La bandera de las siete estrellas y el choque de trenes

Domingo, 29/10/2023 01:06 PM

Como una comedia de las equivocaciones, o cual conjura de los necios, para echar mano de dos títulos célebres, esta pequeña comarca nuestra, apaleada y expoliada, desengañada, rebosante de hastío, parece orientar sus titubeantes pasos desde el pantano de su justa rabia al laberinto del enfrentamiento infecundo. Sobre el lodazal de esa rabia procura levantar el tambaleante faro de su esperanza para avizorar su porvenir. Alquimia equivocada, pues después de la batalla, el amor no puede construirse sobre el odio sino sobre la compasión y la clemencia. Por lo que a este cronista respecta, escribo estas notas con dolor, la pluma entintada en sangre, y oteo el horizonte con ánimo sombrío.


A despecho de la inocente prédica que difundí en textos y alocuciones recientes suplicando a Maduro y Machado empinarse sobre sí mismos, erguirse como los estadistas que Venezuela reclama a gritos, reconocerse, perdonarse, encontrarse por el bien del país, pocas horas después del "ungimiento" electoral del 22 de octubre, trepidaron los tambores de la guerra.

El gobierno, en vez de aprovechar la ocasión para mostrar ante el mundo que esos comicios partidistas eran una prueba de la Venezuela democrática que sus jerarcas procuran testimoniar y reivindicar, embistió sin dar respiro al adversario, en una prédica inútil que, números más, números menos, no ha conseguido borrar lo que hemos constatado incluso quienes, desde el campo opositor, hemos opugnado la prédica política de Machado: que ese domingo ocurrió un evento cualitativamente, es decir, políticamente exitoso y que lo peor que puede hacerse es negar lo que salta a la vista. Se queda mal, como le escribí en un post al presidente Maduro. Pero parece que es ésa una de las maldiciones de los regímenes políticos hegemónicos cuando crujen sus fundamentos. Pasó con el conservatismo. Pasó con el andinismo. Pasó con el puntofijismo. Nunca debe olvidarse que en general en la vida pero en particular en la política y la comunicación, la percepción vale tanto como la verdad. ¿Cómo regatearle el júbilo al 22 de octubre?

Más deplorable aún el expediente de judicializar el disenso con los resultados de ese evento. Mi opinión es que la verdad sobre esos números está en algún lugar intermedio entre los peregrinos 600.000 que dice el gobierno y los abultados 2.300.000 que dijeron las mesas electorales (más que la Comisión Nacional de Primarias). ¿Pero pudo haber fraude cuando no había candidato a quien hacérselo, habida cuenta de que la ganadora obtuvo una mayoría incontestable del 90%? De hecho, más que primarias, ese evento fue un acto de aclamación. Los partidos son, en efecto, sujetos de derecho público pero a la vez son organizaciones de la sociedad civil autónomas del Estado (Caballero escribió que en Venezuela fueron las primeras que hubo), en las que coagula el derecho humano político de la libre asociación. Si a un elector se le usurpó su identidad, es un asunto que le corresponde a él denunciar, y la responsabilidad del eventual delito recae en los miembros de la mesa electoral respectiva. Así que, señores del gobierno, por esa tortuosa senda no les arriendo la ganancia.

Al otro lado del campo de batalla, la candidata que no es (pues, hasta nuevo aviso, sigue inhabilitada, y, según parece, lo seguirá estando sin derecho de apelación alguna) pronuncia su primer discurso. A sus espaldas, tremolando como un estandarte de guerra, se despliega una bandera de siete estrellas. ¿Qué mensaje comunica este hecho? Lo mismo que la acometida del gobierno: que al liderazgo de Machado le es inmanente la confrontación. Quienes votaron por ella lo sabían. Ese pueblo elector desechó la idea que muchos sugerimos de confeccionar una candidatura que, logrando la aquiescencia del régimen autoritario dominante, estuviese en condiciones de emprender el cambio posible, que, por pequeño que fuese, abriera las compuertas del cambio profundo pero en paz que Venezuela reclama. Y escogió por vocera de su hastío, de su enojo, de su furia, a quien a todas luces era la que había de ocasionar el mayor incordio en los capitostes del poder y, de seguidas, consiguieron provocar, si eso era lo que buscaban, su enfado y su cólera. Bastante lo alertamos. Pero aquí estamos.


