El extremismo opositor, que estuvo muy cerca del poder en el bienio 2002 - 2003, cuando llegó incluso a sacar a Hugo Chávez de Miraflores, no ha vuelto a acariciar realmente esta posibilidad ni en sus mejores momentos políticos, como fueron los ocurridos en 2007, con la derrota de la reforma constitucional propuesta nada menos que por el mismo Chávez; 2013, con el cerrado resultado de las elecciones presidenciales, y 2015, con la victoria clara obtenida en las elecciones de la Asamblea Nacional. La causa fundamental fue que nunca administró sus victorias con criterio estratégico hacia la toma del poder político. Siempre actuó de forma inmediatista, sectaria y voluntarista.
Así ocurrió en los inicios del autodefinido como gobierno revolucionario, a menos de tres años de su triunfo electoral, el cual no podía en el sano juicio de nadie ser señalado como fraudulento, pues no existía control gubernamental del consejo electoral. Ya en 2001, se produce el primer llamado a huelga general indefinida, que afectó la producción petrolera, en un intento insano por derribar a quien constitucionalmente estaba en el poder y que para entonces no tenía el control del resto de los poderes públicos, ni gozaba del apoyo fanático de las fuerzas armadas de entonces.
Lo ocurrido luego es de todos conocido. Esa conducta autosuficiente, soberbia, sectaria y voluntarista, incapaz de hacer política a mediano plazo, ha sido una constante en estas más de dos décadas de gobiernos chavecistas, interrumpida sólo por algunos momentos de repliegue extremista generado por condiciones políticas desfavorables a sus posiciones suicidas. En 2007 y 2015, se produjeron claras victorias electorales de carácter nacional, en las que se derrotó al gobierno con todo y los recursos financieros y de todo tipo que tenía, su ventajismo electoral y el control de todos los poderes del Estado.
Incluso, las derrotas cerradas de Capriles en las elecciones presidenciales contra Chávez y luego contra Maduro podrían considerarse como victoriosas, dadas las condiciones existentes y por haber desembocado luego en la victoria opositora de 2015. Y no he hablado de las muchas e importantes victorias en las elecciones regionales, que llevo en un momento a la oposición a controlar las principales gobernaciones. Y más recientemente, y pese a la división existente, los últimos comicios municipales significaron la obtención de casi 130 alcaldías por las fuerzas opositoras. Es claro, que la vía electoral es la que ha generado derrotas importantes de las fuerzas gubernamentales.
Es más, el triunfo del partido de gobierno en las elecciones de gobernadores de 2021 fue el resultado de la división de las fuerzas opositoras, la cual fue causada por las acciones suicidas de los partidos y grupos del extremismo opositor. Si éste sector no hubiera adoptado la conducta de presentar candidatos divisionistas, en regiones donde los grupos opositores sensatos tenían la primera opción de triunfo, hoy el gobierno no tendría la mayoría de las gobernaciones, sino sólo un puñado de ellas. Recuerdo los casos emblemáticos de los estados Táchira y Lara, para no mencionarlos todos.
A 18 meses de las elecciones presidenciales, si es que el gobierno no las convoca para inicios de 2024, no existe ni una unidad de grupos opositores que agrupe a una clara mayoría de este sector, ni un candidato y programa de gobierno que genere entusiasmo y esperanzas en suficientes votantes, como para enfrentar y derrotar a Nicolás Maduro. Hoy, a pesar del desastre nacional, la corrupción oficial, la miseria extrema de 60 por ciento de la población, el cinismo gubernamental, la imparable inflación y devaluación y la represión, Nicolás Maduro es el ganador de las elecciones.