Quise ser Boys Scout y "siempre listo", por lo que tuve que admitir: ¡Padre, confieso que he pecado!

Martes, 10/10/2023 04:25 PM

-"¡Por mi culpa! ¡Por mi culpa! ¡Por mi grandísima culpa!"

El cura nos ordenó rezáramos eso, detrás de cada uno de los tres Ave María y Credo que nos puso de penitencia por nuestros pecados. Y eso hicimos para lograr expiarlos y alcanzar el perdón y el derecho a hacer la primera comunión. Tendría unos trece años y apenas uno que había salido de la condición de hereje, lo que dice mucho de mí crianza y aprendizaje religioso. Pues pese nuestros pecados, no existían, más bien éramos víctimas de pecadores ante los cuales la iglesia y sus sacerdotes se rendían en elogios, el cura, halló la necesidad de expiar lo inexistente. De esa manera consolidaba una moral acorde con su rol, en medio de aquella lucha sorda entre víctimas y victimarios.

Un grupo de cinco amigos, entre ellos yo, casi como repetido uno en el otro o cada uno en los demás y hasta uno como sintetizando todos, nos habíamos entusiasmado viendo a los "Boys Scout", desfilar por el barrio en "fila india", rumbo a Las Palomas, o mejor al Dique, donde desembocaba el río Manzanares, con su jefe al frente portando su especie de adarga con una banderita en la parte superior, su cuchillo al cinto y "siempre listos". Venían de allá, del centro de la ciudad, de los alrededores de la catedral.

Uno nunca supo con exactitud para qué meternos en aquel cuerpo, aunque suponíamos que era para lo que fuese, que no fue otra cosa que salir a caminar sin sentido todos los domingos después de asistir a la misa. Fue un ir y venir sin meta y hasta de manera improvisada. Recuerdo, ¡cómo se me va a olvidar! si nunca he repetido una hazaña como esa, que una madrugada salimos de Cumaná hasta San Antonio del Golfo, un trayecto que en carro se hace en una hora y cuarto aproximadamente, "un ratico a pie y otro caminando". Y regresamos a Cumaná de la misma manera.

Pero para alistarnos como "Boys Scout" debíamos haber hecho aunque fuese la primera comunión y no por azar, sino propio de aquellos tiempos, ninguno había cumplido con ese requisito. ¡Claro!, obviamente, tampoco había ningún impedimento para hacerlo; por lo menos eso creímos nosotros. Y no sé exactamente por qué, en la Cumaná de mi tiempo, eso se hacía; serían vainas del cura, porque según leo, este movimiento en Inglaterra, donde nació, no aparece asociado al catolicismo y está dirigido a todos los jóvenes al margen de sus creencias religiosas; más bien parece destinado a otro fin, como distraerlos y ponerlos al servicio de la causa de la cultura "generalizada" y más influyente y donde el catolicismo no es predominante.

Es decir, desde el arranque, al scout se le ideologiza e imponen valores, una práctica que, según leo, muchos demócratas, dicen que impera en el comunismo, una vaina que, de paso, nunca ha existido. Yo fui a una escuela y participé como víctima, de un método que me imponía las respuestas a todo y eso era democracia y el maestro lo hacía no como agente del modelo, sino porque a él le formaron igual. No había más respuesta que la dada en los textos escolares aprobados por el Estado.

Fuimos a hablar con el cura indicado; era este justamente el capellán del cuerpo y quien no gozaba, por lo menos entre las lenguas habitualmente poco discretas y hasta ácidas, lo que no quiere decir engañosas, de mi pueblo, pues se dice ¡voz del pueblo, voz de Dios!, de mucha buena reputación que digamos.

El cura no puso reparo, además estaban interesados en esos días, no recuerdo por qué, aunque a muchacho poco le llaman la atención esos detalles, en ampliar las filas del cuerpo Scout o debilitar las nuestras. Les hacíamos falta carajitos como nosotros, con una o varias cartas o cuentas en las manos por cobrar, pero que no deberíamos percatarnos de ese derecho. Nos citó para el día siguiente a la catedral con el fin de dar el primer paso o cumplir el trámite primario, llevarle la partida de bautismo, que en todos era nuevecita y luego proceder a la confesión. El cura nos advirtió que debíamos ir preparados para confesar nuestros pecados y cuidásemos no se nos olvidase ninguno; por supuesto, para nuestra tranquilidad, como quien da una pastilla para los nervios, nos advirtió: "No se preocupen, cualquiera sea el pecado basta que lo confiesen para ser perdonados. Pero eso sí, no olviden ninguno. Eso sería muy malo".

Pero esto nos metió en un serio debate en el cual no quisimos que nadie, aparte de nosotros, interviniera por el temor que aquello nos produjo. Lo primero que intentamos aclarar fue: ¿Qué era pecado? ¿Qué de esos habíamos cometido nosotros, unos carajitos pobres, de comer todos los días sólo por la generosidad de la playa, con tacos en la ropa y hasta las alpargatas remendadas?

Preguntando discretamente aquí y allá, compartiendo en el grupo la poca información que recogíamos, logramos una definición de pecado como muy rutinaria, simple y por supuesto infantil. Pecado, según concluimos, era hacer cosas malas.

