- La primera falla de todas, en la estructuración de esta novela, es presentarnos a Santos Luzardo como un abogado que va a los llanos venezolanos a tratar de hacer JUSTICIA, de defender su propiedad privada, de poner ORDEN en sus cuestiones muy personales. Coloca Rómulo Gallegos a un abogado como protagonista de una novela cuyo fin sociológico, ético y moral es presentarnos a un cierto tipo de cowboy de América Latina, que anda en busca del progreso y de la civilización al estilo como se estaba dando en Europa y Estados Unidos.
- De hecho, resulta una total aberración aquel sentido de Justicia, en el papel que da al tal Santos Luzardo. Basta con observar las innumerables veces que se intentó durante el siglo XX, tratar de adecentar el Poder Judicial. Pero era casi imposible por carecer nuestro país de suficientes abogados patriotas, con carácter y con preparación, y con el deseo de darle un vuelco a esas leyes extrañas a nosotros que todavía imperaban de manera colonizadora y humillante. ¡Las propias facultades de Derecho de nuestras universidades vienen mostrando un desdén supremo por la justicia! Las Facultades de Derecho de las universidades autónomas en Venezuela ocupan de hecho las primeras posiciones entre escándalos, agresiones, por las reiteradas acusaciones contra sus decanos ante los tribunales de la Nación. Los Consejos Jurídicos Asesores de estas universidades llamadas autónomas llegaron a cometer los mayores estropicios y adefesios jurídicos, a sangre fría, contra la inteligencia y la decencia, al llegar a defender estafas, plagios, hurtos, a la par que los mayores crímenes contra la Ley de Universidades (de la cual se han venido burlando desde hace un siglo).
- De modo, pues, que de Doñas Bárbaras, de Míster Dangers, Balbinos Paiva, Mujiquitas y Ño Pernales estuvieron plagados y dominados nuestros tribunales durante el siglo XIX y XX. No eran los llanos y los centauros los que tenían a Venezuela plagada de injusticias sino más bien los doctos de la mismísima ciudad que por lo demás eran los que armaban tramas jurídicas y partidistas, con todo tipo de arbitrariedades y crímenes, para imponer a los usurpadores del poder, a los tiranos y déspotas.
- A Rómulo Gallegos le cabe parte de la condena que la lanza Ramón Díaz Sánchez cuando dice que con todo lo que pueda haber de grosero en ese ímpetu del llanero, es en él donde toma cuerpo el sentimiento nacional. Que lo que retarda la aparición de un concepto consciente de la patria no es el primitivismo del pueblo que insurge con sus sentimientos regionales y sus ansias integrativas, sino las mediocres pasiones de los políticos, incapaces de comprender la pura grandeza de aquellas ansias.
- Ese poder judicial que se impuso en Venezuela durante los siglos XIX y XX en Venezuela, nos venía de la llamada cristianización, la que aportó a un mismo tiempo al conquistador (la fuerza militar) y al letrado (hombre de garnacha proveniente del fraile político intrigante, sabihondo en leyes) imbuido en el derecho canónico. En realidad, durante toda la época de la colonización del Nuevo Mundo no existió derecho civil. El encontronazo entre lo que se llamó los hombres de garnacha y los militares se va a profundizar de manera patética con el enfrentamiento entre el intelectualoide Leocadio Guzmán y el caudillo José Antonio Páez, que acabará provocando el caos social de 1848. La otra figura civil que descuella con virulencia incontenible desde la metralla mediática será Juan Vicente González. De ahí en adelante la batalla entre la pluma y la espada será cada vez más enconada y cruenta. No se sabe cuál hará sangrar más a la patria.
- Se refuerzan con estas figuras los partidos, que como en la Nueva Granada, cargan el veneno de la tinta y de la pólvora, y con esa mezcla Venezuela quedará descuartizada entre bandos armados, entre fusiles y panfletos. No puede plantearse entonces diferencia entre llanos y ciudades, porque todo es un mismo gran marasmo de destrucción y muerte. Los periódicos llegan a hacerse más temibles que una horda desaforada de bandoleros con lanzas y bayonetas. Puede decirse que los partidos de aquella época son ejércitos deliberantes que piden degüello general para sus enemigos. Los periódicos incitan al crimen, a que se destrocen las aberrantes constituciones. Los artículos de opinión son órdenes expresas para que se cometan asesinatos, se alcen en armas contra el gobierno de turno, madejas de llamados conspirativos y sabotajes, calumnias, inventos y grandes y fervorosos llamados a guerra civil. A través de periódicos en La Nueva Granada como "Aurora" y "El Demócrata", partieron las órdenes para que se asesinara al Gran Mariscal de Ayacucho y a Simón Bolívar.
- El destrozo de la paz, de la república de todo ese siglo que va desde 1812 hasta 1912, proviene de la mente aviesa de ciertos enfermizos intelectuales que viven en la ciudad y que empuñan la pluma para justificar sublevaciones, crímenes y monstruosos atentados contra las leyes. De modo que Santos Luzardo es un hombre de garnacha que lleva por dentro un fraile y un caudillito. Ese Santos Luzardo intentará ser hombre de izquierda, pero su sentido legalista (civilista) acabará por castrarle su genuina pasión patriótica y revolucionaria. A la postre será vencido por el arquetípico hombre del stick que gobierna desde la Casa Blanca. La única barbarie verdadera y absoluta es la del Hombre del Garrote, el que de un zarpazo se adueña de Panamá, el que luego con la figura de Harry Truman apuñala a Santos Luzardo e impone las bestias del terror durante toda una trágica noche que dura en Rómulo Gallegos exactamente cincuenta años. Esa fue la barbarie que nos llegó primero de España, que luego fue alimentada por la desviación maniaco-civilizadora que ingleses y franceses le metieron en la cabeza a Páez y a Guzmán Blanco. A partir del 1908, la bestialidad tuvo nombre de marines, de stick, de bloqueo, de protectorados con promontorios de presos, torturados y asesinados.
- Esa era y es la única barbarie que hemos tenido y que hemos sufrimos. A Santos Luzardo le faltó grandeza; sólo aspiraba a poner orden en su hato. Logrando hacer justicia en Altamira, él se consideraba realizado; acabaría allí, con la conquista de su pequeña propiedad, la gloria de todos sus sueños. En verdad, que pese a toda su lucha, Altamira seguiría siendo el estercolero sin salida para las raquíticas explotadas y humilladas almas que allí habitaban. Santos se conformaría con "educar" a Marisela, con vestirla bien y llevársela para la ciudad, quizá para terminar casándose con ella, y llevara una vida de doña pequeño burguesa jugando a la canasta en el Country, visitando museos y comercios, y de esta manera ir poco a poco echando las bases sobre una supuesta revolución lirico-burguesa que estaría por venir. A qué más se podía aspirar.
Un fatal e imperdonable error en la novela "Doña Bárbara"…
Por: José Sant Roz
Sábado, 14/01/2023 01:53 AM