Chávez y la Crisis Nacional (1992-1994). Las Entrevistas Censuradas a José Vicente Rangel.

Sábado, 06/05/2023 12:49 PM

Chávez y la Crisis Nacional (1992-1994). Las Entrevistas Censuradas a Jose Vicente Rangel

Javier Biardeau R.

“…no hay ningún pueblo en la historia que haya perdido esa vigencia que le da su esperanza.” Hugo Chávez a José Vicente Rangel. Agosto-1992

“Cualquier observador descuidado puede ser sorprendido por esta verdad, o para decirlo en buen llanero, cualquier bonguero descuidado puede ser sorprendido por las corrientes escondidas del Arauca en estos tiempos de invierno, Doctor Rangel”. Hugo Chávez a José Vicente Rangel. Agosto-1992

“Verdaderamente, si la clase política dirigente continúa aferrada a sus privilegios, si esta clase política no es capaz de comprender la evolución del proceso político venezolano, si se resiste tercamente —repito— a los cambios necesarios, será inevitable que la sociedad venezolana como un todo vuelva a utilizar el derecho a la rebelión…”. Hugo Chávez a José Vicente Rangel. Agosto-1992

I.- INTRODUCCIÓN

En tiempos de gran confusión, desorientación y extravío, en medio de una inédita crisis nacional en el presente histórico (2014-2023), cabe retomar el análisis de situaciones y coyunturas históricas (1989-1994) en las cuales, el terreno y nivel de los “agenciamientos, enunciaciones y decisiones” impactaron en la composición de las relaciones de fuerzas y de legitimación de un “sistema hegemónico”; y más allá, de un cuadro social, político, económico, militar e ideológico determinado, que ha sido el antecedente coyuntural más relevante para comprender la actual encrucijada venezolana.

Incluyamos algunas premisas. Una formación social está relativamente integrada y funciona con estabilidad dinámica, cuando se construye un “sistema hegemónico” bajo la dirección de una clase fundamental, de un sector dominante o bloque social dominante (élite de poder), que confía su gestión y control directo a un equipo político dirigente (clase política dirigente), a sus intelectuales y grupos auxiliares.

Es en este caso, que se ha logrado constituir un bloque histórico: unidad no exenta de tensiones y contradicciones de las estructuras económico-sociales, el campo político-jurídico, las formas sociales de conciencia, de la hegemonía discursiva, y un modo de articulación internacional.

Al analizar los distintos niveles de la formación de un sistema hegemónico, Gramsci señala que el momento político-militar constituye la prolongación, coronación y concreción de la dirección económica e ideológica que una clase, sector o bloque social dominante ejerce sobre la sociedad.

Es momento político-militar de las correlaciones de fuerzas la clave para entender el contenido y dirección de la fuerza, de la coacción o coerción política para asegurar determinados intereses, valores e ideales, para construir matrices de afirmación y sanción de determinadas corrientes ideológicas, para dar cabida a determinados intereses, concepciones y propósitos de fuerzas sociales y políticas.

De esta manera, el momento político-militar no es ajeno ni a la conducción económica ni al terreno de las formas ideológicas de la conciencia, pues también cumple una función precisa en la unidad orgánica de la estructura económica y de las superestructuras político-jurídicas e ideológicas de una sociedad. Una sociedad de clases, jerarquizada social y políticamente, con sistemas de dominación y desigualdad social requiere mantener su unidad relativa a partir de espacios, aparatos y prácticas de violencia organizada, sancionadas legalmente.

La función de la “sociedad política” en el sistema hegemónico, en términos de Gramsci, corresponde al ejercicio de la coerción, abarcando tanto el gobierno jurídico, la coacción "legal", la represión para la conservación del orden establecido, mediante la violencia organizada, incluyendo el papel del momento político-militar-policial.

Hoy sabemos que las luchas históricas, ya sea que se desarrollen en el terreno jurídico-político, o en otras esferas o campos ideológicos, no son, en realidad, más que la expresión mediada, más o menos clara, de luchas y enfrentamientos abiertos o latentes de “intereses, concepciones y proyectos”, entre grupos, sectores y clases sociales, que operan a través de espacios institucionales de poder, de aparatos y prácticas específicas, donde aparece un sistema de actores, fuerzas y agenciamientos.

También podemos expresar que, la existencia, y por tanto también, los choques políticos de estos agrupamientos o bloques colectivos, están condicionados, a su vez, por el grado de desarrollo de la situación económica y social en el plano nacional, por el carácter del modo de producción y de intercambio, que operan en la base de un patrón histórico de acumulación y valorización de capital, por modos de crecimientos y distribución del excedente, cuya regulación también depende de un modo de articulación de relaciones económicas y políticas internacionales, que repercuten sobre la propia situación económica y social nacional.

Sin duda, más allá del aroma de las contribuciones marxianas sobre estos temas, cabe recordar la omisión de un importante texto, que acompañaba como “espectro” la centralidad adquirida, en tal tradición teórica, de aquel “Prólogo a la contribución a la crítica a la economía política” de 1859[i]. No hay marxista que no haya convertido aquel prólogo en el “hilo conductor” que totalizaba las investigaciones de Marx.

Sin embargo, aquí insistimos en la necesidad de recuperar la tradición del Marx tardío (sus escritos etnológicos y sobre la Comuna rusa), el contraste entre los Grundrisse y los tomos del Capital (sobre los cuales sabemos ya con certeza que Marx redactó como una unidad conceptual definitiva sólo el tomo I) y tratar con mucha atención el texto que corresponde al tomo III de El Capital (CAPITULO XLVII. GENESIS DE LA RENTA CAPITALISTA DEL SUELO), recordando que fue preparado por Marx en 1867, revisado y editado a partir de tales manuscritos por Engels para ser publicado en 1894, veintisiete (27) años después:

"La forma económica específica en la cual se extrae de los productores directos el trabajo excedente no pagado determina la relación entre dominantes y dominados, ya que ésta surge inmediatamente de la producción misma y reacciona sobre aquélla como elemento determinante. Sobre aquélla se funda el conjunto de la formación de la comunidad económica que surge de las condiciones de la producción misma (relaciones sociales de producción) y determina también su forma política específica. Es siempre la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos la que revela el secreto más íntimo, la base oculta del conjunto de la construcción social y, con ella, de la forma política de las relaciones entre soberanía y dependencia; en pocas palabras, de la forma correspondiente del Estado. La forma de esta relación entre dominantes y dominados corresponde siempre naturalmente a un estadio definido en el desarrollo de los métodos de trabajo y de su capacidad de producción social. Esto no impide que la misma base económica presente infinitas variaciones y gradaciones en su aspecto, aunque sus condiciones principales sean en todas partes las mismas. Esto es debido a innumerables circunstancias externas, ambiente natural, peculiaridades raciales, influencias históricas, etcétera, todas las cuales deben ser precisadas mediante un análisis cuidadoso."[ii]

De manera, que para comprender la historia efectiva no hay que perder de vista la “base oculta” (genosituación) del conjunto de la construcción social hasta llegar a la “superficie o escena” de las diatribas políticas circunstanciales (fenosituaución); quiere decir Marx, la relación social directa entre los propietarios de las condiciones de producción, quienes organizan y gestionan un modo de apropiación privada de la riqueza social y control efectivo de los medios e instrumentos de producción, y los productores directos: los trabajadores y trabajadoras asalariadas; con tales relaciones sociales antagónicas de producción y apropiación (no igualitarias ni cooperativas, sino despóticas), entender la forma política de las relaciones entre soberanía y dependencia; en pocas palabras, la forma correspondiente del Estado (que involucra fundamentalmente en las sociedades de clases un contrato de sujeción social, un ensamblaje de legitimación de prácticas y relaciones despóticas).

