La Tecla Fértil

Moscú y Caracas se envuelven en una sola careta para formar un bloque económico e Irán esconde su mirada

Jueves, 06/10/2022 02:19 AM

La reconfiguración del Oriente Medio y del espacio Euroasiático desde el Cáucaso hasta Asia Central tuvo su punto de atracción en la localidad rusa de Sochi, el pasado 22 de noviembre, una convención de sumo interés para el presidente bolivariano NMM por las variables colaterales de comercialización que refuerza las claves de una estrecha relación entre Vladimir Putin y Venezuela. Esto da lugar para que La Unión Europea se aproxime más al multilateralismo y a la gobernanza global ya que, representaría un reto para La Unión y una oportunidad de reafirmación de su papel en el escenario mundial, (global). Sobre la integración europea se ha dicho mucho, pero, en varias oportunidades Angela Merkel se entrevistó en audiencia privada con V. Putin para conformar un solo informe de causalidades comunes, ante el distanciamiento de Joe Biden de acelerar las fases de un ciclo de guerra en el área de Siria usurpada para robar petróleo y el desplazamiento de los palestinos de Gaza, allí, precisamente están los estadunidenses pagando consecuencias económicas de otros, me refiero a Barak Obama y de la familia Clinton.

Los mecanismos de interrelación nos llevan a Italia y Alemania. Países que manejan el monopolio y, crean un contexto de euroescepticismo de corte nacionalista de valores compartidos que se traduce en exportación e importación de mercancías. Lo importante es la eliminación de trabas, porque Europa se moviliza a grandes velocidades para obtener energía, una de ellas es el gas.

Debemos remitirnos a una respuesta concisa y habitual. En Praga se reunirán de nuevo para calibrar los termómetros y darle apoyo a cada iniciativa política y los recientes pronunciamientos del Canciller Schulz a finales de agosto y de la propia Von der Leyen en su discurso del Estado de La Unión, el pasado 14 de septiembre da un espaldarazo a un viejo proyecto que muchos interpretaban como un nuevo canto al viento del presidente francés.

Emmanuel Macrón, trata de definir criterios en un espacio que reúne varios países europeos, pero, sus planteamientos son vagos e imprecisos. Es un viejo proyecto de los años 80 para deslindarse del hostigamiento de EE.UU Quieren renovarlo, porque, no próspero, porque trataron de incluir Estados territoriales del Este aplicando el concepto de familia comunitaria y, a través de las figuras territoriales entregadas por Mikael Gobarchov asentar Tratados que den una seguridad común para profundizar mediante la comunidad europea la comercialización del Carbón y Acero, oportunidad que vio el hijo de Biden de colocar en un territorio usurpado una variedad de laboratorios químicos con un personal altamente calificado que incluía chinos y estadunidenses prestos a las mafias políticas y económicas. Ante la carencia de una información tecno- biológica, el equipo científico de Cuba colaboró de manera ingenua y buena fe, los resultados variaron y dieron origen a pandemias y mutantes con un resultado muy lamentable, donde el cuerpo médico mundial tuvo que silenciarse ante los resultados, el propósito en parte era aminorar la población y unificar los salarios a un mínimo por la depresión económica y recesión, a la vez, las industrias alimenticias se ven obligadas a procesar alimentos con residuales químicos para el consumo humano.

Este viejo proyecto económico ha tenido varias recaídas, Mitterrand y Delors lo reflotaron en el pasado 80, como hoy lo desea Macron, para institucionalizar un mercado interno que cubra a Libia, Damasco hasta los muelles de Crimea, ya no esta Ucrania y el locuaz hijo de Biden bajo el simbolismo de Obama y La Clinton, que desea ser candidata presidencial de nuevo y mantiene grandes negocios en el oscuro mundo de Haití y que venezolanos estuvieron involucrados y detenidos por la DEA y el FBI por negociaciones ilícitas junto a otros ciudadanos que mantienen las islas del Caribe en zozobra.

Putin avanza, es el cumplimiento de Las Sagradas Escrituras, hay otro plan que nadie ve y, avanza de una manera silenciosa en su cumplimiento. Aquí, no hay vaguedades y opiniones de políticos, es el Plan de Dios y el Plan de Salvación en Jesús. Porque hay una mezcla de lo espiritual con lo material.

Les invito a leer El Tratado de Maastricht, incluyendo el pilar de su política exterior y lea la vida del apóstol Pablo descrita en el Nuevo Testamento, aquí, no hay un mundo subterráneo.

