El Kafka andino que fue procesado por diecisiete cucarachas albinas… (Es más que un cuento)

Miércoles, 18/10/2023 05:13 PM

Comienza el interrogatorio, en su primera fase, el de carácter histórico-académico, tomando la palabra el secretario ad hoc del tribunal:

  • Aquí no se trata de hacerle un juicio al cuerpo profesoral universitario a través de uno de sus miembros, sino todo lo contrario: llevar al banquillo a un infiltrado que ha dañado la reputación de la gloriosa comunidad universitaria por la manera como injurió y calumnió la figura de uno de sus más insignes miembros, el doctor Alberto Pulido Prümber. Usted es el representante de los resentidos de izquierda que se ha empeñado en destruir la reputación y los valores más sagrados de la institución que durante siglos han vencido las tinieblas y cuanta sombra ha intentado proyectarse insidiosamente sobre la REPUTADA integridad moral de esta institución. ¿Puede usted, señor Romero, dar su versión de lo que pasó con el bio-físico-químico de mayor renombre en nuestra Mérida, el doctor Alberto Pulido Prümber?

  • Sería muy notable y grandioso, pero el pobre acabó estallando como pompa de jabón, sin dejar nada tras de sí. Tanto figurar, tantos honores y reconocimientos que recibió en vida, tanta fama y gloria, ¿para qué? Vino la Vieja Sebastiana, se lo llevó, listo.

Llamaron a orden dando un mazazo y exigiendo ir al grano del asunto.

- Prosiga.

- ¡Ah, el caso del doctor don Alberto Pulido Prümber, aquella eminencia! Claro que conozco ese caso en detalle. ¡Implacable soberbia y admirable muerte que lo arrasas con todo! Te llevaste a ese portento del academicismo universal, denodado prócer de la investigación en la Universidad de Los Andes (ULA), ido como todos los que por allí pasaron, aunque no enterrado con los máximos honores que merecía, no fue llevado en su momento al más digno y noble de nuestros panteones. Todos aquellos que se creyeron también inmortales o preclaros pícaros (perdón), genios intocables, invictos del saber lo envidiaban en secreto. Pero él fue el más destacado de cuantos eximios emularon su clase (que de hecho nacieron todos equivocadamente en un país que no los merecía). ¡Oh!, implacable muerte, te llevaste a don Alberto Pulido Prümber. Uno de los bio-físico-químicos, más abnegados, hombre aparentemente humilde y sencillo, que a los quince años debutaría en las letras de altura de la Nación participando en un concurso de cuentos del diario "El Nacional". No lo ganó, pero pudo recibir los mayores elogios de mastodontes de las letras nacionales como don Arturo Uslar Pietri. Fue don Alberto de los seleccionados, recibió el tercer premio teniendo apenas diecisiete años. Su segundo apellido lo denotaba como teutón y ello era en lo más profundo de su alma lo que más amaba, y por eso a él le dio por querer ayudar al país a desarrollarse, a que progresara tecnológicamente, en las ciencias. Fue por ello, por lo que decidió estudiar medicina, porque este era un terreno en el que podía dejar una huella imperecedera. E hizo tanto por las ciencias que todos sus trabajos llegaron a ser publicados en portentosas revistas indexadas, incluso sin tener que pasar por un jurado.

- ¡Protesto!

- Proteste, pero él se dedicó sólo a ahondar en los fenómenos de las nuevas tecnologías aplicadas a la medicina en el que pocos investigaban. Aquel bio-físico-químico tan brillante, de apenas veintitrés años, nacido en un país tan abandonado y dirigido por políticos de partidos, extremadamente ignorantes, llegó a ser reconocido y llamado para formar parte de un gobierno de la llamada IV República. Fue seleccionado para ser ministro de Ciencias, pero como suele ocurrir con estas eminencias, al no reconocérsele sus inmensas dotes de investigador estuvo apenas tres meses en el cargo. No obstante, su nombre quedó inscrito para siempre en los anales de los grandes académicos y científicos de la Nación. Aquel portento de la medicina experimental, por su raza pura, por el atavismo de sus pujantes ancestros, decidió establecerse en la ciudad de Mérida. Sin chistar fue de ipso facto admitido como personal de alto rango en la Universidad de Los Andes, y a los pocos días salió a realizar un postgrado en la ciudad de las luces, en París.

- ¡Protesto!

