Geopolítica, Nordstream y los sobrinos

Lunes, 03/10/2022 12:34 PM

El conjunto de reglas con las cuales interpretamos los hechos, los procesos y las tendencias (algunos les llaman paradigmas), van quedando e instalándose en medio de una competencia durísima entre las diferentes visiones de las cosas. De modo que, de repente, estamos pensando y valorando los acontecimientos, con los esquemas y conceptos que simplemente han sobrevivido en una intensa lucha. No hay nada de racionalidad, mucho menos de verdad, en los restos que van quedando. Hoy, por ejemplo, exigir rigurosidad en el marxismo está pasado de moda. Incluso los gobiernos que se dicen de “izquierda” (verbigracia, el de Maduro; pero también otros) dicen que pensar en términos de lucha de clases, por ejemplo, es evidencia de un “trasnocho” lleno de fracasos. De modo, que se opta por los “éxitos” (las comillas se deben a que se trata solo de una opinión de algunos; y no una verdad para todos) para asumir cierta forma de pensar y evaluar. 

Esto tiene su nombre en filosofía: pragmatismo. La verdad no es la correspondencia entre el pensamiento y el Ser, entre los enunciados y los hechos; tampoco algo que se pueda demostrar por la vía de los razonamientos. Si el capitalismo ha triunfado como único modo de producción en el mundo y hoy todos los países forman parte de él, de una u otra manera, en uno u otro rol, pues entonces el capitalismo es la verdad. Lo peor es que, de la constatación de que eso es lo que hay, se infiere que eso es lo que debe y debiera ser. La realidad actual se convierte en un ideal y (un pasito más) un deber. 

Lo mismo ocurre con los paradigmas que rigen las formas de pensar de los que mandan en este mundo capitalista y cruel. Ya desde 2008 el neoliberalismo, como doctrina, ha perdido afiliados. En todo caso, los otrora dogmáticos suyos le hacen algunas críticas y hasta proponen un neoliberalismo “modulado”, como acaba de plantear el propio ideólogo del “fin de la historia” (¿se acuerdan?) Francis Fukuyama. En todo caso, ha quedado atrás una filosofía de la historia teleológica (o sea, cuyos hechos solo se entienden a la luz de un final ya preestablecido, como en las profecías bíblicas) como la que propuso Fukuyama en los ochenta para explicar el derrumbe del llamado “bloque socialista” como la realización de la razón histórica que la tenía el liberalismo y la “economía de mercado” (pseudónimo del capitalismo). Como quedó atrás también la teleología del marxismo soviético y hasta del maoísta (iba a escribir “chino”, pero no creo que sea teleología, la visión de largo plazo de la actual dirigencia del gran país asiático). Además, la emergencia de la “nueva” derecha (desde Trump, pasando por Bolsonaro, llegando a los actuales dirigentes de Hungría, Francia, Italia, Inglaterra, Turquía, etc., y ¿por qué no? Rusia con su Dugin) constituye un competidor formidable, no solo del neoliberalismo, o una amenaza cierta al viejo y bueno liberalismo, como bien lo han advertido desde Fukuyama hasta Mires.

De modo que hay una nueva derecha. Y esa mutación es paralela a la sufrida por la “izquierda”. Polarización, uso de los recursos manipuladores de la propaganda fascista o estalinista (que no otra cosa son los “fakes”), la abundante demagogia tapando una convergencia con políticas neoliberales y extractivistas, autoritarismo y nacionalismo infantil, etc. Analizar esto no requiere usar el comodín conceptual del “populismo”. Podremos conversar largo sobre ello en otra ocasión. En todo caso, esas mutaciones tienen que ver con otro fenómeno en los desplazamientos de las formas de pensar la política. Me refiero a la actual hegemonía del pensamiento geopolítico.

Tal vez una de las principales innovaciones de Marx y Engels (no totalmente originales, dicho sea de paso), fue el de pensar sistemáticamente los sucesos políticos como consecuencias de procesos sociales y económicos. Esto está en las antípodas de pensar los hechos políticos solo como eso: hechos políticos. O peor: considerar las acciones y escaramuzas políticas (y bélica, en consecuencia) como resultado exclusivo de manías, problemas de personalidad o cuadros psiquiátricos de los dirigentes. 