¡Coño! ¿Pero qué cosas malas hacíamos nosotros con aquella facha e historial? Nos pareció una pendejada decirle al cura "Padre, ayer me fugué de la escuela para irme a bañar al río o cuando mi mamá me llamó para que le hiciese un mandado no le hice caso porque estaba en tercera listo para anotar la carrera y ganar el juego". Como también otras tantas cosas que barajamos entre todos. Aquello no parecía tan malo como darle calificativo de pecado y el padre nos pidió un pecado, tanto que cuando pronunciaba la palabra ponía un rictus extraño que sugería algo muy grave. Los ojos como si se le volteaban y parecía hasta hacernos alguna seña o sugerencia incomprensible, tanto que parecía relamerse discretamente.

-"¿Pero qué pecado he cometido para confesarlo de manera que el cura me perdone, pueda comulgar por primera vez y entrar al cuerpo de Scout? Si le digo lo que creo, "a esta edad mía no he cometido pecado alguno" el cura no me va creer, pues tal como nos habló y por sus gestos, está seguro que sí. Entonces no nos perdonaría y menos autorizaría a comulgar".

De repente, unos de los amigos, tanto lo éramos que casi nos habíamos criado juntos, como quien saca las manos de la bolsa de la lotería casera, dijo:

-"¡Ya sé! ¡Juntos hemos pecado varias veces!"

Todos le miramos y esperamos nos diese la ansiada respuesta que buscábamos. Viéndose solicitado por sus cuatro compañeros continuó:

-"¿No se acuerdan? Juntos pecamos hace tres días."

Otra vez le miramos atentamente, después de mirarnos por parejas sin pronunciar palabra, pues la seguridad suya era ahora nuestra; tenía la respuesta para todos.

-"Antier" le caímos a piedra a una de las tantas matas de mango de la quinta de los Berrizbeitia, allí a la vera del camino y cada uno de nosotros "se robó" dos o tres de esos frutos".

Se refería a una quinta, ahora le dicen finca, que lindaba con nuestro barrio de pobres, donde abundaban las frutas como para darnos de comer a todos, pero al contrario, nos corrían a disparos con sal de sólo vernos merodeando.

Cayó un rato mientras nosotros asentíamos, pues eso fue verdad. ¡Habíamos robado! Y sobre todo por a quién habíamos "robado", para el cura eso sería pecado. Seguimos callados a espera que siguiese, pues habló de "varias veces".

Era aquella finca, para nosotros quinta, algo más pequeña que una hacienda y además porque estas no se hallaban en la ciudad sino en las afueras, por lo menos eso era lo que decía nuestra cultura, propiedad de una familia de origen extranjero no muy lejano, de esas con pupilas y habilidades para hacer buenos negocios y atesorar con rapidez y por ello, con mucha fuerza dentro de la iglesia y el Estado. Robarles a ellos unos mangos, de las tantas matas que tenían y de las cuales no sacaban ningún provecho, toda la cosecha se pudría, era un delito muy grave, aunque no lo era agarrarles en las orillas del río y hasta en los parques del centro de la ciudad. Y en la iglesia, por supuesto, lo imaginábamos y algo de eso había, uno de los pecados mayores.

No era pecado que aquella familia permitiese que toda su "cosecha" de mangos se perdiese, mientras los pobres de los alrededores miraban hacia allá con tesón y deseo de alcanzar algunos, pues eso si sería un pecado, robar.

Entendimos que, en el caso de familias como esas, el delito nuestro no estaba en cogerse unos mangos, sino el sólo mancillar su propiedad.

"Ese mismo día, ¿se acuerdan? Hicimos un concurso para ver quién llegaba más masturbándonos después de haber estado "vigiando" a Graciosa, mientras ella se bañaba en el patio de su casa".

En verdad no usó la palabra masturbarse la que conocí muchos años después, realmente dijo, "nos caímos a paja".

-"¡Coño verdad!" Dijimos los cuatro que escuchábamos atentamente al compañero.

"Ya tenemos pecado que confesar, son dos y el padre tendrá que aceptarlos, sobre todo porque hasta testigos tenemos", se dijo cada uno para sí.

Pero el pecado es mayor, cuando en la calle hallamos a Graciosa, y en cayapa le manoseamos, mientras ella reía a carcajadas y seguía su camino como si nada.

Unimos nuestras manos y ya, casi como miembros de los Boys Scout, dijimos y nos dijimos en voz alta, "Siempre listos", también parodiando a "Los tres Mosqueteros", que eran cuatro, nosotros cinco, "¡Todos para uno, uno para todos!"

-"Esos son pecados de poca monta, se pueden perdonar", dijo el cura a cada uno, por separado, tal como se hace en el confesionario, y nos puso la penitencia que ya dijimos. "Eso sí", dijo para cerrar el asunto, no lo vuelvan a hacer. ¡Y volvimos a pecar!

Al cura, si a alguien pertinente confesó sus propios pecados, no sé qué le harían porque los nuestros, hasta él mismo los juzgó como puras pendejadas. ¡Y qué más, si éramos unos carajitos, víctimas de los pecados de otros!

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