Ciertamente, la tercera economía, (Italia), de la Eurozona ha de abordar las consecuencias de una guerra desatada el pasado 24 de febrero con la invasión rusa a Ucrania. Roma- El Vaticano deben manejarse, en este tiempo, un poco mejor con Alemania, porque, están en la mira del Iluminati V. Putin, ya que manejaron mal las cifras financieras y los acuerdos en cada dialogo con los EE.UU, dejando avanzar sus fuerzas en el Medio Oriente hasta llegar casi a Egipto y Turquía distorsionando el mercado internacional de valores y, en un pleno desafío del cronograma de Dios para la zona del Oriente Medio, donde se librarán los libros sellados del apocalipsis o revelación. La Guerra del Armagedón y el juicio pleno de Joshua sobre este planeta en un aspecto literal y real, un tema muy conocido por los estadunidenses que conocen a fondo La Biblia, cuyas enseñanzas le fueron dadas por los cuáqueros y metodistas ingleses.

La tercera economía de la eurozona se abre paso con Emmanuel Macron, con el cuál firmó un Tratado en 2021 llamado el Quirinal, por el que ambos países estrechan aún más sus lazos y harán y hacen bloque en conjunto frente a los alemanes, que se encuentran subyugados por el gobierno de Moscú. Todo, ahora, es un tema de alianzas.

El gran problema es la inmigración irregular procedentes de las costas del norte del África. La Unión Europea y los gringos obviaron que Italia representa la frontera meridional de la Unión y, miro para otro lado cuando Angela Merkel y Pedro Sánchez de España abrieron los muelles y fronteras para aceptar estas oleadas de migrantes que entraban buscando algunos un futuro, otros son parte de un espionaje de La Nueva Izquierda agrupados en tendencias políticas y se hacen llamar religiosos romanistas, carismáticos y de la tendencia metodista pentecostal, cuyo orígenes son del Sur de Estados Unidos, son grupos no espirituales que se acartonan en centros industriales y religiosos para luego ser redistribuidos por toda la región europea, tal como sucedió con Ecuador, Chile, Perú, Colombia y ahora, la migración masiva a USA con fines ya aclarados de fuerza política de izquierda.

Bien, Venezuela atraviesa una crisis multidimensional desde hace años, pero 2019 fue particularmente crítico dada la situación de legitimidad dual que existe entre el régimen de Nicolás Maduro -mediante el control del poder institucional- y Juan Guaidó, un engañador que todavía no está detenido, reconocido por el grueso de los países occidentales como presidente encargado. A dicha dualidad hay que sumar el factor internacional. Estados Unidos, la mayoría de los países europeos y el Grupo de Lima apoyan una transición a la institucionalidad democrática mientras China, Rusia, Turquía y Egipto se han colocado del lado de Maduro, respaldando sus múltiples acusaciones sobre excesiva injerencia en asuntos internos.

El caso venezolano refleja dos tipos de asimetrías. A nivel interno, el control territorial del régimen se inclina por el eje euroasiático. A nivel regional, hay una clara asimetría a favor de la posición de Washington, por ejemplo, en el caso del Grupo de Lima. Dichas asimetrías operan con lógicas diferentes, con base en las visiones internas y de política exterior de las grandes potencias en cuestión, en las que China y Rusia enfatizan la existencia de un mundo multipolar y ven con preocupación cualquier iniciativa de cambio de régimen.

De este modo, el vector internacional de la trágica crisis venezolana no se puede comprender del todo si no se contextualiza dentro de una renovada competencia geopolítica entre grandes potencias, Estados Unidos y la Federación Rusa y la República Popular China, estos últimos principales socios globales del régimen de Maduro. Desde hace tiempo, las relaciones entre Estados Unidos y la Rusia de Vladimir Putin se encuentran fuera de los canales normales, especialmente luego de la anexión de Crimea. Ni que hablar de las acusaciones de Washington y aliados europeos sobre interferencia rusa en los procesos electorales. Sin embargo, la guerra comercial y la competencia estratégica y tecnológica con la República Popular China es algo más novedoso.

Si bien el gobierno de Barack Obama había iniciado tibiamente una estrategia de balance comercial en Asia-Pacífico, la irrupción de Donald Trump ha iniciado una era de tensión con Beijing con un horizonte incierto.