El silencio se apoderó nuevamente del tribunal al tiempo que se agregaban nuevos legajos a las acusaciones previas, entreviéndose que por intermedio de testigos enemigos confesos de este condenado se estaba planificando, urdiendo, una terrible sentencia. En verdad, que me he echado de enemigo a muchos científicos. Siempre he pensado que voy a terminar mis días o siendo asesinado por un biólogo, un físico, un químico o… un obispo.

  • ¡Orden!, ¡orden! Habla el presidente del tribunal, el doctor Encinoso Parraquera:

  • Que pasen al estrado el siguiente testigo.

  • Permiso señor Juez. Yo fui alumno del epidemiólogo doctor Pulido Prümber, a quien creo recordar, este señor Romero lo criticó injustificada y acerbamente. Me parece que no debió haberlo hecho en consideración a sus méritos, que no lo ponían al alcance de ningún juicio terrenal, así se lo digo por si acaso se encuentra alguna manera de llegar a corregir o desagraviar a tan meritorio investigador.

Los recuerdos me llegan en cascada: de Francia regresó Pulido Prümber con un nutrido currículo que lo situaba en la cúspide de la investigación moderna en nuestro país, y sobre todo en el terreno de análisis en procesos entrópicos. Él se enorgullecía de ser el único que podía manejar con alta pericia un microscopio electrónico en Venezuela. Era más que un doctor, o tenía títulos tan elevados en su especialidad, que jamás en el Centro de Asunto Profesorales de la ULA pudieron categorizarlo, y por él se creó la clasificación "Doctores en Procesos de Investigación Altamente Avanzados" (siglas PIAA). Entonces, ante la calidad de sus conocimientos, el equipo Rectoral y el Consejo Universitario de la ULA cuanto aquella eminencia solicitaba se le aprobaba de inmediato, y fue así como terminó creándose el famoso "Centro Internacional de Investigaciones sobre Complejidades Entrópicas", CIICE. Este laureado personaje, en veinte rangos de sus estudios poseía un currículum imposible de ser resumido en cien cuartillas. El número impresionante de sus papers publicados en varios idiomas, en revista altamente indexadas, pasaba de cuatrocientos. Se le adjudicó un edificio completo para sus trabajos de investigación y se le aprobaron ingentes recursos para adquirir cuantos aparatos exigiesen sus reputadas investigaciones, las que de un día a otro podían dar con el varapalo de un descubrimiento que nos colocase en la cúspide científica de América Latina. Aquella sede con el nombre de CIICE, pese a ser amplia, con tres niveles, con personal obrero, administrativo, docente y de investigación permanente y fijo, no llegó a ser del total agrado del doctor Alberto Pulido Prümber. Le faltaba algo de grandeza estructural y estética en su aspecto arquitectónico, lo cual, en definitiva, acabó siendo compensado en parte, por su mayestática oficina central, acondicionada con un amplio escritorio de pino canadiense, todo un soberbio mobiliario para recibir a sus alumnos, con sus paredes empapeladas con fotografías de Albert Einstein, Robert Oppenheimer, Niels Bohr, Werner Heinseberg, Max Planck, Erwin Schrödinger … Una sala de espera que parecía un museo con viejo equipos electrónicos en los que habían trabajado los esposos Marie y Pierre Curie; ahí esperaban los que viniesen a tratar diversos temas sociales porque se habría de convertir con el tiempo, en un empecinado defensor del medio ambiente: orientador de problemas comunales, todo un luchador social de tendencia abiertamente izquierdista. Escribía sobre poesía y en cuanto a luchas por reclamos de carácter ecológico, su nombre siempre estaba en la palestra.

  • Pero usted lo atacó injusta y arbitrariamente- sentenció el doctor Encinoso Parraquera -: usted dijo en un artículo que era un charlatán, una mierda encubierta.

"Lo sabía, se trata de una emboscada, lo que me habían advertido varios colegas".

  • Está escrito y no lo podrá desmentir- reafirmó el enano Encinoso Parraquera, de seriedad forzada y retórica esperpéntica-: Usted escribió en Mérida, tengo la lista, contra doscientos setenta y tres meritísimas personalidades de la iglesia, de las letras y de la ciencia, entre ellos contra ciento cuarenta y siete profesores universitarios, quince obispos, cuatro cardenales y treinta y dos curas. Usted catalogó al doctor Prümber de "iletrado de bata blanca". ¿Saben usted cuántos científicos que pasaron por los laboratorios de este eminente bio-físico-químico han tenido que migrar del país por culpa del comunismo que estamos padeciendo, al que usted ha ayudado a sostener con sus torturantes escritos? ¿Sabe?