Concluye Marx que la forma de dominación social, la relación entre dominantes y dominados, corresponde a un estadio definido en el desarrollo de los métodos de trabajo y de la capacidad de producción social: acumulación, crecimiento y apropiación-distribución del excedente. Concluye Marx que existen nexos entre los planos de ejercicio del poder, los procesos de explotación del trabajo y su sobrecodificación-condensación en estados de dominación (El poder del Estado) de las relaciones de fuerzas que atraviesan tanto los aparatos de estado como ese semblante de la “comunidad ilusoria”.

También debemos considerar aquí las contribuciones complementarias del sociólogo Max Weber (el Marx de la burguesía), quién también escribió algunas tesis fundamentales para comprender la historia efectiva de las sociedades. Una de ellas es la siguiente:

“No las ideas, sino los intereses, materiales e ideales, son los que gobiernan inmediatamente la conducta de los hombres. Pero las "imágenes del mundo" creadas por las "ideas" han determinado, con gran frecuencia, como guardagujas, los rieles en los que la acción ha sido empujada por la dinámica de los intereses. "De qué" y "para qué" uno desea ser redimido y, no lo olvidemos, "podría ser" redimido, ha dependido de la imagen del mundo que cada uno posee.”[iii]

Y estas imágenes, representaciones y significaciones, que en el caso de Weber tramitaban una sociología de la religión, cumplen el papel de “rieles a la acción social”, porque los seres humanos son “animales simbólicos”, participes directos en una “semio-esfera” que los envuelve y engloba (un régimen de signos y símbolos), de una posibilidad de textualización del mundo, vía interpretación de los territorios de existencia social, insertos en tramas de significación y comunicación, que ellos mismos van tejiendo en el tiempo histórico, cuya urdimbre hace necesario un análisis multidisciplinario, no reduccionista ni simplificador, en el cual operan de manera complementaria las llamadas ciencias interpretativas y las ciencias explicativas en busca de “sentidos y significaciones”, y además en la reconstrucción de nexos causal-significantes y sus condicionantes histórico-estructurales más profundos (líneas de tendencias, constricciones, condiciones).

Cabe retomar aquí, para el plano de la escena política, la idea de “agenciamientos colectivos de enunciación” para dar cuenta de la producción social de los enunciados y su relación con un “régimen de signos” y determinado “régimen de verdad”, a una máquina de expresión cuyas variables determinan el uso de los elementos de la lengua (Deleuze y Guattari, 1980/2010)[iv].

Sólo retomando la eficacia histórica de los “agenciamientos, enunciaciones y decisiones”, es decir, retomando el “sistema de prácticas y actores”, se hace relevante el plano de posibilidad para un cambio político y social, que logre engranar el tiempo de las situaciones, de las coyunturas y del cambio histórico-estructural.

Lo que aparece en el plano de la situación como acontecimientos de alto impacto político y social, queda luego diluido en el contexto de las grandes estructuras y las grandes comparaciones. Las estrategias de recuperación aprovechan estas inercias de los conformismos y sujeciones sociales.

El metabolismo reproductivo de las estructuras históricas, con todas sus tensiones y contradicciones, aparece coronado políticamente en los “sistemas hegemónicos”: en una estructura de mando y conducción, no exento de ser condicionado por las mentalidades y tradiciones que sirven de rieles a las lógicas de producción de los sentidos y significaciones colectivas dominantes. De allí la importancia de analizar los “bloques intelectuales”, cuya tarea es la sistematización y legitimación de las fórmulas ideológicas, de la elaboración de significaciones, discursos y representaciones en el terreno de las luchas sociales y políticas, de todo un “orden del discurso” y de “discursos de organización y gobierno”.

No está de más recordar las falencias de los llamados “historiadores objetivos”, que omiten o subsumen por completo como las luchas sociales y políticas pueden crear las circunstancias y las condiciones que permitan que determinados personajes representen el papel de “héroes, villanos y locos” (Klapp; 1971)[v], de “agentes sociales históricos”, con sus imágenes públicas, con sus máscaras teatrales, para transformar, con diversos grados de eficacia: relaciones, estructuras y sistemas históricos mediante la conducción de la acción colectiva.

Sin embargo, es preciso reiterar que no se hace por apego al “voluntarismo” ciego o ingenuo, porque la historia real, la historia profana y efectiva de los seres humanos de cada tiempo, los presenta a la vez como los “autores y los actores de su propio drama”, como sujetos y como agentes de la doble condición de la historia: su “historicidad constituida” y su “historicidad constituyente”, tanto en el plano material, en el plano del poder y en el plano de las significaciones sociales.

Gramsci ha señalado que la estructura-constituida es pasado real, precisamente porque es el testimonio, el “documento” incontrovertible de lo que se ha hecho y de lo que continúa subsistiendo como condición del presente y del porvenir (estructura condicionante o constituyente) en una división social del trabajo:

"Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción se dan los grupos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición determinada en la misma producción".

Los hombres y mujeres insertos en determinadas agrupaciones sociales y políticas exteriorizan, mediante sus prácticas, su propia historia como proyecto. Ciertamente, no hacen la historia caprichosamente, bajo condiciones y circunstancias elegidas con absoluta libertad, sino bajo aquellas circunstancias y condiciones con las que se enfrentan directamente, y que pretenden ser en alguna medida modificadas utilizando medios disponibles, recursos de poder y proyectos, aunque les han sido legadas por el pasado (historicidad constituida).

Luego, una crisis orgánica del bloque histórico, de la unidad orgánica entre estructura y superestructura, no es más que una crisis interna al sistema hegemónico. En las situaciones de crisis orgánica los aspectos esenciales de un sistema hegemónico pierden su coherencia, incluyendo al anterior "bloque ideológico", y se puede decir entonces que para la clase fundamental tal bloque ya no funciona como punto nodal dirigente sino sólo como función dominante.

En el análisis gramsciano de la hegemonía éste lleva a distinguir tres tipos de grupos sociales en el interior del bloque histórico: por una parte, la clase fundamental que lo dirige. Por otra, los grupos auxiliares que sirven de base social de la hegemonía y de semillero para su futuro personal político, por último, las clases subalternas que pueden estar débilmente integradas y excluidas a su hegemonía, donde la relación fundamental es dominación, con la utilización predominante de la sociedad política.

Tanto el campo de las condiciones materiales, de las condiciones político-jurídicas, como de las mentalidades y tradiciones, han sido obra de las generaciones anteriores y adquiere la fijeza, no solo de una “objetividad histórica”, sino la proyección ideológica de una reificación o cosificación social producto de décadas de dominación. El efecto ideológico fundamental de la dominación es el aprendizaje de los hábitos de la resignación.