En el caso de Moscú -si bien la crisis afectó internamente el peso de Igor Sechin en el círculo áulico de Putin- su perspectiva geopolítica le ha provisto dos tipos de ganancias laterales. En primer lugar, la presencia de asesores militares y paramilitares, como el Wagner Group, le permitió realizar demostraciones de fuerzas para subir el «precio» en la región que Moscú considera el patio trasero de Estados Unidos, un típico juego tic tac toe. En segundo lugar, la implementación de una estrategia de bajo costo y gran visibilidad le permitió negociar su posición en Venezuela como una baza geopolítica transaccional en relación a sus intereses más vitales en el espacio posterior a la Unión Soviético y el Medio Oriente.

Expuesto lo anterior, las acciones de las potencias euroasiáticas no han sido demasiado auspiciosas para la resolución de la crisis. Rusia intentó negociar su «grado» de involucramiento directamente con Estados Unidos, pero sin mayor suerte. China quedó a un costado con líneas abiertas con el régimen, pero también con la oposición, mientras que progresivamente ha retirado su apoyo a Maduro.

Estos resultados obligan a preguntarse si la presencia de los gigantes euroasiáticos estuvo sobrevalorada por analistas y funcionarios estadounidenses, o si hubo un cálculo errado de Beijing y Moscú que generó una innecesaria sobrextensión con un socio poco confiable. La evidencia nos aporta pruebas para cada uno de estos argumentos. Ni Rusia intentó seriamente desplazar grandes cantidades de tropas ni establecer una base, mientras que tanto China como Rusia se excedieron en sus compromisos con un deudor de dudosa capacidad de pago.

De todas formas, si el nexo euroasiático de la crisis venezolana algo pudo hacer para resolver el empate estratégico, fue forzar negociaciones. Prueba de ello es la última ronda de diálogo auspiciada por el Reino de Noruega en Barbados que busca generar consensos entre el régimen y la oposición con aval de la comunidad internacional. Si las conversaciones abren la posibilidad de una transición democrática, la crisis política no habrá sido en vano.

La invasión de Rusia a Ucrania definitivamente ha alterado el orden internacional. Se trata de un cambio irreversible, debido a los efectos que está provocando en las relaciones internacionales, ya que se ubica en un contexto previamente trastocado por una pandemia que modificó sustancialmente los asuntos públicos y privados, acelerando los procesos tecnológicos y de digitalización. La creciente competencia entre China y Estados Unidos, que tomó mayor relevancia a partir de la llegada al poder de Donald Trump, cuya política exterior tuvo grandes y quirúrgicos puntos de acierto, también forma parte de este escenario de transición hacia un nuevo orden internacional, en que se inscriben la pandemia y la guerra entre Rusia y Ucrania, derivada de la invasión promovida por Vladimir Putin.

El papel de Rusia en las diferentes configuraciones de poder internacional ha sido siempre motivo de discordia. La geografía ha sido para Rusia un activo, así como un potencial pasivo, en la medida en que sus múltiples fronteras y la naturaleza inhóspita de muchas de ellas convertían a Rusia en un potencial blanco de ataques, debido a la dificultad de establecer una sólida defensa en tan vasto territorio. Podría hablarse de una potencia con un histórico "síndrome de fronteras", que convierte, paradójicamente, ese capital espacial y terrestre en un potencial pasivo o contrapeso de esa fortaleza. En efecto, entre 1853 y 1856, en la guerra de Crimea, esta problemática se hizo patente debido a que el conflicto advirtió el valor del factor naval, que Rusia resolvió mediante un bloqueo que solo le permitió ganar un poco de tiempo, en el marco de una guerra que terminaría perdiendo. Ese poder terrestre que Moscú había desarrollado desde el ataque al Kanato de Kazán, en 1551, y que se consolidaría con la toma del Kanato de Crimea en 1783 por parte de Catalina la Grande, tendería a mostrar sus limitaciones en la medida en que asumía una tarea de la que nunca habría de descuidarse: salvaguardar una enorme masa terrestre. En esta paradoja afinca el fatalismo geopolítico ruso.

Pensemos, por ejemplo, en el frente extremo oriental de Rusia, desde el mar de Ojotsk, separado del mar de Bering por la península de Kamchatka, vinculada con Japón a través de las islas Kuriles, que hasta hoy forman parte de la disputa entre Japón y Rusia debido al reclamo por parte de este último por la ocupación soviética de 1945, luego de la Segunda Guerra Mundial; o en los extensos límites de Rusia con China y Mongolia que, asimismo, alcanzan a una porción de frontera con Corea del Norte; en las riberas del mar de Japón o en el estrecho de Tartaria, en donde las distancias con el país nipón han constituido siempre motivos de suspicacias entre Tokio y Moscú.

