Decadencia presidencial

Miércoles, 09/11/2022 08:37 AM

Muy molesto, casi con deseo de fumar nuevamente un cigarrillo en su vida, Juan Guaidó llegó a la conclusión de que su declive político empezó con el triunfo de Gustavo Petro en Colombia.

"¿Declive?", repitió mentalmente, llamándose la atención a sí mismo. Se dijo que tal vez estaba siendo muy duro. "¡Revés!", si, volvió a pensar: suena mejor. "La vida es una historia conformada por capítulos".

Bebió café. Llamo a su amigo, que fungía de asesor, pero también como amigo para los momentos deplorables como ahora. Nicolás Maduro, el presidente irreal de Venezuela, hacía estragos en Egipto en la cumbre climática, presumiendo ser el presidente de los venezolanos. ¡Dictador es lo que es! ¡Cínico ecocida del llamado Arco Minero!

Había estrechado ya las manos de Macron, el presidente de Francia, y había hablado de manera hasta coloquial con el enviado especial de los EEUU y ex candidato presidencial, John Kerry. ¡Simplemente insoportable! Y todo sin su consentimiento, así como decepcionante fue que Gustavo Petro entrara a Venezuela sin notificárselo a él. ¡No hay respeto! El montón de periodistas persiguiendo a Maduro figuraban una pesadilla que lo atormentaba en lo oscuro.

Su amigo tardaba. Empezó a caminar nervioso. Los cigarrillos brillaban sobre la mesa, una caja que había comprado su esposa para imprevistos. Se fue al balcón y abrió el vidrio panorámico para sentir mejor la presencia del Ávila. Cornetas y gritos inundaron sus oídos.

Guaidó, con su taza de café, se perdió en su mundo de duras realidades. Nicolás, Biden, Petro, las elecciones por venir, Monómeros, CITGO, el oro venezolano… Se viró y se contempló un momento en el vidrio de la panorámica, y le pareció que el surco izquierdo en su cabeza, de entrada en su cabellera, se había ampliado con caídas de pelos. ¡Calvo! No es para menos. ¡Resistir como él aguanta! Las canas ya eran aceptables y él se las pintaba, ¡pero la calvicie! Tenía una imagen pública que cultivar y una peluca no luciría en su cabeza. ¡Pero Biden y sus anuncios estresaban en extremo su espíritu!

Cuando hicieron pasar a su amigo, su corazón brincó. Quería hablar, ansiaba compartir, recibir un consejo. Lo miró a cuerpo completo y examinó con detalles su cabeza, buscándole consoladoras entradas en su cuero cabelludo. Pero su amigo lucía jovial, alto, atento, no obstante ser mayor que él.

–¿Qué te pasa, Juanito? –le preguntó de inmediato–. ¡Pareces enfermo, hijo!

Juan rechazó con un gesto débil su invitación a sentarse en su propio sofá y, más bien, lo invitó hasta el balcón. Sintió deseos de llorar. Si se iba hasta la sala, como se lo pedía su amigo, de seguro se habría fumado una estrella de aquellas sobre la mesa, y ahí si es verdad que se habría deprimido al verse reincidir en un viejo vicio.

–Hoy amanecí abatido, no me importa reconocerlo –comenzó, dándole la taza de café a una trabajadora doméstica–. El tirano representa a Venezuela en el exterior y yo, como una ostra, estoy acá en la casa presidencial. ¡Te juro que es duro! –Juan reventó a llorar, metiendo su cabeza avergonzada entre el ángulo del codo.

Su amigo lo abrazó y lo conminó a tener compostura. Le dijo "¡Cálmate, hermano, eres el presidente de Venezuela, el soporte del todo! ¡Nada de llantos!"

Fueron segundos incómodos, pero de anegado llanto. Finalmente, Juan se recompuso y lo miró agradecido, mostrándoles sus grandes dientes de chicles Adams, como él mismo se decía que los tenía.

–¡Gracias, amigo mío! –exclamó estremeciendo vigorosamente los hombros de su asesor–. ¡Tú sí que eres mago en eso de subir el ánimo–. ¡Claro, soy el presidente…! ¡Lo sé…! Pero, te digo, amanecí con un pensamiento fijo que quiero compartir, cosas de esas como en la historia, donde uno marca un antes y un después.

–¿Qué será?

–No sé, soy vainas de la mente, pegajosas. Me desperté con las palabras "decadencia" y "Petro" resonando en mi cabeza.

–¿Cómo es eso?

–Bueno, chico, que la peste me empezó con las elecciones de Petro ganadas en Colombia. De ahí no canso de decirme que llegó una especie de decadencia para mí, y eso que no hablo de Lula… Te lo digo a ti que eres mi amigo, mi amigo ante quien lloró si quiero, como has visto… Las elecciones en Colombia motivaron a los gringos a querer desmontarme de la presidencia, y así, para colmo, nos quedaremos sin recursos para sobrevivir económicamente. De paso, ¿para dónde me iré con mi mujer y mis hijos? ¿Me exiliaré? ¿Miami? Ya no podemos en Colombia…

–¡Nooo, hombre, que dices! –lo miró largamente su amigo, como queriéndolo hipnotizar!–. ¡Qué cosas dices! ¡Ja, ja, ja! ¡Óyeme: mientras Venezuela sea la Venezuela que es, EEUU te necesitará! ¡Cálmate! En breve diseñaremos un plan para calentar la calle y darles un gustazo así a los gringos. ¡De inmediato te ratificarán! ¡Nada de pesimismo! En cuanto a dinero, no hay que preocuparse. Es verdad que ya no tenemos a Monómeros, pero, después que te ratifiquemos con los putos gringos, tendremos a disposición el oro venezolanos en Inglaterra y el remate de CITGO en los EEUU. ¡Con eso nos sobra, hermanito de mi alma, para financiar mil contrarrevoluciones mata dictadores! ¡Tranquiloooo, que las potencias nos necesitan a nosotros y al petróleo!

El cuerpo de Juan Guaidó fue estremecido por abrazos de reanimación. Sonrió. Sus ojos volvieron otra vez con el Ávila y hasta se permitió mirar de reojo los cigarrillos sobre la mesa en la sala. Miró a la trabajadora doméstica (mucama, como debería ser llamada) y al ver sus brazos rollizos, sintió un inesperado bienestar de amor propio.

–¡Ja, ja, ja! ¡No jodas, estuve a punto hasta de fumarme un cigarrito!

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