Luego escuché el estridente y desgarrador grito que emergía de las protuberancias de un ínclito gañote:

  • ¡Más de cinco mil especialistas!, ¡eminencias!, señor, ¡eminencias!

Yo miraba al techo, con los ojos redondos y con la fiebre que no me bajaba, pensando en la malformación que reciben nuestros estudiantes universitarios, tan éticamente deplorable. Profesionales a los que el estado les pagó sus estudios universitarios y a muchos de ellos postgrados en el exterior. Se calcula que más de diez mil profesionales con doctorados en Medicina, Biología, Ingeniería, Computación, Matemáticas, Física, Química, pagándoles los estudios en mejores universidades de Europa y Estados Unidos, se fueron a trabajar a Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Traté de defenderme, pedí la palabra:

  • Sabrán manejar un bisturí, tendrán en la cabeza el vademécum de Pfizer, el famoso tratado de fisiología Médica de Guyton y Hall, pero en esencia esos fulanos investigadores son inhumanos. Y mire usted, señor Juez, lamentablemente, en gran medida todas esas respetables eminencias poseían un conocimiento que no pudo echar raíces entre nosotros. Un conocimiento que no logró conectarse con nuestras necesidades más esenciales. Un conocimiento que acabó siendo exótico y extraño a la línea evolutiva y cultural de nuestro país. Eran unos sabios, sí, pero para sí mismos.

Uno de los testigos, un desarrapado que acababa de colarse en el estrado del alto tribunal, tomó el micrófono:

  • ¿Y dónde me dejas ustedes, señores magistrados, la ética? ¿Los valores humanos? ¿El amor por el país donde se ha nacido? ¿Por qué se fueron todos esos profesionales a otros lares a servirle incluso a naciones tan opuesta a nuestra cultura y raíces, a sociedades que nos odian tanto? Deben ustedes saber que se cuentan por miles los venezolanos asesinados por la xenofobia en Colombia, Ecuador, Perú y Chile, y nunca hemos visto a una de esas eminencias que emigraron a esos países emitir una declaración contra esos crímenes. Son también unos culpables y unos monstruosos cómplices de lo que han hecho contra nuestros compatriotas.

En enano Encinoso Parraquera dio varios martillazos contra la espléndida mesa de caoba, se incorporó y explotó con su encogido gañote:

  • ¿Ética con hambre, señor? ¿Acaso eso combina? Miren usted, ninguna universidad moderna forma para el socialismo, para el fulano desprendimiento que ustedes proclaman. Falacias, mil veces falacias. Todo el que se gradúa en una universidad moderna lo que debe buscar es su propio bienestar, el confort, hacer un hogar, comprarse una casita en la playa y otra en el campo, vivir sin ninguna clase de estrecheces y ahorrando para darse un viaje cada año en algún crucero por el Caribe, por lo menos. Porque de ese modo también se estará ayudando al progreso de su país.

Puedo resumir mi ataque a las universidades autónomas modernas de Venezuela, en lo que en su momento escribí sobre el espectacular galeno Pulido Prümber. Como él tenía que cuidar esa aureola de genio, en el terreno de las ciencias médicas, como personaje de alta alcurnia y portentoso pedigrí, casó con una dama de la alta sociedad merideña, entroncada con los más rancios valores culturales de la región, a saber, con los descendientes de Don Tulio Febres Cordero, los Parras y los Celis, los Dávila, y en general los fundadores de la excelente casta de los rectores de la Universidad de Los Andes. Don Alberto casó con doña Leticia Febres Dávila, y con esta distinguida dama tuvo tres hijos. Aunque parezca difícil de creer, a la postre esta familia no encontró en los dones científicos del eximio investigador las laureadas dimensiones que en su apreciación podrían en lo más mínimo equipararse con los de su alto linaje. Revisando los listados de los mejores epidemiólogos del mundo, no podía salir de su asombro doña Leticia el ver que su marido no figuraba, ni siquiera en el ranking latinoamericano. ¿Era que había descubierto un fraude encubierto, oculto durante tantas décadas? Bueno, el mundo de intrigas en los medios científicos es horrible. Nadie sabe, a la vez, la guerra solapada que se esconde en esos ámbitos de sangre y alcurnias de estas regiones andinas, y pues, entonces aquel matrimonio comenzó a desintegrarse. Doña Leticia en cuanta oportunidad tenía para apostrofar a su marido le decía con su característica vulgaridad: "-Te dejaron por fuera como la guayabera, ¿cómo se explica eso?". El sabio Pulido Prümber para compensar tan terribles calamidades e incomprensiones domésticas, optó por entregarse a la bebida en solitario y también a cultivar fama soterrada como defensor de los derechos humanos y como ecologista.

