¡Ah! ¿Y entonces tú conociste a Marc de Civrieux? Me suelen preguntar con mirada y tono incrédulo en razón de la investigación a la que me dedico en la actualidad. Tal vez debido a la juventud que aún me acompaña, pero resulta que sí. Le conocí gracias a la amplia visión de mi padre para aprender a codearse de los personajes más notables. Su madre solía aconsejarle, diciéndole: "-Hijo, amistad que no eleva, rebaja". Entonces mi padre ha buscado siempre acercarse a quienes dedican con gran sacrificio sus talentos a algún bien superior, y así nos lo ha sabido transmitir a mi hermana María Alejandra y a mí desde tempranas edades.
Cuando ambos, mi padre y Marc trabajaban en la Universidad de Oriente a mediados de los años ochenta, fueron presentados por algún interlocutor y nació una amistad que se trasladaría a Mérida. Marc, tras jubilarse de la UDO, y mi padre luego de ingresar a la Universidad de Los Andes para ejercer funciones de profesor en la facultad de ciencias.
Lo cierto es que mi hermana María Alejandra y yo, fuimos bendecidas con el cobijo sagrado de grandes maestros. De hecho, María Alejandra es la ahijada de Marc de Civrieux y de Gladys Fuentes -una santa en vida-, y yo me baño de la sagrada guía de la esposa de Civrieux, Gisela Barrios de Sellier, mi hada madrina. Cuento también con la vigilia protectora desde los cielos, del Padre Santiago López Palacios -el gran botánico-, mi padrino.
A Wanadi íbamos todos los fines de semana. En el hogar universal de los afectos que construyeron Marquitos y Gisela, eran acogidos los personajes más audaces y únicos que jamás hayan podido ser reunidos en un mismo lugar. Niños corriendo por doquier, de la biblioteca al patio, pintando libres con esos colores andinos gigantes de madera, recogiendo -vasito de peltre en mano- las frambuesas silvestres que nacían alegres en los alrededores del patio, para luego ir en tribu a encaramarnos en el cuartel central, nuestro árbol -que hoy día sigue en pie- y que nos servía de refugio en las más increíbles aventuras. De repente, un teatro de títeres improvisado; al fondo, un flamante declamador que se ponía en pie para el festín del verbo; un tambor repiqueteando, o unas maracas, un carrizo, o tal vez un cuatro, se presentaban en el otro extremo del corredor de la entrada y entonces, danzantes intrépidos al fondo, dejaban elevar sus cuerpos al delirio sonoro del fugaz instante. Carmen, siempre solícita e incondicional, se encontraba en la cocina, organizando la degustación de los muchos platillos y bebidas que serían servidas y ofrendadas a los dioses todos. La humanidad de-construida y re-construida en la comunión sincera del abrazo entre iguales.
Yo, que todo lo observaba atenta y pese a ser tan sólo una pequeña saltarina, reconocía, sin espacio a la duda, que debíamos de encontrarnos no menos que en el paraíso.
Marc y Gisela también nos visitaban en nuestro apartamento de la Cardenal Quintero, al que acudían fraternales amistades, Roger Vilaín y su esposa Ana Rodríguez, Alirio Pérez Lo Presti, el poeta Pedro Pablo Pereira, los maestros Francisco Arias y Fabio Matos, y pare Usted de contar. Para ese entonces, Marc no era presa de la enfermedad que con los años fue manifestándose como una ironía de la vida. Un hombre sabio que perdía su memoria. Pero como luego me contaría el propio Luis Alberto Crespo, cuando los Chaymas fueron a visitar a Marquitos a la Mucuy Baja, la verdad es que "Marc hablaba ahora el lenguaje cósmico de nuestros ancestros".
Cuando le conté a Luis Alberto de mis juegos con Marquitos en la sala de estar de la casa, con las muñecas de trapo que Giselita había ido coleccionando por años, y solos él y yo, se sintió conmovido y me pidió que lo escribiera. Entonces vino a mí este sublime recuerdo de quien me miraba, convertido en un haz azul calmo como un abrazo de luz, que colmaba el brillo canela de mi inocencia cuando al tacto alegre de nuestras manos, se entretejía este destino que ahora se presenta ante mí con cristalina determinación.
Siempre supe dentro de mí, que a la sonrisa afable del sabio y al lenguaje de los cómplices del amor que los separan edades eternas, nos unía el juego indeleble al tiempo. Una cesta copada con almas de trapo servía de excusa en el compartir sincero de dos voluntades dispuestas al más sublime vínculo vital. Allí, imbuido en la paz que sólo alcanza quien transita el sendero puro de la sabiduría, Marquitos aguardaba complaciente, consintiendo con menudas correspondencias, la libertad que acompañaba la lúdica presencia de ésta, su pequeña amiga.
Sin poder dimensionar en el transcurrir de aquellos instantes, la grandeza del maestro que se postraba sereno a mi lado; nuestras fiestas de color y las horas manifiestas segundos, simplemente transcurrían, marcando un tic tac acompasado al latir irremediable del corazón del hombre universal; y sin lograr preverlo, el sentido anhelado de la existencia, se presenta ahora irreductible; y como si de un acto sagrado se tratase, asiento con el alma a esta llamada connatural que hoy sólo puedo asumir como la manifestación más pura de los dioses al solemne andar de mis pasos errantes.
Hace una semana estuve en Wanadi de nuevo. Se me metió en la cabeza que Venezuela debe reconocerle a Marc de Civrieux la obra inconmensurable que da sentido a una herencia ancestral que desconocíamos y que muchos de nuestros jóvenes y no tan jóvenes, hoy día desconocen. Una calamidad total. Un país que sabe toda la cartelera de Hollywood y los pormenores del acontecer de la más burda farándula, pero que no tiene idea de quiénes son los Cumanagotos, los Chaymas, los Shotos, los Kariñas. Menosprecian así, con esa ignorancia inducida, el valor de la sabiduría cosmogónica y de nuestro orígenes que se compila por ejemplo, dentro de la majestuosa Watunna.
Benito Irady me acompaña en esta cruzada de amor por reconocer esta trayectoria y darle proyección a inéditos sobre la vida de Civrieux, que hemos ido descubriendo de a poco. Asimismo, me he empeñado en dar a conocer la labor que se labra dentro de la Biblioteca "Los Grandes Espacios de Marc de Civrieux", en el museo que a pulso dirige Virgilio Fergusson y el maravilloso resguardo que de este espacio y de los documentos para comprender la vida y obra de Civrieux, lleva a cabo mi amada Gisela. Así es, esta biblioteca alberga cerca de 9.000 volúmenes de la bibliografía más valiosa para entender el transcurrir humano en el carácter universal que nos vincula. Allí reposa, la comprensión al enigma que somos.
Todos los que saben y reconocen la magnificencia de este legado, me han apoyado. Así, Hermes Vargas, el poeta y pintor, vecino de Wanadi, me guía para entender este complejo camino al que me he decido entregar. Me envía datos constantemente a mi teléfono, referencias bibliográficas, nombres de personajes a quienes acudir. Mis amigos Carlos Guitiérrez y Deimar Monsalve, quienes motivados por una comprensión vital, subieron conmigo a la Mucuy Baja, pese a todas las actividades y compromisos que les ocupan, para ayudarme a darle sentido a los materiales que reposan dentro de la Biblioteca.
Revisando papeles aquí y allá, sin descanso, me conseguí unas cartas de David Guss, el traductor al inglés de Watunna. Sin mayor expectativa y sin pensarlo mucho, decidí escribirle y entonces nos llamamos por espacio de hora y media. Me intercambió fotos que guardaba en álbumes privados, en donde registraba sus viajes en automóvil con Marc por Venezuela. Me envió el artículo publicado en el New Yorker por John Updike, en cuanto Watunna. Hablamos de mitología, de la vigencia y correspondencia actual del pensamiento de Civrieux. Nos sumergimos en la evocación más pura. Quedamos con el compromiso de mantenernos en contacto y seguir conversando y construyendo camino.
Y como este andar es mágico-religioso, tuve la fortuna de conocer de forma fortuita, gracias a mi prima Clara Rodríguez, a Adrián Suárez en Caracas, hace menos de un mes; compositor venezolano quien presentara su obra sinfónica Watunna junto con dos chamanes, para poner en escena una declamación sagrada, una semántica sonora. El público lloró atento a la vibración vital que emanaba de la sabiduría ancestral que les fue concedida mágicamente. Con amabilidad, respondió a una serie de preguntas fastidiosas que elaboré, pero que removieron toda esta energía alrededor de Civrieux y lo que representa.
Hace cuatros días, debido a una casualidad no menos que mágica también, entré en contacto con Fabián Máximo, músico argentino, quien también creara una cantata fantástica, asimismo premiada y nombrada por inspiración "Watunna". Presto amablemente para apoyar en esta cruzada, habrá de compartir las experiencias y entendimiento que le inspira Civrieux.
Marc de Civrieux |
De regreso a Caracas, con hora y media de vuelo por delante, se postra en mis manos, "Ritos Funerarios Kariña". Llego a la casa de Viveca Baïs y Donald Mayerston y emocionada les comento de los hallazgos simbólicos que me fueron transmitidos. Los Kariña tenían su propia cruz precolombina. Quedo simplemente fascinada con esta visión que entiendo no pretende explicar sólo un particular aislado, al contrario, lo proyecta en la dimensión universal que corresponde. Los arquetipos y sus asideros. Le cuento emocionada a todos mis compañeros de residencia. El mensaje se sigue expandiendo.
Y así, este empeño va cobrando mayores dimensiones gracias a las voluntades que han decidido irse uniendo para ello. Watunna se está traduciendo hoy día al portugués, gracias a Isabel Fonseca en Brasil. Asimismo, al francés bajo la tutela de Marie Claude Mattei Muller. Los que sabemos de qué se trata todo este universo, seguimos adelante motivados por el amor más sincero. Pues son esas las empresas que nunca perecen, las empresas del amor.
Por último, mi agradecimiento eterno a la dama oculta que evoco alegre, bañando sus labios en cálidos y eternos besos, y arrojándonos flores a la ventana del carro en movimiento, cuando la despedida se presentaba inminente.