Cuando suplicaban a Cristo: "que lleguen migrantes lindos y bellos, de ojos azules!" (Alberto Adriani, dixit)…

Viernes, 20/01/2023 08:13 AM

  1. Se acuerdan de aquella presentadora de Globovisión, de nombre Sasha López, que en uno de los momentos más álgidos de 2019, cuando se temía que de un momento a otro los gringos pudieran invadirnos con sus marines, ella, del modo más alegre dijo: "Vamos a verle el lado positivo a lo que está sucediendo en el país, esos militares estadounidenses se van a enamorar de unas bellezas tropicales como nosotras, las venezolanas. En poco tiempo va a nacer ese poco de gringuitos chiquiticos, pero con sabor, con alegría". Teniendo en cuenta que no iba a ser un encuentro romántico como habría de ocurrir tales hechos mediante una invasión, sino de modo violento, a través de violaciones como suele darse en todas las guerras. Ese sentimiento aberrante y miserable tiene sus antecedentes históricos. Muchos venezolanos solían hablar de MEJORAR LA RAZA, de la manera más vulgar. Que si alguien es negro o indio, sería bueno que cruzarlo con blancos para mejorar su especie, sus "frutos". Pues eso tiene sus antecedentes históricos, como veremos a continuación…

  2. Las tesis de Alberto Adriani iban en la dirección de lo que aspiraba Sasha López, sobre lo que ella deseaba sobre la inmigración. Adriani las había tomado de académicos ultra-racistas, como los sociólogos gringos Roos y Stoddard, y el sueco Helmer Key. Este último afirmaba que sólo una numerosa inmigración blanca podía resolver las crisis endémicas en que se debaten los países del trópico y encaminarlas hacia un futuro prometedor. La solución entonces estaba en exterminar lo que no tuviese piel blanca. Que algunos pasos se habían dado hacia el progreso con el gran exterminio de indígenas, pero quedada todavía mucho por hacer: demasiados negros cubrían la costa y sus costumbres maleaban millones de seres en el continente y había llegado la hora de cerrar el dique, aunque se fuese a necesitar de mano de obra necesaria para mantener el negocio de las haciendas y feudos; ahora que estos esclavos constituían una de las grandes razones de nuestro atraso, se hacía inaplazable traer más blancos.

  3. Apreciaba el racista Alberto Adriani el asunto de la raza, tal cual como se valora el negocio de la raza en el ganado, buscando buenos sementales, bestias para el engorde: sujetos corpulentos, «blancos y bellos, esbeltos». Es decir, lo entendía exactamente como los profesores y académicos norteamericanos, como un concepto fundamentalmente ideológico. Para nada era de extrañar que el ideal de vida para Adriani fuese el que él había visto en Estados Unidos, donde las condiciones de la naturaleza americana eran exuberantes y pródigas, y "la epopeya grandiosa de la conquista se había realizado por un milagro de energía vital".

  4. Largas discusiones solían tener Gallegos y Betancourt en el despacho de Adriani; coincidían en la prioridad que tenía la consolidación de la aristocracia del pensamiento, constituida por una selecta inteligencia que rescataría los valores civilizatorios de nuestros más eminentes hombres. Era una de las maneras ideales para poner en movimiento la fase inicial de la modernización del país. Extrañamente, en el rescate de estos valores ninguno consideró importante recurrir al ideal bolivariano. A ninguno de estos tres personajes parecía interesarle la obra de Bolívar. Acaso, si muy de cuando en cuando, y de manera vaga, como meramente formal, se referían al pensamiento del Libertador, pero como algo vencido y que más bien debía ser dejado de lado por cuanto sólo servía para justificar tiranías como las de Juan Vicente Gómez.

  5. Adriani era de los que pensaba que el pensamiento bolivariano chocaba con el progreso tecnológico y científico, algo que también iba a influir profundamente entre los futuros líderes de Acción Democrática.

  6. Esta concepción de civilización que practicaban y estimulaban en el país intelectuales como Gallegos, Adriani, Betancourt, Briceño Iragorry, Rufino Blanco Fombona, José Gil Fortoul, Picón Salas y Laureano Vallenilla Lanz, se difundía con fuerza en nuestras escuelas, liceos, universidades, academias y centros culturales. Todos cantábamos con pasión, desde la Primaria, aquel himno pro-gringo a favor del Panamericanismo.

  7. Un pensamiento enfermizo que amenazaba con hacernos, dentro de nuestra propia nación, unos parias mentales, unos desheredados sin tradición ni valores propios. Fue realmente una catástrofe humana que todavía estamos pagando, forjando en locuras extrañas a una juventud para que quedara sin moral, sin suelo al cual amar, sin historia, sin ética y cuyos sueños y principios estuviesen reducidos a las meras imposiciones del negocio de las modas, del consumismo: la disipación, la droga y la muerte más atroz de la imaginación.

  8. Luego a estos intelectuales les hizo falta desaparecer a Bolívar llenándolo de ritos, de cuentos, discursos y homenajes en cada efemérides patria, y lo lograron… Hasta que llegó 1998 (pero esto es otra historia). La élite intelectual que se imponía en el país en textos de estudio, ensayos, novelas, temas jurídicos, estaba compuesta enteramente por racistas que sostenían que para alcanzar el desarrollo, el progreso industrial, nosotros debíamos parecernos a los europeos o a los estadounidenses. Y claro, en este desarrollo, los negros y los indios además de ser una traba complicada, no eran en absoluto prácticos para nada. Alberto Adriani explicaba que según Le Bon, las razas mestizas como la de nosotros, heterogéneas en su sangre y cultura, son desequilibradas y por tanto ingobernables. Que el mestizo flota entre impulsiones de antepasados de inteligencia, de moralidad y caracteres diferentes, por lo que para él, en la solución del problema de la raza se encontraban también vías para afrontar las dificultades de tipo económico y social: «la estabilidad política jamás se podrá lograr mientras domine el mestizaje». Para él, permitir que llegasen más negros a nuestra tierra era una amenaza para la concordia y un debilitamiento de nuestra posición internacional, sin duda porque por ello las naciones decentes nos iban a considerar más desgraciados, feos y miserables. Consideraba que se debía evitar el horror con que el mundo ve a Haití.

  9. Todo esto es así, aunque Rómulo Betancourt haya escrito: «En 1929, en pulcra y cuantiosa edición oficial, circuló Cesarismo democrático, de Vallenilla Lanz, sicofante cínico e inteligente. Con citas fragmentarias de Bolívar y argamasa suministrada por historiadores y sociólogos reaccionarios Hipólito Taine, Spencer, Le Bon— fabricó Vallenilla una tesis de circunstancia. Gómez era un producto telúrico, intransferible de un medio físico tórrido, de una raza mezclada y primitiva, de una economía atrasada y pastoril. Era el ‘tirano’, expresión fatal de ‘necesidad de los gobiernos fuertes, para proteger la sociedad, para restablecer el orden, para amparar el hogar y la patria, contra los demagogos, contra los jacobinos, contra los anarquistas, contra los bolchevistas».

  10. En un tiempo imprevisible, acaso el destino sería más benévolo con Venezuela, y para ayudar a las inexorables leyes de la historia señalaba el cortesano Adriani en plan de sociólogo había una sola vía trajinable: «inmigración europea y norteamericana (sangre blanca) y oro, mucho oro para explotar nuestra riqueza». Para ese momento, sin alternativa posible, Gómez, el gendarme necesario, de "ojo avizor, de mano dura, que por las vías de hecho inspira terror y por el terror impone la paz", según una frase de Taine citada por Vallenilla; y en preparación de un futuro acaso distinto, dinero extranjero invertido sin condiciones para acelerar el proceso de colonización de una nación con supuesta incapacidad para regir su vida económica; y torrentes de linfa caucásica, de «sangre blanca», para que los orgullosos británicos de la Shell y los texanos de la Standard Oil Company, imbuidos de prejuicios raciales, pudieran sentirse más a gusto en un país donde ya hubiera desaparecido de la piel de los nacionales los rastros de la pigmentación mestiza».

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