Carlos Andrés Pérez y la Gran Venezuela. Del oportunismo a lo mesiánico venezolano

Miércoles, 02/08/2023 04:10 PM

Carlos Andrés Pérez llega a la presidencia de Venezuela y lo hace anunciando la "construcción de la Gran Venezuela". Una oferta que está inspirada en la riqueza petrolera y la cercanía del vencimiento de las concesiones petroleras otorgadas a las empresas que extraían y comercializaban el petróleo.

El discurso de Pérez es por demás ampuloso y lleno de alegorías para darle a su accionar, en lo inmediato, un sentido patriótico y hasta mesiánico. Como que la historia le había puesto allí para hacer grandes y trascendentes cosas que estarían destinadas a construir "la Gran Venezuela".

Su toma de posesión, como también lo hizo en la segunda, se convierte en un acto de tanta trascendencia y significación en correspondencia con el discurso y la oferta que, en ambas oportunidades, se habló de aclamacionismo.

Fueron invitados y asistieron casi todos los presidentes del continente y algunos de Europa. Pérez se sintió llamado a la gran tarea, que definió con aquel "slogan" y se propuso, en sus intimidades, atraerse el respaldo de la izquierda venezolana y hasta del resto de América Latina. Su audacia tuvo varias manifestaciones. Invitó, como dijimos a "su coronación", a Fidel Castro, corriendo el riesgo, como en efecto sucedió, que este le disputase el centro de atracción de periodistas y la mirada mundial en el instante que era ungido como presidente. A partir de allí estableció una relación más o menos estrecha con el líder de la revolución cubana, tanto que durante su primer gobierno y luego en el segundo, aquellos vínculos se estrecharon con la colaboración de sectores de la izquierda venezolana y personajes ligados a ella como José Vicente Rangel. Hasta Teodoro Petkof y su hermano Rubén, quien fue por varios años comandante guerrillero, acogido a la pacificación jugó un importante papel en la comercialización del cemento entre Venezuela y Cuba.

De este lado, se valoró muy alto la política internacional de CAP que parecía poner acento en una diplomacia destinada a abrirle espacios especialmente en el área latinoamericana al gobierno de la isla caribeña y hasta llegó a producir aquel gesto, como también mesiánico, de regalarle un barco a Bolivia, sin que esta tuviese acceso al mar. Fue un "hermoso" gesto de solidaridad que sin duda, con el asumido frente a Cuba, le rindió sus frutos en el momento oportuno.

Pero Pérez llevó a más su atrevimiento y audacia para engañar a incautos. Impulsó aquella iniciativa de "nacionalizar la industria petrolera", en un momento que, como decimos los venezolanos en lenguaje coloquial, "cuando hambre y necesidad se juntaron".

La nacionalización de la industria pareció gustarle demasiado a las empresas transnacionales y particularmente aquellas que habían manejado por incontables décadas el negocio; reaccionaron casi de la misma manera que los dueños de centenares de empresas quebradas que CAP nacionalizó, bajo la idea de crear un Estado fuerte, un poderoso capitalismo de Estado para emprender algo así como una hazaña.

Hasta los empresarios aplaudieron y con razón, muchos de ellos salieron de la quiebra cuando aquel estado en exceso dispendioso les pagó sus chatarras a precio ni siquiera soñado. Terminaron sintiéndose como náufragos que, en medio del mar agitado y entre brumas ansían alguien que acudiese a rescatarles. Y lo consiguieron.

¿Y cómo reaccionar, en medio del naufragio, ante aquel inesperado capitán que sale de las sombras y le tiende la mano de manera tan generosa, inesperada sino de manera agradecida?

Los dueños de los capitales invertidos en la industria petrolera sabían, y eso esperaban con angustia, que pronto, de acuerdo a la Ley de Hidrocarburos vigente, se agotaría el plazo de las concesiones y por disposición de la misma debían entregar los espacios que ellos habían usufructuado para explorar, explotar y comercializar, incluyendo las instalaciones, sin costo alguno para la nación venezolana. Pero con aquel gesto "iracundo", CAP se ganaba el respaldo de los nacionales todos, hasta los más incrédulos y ayudaba a que las trasnacionales de aquello hiciesen un negocio y, en consecuencia, le permitieran presuntos "desafíos".

La sola palabra nacionalización y la falsa creencia que con ello se golpeaba los intereses internacionales, bastaron para enceguecer a mucha gente que se creía perspicaz; pudo más aquel gesto, como grito e insulto, que los intereses nacionales mismos. El gesto, grito, la iracundia, se asemejaba mucho a lo mesiánico y no aquel esperar que pasasen los días para se procediese a reclamar lo previsto en Ley de Hidrocarburo.

Por eso, ninguna de aquellas empresas y sus propietarios protestó, no hubo señalamiento alguno contra CAP y su gobierno. Un gesto como mesiánico produjo aquel milagro donde los venezolanos todos hasta aplaudimos. Y en el segundo gobierno del mismo presidente, surgido de una avalancha de votos, por aquel período mesiánico del dólar muy barato, el célebre "Ta´barato dame dos", el viajar incesante de multitudes a Miami, aprovechando aquel festival, el mesianismo volvió a operar.

Esta vez la toma de posesión opacó la primera y volvió Castro a ser el invitado que más atrajo la mirada de las multitudes y el interés de los periodistas.

Aquel mesianismo, apuntalado en unas relaciones demasiados cordiales con USA, que le permitió el coqueteo con el jefe de Estado cubano y el convertirse en importante figura de la diplomacia latinoamericana, hizo posible que habiendo ascendido al poder en medio de dificultades económicas, derivadas del bajo precio del hidrocarburo, una disminución ostensible de las reservas internacionales y un alto costo de la divisa norteamericana, aumentó cuando el pueblo creyó que su regreso al poder, con aquel enorme respaldo significaba el regreso de los buenos tiempos.

Él eso creyó y hasta pensó podía darse el lujo de aplicar aquel brutal programa económico impuesto por el Fondo Monetario Internacional; por algo había regresado a Miraflores con una votación que nunca en Venezuela había alcanzado candidato alguno. El mesianismo de nuevo tomó posesión de un personaje y a éste le hizo creer estar por encima de las dificultades y contradicciones inherentes a las luchas del hombre.

La izquierda misma, de la cual formó parte José Vicente Rangel, como independiente, los diputados del MIR y PCV en su segunda etapa, después de volver a la legalidad ante el fracaso de aquel proceder también mesiánico, aquel suicidio colectivo que llamaron la lucha armada, ayudaron a CAP a salvarse antes de tiempo ante aquel intento de decapitarlo en el Congreso, bajo acusaciones de corrupción relacionadas con el gesto que, también llamamos con justicia mesiánico, de la donación del buque Sierra nevada a Bolivia. Se trató, al margen de lo invertido, de un gesto, si se quiere hermoso, de solidarizarse con aquella patria, sin importar quienes allá gobernasen, en su reclamo por acceder al mar, sobre todo cuando en Chile, país que usurpa territorio costero boliviano, gobernaba Augusto Pinochet.

De nuevo Venezuela y los venezolanos asumen como suya una consigna y una causa que la mayoría de los pueblos y gobiernos del continente apenas miraban de soslayo. Pero aquella conducta de la izquierda, de no prestar sus votos para condenar a CAP, también estuvo determinada por la relaciones cercanas que este mantenía con Cuba y su empeño de abrirle al gobierno de Castro espacio entre la diplomacia latinoamericana después de tantos años de marginación y sufriendo los efectos del bloqueo impuesto por EEUU.

Entonces, entre la izquierda se dijo, "asumimos esa actitud que favoreció a CAP por su política internacional". Lo que es parte de la misma forma como los venezolanos, de las distintas tendencias y hasta creencias, hemos asumido nuestro rol en el marco histórico de América Latina y hasta el mundo. Nos creemos como la llave y hasta el cerrojo para todas las puertas. Por razones que uno no cree necesario exponer en este momento, CAP asumió aquel rol y hasta mantuvo relaciones cercanas con Castro por muchos años. Aunque al momento de analizar este asunto habría que relacionar con lo que acontecía en el área petrolera, donde pese aquello como rimbombante de la nacionalización, se estaban haciendo grandes concesiones a quienes hasta ese momento eran los dueños de lo invertido en el área.

Lejos de tener que dejar de seguir haciendo uso de ese derecho, debían entregar al Estado venezolano sin costo alguno para este, todas esas instalaciones al llegar al vencimiento de las concesiones. Por el contrario, la nacionalización, que adelantó por poco tiempo ese proceso, significó que la nación venezolana debió pagar a las petroleras el valor de sus inversiones.

Esas concesiones fueron el respaldo de aquellas acciones como atrevidas de relacionarse con Castro con libertad, sin recibir objeciones ni regaños de USA y quizás con la oculta intención de lograr algo que nadie se había atrevido a dilucidar. Con frecuencia se habló de furtivos encuentros en la isla de la Orchila, entre CAP y Castro, aparte de lo que ya dijimos que fue invitado casi de privilegio a sus dos tomas de posesión. Como dato curioso y hasta quizás impertinente, vale la pena recordar como el primer gobierno que condenó el alzamiento de Chávez y los suyos contra CAP en 1992 fue el cubano.

Por razones de distinta naturaleza, dignas de por lo menos recordar en este momento, Cuba había olvidado aquel rol mesiánico momentáneo de los primeros años de revolución y el propio Che Guevara parecía una figura apagada y de uso frecuente en el marketing, sobre todo con la finalidad de atraer a jóvenes para fines radicalmente distintos de lo que fue el guerrillero argentino.

Hablando de lo anterior, es bueno recordar como el presidente Chávez, en más de una oportunidad, habló a manera de censura contra aquella izquierda que salvó a Pérez de ser destituido, omitiendo los motivos que justificaron aquella conducta, dados por la izquierda misma, de la cual formó parte como diputado José Vicente Rangel. Criticó Chávez el hecho que la izquierda hubiese prestado sus votos para salvar a CAP, para evitar que Copei y hasta su propio partido AD lo sancionasen por corrupción y lo sacasen anticipadamente del poder.

No obstante, nunca hizo alusión a la condena del gobierno cubano contra aquel alzamiento del 4 de febrero de 1992 protagonizado por él y hasta como, de manera directa o indirecta, recibió respaldo y por lo menos el aplauso de gran parte de esa izquierda.

La irrupción de Chávez y los suyos aquella madrugada del 4 de febrero de 1992, tuvo una alta carga mesiánica. Pese lo conocido posteriormente y hasta por eso mismo, los argumentos abundantes que el comandante de aquel movimiento dio para explicar aquello, hablan de un grupo que desde tiempos atrás, en el seno de la escuela militar y muy escasos vínculos con el mundo exterior, asumió la enorme tarea no sólo de alcanzar el poder, sino de imprimirle un cambio sustancial al país que ha quedado demarcado a lo largo de los años. Los hechos hablan por sí solos. Quienes conformaron aquel movimiento escasamente hicieron contactos o se relacionaron para eso mismo con otros factores del país distintos al estamento militar que ese día se pronunció y quizás al que pocos meses después, noviembre del mismo año, lo hizo bajo el comando del Almirante Grúber Odremán.

Lo mesiánico del venezolano, que abundó después de muerto Bolívar, entre aquellos generales que poblaron nuestra historia pasada e hizo que tengamos más héroes que victorias que celebrar, tanto que pareciera que poblamos nuestro cielo heroico con soñadores que más de las veces perdieron cada parada, vieron disolverse los sueños apenas comenzaron a escucharse los primeros tiros, se unió al petróleo que pareció potenciarlo, tanto que cada uno de nosotros, salvando los escalafones, se sintió tentado a creerse el salvador del mundo o por lo menos de nuestra América.

Ese mesianismo insufló aquel espíritu heredado de los primigenios que recibieron a los europeos aquí llegados por carambola y perdida la brújula, con una generosidad que los llegados de fuera no conocían, tanto que le dieron otra interpretación, acorde con el espíritu rapaz que les caracterizaba y determinaba su conducta. El espíritu mercantil y capitalista de los venidos de allá lejos les vio como una mercancía más para obtener ventajas. Los indígenas vieron seres humanos, si diferentes a ellos en varios detalles perceptibles a simple vista, pero les imaginaron como ellos en aquello que no puede verse al instante y por eso les trataron con afecto y solidaridad. Y estos sentimientos en sí forman parte de esa carga mesiánica que crecerá entre nosotros y hará que nos comportemos como si fuésemos el centro del universo y los llamados a enfrentar los problemas que afectan a una inmensa comunidad mucho más allá de nosotros.

La historia, gesto bolivariano y después el petróleo, nos hicieron creer que, en la comunidad latinoamericana, éramos como una especie poderosa, con disposición a sacar la cara por todos, mientras los demás mantienen, si no actitud de servir a los capataces, sí la de pasar desapercibidos en espera que alguien asuma el liderazgo mientras observan con discreción y prudencia. Es decir, se dicen así mismo, como solía decir alguien de mi afecto, "no te abalances", cuando creía no era conveniente fuese justamente uno y sólo, como "Tarzán de los monos", quien saliese a dar la cara tratándose de un asunto inherente a toda la comunidad.

Y no nos quedamos en admirar lo mesiánico y los mecenas, como suelen hacer en la mayoría de las cosas los pueblos, gobernantes, partidos, sino que nos creímos herederos y obligados a recoger sus banderas y salir al frente y en disposición de combate y jugarnos el resto, solos, mientras los demás miran desde lejos y hasta escurren el bulto.

Ese mesianismo que nos llevó de las costas orientales, pasando por los llanos y las cordilleras andinas venezolanas hasta allá a lo más profundo del sur, donde nadie aparentemente nos había llamado, nos hizo sentirnos como "Padres" de nuestra América y siendo así, dispuestos a los más grandes sacrificios.

¡Cuánto sacrificio, desprendimiento, derrocharon los venezolanos en la lucha por la independencia de América! ¡Cuánto hemos tenido que pagar por ese creernos el hermano mayor, padre o mesías destinado a asumir un rol más allá de nuestros límites!

Por eso decimos hasta el fastidio refiriéndonos al vecino, cual si fuésemos necios, "nuestro hermano", mientras recibimos a cambio una mirada cargada de suspicacia e insinuaciones. En alguna parte leí, no sé si en un trabajo histórico o de narrativa, sobre uno de nuestros generales de esas tantas guerras internas que en este país se desataron, que fueron tan numerosas como para no sentir ganas de meternos más nunca en otra, quien solía escribir con mayúscula toda palabra usada en sus proclamas, con lo que pretendía ponerle más énfasis y fuerza a su lenguaje. Y eso también pareciera hablar de eso, de la grandeza de la tarea del mesías.

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