La bandera de las siete estrellas como telón de fondo del discurso de la nueva lideresa de la PUD dice con claridad algo como: para este factor político, de 1998 hasta acá no ha pasado nada; ese cuarto de siglo chavista no ocurrió; ustedes, señores del PSUV, no existen; aquí vengo yo a extinguirlos de la faz de la patria y de la memoria de los venezolanos. Si el primer acto es el de suprimir la bandera de las ocho estrellas, ¿qué cabe esperar luego? Por cierto, en el Acuerdo Nacional que Machado propone, ¿se incluye al PSUV o se le excluye categóricamente? Volvemos a decirlo: el cambio posible es con el PSUV y no contra el PSUV. O tal vez habría que decirlo mejor: es contra el régimen autoritario pero también es con el PSUV. Como el cambio que Mandela impulsó en Sudáfrica fue contra el apartheid pero con los blancos. Como el cambio del que Felipe y Santiago Carrillo fueron protagonistas en España fue contra el fascismo pero con los franquistas. Como el cambio en Chile fue contra la dictadura pero con Pinochet. Como el cambio en los nueve comunismos de Europa oriental fue contra el régimen totalitario pero con los comunistas. ¿Alcanzará a entenderlo la ungida? Me permito dudarlo.

Tanto la feroz carga de las huestes del partido-Estado como las estridencias del discurso machadista anuncian un choque de trenes. Hasta ahora, el gobierno ha ganado los cinco anteriores: el 11A, el paro petrolero, la abstención 2005, las protestas callejeras de 2014 y 2017, y el dizque "interinato" de 2019. Se trata de un terreno donde lo que se impone es la fuerza más que la política. Con, todavía, la Presidencia y el presupuesto en sus manos, y la Asamblea Nacional, y el TSJ, y el Ministerio Público, y veinte gobernaciones, y doscientas alcaldías, y las policías, y la Fuerza Armada, no pareciera que ni apoyados por todos los millones de votos que se atribuyen, la candidata que no es y la PUD tengan alguna posibilidad de dirimir esta refriega a su favor.

Contemplando una muchedumbrosa marcha, Allende encomió ante Neruda el respaldo popular que ostentaba su gobierno. Dicen que el poeta le habría preguntado al presidente: "¿Y cuántos de ésos se necesitan para detener un tanque?" En buena medida, el arte de la política se basa en un adecuado cálculo de la correlación de fuerzas. Se equivocó la MUD cuando, en 2016, creyó que le bastaban los votos recibidos unos meses antes para derrocar a Maduro. Al día siguiente de anunciarse el plan del "cese de la usurpación" y demás babiecadas del celebérrimo mantra, me dirigí a los partidos de la MUD a través de una rueda de prensa y les alerté: la única manera en que esa estrategia puede tener éxito es mediante una infame invasión gringa. Vuelvo a decirlo hoy. Si van a probar de nuevo la vía del choque de trenes por propia cuenta, nada bueno nos espera, ni a la ungida, ni a la oposición integrada en la PUD, ni a las fuerzas democráticas, ni al país, que saldrá de la trifulca con menos libertad y más pobre y destruído. No me equivoqué en 2019. Ruego al Dios de mis padres equivocarme hoy.

¿Hay aún chance de que en el centro de este combate a muerte entre el gobierno y la ungida pueda irrumpir una tercera opción? La verdad, no estoy seguro. Pero sigue siendo obligante compromiso democrático promover el necesario pacto gobierno-oposición y la reconciliación y el perdón entre los venezolanos como fundamento de la reconstrucción política, institucional, económica, material y social de la nación. Y acompañar a quienes votaron por la ungida y a quienes no lo hicieron en la realización de su propia experiencia, cuando la ruda realidad se vaya encargando de probar una vez tras otra que esa revolución de derecha que ella promete está bloqueada.

Mantener viva la trémula llama. Que entre el bullicio de la trifulca no deje de escucharse la voz de la cordura que pregona la necesidad de un cambio en paz que, dicho está demás, es el único cambio posible.

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