A mayor grado de reificación más grado de pasividad y conformismo; a mayor posibilidad de exteriorización y creatividad social, mayor grado de actividad consciente y protagonismo social. La triada sumisión / rebelión / transformación, permite asumir una posición subjetiva sobre la apertura del campo de acción histórica.

Esta “segunda naturaleza” de lo social-cosificado, sin embargo, es el resultado histórico (historicidad constituyente) y sedimentación social de sus prácticas, agenciamientos, enunciaciones y decisiones. La exteriorización hace posible la objetivación histórica, incluso en momentos de gran fluidez social, mientras la alienación hace posible la reificación, que sería un redoblamiento de la objetividad por la vía de la dominación en el campo de las significaciones, representaciones y discursos convertidos en evidencias incuestionables.

Bajo estos principios teóricos podríamos incluso comentar las relaciones entre escena y trasfondo, entre máscaras e intereses profundos, entre “fenosituaciones y genosituaciones” (Matus; 1980)[vi], pero damos por entendido que el sano sentido común logra distinguir entre la apariencia de los fenómenos y sus modos de funcionamiento no perceptibles a simple vista (“No todo lo que brilla es oro”), efecto de estructura-constituida que regula las relaciones de los fenómenos con su propia génesis histórica encubierta en las fachadas o apariencias.

La distinción realidad aparente/ realidad profunda, requiere del rodeo de las inferencias, las abstracciones conceptuales, del uso de generalizaciones y de construcción de tipificaciones del entendimiento empírico-analítico que rompan con las diferentes capas de inmediatez social; y además, reelaboradas y conectadas al uso de la racionalidad histórico-dialéctica que lo reelabora sin recaer en otro extremo en la matriz especulativa del idealismo donde todos los gatos son pardos y “todo tiene que ver que todo”. El concreto de pensamiento aspira a reproducir en alguna medida y de algún modo aspectos fundamentales del concreto real.

II.- ATERRIZANDO EL ANÁLISIS

Aquí abordamos un tema que no permite edulcorantes semánticos ni retóricas evasivas.

Se trata de reconstruir cómo el propio “Movimiento Bolivariano Originario”, y en particular, la figura de Hugo Chávez, tomaron posición y elaboraron una apreciación de una determinada situación histórica de Crisis Nacional, cuando entraron en “oposición frontal” al sistema hegemónico aún vigente durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989-1993[vii]), incluyendo su análisis de la dramática situación social y moral del país, como de la aplicación de un paquete de ajuste y reestructuración económica, cuyos principios de base fueron catalogados como “neoliberales”.

Cuando hablamos de crisis nacional estamos hablando de crisis orgánica. El problema de la unidad del bloque histórico es en realidad el de la naturaleza del vínculo orgánico que relaciona estructura y superestructura y, en el seno de esta última, sociedad civil y sociedad política. Hemos visto que, según el predominio de uno u otro momento superestructural (hegemonía-coerción), el bloque histórico se traduce en la práctica en un sistema hegemónico o en uno de tipo dictatorial.

Todo el que desconozca la impronta radicalmente democrática y antineoliberal del Movimiento Bolivariano Originario, de los planteamientos ideo-políticos de Hugo Chávez sobre la “democracia popular bolivariana”, está realizando no solo un revisionismo histórico con intereses inconfesables, sino lo que se ha denominado hoy como “lobotomía social” (“ingeniería social” mediante la desmemoria) para vaciar de conciencia histórica y de referentes orientadores a todo un colectivo nacional.

Para oponerse y superar esto, hay que recuperar la fidelidad de los documentos, testimonios y la textualización del mundo que el propio “sistema de actores” realizaba en aquellas circunstancias y condiciones. Allí caben algunas “citas textuales” que no admiten borraduras ni distorsiones interpretativas, tampoco maniobras de filosofemas o sofismas cuya función sería hoy intentar hacer mera apología-justificación del orden presente.

Para aquellos que consideran que el ejercicio de la pura fuerza es lo determinante para mantenerse en el poder (simple Dictadura para Gramsci), deben dedicar algún tiempo a analizar y descifrar las primeras tres entrevistas realizadas como periodista por José Vicente Rangel a Hugo Chávez, no cuando éste último ocupaba posiciones en espacios, aparatos y prácticas de gobierno, sino cuando estaba en prisión luego de los sucesos del año 1992; cuando ya en libertad, comienza a hacer oposición abierta y frontal con su propuesta de convocatoria popular a una asamblea nacional constituyente para salir del laberinto.

III.- UNA ANÉCDOTA HISTÓRICA: LOS TRES MIEDOS

Aquí cabe previamente revisitar una anécdota histórica, por pocos conocida, comentada por Pedro Duno en un texto llamado: “Hacia una nueva era de Socialismo” (1992)[viii].

Durante los años 1964-1965 una cumbre de dirigentes de los partidos comunistas latinoamericanos, reunidos en La Habana, decidieron hacer gestiones para acercar y “reconciliar” las relaciones entre el Partido Comunista Soviético y el Partido Comunista Chino.

Cita Duno que, desde La Habana, partieron hacia Moscú y Pekín los siguientes personeros: Arismendi, Gallegos Mancera, Carlos Rafael Rodríguez y otros, pero al recibirlos, Mao Tse Tung despachó a la delegación con una fría y enigmática sentencia que cabe analizar en su contexto histórico: “Camaradas, hay tres miedos. El miedo al Imperialismo norteamericano, el miedo a los revisionistas soviéticos y el miedo al pueblo”.

Cuando el dirigente cubano Carlos Rafael Rodríguez logró preguntar si lo que decía también se refería a Cuba, Mao solo contestó, administrando el silencio con su particular metódica china, lo siguiente: “Cuba no le tiene miedo al imperialismo norteamericano”.

Meses después, el Partido Comunista cubano envió nada más y nada menos que a Ernesto “Che” Guevara, del cual tanto Mao como los Partidos Comunistas sabían que no disponía de ninguno de estos tres miedos, analizados a la luz de su coherencia y posición existencial, tanto en el plano teórico como de su praxis revolucionaria.

Sin embargo, Mao ante el Che insistió que Fidel sólo “no le tenía miedo a los norteamericanos”. Aquella enigmática sentencia llenó de indignación, de acuerdo a la versión de Pedro Duno, a Fidel y a toda la dirección política cubana luego del retorno del Che. Hoy es historia hasta que punto la revolución cubana amarró su contenido y carácter a aspectos medulares del modelo soviético.

Allí Pedro Duno remata la anécdota con lo siguiente. De todos los terrores nocturnos y diurnos, hay uno por encima de todos, que no pueden resolver administrativamente los integrantes de cualquier comité central, de cualquier aparato burocrático o cualquier sociograma que funciona con el llamado culto al “Jefe”. Era clave para Duno desacreditar dogmas y aparatos.

Se trata del “Miedo al Pueblo”, el miedo a las clases subalternas, el miedo a los trabajadores y trabajadoras. Ni burgueses ni burócratas entenderán jamás que el “miedo al pueblo” constituye el principal obstáculo para el cambio político y social, entendido estos como sentido de emancipación humana y liberación social.