Por supuesto, a veces en la historia hay detalles mínimos que pueden decidir grandes cosas: el tamaño de la nariz de la faraona, etc. Pero esto solo es posible si hay un contexto que se refiere a otros factores mucho más amplios. El punto es que la reconstrucción de los hechos históricos no debe reducirse a una chismografía. Pero tampoco al enfrentamiento de las potencias ya establecidas. Tampoco a “intereses de Estado” o a razones geográficas olorosas a fascismo como el “espacio vital” o “natural” de las grandes entidades nacionales, raciales (¡peligro nazi evidente!) o, como se dice ahora, “civilizacionales” (ver Dugin y sus descargas contra “Occidente” a nombre de…el cristianismo ortodoxo, el orgullo de ser ruso, la “civilización” rusa… ¡por favor!).

El verdadero desafío es hoy comprender, en el marco de las transformaciones sociales y económicas, los procesos y tendencias políticas e ideológicas. En este sentido, cabe destacar que la geopolítica, a su vez, como paradigma de los grupos dirigentes, nos está llevando a la guerra nuclear. Es el síntoma más evidente de una derechización asfixiante de la cultura política actual. Pero también de la imposición del pragmatismo como criterio de verdad. 

Es el pragmatismo lo que explicaría operaciones tan disolventes como el intercambio entre unos presos, ya condenados, por sus vínculos con el narcotráfico, y unos “privados de libertad” por presuntas irregularidades en la gestión de una empresa. Y las llamo “disolventes”, porque disuelve la noción de la independencia del Poder Judicial, básica para el más elemental liberalismo como tradición doctrinaria política, así como las oposiciones supuestamente políticas entre un gobierno “democrático” y otro “autoritario”. Y todo en reconocimiento del éxito del autoritarismo venezolano en mantenerse con el poder de las armas y las “instituciones” (valen las comillas), en honor a una correlación de fuerzas en la cual se han perdido las apuestas a una oposición inepta y, sobre todo, el interés en el petróleo que puede neutralizar las posibles amenazas del enemigo geopolítico (léase Rusia). 

Pero veamos un poquito más allá, como hacía el corresponsal del New York Tribune, allá por la década de los cincuenta del siglo XIX. El gobierno venezolano ya no es enemigo del capital transnacional, ni del capital en general. Al contrario, los nuevos grupos económicos surgidos (como es tradición en Venezuela) de la apropiación de la renta petrolera durante las últimas dos décadas (y un poquito más, si a ver vamos el caso BANESCO), aplauden las políticas monetaristas, de apertura (incluida la petrolera) y privatizadora, así como el aprovechamiento del abaratamiento general de la fuerza de trabajo, producto de una política sistemática. En este sentido, la cúpula político-militar en el poder en Venezuela tiene la ventaja, respecto al frustrado “bloque” opositor, de disponer de la fuerza de las armas y el control de las masas a través de chantajes ideológicos diversos y la confusión de mecanismos de distribución de comida, aparatos de partido y burocracia estatal.

Además, las objeciones relativas a la legitimidad, sobre cuya frágil consistencia se levantó un “interinato” que no fue ni “gobierno en el exilio” ni nada, se disolverán en un par de años, con las elecciones presidenciales, donde la oposición no pude hacer otra cosa que participar. Sin querer anticiparme a procesos aún por cristalizar, uno ve claramente las ventajas y desventajas de cada opción. Lo interesante es que son también opciones de menú dentro del restaurant del capitalismo imperialista norteamericano. Y en medio de una competencia con rivales igualmente capitalistas y poderosos como China y, en muy segundo lugar, Rusia.

La reciente decisión del parlamento alemán de no permitir enviar más armas a Ucrania, justo después del sospechoso sabotaje al gasoducto “Nord Stream”, nos indica que en Europa pueden crecer las voces discordantes con la hegemonía norteamericana. El enfrentamiento europeo a Rusia ya tiene el desliz turco. La nueva derecha de Francia e Italia le agrega un condimento extra: la justificación de la participación en la guerra ucraniana a nombre, no tanto de la democracia, sino de la integración nacional de cada país y la defensa de sus valores tradicionales cristianos y occidentales. Esto ya no es neoliberalismo. Esto es un enredo para Estados Unidos. Por eso, Washington debe ver hacia su tradicional “patio trasero” y promover nuevas políticas de amistad o al menos de buena vecindad, como lo muestra esa gira de Blinken a los países con gobiernos “progresistas”. Hay una recomposición de las fuerzas y, en ese proceso, muy bien puede obtener ganancias este gobierno ya claramente burgués (y autoritario) con envoltura de “izquierda”. 

¿Y los pueblos? ¿Y los trabajadores? Muy mal, claro. Pero ya se empiezan a ver signos de recuperación de la voluntad. Habría que empinarse sobre su situación actual de debilidad para poder ver más allá. Y ello pasa por dejar atrás el pragmatismo, el pensamiento geopolítico y el oportunismo. 

Nota leída aproximadamente 1842 veces.

Las noticias más leídas: