Regresé abruptamente a Caracas este pasado febrero, tras vivir año y tres meses en Viena, considerada en el tiempo y por todos los "críticos especialistas", como una de las mecas de la cultura universal. Yo no soy especialista en nada, más que en aventurar, pero quiero confesarles a ustedes las percepciones que traje conmigo. Me sorprendió darme cuenta del contraste entre estas dos capitales en cuanto a lo simbólico y lo trascendental, respecto al sentido de la vida y lo humano.
Me moví por toda la ciudad -por Viena- usando todos sus medios de transporte, funcionales a perfección, y me aproveché de los encantos infraestructurales que se remontan a épocas sacrales, expresión de lo más elevado de la música, la danza, la pintura y la plasticidad europeas en general. Fui a sus museos, al Albertina a ver Basquiat. A ver a Bansky en en Wiener Stadhalle, a Jackson Pollock en el Albertina moderno, Van Gogh Alive en el Metastadt. Fui al ballet dos veces en la Staatsoper. Me deleité con Gustav Klimt y Egon Schiele en el Leopold Museum, etc. Nadé todo el verano en el Danubio y recorrí sus canales en bicicleta. Los viñedos de sus colinas. Todo muy bello ante mis ojos. Pero en medio de este fulgor que iba tratando de descifrar y absorber, me daba cuenta también de una sensación espectral que se expande, de un aburrimiento perenne y contagioso, de una depresión colectiva espeluznante, de una terrible falta de interés por cultivarse. Yo, con mi eterna alegría salvaje, trataba de disfrutar y nutrirme de cuanto me rodeaba, pero no dejaba de abrumarme el hecho de percatarme constantemente, de que los austríacos, en muy poca medida, vibraban ante las joyas que yo atesoraba y devoraba con locura.
Entonces me preguntaba, ¿por qué casi todos parecen tristes? ¿por qué se quejan tanto de cosas nimias y a todo le ponen un pero sin razón, cuando materialmente todo lo tienen cubierto? ¿Por qué todo sucede al paso estricto del reloj justiciero y nada es posible fuera del tiempo agendado? ¿Por qué Viena se apaga tan temprano en la noche y sus calles parecen domingos de sepulcro, cualquier día de semana después de las 7 o más tardar 8 de la noche? ¿Por qué más turistas que austríacos se avocan a las salas de arte, o a las calles a vivir? Es como si todo ya lo hubiesen visto y lo hubiesen experimentado. Como si no existieran ganas ni razones para crear o construir nada nuevo ¿Será que todo está hecho y entonces el hombre se anula? No que no exista desenlace cultural alguno porque hay sus movidas únicas e interesantes, pero no es la regla ante la metrópoli cosmopolita en la que se supone me encontraba. Y yo me movía por todos lados.
De pronto, regreso a Caracas y al minuto de salir del aeropuerto, la fiesta musical y de colores en todas las avenidas, calles y rincones hasta bien entrada la noche, incluso los domingos me hizo partícipe inmediatamente de un júvilo penetrante. Salsa aquí y allá, un merengue más acá. La bachata en el carrito por puesto, las clases de fitness para viejos y jóvenes en el parque con un parlante, niños jugando por todos lados, la gente conversando en todas las esquinas. Carcajadas, echaderas de bromas, algarabía, ingenio, arte.
A tres días de mi retorno, fui a ver la exposición de Régulo Pérez (Orinoko, Serpiente enrollada) y de Bárbara Brandli (Orígenes) en la UCAB. La curadoría de altura y el concepto profundo me dejaron con miles de ideas para desarrollar hasta en la vigilia. Me palpitaba el cuerpo todo. Me fui entonces a la Plaza Bolívar y al Boulevard Panteón, y al rato me rodeaban escritores, actores, fotógrafos, vendedores de cigarrillos y cachivaches en general, amas de casa, jubilados, niños… todos mezclados y haciendo vida al unísono en esta ciudad que no para de moverse.
Y allí estaba un viejito cantando a la entrada de un café con su cuatro, todas nuestras joyas folklóricas, a la espera alegre de unos bolívares por recompensa, pero más aun esperaba, la sonrisa y el aplauso sincero de quienes le escuchábamos. Mientras yo me postraba atenta en una mesa y mis amigos Ricardo Romero y Adelmaro Barrios, debatían sobre los temas más diversos y pertinentes. En Viena, pocos se interesaban por la política, los contextos que nos aquejan y las soluciones a las cuales uno tiene el rol de sumarse por el hecho mismo de respirar comunidad. Casi nadie lee. Colapsan las estanterías de las pocas librerías, los libros de autoayuda y dietas.
¿Qué motiva esta diferencia de espíritu? Yo no lo entiendo, porque me consta que pocos aquí en este país, en Venezuela, están tristes, aunque nos colman las calamidades del día a día. Tanto por resolver. Todo es un rollo. El metro es un desastre, nadie sabe cuándo va a pasar, si es que pasa y en la espera no te roban. Las calles tienen cráteres por centímetro cuadrado, y los buseteros cambian semanalmente el costo del pasaje. El agua viene una vez por semana, con suerte y toca recoger y almacenar, y lavar cuando coroto y vestido se pueda. La gente está pelando y se rebusca como sea. Sin embargo, esa misma gente festeja en las calles. Se ríen. Comparten.
José Roberto Duque y yo fuimos a Fuerzas Armadas y la gente estaba comprando libros, buscando los remates de 1$ para leer a ver si alguna cosa buena se les atravesaba. Porque quieren leer, quieren aprender. Bajamos a pie y nos comimos unas cachapas enormes con doble queso y refresco por 20$ en La Candelaria, y en el local no cabía un alma. Todo esto se me hace incomprensible; Resulta ser un asunto a la vez mágico y a la vez trágico.
A decir verdad, lo único que parecen compartir estas dos grandes ciudades, son los elevados precios del costo de vida. No sé cómo hace mi gente para pagar por los bienes básicos, lácteos, carnes, víveres, productos de higiene, que marcan sin exagerar, los mismos precios que vi o incluso mucho más que aquellos que pagan los austríacos en Viena, una de las capitales con el más alto costo de vida en Europa. Esto es inaudito.
Ojalá que este ímpetu que nos hace invencibles como pueblo, también nos haga indetenibles en la lucha por un verdadero sistema de justicia económica y social. De recuperación de nuestros espacios vitales, como las universidades, parques, teatros. Y que en ese camino por el orden y la estructura no se aniquile nuestro espíritu vivaz.
Dejo abiertas estas cuestiones para el debate. Y agradezco a mi pueblo por la maravillosa bienvenida que me han dado.
rodrifuentes.a@gmail.com