Nuestra apreciación con relación a la anécdota y el tema tratado nos permite formular la siguiente hipótesis: Hugo Chávez no le tenía miedo al pueblo para convocarlo a las grandes resoluciones en momentos de crisis, su mejor legado fue la propuesta de convocatoria popular directa al poder originario, para constituir una Asamblea Nacional Constituyente que permitiera salir de aquel laberinto.

Hugo Chávez entendió que EE.UU y sus aliados lo iban a adversar (que incluso intentarían derribarlo), también que el viejo socialismo burocrático del siglo XX no ofrecía un camino viable para apalancar las luchas nacional-populares y que su incorporación en el proyecto nacional Simón Bolívar, con toda una pesada carga de dogmatismo y sectarismo le restaba toda la creatividad histórica necesaria para superar viejos errores, lo cual requería una profunda renovación del imaginario de justicia e igualdad; además el Proyecto Nacional Simón Bolívar no podía caer tampoco en el oportunismo ni en el pragmatismo basado en la escasa formación, típica del empirismo abstracto, ni partir de la premisa de tenerle “miedo al pueblo” que constituían otros graves errores.

No fue casual su intento de elaboración de la llamada “democracia protagónica revolucionaria” como momento superior de la inicial revolución nacional-democrática o de la democracia popular bolivariana. Sin embargo, sólo quedó esbozada y fácilmente recuperada por las estructuras reproductivas de la dominación social y política, por los factores determinantes del poder constituido en el seno del chavismo oficialista, bajo la tesis de “institucionalizar la revolución”.

En la historia, todo intento de evitar el despliegue del cambio de las estructuras, conduce inevitable a convertir a tales agenciamientos, discursos y decisiones en agentes del nuevo orden, incluso a figuras del termidor. De revolucionarios pasan a ser administradores del orden y nuevos conservadores, siguiendo el perfecto hilo del guion de una nueva clase en el poder, con su sistema de privilegios y exclusiones.

Si luego, algunos de sus seguidores hicieron cálculos de miedo al pueblo, de miedo a la soberanía popular directa, para desvirtuar el fondo de la propuesta constituyente y maniobrar con la pequeña política para evitar enfrentarse cara a cara a su relación de representación, identificación, interpelación e interlocución con las clases dominadas, explotadas y excluidas, eso ya era otro asunto. Era el asunto de la salida transformista a la crisis del propio sistema hegemónico bolivariano.

Pero en el caso del movimiento bolivariano apegado a su proyecto histórico originario, como el que expresó Hugo Chávez en sus documentos fundacionales, el “miedo al pueblo” no estaba en la agenda. Como quedó claro en sus particulares derrotas, como el referéndum sindical o en el referéndum por la reforma constitucional en 2007, Hugo Chávez no tuvo miedo a medirse en procesos electorales medianamente competitivos y pluralistas, donde principios básicos como el ejercicio de las libertades quedaran completamente en entredicho.

El pueblo, en su diversidad y pluralismo ideo-político, constituyeron un reto para el logro del liderazgo político, del liderazgo comunicacional y persuasivo, incluso en situaciones donde la esfera pública se inclinaba a ser mayoritariamente opositora. Allí Chávez tuvo el tino de saber retroceder para rectificar y buscar nuevas tácticas para persuadir y configurar nuevas voluntades colectivas.

Pero más allá del miedo al pueblo desde el gobierno, fue la relación de Hugo Chávez con el torrente del pueblo en funciones de oposición. Allí Chávez demostró que la clave era la formación, organización y movilización del pueblo en un vasto movimiento activado como poder constituyente originario, en un frente social muy amplio, no derivado ni convertido en simple “masa de maniobra” de un reducido grupo con prácticas vanguardistas y sectarias.

Eso queda completamente demostrado durante la crisis nacional de aquel período corto (1992-1994), que traducía una profunda “crisis de legitimación”, de cuyos momentos cabe resaltar la crisis de representación, identificación e interlocución política de los partidos dominantes de entonces: Acción Democrática y COPEI.

IV.- LA CRISIS DEL PUNTOFIJISMO CORRUPTO NEOLIBERAL (J. R. Núñez Tenorio in memoriam)

Los llamados cogollos partidistas habían perdido cualquier capacidad de conexión con las necesidades, aspiraciones y demandas sentidas del pueblo. Los actores políticos principales del sistema dominante, habían caído en un profundo descrédito y crisis de confianza.

Por supuesto, los “dispositivos mediáticos” de reproducción ideológica y los laboratorios de propaganda (para asentar y asegurar las prácticas de dominación) intentaban distraer, censurar, recuperar, invisibilizar y naturalizar, en atención a no contribuir a hacer aún más palpable el cuadro de crisis nacional.

No era casual que luego de su detención, las opiniones políticas de los integrantes del movimiento bolivariano originario fueran sometidas a censura, además de la intimidación y la represión contra cualquier sospechoso de integrar sus organizaciones abiertas o encubiertas, en particular, se censuraba la posibilidad de entrevistar a Hugo Chávez, quien desde el 4 de febrero fungía como su líder más relevante ante la opinión pública.

Fue este cerco y censura, el que intentó romper, entre otros periodistas, José Vicente Rangel, porque ya se conocía el triste papel que habían jugado los medios de difusión: prensa, radio y televisión de aquel entonces, para elaborar y anclar en el imaginario social toda una narrativa ideológicamente sesgada sobre los anteriores sucesos de 1989.

Aquella protesta popular, expresión palpable de la crisis orgánica de un sistema hegemónico, fue licuada en el plano de las versiones mediáticas en actos de criminalidad, saqueos y salvajismo contra la tranquilidad pública. Gramsci subraya que para que ella se produzca es necesario que la ruptura englobe a las clases "fundamentales", es decir, a la clase dominante, por una parte, y a la clase que aspira a la dirección del nuevo Sistema Hegemónico, por la otra.

Líneas editoriales, dueños y responsables de mantener a los periodistas en el riel de las imágenes y versiones oficiales colaboraron para evitar que el estallido social adquiriera claras connotaciones políticas. Esa fue la política de represión y apaciguamiento de la cuarta república. La estabilidad de un sistema en crisis era su norte. Escribía José Rafael Núñez Tenorio[ix]:

“Los sucesos, inéditos históricamente, que cumplió el pueblo de Caracas y de toda Venezuela el 27 y 28 de febrero de 1989 fueron el primer clarinazo de una nueva situación política que se le abría al país (cambio en la correlación de fuerzas y toma de conciencia anti bipartidista de la población) fue la respuesta civil a los treinta años de ignominia verdi-blanca que azotó la democracia conquistada el 23 de enero (1958). Los intentos de golpes de estado del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992 también novedosos, fueron la respuesta militar contra el modelo adeco-copeyano corrupto e ilegitimo de democracia que venimos sufriendo los venezolanos. Praxis civil y acción militar marcharon desfasadamente por la falta de unidad, dirección y coordinación. Pero la historia es terca en sus designios…todo ello anuncia claramente el fin de una época histórica y el inicio de otra: el derrumbe del bipartidismo”.