  • Muchos investigadores tuvieron que irse del país porque el doctor Pulido Prümber les advirtió que aquí estaban perdiendo su tiempo y que el verdadero conocimiento científico se encuentra en Estados Unidos y Europa. Este mismo sabio, les recomendó que lo mejor era no volver porque cuando se estudia afuera uno queda sujeto no solo al tutor, sino a la cultura donde adquiere su saber, a la instrumentación tecnológica avanzada que se llega a dominar, con aparatos imposibles de ser adquiridos por la Universidad de Los Andes ni por el Estado.

Es decir, cuando uno se doctora afuera queda dependiente un saber colonizador y colonizante. A la final, casi todas esas investigaciones y descubrimientos de nuestros PhD’s, acaban por no tener aplicabilidad en nuestro país, en parte, debido a la carencia de los aparatos necesarios, imposibles de ser adquiridos, y porque no hay modo de mantenerlos actualizados por los enormes costos que exigen. También, porque esos conocimientos exigen de una permanente comunicación con una elite especializada radicada en Estados Unidos y Europa, que puede bloquear a los estudiantes extranjeros si éstos no están en consonancia con los valores o proyectos de Occidente. En relación con los aparatos, cuando estos, repito, se vuelven obsoletos, también se van al foso de la inutilidad quienes lo manejaban. Es decir, los estudios que nuestros profesores e investigadores hacen afuera sólo redundan en un avance relativo en nuestro país, con muy poca duración o vigencia; un adelanto realmente exiguo, totalmente dependiente de los dueños de la tecnología que desarrollan las naciones poderosas y que se exige estar renovándose constantemente. El día que esos poderosos países decidan dejarnos por fuera del juego del desarrollo, adiós luz que te apagaste. Lo estamos viendo hoy en día.

  • No alce la voz, señor Romero, exigió el doctor Encinoso Parraquera. Por otra parte, ¿está usted, pretendiendo decirnos que casi todos los profesionales o científicos de este país son unos imbéciles, unos brutos?

  • Señor Juez, al respecto quisiera recomendarle que se lea la obra de Thomas Mann, La Montaña Mágica, y ahí usted podrá ver, darse cuenta de que es difícil encontrar diferencias entre la inteligencia y la estupidez.

  • Eso es una novela, ¿verdad?

  • Sí, su señoría.

  • No me interesa para nada, novela es novela. Continúe.

  • Respetables magistrados, el doctor Alberto Pulido Prümber pese al callado infierno que vivía con su pareja, pude constatarlo, no abandonó ni un instante sus trabajos científicos y desde temprano estaba al pie del cañón en el CIICE. Estaba ilusionado con un proyecto que, según él, iba a dejar en pañales todos los descubrimientos de Plank en relación con la desintegración del átomo. Pero batallaba en silencio, digo, con sus calamidades existencialistas, y fue cuando aceptó ser candidato a gobernador, en las primeras elecciones directas que hubo en los estados. Luego apareció el Comandante Chávez y el nombre de Alberto Pulido Prümber, infaltable, figuró entre los primeros para ser candidato a Senador por el chavismo, y lo logró con amplio margen. En siendo electo, le dio por declarar por la prensa y en todas sus conferencias, que se consideraba un hombre de ciencias prestado a la política. Usted me preguntará, ¿cómo podía un genio quemarse por los dos cabos? Cuando Chávez afincó el acelerador para alcanzar todo aquello por lo que el doctor Alberto Pulido Prümber había estado luchando en el terreno de la justicia social y en favor de la defensa del ambiente, entonces esta eminencia comenzó a temblar, a sentir pánico. Estaba muy bien eso de ser izquierdista, pero no para ponerse a las malas con los del pensamiento dominante. De modo que, sin ser verdaderamente un revolucionario, don Alberto comenzó a ponerse a las malas con aquel sector que tradicionalmente representaba la inteligencia de Venezuela. Esta gente le decía todos los días que no podían salir del asombro de que una persona tan sabia como él pudiera estar del lado de unos brutos y salvajes como los chavistas. Acabó por sentirse muy solo y también equivocado de plano. A los tres años de haberse instalado la Asamblea Constituyente a la cual no llegó a ser elegido, dio un contundente giro, se pasó a la oposición. A la final lo que se descubría era que el doctor Alberto Pulido Prümber era un hombre que llevaba una vida muy confundida y triste, se puso a vivir con una distinguida psicóloga que hizo esfuerzos indecibles para sacarlo del foso de sus dudas, depresiones y falsedades, y él, aún más descubierto en su pobreza moral ante ella, empezó a golpearla. El pobre Alberto lo que buscaba en el fondo con aquella señora era poder amarse así mismo.