En este sentido, y aunque a primera vista pueda resultar contradictorio, Putin quiere mostrarse como el último bastión de Occidente, pero no del Occidente cosmopolita, liberal e iluminista. Sino que, el Occidente que Putin quiere rescatar es aquel en el que la teología, la tradición y la autoridad, no del derecho ni del positivismo, sino la autoridad, precisamente del naturalismo congénito al poder (en el que este hace el derecho), se presenta para redimirse de su propia caída, agustiniana, acaso, y de esa manera desintoxicarse de las "impurezas liberales". Hasta la invasión a Ucrania, Putin era, sin duda, un conservador. Hoy, resulta difícil determinar si se trata ya de un reaccionario, que quiere subvertir el orden internacional (esta hipótesis es la que más adeptos tiene, y con fundamentos), o si se trata de un conservador que ha perdido su eje y no sabe cómo salir del callejón en que se encuentra.

En el orden internacional, Putin no puede comprenderse sin su afán civilizatorio, y es por este elemento que Rusia puede pasar a ser la nueva Ucrania: un tapón entre el Occidente liberal, laico y democrático, y el Oriente dominado por una China antiliberal y antidemocrática cuyo proyecto civilizatorio es mucho más desafiante que el ruso, ya que no es "otra dimensión de Occidente", como en el caso de Rusia, sino que representa un espíritu despótico y altamente peligroso.

La histórica relación entre Alemania y Rusia es lo que Putin ha buscado restablecer en diferentes tramos de su mandato, sobre todo a partir de 2012; relación que aparece retratada en la película de Balabánov de un modo muy sutil, acaso inconsciente. Se trata de un vínculo que ha atravesado diferentes coyunturas y cuyo principal eslabón es, a decir verdad, Prusia, mediante la figura de Otto von Bismarck, quien llegó a despreciar a los liberales prusianos que tenían como modelo a Polonia, contra la cual Prusia y Rusia, precisamente, se habían prometido ayuda mediante la Convención de Alvensleben. Esa colaboración entre dos gobiernos que priorizaban el poder personal y la razón de Estado por sobre las instituciones es la raíz cultural y política ⸺basada en la decisión de un soberano⸺ que guiaría el accionar de Putin en sus intentos de promover movimientos separatistas y de nuevas derechas no solo en Alemania, sino en toda Europa, pretendiendo restaurar una tradición occidental de carácter antiliberal, e intentando recuperar así el espíritu del sistema Metternich, aunque sin descuidar los cambios que produjo el comunismo en Europa, acaso insoslayables. De allí la importancia simbólica de la República de Weimar en tanto momento bisagra de la historia occidental del siglo XX.

La Rusia de los últimos tramos de Yeltsin, producto de la década de 1990, esa que allana el camino a Putin, es, para muchos siloviki ⸺como el mismo Putin⸺ una radiografía de la Alemania de Weimar, en donde, como señalara Max Weber, el legado de Bismarck fue el de un parlamentarismo débil y falto de autoridad. En Weimar, así como en la Rusia del periodo de Yeltsin, según el diagnóstico de Putin y sus círculos de apoyo intelectual, se plasmó "la decadencia de Occidente" (Spengler), por lo que se volvía necesaria la recuperación de valores fuertes, en el caso de la Rusia actual y la Iglesia ortodoxa. Estas nociones se entroncan con la idea de "humillación", amalgamando así un rechazo unificado que adquiere sentido no solo en Rusia. El rechazo a una cultura occidental "ablandada", que se ha traicionado a sí misma, descuidando su dimensión teológica, su imbricación con la tradición y la legitimidad no legal ni formal, sino carismática, espiritual y metafísica, a partir de la cual el poder no se transfiere desde las instituciones a las personas, sino que se conforma mediante la capacidad de imponerse. La mediación estatal, paradigma del Estado moderno, queda así suprimida ante el poder del hombre fuerte: ese poder que representan los siloviki. Las tempestades de acero cobran así una inusitada actualidad en medio de una época en la que el feminismo y las diferentes variantes de las políticas de la diversidad conquistan la cultura occidental. La guerra, entonces, aparece como el único medio para redimir la "humillación" y restaurar un orden alterado por el liberalismo que, como señalaba Donoso Cortes, "en su soberbia ignorancia desprecia la teología, y no porque no sea teológico a su manera, sino porque aun siéndolo, no lo sabe".

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