Y Núñez Tenorio en 1998 dijo lo que otros ni siquiera citan en sus fuentes documentales:

“El 27 de febrero hubo pueblo insurrecto, pero sin vanguardia armada, ni política. El 4 de febrero hubo vanguardia militar sin participación civil – aunque sin con respaldo espontaneo. Los signos de la historia parecieran señalar una futura unidad entre insurrección y vanguardia político-militar”.

Pero volvamos a 1989. Durante los sucesos del 27 de febrero de 1989 y días subsiguientes, fueron construidos los estereotipos asociados a los saqueos y desmanes de la “plebe popular”, de las “clases peligrosas”, justificando los llamados al orden y a cualquier actuación de los aparatos de estado en dirección de la represión letal masiva.

La protesta fue tramitada en sus modos de producción de sentidos y significaciones mediáticas, en términos generales, como un asunto de “crimen y desorden”, con el consecuente y necesario castigo. Fue luego de palpar las consecuencias del “terrorismo de estado”, de los “desaparecidos de Estado”, que aparecieron los disensos en las versiones y las representaciones oficialistas de la protesta popular. Porque lo que no se enfatiza suficientemente en cualquier análisis es que la comunicación política de cualquier gobierno consiste en producir el intento de legitimación de la mirada y la versión oficialista de la realidad, incluyendo la deslegitimación de las protestas y movilizaciones populares con un tramite de cooptación utilitaria y represión para volver al carril del orden.

Todo esto marco la reactivación de aquella frase plebeya: “Maldito el soldado que dispare contra el pueblo”. Un hecho que también dejó sobre la escena el asunto del “miedo al pueblo”.

V.- LA APARICIÓN PÚBLICA DEL MBR-200

La emergencia del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), y en particular la figura de Hugo Chávez, adquieren luego de 1992 un profundo y particular carácter disruptivo y revulsivo, dadas las circunstancias de aquella dramática situación social, económica, política y moral, que tuvo entonces una expresión de quiebre militar, que se acentuó exponencialmente luego de aquellos sucesos de febrero de 1989, configurando su actuación o agenciamiento en el año 1992, bajo las premisas de una auténtica “crisis orgánica” de las estructuras reproductivas del poder.

También las crisis orgánicas pueden desarrollarse en el interior del sistema hegemónico mismo poniendo frente a frente a la clase fundamental y a sus grupos auxiliares, o incluso fracciones de la clase fundamental entre sí. Lo más importante es que según Gramsci: "La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo".

Por supuesto, las jóvenes generaciones de hoy, impactadas además por nuevos ecosistemas mediáticos incorporados a la vieja “industria de la conciencia social”: editoriales, prensa, radio, cine y televisión; es decir a las nuevas redes sociales digitales y su nueva psicopolítica, no tienen referencia alguna sobre la coyuntura abierta entre los años 1989 y 1994; no entenderán sobre Chávez y el movimiento bolivariano sino las versiones  de la historia oficial, las imágenes y textos construidos desde el aparatos oficiales para justificar las propias políticas del gobierno que se adjetiva de bolivariano.

Desconocen completamente el papel del Hugo Chávez y del movimiento bolivariano originario como “oposición política”, como actores de la rebelión militar y popular para impulsar el proceso constituyente. Por una vuelta de tuerca de la lógica del poder, silencian e invisibilizan la imantación de la rebelión militar y popular bolivariana, para generar una imagen de defensa del poder constituido, del “gobierno bolivariano” sin ninguna atención a las bases sociales del poder. Presuntos revolucionarios ayer, convencidos conservadores hoy.

Veamos las consecuencias de desconocer esto, con una cita de la primera entrevista realizada por José Vicente Rangel a Hugo Chávez en agosto de 1992:

“Verdaderamente, si la clase política dirigente continúa aferrada a sus privilegios, si esta clase política no es capaz de comprender la evolución del proceso político venezolano, si se resiste tercamente —repito— a los cambios necesarios, será inevitable que la sociedad venezolana como un todo vuelva a utilizar el derecho a la rebelión consagrado en el artículo 250 de nuestra Constitución Nacional (1961). Si el torrente robinsoniano produce esa situación, que pudiera perfectamente degenerar en un conflicto de grandes proporciones parecido a aquel del siglo pasado, conocido en la historia como la Guerra Federal, pues no sería por voluntad del Movimiento Bolivariano y es buena la ocasión para aclararlo.

Nosotros, los oficiales y suboficiales del Movimiento Bolivariano, no estamos de ninguna manera promoviendo una salida violenta. Hemos estado, sí, pendientes del acontecer diario de la situación nacional. El torrente de una situación violenta sería producto de la terquedad de esa clase política, del estilo de engaño con el cual se han venido manejando sus propios intereses a espaldas del clamor nacional. Ellos serían los verdaderos culpables de una situación de violencia expansiva, generalizada, como la que usted ha traído a colación en este diálogo tan interesante que estamos manteniendo. Ahora, nadie puede venir aquí a profetizar acerca de la forma de acción que se haría concreta en el panorama nacional. No podemos decir que sería una acción militar parecida o similar a la conducida por nosotros el 4 de febrero, o una acción popular parecida a la que se desarrolló en Caracas en los días 27 y 28 de febrero de 1989. Incluso por allí hay una expresión algebraica que se ha dejado correr, donde la sumatoria del 27F más el 4F, equivale a un 31F, para simbolizar una tercera opción, una tercera forma de salir de este juego trancado. Esta forma sería la combinación del elemento civil con el elemento militar para producir una insurrección cívico-militar.”

Lo que dibuja con claridad allí Hugo Chávez es la situación de Crisis Nacional cuando se cierran los canales de los cambios pacíficos, democráticos, electorales y constitucionales, cuando se cierra la expresión política autentica del poder constituyente originario, y se produce en el escenario la probabilidad de una potencial insurrección cívico-militar.

Tal situación puede ser caracterizada como aquella en la cual los factores históricos decisivos, determinantes y condicionantes, se anudan intensamente, no en un plano recurrente de tiempo cronológico sino en el plano propiamente transformativo, para abrir la posibilidad de una rebelión o subversión política, con toda la carga histórica de la combinación de las diversas formas de lucha.

Quiere decir esto último, que en el transcurrir de las prácticas sociales sedimentadas, en los modos de portar y movilizar significaciones colectivas y practicas habituadas, se produce un quiebre, abriendo la historia a un campo transformativo, conflictivo, imantado de tensiones, de incertidumbres y contingencias, donde la “historicidad constituida” da paso y abre las compuertas del tiempo de la “historicidad constituyente”, donde la clave del agenciamiento es la dimensión de los proyectos en pugna o disputa antagónica.

Una tal situación prerrevolucionaria puede pasar a ser revolucionaria cuando las formas de conciencia emergente se traducen en nuevos vectores de organización y movilización; colocando en la puerta de la historia a los factores imponderables e incalculables. Las vitrinas y fachadas podrían quedar rotas. Son momentos muy singulares, no habituales, poco comunes, refractarios a los “tiempos normales”, donde las estructuras y prácticas reproductivas, parecen derretirse en sus figuras de estabilidad, fijeza, constancia, uniformidad y limitación para el drama histórico de los actores y autores de la historia. Son tiempos de praxis organizativa, de la articulación de transacciones colusivas, de movimientos y movilizaciones, como factores decisivos y condicionantes del cambio societal.

