues, grande hombre, caro amigo y camarada, al encuentro de los bienaventurados en el infinito cosmos.
Espero que nos encontremos, en la casa del eximio poeta y filósofo Alberto Arvelo, que tu diseñaste en el pueblo de La Parroquia del Estado Mérida.
Nos veremos de nuevo. Estaré atento a tus consejos de dignidad.
Canta, pueblo mío, con la tonada de Alí Primera: "¡Que viva el Fruto de Fruto Vivas!"