"El pueblo es una entelequia".
Rómulo Betancourt
A plena luz del día, la policía asaltaba viviendas, desataba su furia y proyectiles, donde sospechase pudiera haber algún adversario del régimen. Y era una forma represiva para advertir a la gente lo que le esperaba si se atrevía a solidarizarse con quienes le hacían resistencia.
Los dos jóvenes habían estado toda la noche pintando consignas de: "Renuncia R", "Viva Cuba" y otras que consideraban necesarias. Cansados, decidieron dormir en casa de uno de los dos. El jefe policial, el mismo que allanó ilegalmente la UCV e inundó los pasillos de la residencia universitaria con ramas de marihuana, que al día siguiente la prensa reportó como un "lamentable hallazgo de las fuerzas del orden", penetró con violencia la vivienda, y con dos de sus hombres, irrumpió en el cuarto donde los dos jóvenes dormían; sobre éstos, vaciaron sus armas y sus instintos criminales. Por la orden impartida de Miraflores, aquellos procederes se volvieron democráticos y valederos y sirvieron para saciar los instintos criminales de policías reclutados entre la gente más abyecta.
Después, con Leoni, la macabra escogencia se haría entre personajes macabros reclutados por la CIA, entre la mafia cubana, dado que en Venezuela no era posible encontrar tan macabro manantial.
A aquel pillo, de tanta pequeña estatura física como moral, que llamaban el Capitán Vegas, que solíamos ver en la prensa dando declaraciones falsas, después de haber cometido alguna atrocidad, embutido en chaqueta larga que le llegaba casi hasta los tobillos, le vimos esparciendo unas ramas, como quien cumple un rito religioso o de brujería, por el amplio salón a la entrada de la residencia número uno. Fueron esas ramas las mismas que exhibió a la prensa como la marihuana que allí escondían para el consumo los muchachos. Era ese pillo, el mismo que, casi todas las semanas, como quien cumple un ritual, sólo por sevicia, allanaba aquella residencia cercana al Instituto Pedagógico, sin ningún motivo y sin respetar ninguna regla. El mismo a quien sin ponerle nombre, exhibo en mi novela sin editar "Cuando quisimos asaltar el cielo", porque no quiero se le olvide.
Nadie mejor que él cumplió aquella macabra orden y no obstante nadie le recuerda y tanto es así, que en las averiguaciones posteriores, su nombre no apareció por ninguna parte. Como si se lo hubiese tragado la tierra y borrado de la mente colectiva. En veces creo fue un sueño o una simple invención de uno "en los tiempos del terror" o un simple fantasma emanado del miedo y las noches de insomnio esperando la policía, encabezada por él, el no existente, allanase los espacios donde pernoctábamos.
Y lo quiero recordar porque, cuando se habla de las atrocidades de los gobiernos de Betancourt y Leoni, de los tantos torturados, humillados, muertos, fusilados y desaparecidos, de la ferocidad de los cuerpos policías, nadie recuerda a aquel cruel personaje que en nuestro tiempo, su solo nombre causaba terror..
Los dos muchachos, casi niños, estudiantes de ingeniería que soñaban con héroes, nada supieron de aquel procedimiento brutal. Todo empezó cuando el gobierno se ganó el rechazo popular. Tanto que, hasta la gente más activa de su propio partido, se unió a las manifestaciones multitudinarias que, en la calle, protestaban con furia y coraje las políticas lesivas al pueblo y al interés nacional.
Ante eso, el gobernante usó los medios audiovisuales, no para explicar al pueblo la validez de sus medidas e invitarle a acompañarle y rodearle. No tuvo palabras ni buena fe para eso. Para él, el pueblo era una "entelequia", esa fue la palabra que usó, y por eso no había nada que explicar. Entonces el pueblo no existía, sólo estaba en la imaginación nuestra, era como un fantasma que nos perseguía, disfrazado de diferentes formas.
A la tarde siguiente, Gumersindo Rodríguez y Humberto "el negro" Cuenca, en la puerta de la casa del partido, cuando todavía ella existía y esperaba la allanasen y cerrasen por años, tuvieron una larga conversación sobre aquello, como el pueblo, en el lenguaje Betancourt, sólo era una "entelequia", mientras yo les escuchaba atentamente. Y con el paso de los años, desde aquella temprana edad, hemos visto, cómo los gobernantes no usan esa palabra para calificar al pueblo, sino en su accionar demuestran que en eso creen. Hasta quienes dicen lo contrario. Tanto que, pese a lo que las constituciones digan y los derechos que otorguen al "soberano", se siguen haciendo lo que gobernantes, poderosos, decidan y el pueblo sigue siendo una entelequia, como calificó Betancourt.
Hasta las casas de los partidos, donde la gente podía acudir a verse de cara a cara con quien fuese pertinente, el simple compañero o el alto dirigente, desaparecieron en una modernidad, donde pese la abundancia de redes, la incomunicación inalámbrica, impersonal, predomina y le da más valor y peso a aquella "vieja" idea o sentencia según la cual "el pueblo es una entelequia". Hasta vota por una cosa y sus elegidos hacen otra y le cuesta percatarse que hubo como un enredo o una confusión de las señas. Interpretó mal o fue mal interpretado, pero al fin nadie le rinde cuentas y menos hay quien por él reclame.
Las redes tienen una particularidad, funcionan en un sólo sentido. Sirven para ordenar, sugerir y hasta ideologizar, pero no fueron diseñadas para transmitir el descontento de manera que se obtengan resultados o respuestas pertinentes, sólo sirven para los lamentos. Y son excelentes para difundir rumores, dividir, poner unos contra otros, hasta quienes no tienen motivos, dado que sus cuentos siempre están como aderezados para el engaño y la difusión del odio.
Al final, como un dios del mal, ordenó a la policía: "disparen primero y averigüen después". Por esta orden macabra, los policías salieron desaforados a la calle, entraron en las casas, subieron a los cerros y se llegaron hasta donde hubiese cualquier grupo de manifestantes a disparar a mansalva. Y los muertos se contaban por montones. Y toda literatura que se encontrase en alguna vivienda o local allanado; libro que portase cualquier ciudadano detenido, sospechoso enemigo del gobierno, se le calificaba como literatura subversiva. Así fue subversivo Pablo Neruda, Franz Kafka, García Lorca, Jean Paul Sartre, para quienes ciertas razones había, pero también llamaron de ese modo a otros que nada tenían que ver con el asunto, como compañeros de la gente del gobierno, Andrés Eloy Blanco y Rómulo Gallegos. Y ese proceder, que prendió una pequeña guerra en el país, propio del gobierno de Pinochet, no fue el de Chávez, sino de Rómulo Betancourt, a quien curiosamente llaman el padre de la democracia. Era aquella otra manera de hacer hogueras con los libros.