Hugo Chávez, dando cuenta de los posibles acontecimientos, utilizó una metáfora a la llanera para describir tal situación:

“Cualquier observador descuidado puede ser sorprendido por esta verdad, o para decirlo en buen llanero, cualquier bonguero descuidado puede ser sorprendido por las corrientes escondidas del Arauca en estos tiempos de invierno, Doctor Rangel”.

El reverso de las estructuras perdurables, rodeadas de solemnidad y obediencia, da paso a corrientes sumergidas que emergen, a los signos del malestar social en pasaje a la rebeldía abierta, incluso a actos de profunda transgresión y subversión política. Por supuesto, todo esto puede quedar en simples fenómenos episódicos de protesta desarticuladas, con muy bajos niveles de exigencia y organización, con precarias formas de conquista y utilización de recursos de poder. Justo allí intervienen contingencias, incalculables e imponderables.

Pero también allí cobran significación determinante los hechos de la palabra y del discurso, las actuaciones coherentes, las decisiones contingentes, la efectuación de la dimensión proyectiva y de exteriorización del campo de la subjetividad colectiva, con sus imaginarios sociales incluidos. Los factores morales e intelectuales son las condiciones subjetivas de la conformación de bloques ideológicos emergentes, imantados por auténticos dispositivos afectivos y pulsionales: cargas de sentimiento, emoción, atracción-repudio, pasiones y afectos.

En tales situaciones, la esperanza parecía derrotar al miedo, el coraje desbordaba las contramedidas represivas. Los aparatos de inteligencia y contrainteligencia intentaban evitar lo inevitable. La represión intentaba, sin éxito perdurable, sustituir el fondo de sentido de la irreversible crisis de legitimación y crisis de motivación.

Pocos dudan hoy, qué en aquella situación, Hugo Chávez lograba redimensionar el papel de la palabra política, del acto y la movilización de voluntades colectivas en formación, con determinados sentidos y horizontes transformativos.

El MBR-200 desmitificó en aquel entonces la “palabra oficial”, el apaciguamiento, la reforma gatopardiana, el pacto entre las elites y factores de poder. Los discursos del entonces Carlos Andrés Pérez fueron recibidos con auténticas expresiones de protesta como los cacerolazos. Se fue estableciendo un quiebre más profundo de la representación política, de los sentidos de orden y de autoridad. De esa ejecutoria o desempeño nació su etiqueta para los bolivarianos de aquel entonces de “MOVIMIENTO revolucionario”.

Como ha planteado Portelli[x] en un clásico texto

“La crisis orgánica afecta por lo tanto el modo habitual de dirección de la clase dirigente sobre los otros grupos sociales, el consenso, y fortalece la posición de los órganos de la sociedad política en el serlo de la superestructura. Esta crisis de hegemonía, que hemos definido como "crisis de autoridad", es por lo tanto una crisis de autoridad de la clase dirigente, convertida en clase puramente dominante y, consecuentemente crisis de la ideología tradicional, de la cual las clases subalternas se han escindido.”

Desafiaban la palabra oficial en sus intervenciones, en sus significados cuasi-naturales y reificados.  Les había quitado la solemnidad a las autoridades legitimadas, facilitando el acceso al pueblo y colectivo nacional expectante, de nuevos códigos, marcos y mensaje, que fueron configurando un poderoso entramado y ensamblaje de compromisos recíprocos (transacciones colusivas), que desafiaron todos los intentos por recomponer el sistema con reformas, con pactos entre las elites y factores de poder.

Allí se establecieron las bases de la subversión bolivariana, en contraste con décadas históricas del uso del llamado “culto a Bolívar” como mero instrumento de legitimación de las estructuras de poder oficiales. Esto solo tuvo como antecedente la resignificación de la gesta de Simón Bolívar para los movimientos insurgentes en los años 60, hecho que recolocó la tensión entre el dogma heredado por décadas de hegemonía estalinista y la adecuación del pensamiento revolucionario a las condiciones históricas específicas de una sociedad, una nación y un pueblo.

Un hecho que han perdido de vista, incluso los historiadores críticos del culto a Bolívar, que siguen sin entender ese pasaje del malestar social a la rebelión y a la subversión política vía reactivación del “Bolívar profundo”, del Bolívar en clave plebeya, en clave nacional-popular.

Sin embargo, en aquel momento, predominaba no la figura solitaria de un héroe individual mitificado, o lo que quieren llamar hoy un “outsider”, sino que se expresaba una unidad de mando colectiva, de una “comandancia” compartida (los llamados “Comacates”) propia de un movimiento que apareció en el plano de la fantasía social y de la máquina mitológica disputando el terreno del sistema de actores convencionales del bipartidismo agonizante y decadente.

Ante las élites políticas convencionales y su sistema hegemónico, una suerte de “contraélite”; ante los partidos del status, una suerte de movimiento con contenidos ideológicos que conducían al “extrañamiento” de los valores ideológicos convencionales, incluso con figuraciones de sentido indescifrables (el “arcaísmo”: Árbol las tres raíces); ante los estados oficiales de opinión, la búsqueda de un nuevo circuito de comunicación y legitimación política.

Cabe analizar aquí en detalle las propias palabras de Hugo Chávez en su primera entrevista censurada a José Vicente Rangel:

“Hoy, después de casi siete meses de la insurrección militar del 4 de febrero, los hombres que condujimos aquella gesta, el Movimiento Bolivariano como organización cívico-militar, el árbol de las tres raíces como inspiración filosófico doctrinaria, basada en el pensamiento de Simón Rodríguez, de Simón Bolívar y de Ezequiel Zamora; es decir, todos los componentes de esa fuerza que irrumpió como del subsuelo aquella noche y aquel día del 4 de febrero, mantenemos en vigor, mantenemos la vigencia que nos proporciona la tremenda fortaleza del pueblo venezolano. Esa vigencia que mantenemos es una fuerza que viene del alma popular y es una fuerza que difícilmente podrá agotarse, porque se confunde con la esperanza del pueblo, con su vigencia. Y no hay ningún pueblo en la historia que haya perdido esa vigencia que le da su esperanza.”

Como ha sido recurrentemente constatado, la inversión de los signos oficiales, fue parte del repertorio del movimiento que aspiraba a socavar y modificar las estructuras de poder vigentes en aquel entonces. El sentido de la comunicación política fue en todo un momento un acervo fundamental del liderazgo que iba adquiriendo el propio Chávez, dado su discurso ante los hechos del 4 de febrero, incluso frente a sus propios compañeros del proyecto; fue además el soporte de un proceso de conquista de autenticidad y prestigio político, que fue posicionando y apalancando la prefiguración de una voluntad colectiva nacional-popular, un nuevo ciclo de movimiento de masas que reaparecía en el devenir histórico, siempre sin desconocer sus condiciones históricas de posibilidad.

Chávez no cayó del cielo o de las ideas platónicas, nació de las entrañas más crudas de la crisis orgánica y de la propia genealogía histórica del puntofijismo en su fase corrupta y neoliberal.