  • Me consta –interrumpió Pamparoni- que Alberto Pulido Prümber fue un buen padre, un hombre de nobles sentimientos, muy humano.

  • Que continúe el interpelado- sentenció Encinoso Parraquera.

  • Evidentemente –proseguí-, claro que sí, señor Fulgencio, pero el pobre estaba muy equivocado como suele suceder con los que hemos estudiado y trabajado en una universidad moderna y autónoma como la ULA. Más que equivocado, anestesiado por los humos esotéricos y lúdicos de las genialidades científicas o tecnológicas que emergen de los papers, de los rancios reconocimientos, de las aulas y laboratorios, algo que no conduce a nada. Triste, deprimente.

  • ¿Entonces, como usted dice, esa terrible confusión lo hacía andar entre dos aguas y acabó ahogándose, y de este modo usted lo juzga, lo analiza, lo estudia y viene a colocarse por encima de sus conocimientos?

  • No, yo no pretendo decir eso, su señoría. Me atengo a los hechos que usted puede averiguarlos con mucha gente que trabajó a su lado con la cual terminó distanciándose terrible e inexplicablemente. Porque como le digo no encontraba un rumbo, un nivel por encima de las almas terrenales como todos nosotros y acabó haciéndose radical opositor de modo que con acritud insolente comenzó a hablar horrores del dictador Chávez. A cuanta marcha se organizaba en la ULA contra el gobierno, él no sólo era que asistía, sino que las encabezaba. Defendió con fiereza la posición del supuesto estudiante Nixón Moreno cuando fue denunciado de intentar violar con un palo de escoba a la distinguido de la Policía Sofía Aguilar. Hizo muchos otros pronunciamientos a favor de los cuadros opositores embanderados sin control contra el estado venezolano como eran la iglesia, al CTV y Fedecámaras. Fue entonces cuando se vio en él todo su teutonismo nazi en plena efervescencia, virulencia y autenticidad ingénita, algo que su esposa no supo apreciar debidamente ni la doctora que lo acogió en su seno en los momentos aquellos de su más terrible soledad. Se había descubierto tal cual era, como ocurrió aquí con tanta gente que se decía revolucionaria y de izquierda cuando en el fondo eran fascistas, racista y cobardes, como sucedió en los casos de Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Pedro León Zapata, Alfredo Peña, Manuel Caballero, Jesús Sanoja Hernández, … en fin, fin de fines…

El doctor Encinoso Parraquera dio un martillazo y ordenó silencio. Se hizo una larga pausa, y don Fulgencio junto con el rector Mario Bonchute, pasaron un escrito firmado por ellos al secretario del tribunal en el que decía: "Por cuanto que el saber se trasmite por el temor a Dios como reza en el lema de la Universidad de Los Andes, y siendo nosotros católicos, apostólicos y andinos, consideramos que el procesado es culpable".

  • Perdone señor Juez, que todavía no he terminado. Ya voy a concluir: Un día, sorpresivamente, sin pena ni gloria se anunció la muerte del eminente doctor Alberto Pulido Prümber. Creo que él no llegaba ni a los sesenta años, y a los pocos meses, su palacio de genialidades, aquel CIICE, fue demolido, convertido en un enjambre de escombros, junto con sus proyectos de investigación, su biblioteca especializada y sus monumentales cartapacios de papers. ¡Oh!, ¡ínclita Fama, que tan alborozada y estupenda te muestras con tus prometedoras trompetas y en verdad no eres nada, mero pasatiempo! ¿Qué es lo que dejas a tu paso?, ¿qué fue de tanto galán, Señor?, ¿de tanto genio académico?, ¿de tanta pompa que al menor vapuleo estallaron todas tus luces y se extinguieron sin dejar ni rastros? … triste vida de los grandes genios de nuestras universidades llamadas modernas y autónomas por antonomasia. RIP.

Vi al doctor Encinoso Parraquera, recoger cientos de expedientes y legajos, firmar la sentencia definitiva y cerrar con otro mazazo el proceso, sentenciando culpabilidad ¡inapelable!

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