Si hubiese ocurrido la rebelión del 4-F en 1963, quizás se hubiese estrellado ante el mismo muro de aquellos levantamientos militares de 1963, porque se trataba de dos sistemas políticos marcados por situaciones distintas: la decadencia y agonía en el caso de 1992, o por el alba y expectativas de auge, como ocurría con el viento a favor del propio gobierno de Betancourt en 1963. Chávez fue expresión de la propia crisis y agotamiento del punto-fijismo.

Todo esto ocurría, sin embargo, no exento de tensiones y rivalidades, propias de la toma de posición de lo que sería el futuro inmediato del propio MBR-200. Allí aparecieron potenciales disputas de liderazgos, grupos y subgrupos, tensiones propias de la derrota operacional, pero recubiertas del poderoso efecto del reconocimiento político-popular de los sucesos del 4-F.

Allí Chávez comenzó a condensar sobre sí un acto de puesta en discurso de resonancia colectiva, con una poderosa carga de empatía, de enseñanza y al mismo tiempo de disuasión frente a sus oponentes. Empleó la palabra apalancada por el rostro y el gesto, marcada por el gesto y la imagen proyectada, siempre la palabra en contexto situacional, con la particularidad de establecer orientaciones y acentos de signo contrario, o con mayor precisión: acentos contrahegemónicos a la palabra mediática y a la versión de la política oficial.

Hasta ese momento, la palabra política estuvo fundamentalmente al servicio la justificación y reificación de poderosos intereses, privilegios y exclusiones (como parece ocurrir hoy), y ahora lo estaría, en el terreno de la proyección social y del imaginario del cambio, al servicio de un pueblo, de la nación y de los que habían sido excluidos; con lo cual Chávez invirtió los signos de la acción política para relacionarse con nuevos interlocutores, construir nuevos circuitos y niveles de comunicación política, nuevos pactos y articulaciones hegemónicas, donde la afectividad, la imantación de deseos, reactivaron tramas hasta ese momento no visibles de la propia etnogénesis de la cultura política nacional.

Fue todo esto lo que puede terminar hoy en una bancarrota, si lo que termine sustituyendo a Chávez no fuera otra cosa que un retorno a los pactos de elites y factores de poder, un sistema hegemónico en crisis y disolución, el retorno de los mandatos del orden financiero neoliberal-global, la destrucción de las condiciones de vida de las mayorías asalariadas y un profundo miedo al pueblo, a su participación y protagonismo.

VI.- LAS ENTREVISTAS CENSURADAS[xi]

Por eso, el análisis de las entrevistas de José Vicente Rangel, las llamadas “entrevistas censuradas”, adquieren una relevancia especial, porque allí el propio José Vicente Rangel, en el tejido intertextual y polifónico, asume algunas de las versiones y roles de las voces de sectores de poder que calibraban con “ojeriza” al MBR-200.

El periodista hace de abogado del diablo, duda de las intenciones estratégicas de Chávez, duda de la capacidad de tal alternativa, de su madurez política, duda de la posibilidad misma que la situación estuviese anunciado cambios aún más profundos que no pudiesen resolverse con las maniobras de recuperación propia de un sistema político, que había logrado sortear ya desafíos a su propia estabilidad, eficacia política y legitimación política a lo largo de su historia.

Veamos algunas de las preguntas más representativas del entrevistador que traducen tales actitudes, inquietudes y expectativas:

  1. “Existe la impresión de que usted se desinfló, de que ya no es noticia. En este mismo programa, analizando el caso Chávez hace algún tiempo, José Luis Vethencourt dijo que no se podía vivir toda la vida en la incandescencia. Posiblemente, estas circunstancias determinen lo que motiva esta pregunta, ¿qué cree usted al respecto?”
  2. “Comentario de JVR: Quizás usted, sin darse cuenta, ha contribuido al desgaste de su imagen. Es posible que un sinnúmero de declaraciones que ha dado, algunas de ellas contradictorias, hayan contribuido a esa situación, que por lo demás es explicable, tratándose de una persona que está detenida.”
  3. “Existe la impresión en la calle, comandante Chávez, de que el presidente Carlos Andrés Pérez se estabiliza. Es posible que el propio Gobierno contribuya a filtrar esta impresión, pero sin duda de que el tiempo corre a su favor. Además, vamos a entrar en un proceso electoral, y ya sabemos cómo los procesos electorales distraen la atención de la opinión pública. Este proceso comenzará el mes entrante y solo concluirá a finales de 1993. ¿Cuál es su opinión en torno a esto?”
  4. “La experiencia nos indica que casi siempre los gobiernos militares se inician con promesas democráticas y de cambio, que generalmente no cumplen. Realmente el pueblo venezolano no asoció el 4 de febrero con la posibilidad de instaurar una dictadura militar en el país, esto es verdad. Pero, por otra parte, la gente considera que ustedes no contaban con el equipo capaz, suficiente para llevar adelante una acción de gobierno importante. Realmente, ¿cuál era la situación? y ¿cuál puede ser la situación en el futuro, en relación con un equipo de hombres y de mujeres capaz de llevar adelante un cambio importante en Venezuela?”
  5. “Cuando el presidente Pérez habla de los militares del 4 de febrero, se refiere a una logia, ¿qué opinión le merece esta caracterización del presidente?”
  6. “Sin duda de que para muchos usted está limitado, está preso; usted no tiene una fuerza a su mando; usted no tiene las posibilidades que tuvo antes del 4 de febrero. ¿Está consciente de esa situación? ¿O cree que la situación es diferente?
  7. Usted, como es lógico, como prisionero reclama su libertad. Hasta ahora el presidente de la República ha dicho que no lo indultará. Pero en el caso de que lo indultara el presidente Pérez, ¿cuál sería su reacción?

Planteemos esto de la manera más cruda y con los documentos en mano. Hugo Chávez desarrolla en las entrevistas censuradas toda una visión de la crisis nacional, de sus antecedentes, de su desarrollo y sus consecuencias.

A.- NOS DUELE LA PATRIA (entrevista 30 de agosto de 1992)

Con tal “titulo” se enmarca la primera entrevista, en aquel momento completamente censurada. ¿A quién le duele la patria? ¿Cuál es ese nosotros imaginario al que invoca Chávez?

José Vicente Rangel comenzó aquella entrevista caracterizando el centro penitenciario de Yare, centro enclavado en la población de San Francisco de Yare, famosa por sus diablos danzantes, que recogía “la magia de todo un rito”. Allí se enclava una cárcel construida para presos comunes, pero donde estaban recluidos “diez oficiales de las Fuerzas Armadas Venezolanas, entre ellos este hombre”: Hugo Chávez.

Dice JVR: “Este hombre no ha sido visto por televisión desde hace aproximadamente siete meses. Todo el país recuerda la oportunidad en que intervino.”

Allí ponen a rodar la imagen, gestos y palabra de Chávez de su famosa “rendición”:

“Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital, es decir, nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre, ya es tiempo de reflexionar, y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra, oigan al comandante Chávez que les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas, porque ya en verdad los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional, es imposible que los logremos. Compañeros, oigan este mensaje solidario, les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo ante el país y ante ustedes asumo la responsabilidad de este Movimiento Militar Bolivariano”.

No podemos perder de vista este mensaje para “deponer las armas” ante la imposibilidad de alcanzar los objetivos trazados a nivel nacional. Un principio básico de “conservación de las fuerzas” ante una derrota operacional, aunque manteniendo la esperanza: “vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor”.

Se trataba, obviamente, de una rendición táctica, y ese fue el potente detonante de las expectativas. Así mismo, significó la asunción de la responsabilidad del acto y de la conducción del “Movimiento Militar Bolivariano”. El cambio sociopolítico se había sembrado. Ya vendrán “nuevas situaciones”. Chávez no cerró la historia ni el tiempo de la historicidad constituyente a la historicidad política de las estructuras reproductivas en crisis. Por eso aún resuena el debate y la controversia sobre esta anómala rendición y sus impactos en la conciencia social.

Ante la crisis nacional Hugo Chávez responde:

“…la realidad actual, la situación actual de la nación no puede ser llevada a la simpleza, no puede depender de dos, o tres, o cinco figuras fulgurantes, llameantes, que se paseen por el escenario nacional. Lo que sí es cierto es que hoy hay una incandescencia general en la sociedad civil, en las Fuerzas Armadas venezolanas. La incandescencia, doctor Rangel, abarcó todo el panorama nacional y se extiende; y nada ni nadie podrá ya detenerla hasta que no ocurran de verdad los cambios que requiere esta actual situación.”

“…permítame insistirle, doctor Rangel, que ni el comandante Hugo Chávez Frías, ni los oficiales del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 hemos visto este proceso, tan complejo, donde lo que está en juego es precisamente la suerte de millones, de más de 20 millones de venezolanos, de seres humanos que sufren la realidad, con la óptica esa de mantener o incrementar una imagen ante la opinión pública.”

“Es de tal magnitud la tormenta por la cual está atravesando la nave venezolana, que debemos salir, debemos asumir la responsabilidad, debemos izar nuestras velas aún a riesgo de que se rompan. Ya tendremos que remendarlas entonces sobre la marcha. Sabemos y estamos conscientes, como ya lo decía anteriormente, de las campañas de desinformación, de los laboratorios de guerra sucia que estarán pendientes de las expresiones, de los actores diversos, para tratar de desmontar su discurso, su intención, su esperanza, que es la esperanza, en fin, de todo el pueblo de Venezuela.”

“Nosotros, los oficiales y suboficiales del Movimiento Bolivariano, no estamos de ninguna manera promoviendo una salida violenta. Hemos estado, sí, pendientes del acontecer diario de la situación nacional. El torrente de una situación violenta sería producto de la terquedad de esa clase política, del estilo de engaño con el cual se han venido manejando sus propios intereses a espaldas del clamor nacional. Ellos serían los verdaderos culpables de una situación de violencia expansiva, generalizada, como la que usted ha traído a colación en este diálogo tan interesante que estamos manteniendo.”

“Lo que sí ocurre actualmente es que el sistema perdió no solamente su equilibrio estructural, sino también su capacidad de autorregulación sobre las alteraciones que lo afectan de manera sensible. Es cierto que los procesos electorales tal como son conducidos por las actuales estructuras partidistas, por los cogollos de los partidos políticos del estatus, ejercen ciertamente esos efectos que usted ha señalado; eso es innegable. Sin embargo, no olvidemos por una parte aquella definición de ese gran pensador contemporáneo Antonio Gramsci, cuando definía a la crisis como un estado en el cual lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer. Eso ha calado en la conciencia política del pueblo venezolano, la cual se ha incrementado de manera bastante apreciable, y pudiéramos afirmar que ese artificio que ya he mencionado no va a funcionar con la efectividad que lo ha hecho en ocasiones anteriores. De manera tal que, en esa conciencia política del pueblo venezolano está muy claro que, hasta que otros actores sociales no se hagan presentes en el escenario con voluntad y con capacidad para conducir auténticos procesos de transformación, esta crisis no va a cesar.”

“el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 no buscaba una dictadura militar. Los oficiales y suboficiales que insurgimos el 4 de febrero lo hicimos porque realmente no había ningún otro camino, no había ninguna otra opción para romper el esquema de dominación del régimen. Insurgimos con las armas, cumpliendo además una obligación constitucional, como lo señala el artículo 132 de la Carta Magna, cuando habla de la función de las Fuerzas Armadas Nacionales y el ya referido anteriormente artículo 250 de la misma, el cual autoriza a los pueblos para hacer uso del derecho a la rebelión.”

Si hasta aquí los lectores no se han dado cuenta de la relevancia de tales entrevistas, queremos simplemente dejar planteada la tarea pendiente, para profundizar en próximas entregas.

No queremos cerrar esta primera aproximación sin dar cuenta del repertorio de autores y voces que recreaban las respuestas de Chávez ante un periodista y político con una amplia trayectoria como lo fue José Vicente Rangel.

La librería mental de Chávez contemplaba autores que rompían por supuesto, los horizontes del pensamiento único neoliberal de aquel momento y de todo el imaginario urbano de clase media de aquella sociedad venezolana:

Las coplas del gran poeta barines Sánchez Olivo, Ezequiel Zamora, Rómulo Gallegos, Eduardo Galeano, Simón Bolívar, Max Weber, Simón Rodríguez, Alí Primera, Maza Zavala, Antonio Gramsci, y de manera permanente sin mencionarlo explícitamente Carlos Matus.

Como veremos en otras entregas, José Vicente Rangel había quedado profundamente impactado por lo que traduce inicialmente por una suerte de leyenda y mito popular emergente: la figura de Hugo Chávez y el movimiento bolivariano.

Como han dicho otros autores: la crisis parirá sus propios movimientos y liderazgos emergentes.

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[ii] Karl Marx. El Capital. Tomo III. Disponible en línea. Citado por Sergio Bagú: Marx-Engels.

[iii] Max Weber (1946) "The Social Psychology of the World Religions", en From Max Weber: Essays in Sociology, Oxford, Nueva York, pp. 267–301 (1972, "Einleitung", en GARS, vol. 1, Mohr, Tubinga, pp. 237–268) [hay traducción al español: "Introducción", en ESR, tomo I, Taurus, Madrid, 1998, pp. 233–268

[iv] Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1980/2010). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos

[v] Eugene Klapp. Héroes, Villanos y locos. Editorial Grijalbo.

[vi] Carlos Matus (1980). Planificación de situaciones. FCE.

[vii] El 5 de junio de 1993 el Congreso de Venezuela eligió al entonces senador por el Estado Táchira, Ramón J. Velásquez, como presidente constitucional para sustituir a Carlos Andrés Pérez, suspendido de sus funciones por acusaciones de corrupción en el manejo de los fondos públicos de la llamada “partida secreta”.

[viii] Pedro Duno (1992): “Hacia una nueva era de Socialismo”.

[ix] José Rafael Núñez Tenorio: Para un análisis de la historia contemporánea: la lucha contra el punto-fijismo corrupto neoliberal. Los Teques: Fondo Editorial A.L.E.M., 1998

[x] Hugues Portelli: Gramsci y el bloque histórico. Editorial Siglo XXI. 1973

[xi] De Yare a Miraflores: el mismo subversivo. Entrevistas de José Vicente Rangel a Hugo Chávez. ENTREVISTAS AL COMANDANTE HUGO CHÁVEZ [1992-2012]

 

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