"Mover la muñeca", llevarlo a pulso o pulsearlo, como decir en el toreo, capotearlo y llevárselo largo, una y otra vez para cansarle, pero sobre todo para conocer los "derrotes", mañas del toro, cómo levanta y saber qué quiere y hacia dónde tira y pudiera llegar. Es cosa de saber hacia dónde girar, tomar distancia, para que al torero la bestia no le alcance con sus pitones y al final terminar mandando sobre ella. Pese, cuando pienso sobre el toreo, el torero mismo, los picadores y banderilleros, suelo confundirme y no saber quién es la bestia.
Muñequear o "mover la muñeca, es expresión ligada a mi niñez, pues en mi barrio, una pequeña congregación de pobres, donde todos se metían en la intimidad de todos, hasta para socorrer a quien estuviese necesitado, de donde al cumanés, la naturaleza, el generoso mar, le dio en abundancia como para que no pasase hambre y hasta creciese saludable hasta llegar a anciano y le hizo de una conducta como para que lo llamasen liso, en lugar de generoso y atento, aquella expresión, la de la muñeca, fue de uso por demás frecuente. Pues, que yo haya visto y hasta experimentado y hasta practicado, el cumanés es uno de los pocos seres humanos que, pasando cerca donde dos persona hablan, una le pregunta a la otra por una dirección y observa que el interrogado duda, se mete en la conversación y da la información pertinente sin que a él se la hayan pedido; además no engaña; y digo esto porque hay sitios donde una pregunta por una dirección y a conciencia, le dan la contraria. Y nunca dejo de asombrarme que haya gente que ese hermoso gesto, pleno de solidaridad, propio de la gente de mi pueblo, sea, en veces, mal evaluado y calificado a quien lo hace como metiche. ¿Quién le habrá preguntado?
Muñequear, tuvo entre nosotros varías acepciones. La de ser tolerante, saber escuchar con paciencia y esperar el turno para dar los consejos necesarios y llevarle por el camino apropiado. Esperar conocerle, qué quiere, con qué instrumentos cuenta y hasta tranquilizar a alguien alterado.
Pero también usar todos los recursos necesarios para convencer y hasta engañar a alguien.
"Fulano está empecinado le sirva para tal o cual cosa y no puedo; es más, no debo hacerlo. Pero no hallo cómo quitármelo de encima". Decía alguien a un amigo en vista que aquel asunto le tenía preocupado. Pues la persona que le acosaba por aquello gozaba de su afecto.
"Pues muñequéalo, tu sabes cómo hacerlo, para que se deje de eso y no rompa contigo", respondía quien de aquella manera se le hacía la consulta y confesión.
En el ejercicio de la política ha abundado mucho el personaje sin carisma y menos cultura necesaria para llegar al liderazgo que, no obstante, eso alcanzaron, aunque fuese uno artificial, con las tantas monedas, como ardides, existentes.
Juan Peña, aquel de "El niño del diente roto", de Pedro Emilio Coll, lo alcanzó por no hablar. Estar en el medio de todo, entre habladores que nunca dijeron nada sensato, mientras él, en el bullicio, se lamía el diente roto, terminó sembrando la idea que era un pensador profundo y eso, unido a la esperanza y espera de la salvación o el hombre necesario, le ganó un liderazgo que casi le permitió llegar vivo hasta arriba, lo que la muerte anticipada le truncó, llevándoselo tempranamente; eso sí, no sé si para arriba o para abajo. Depende del gusto de cada quien.
Pero es bueno advertir que, el acontecimiento dado alrededor de Juan Peña, no lo concibió o planificó él, sino quienes le rodearon, desde sus padres en adelante, al verlo pensativo, jorungándose el diente, le concibieron pensante, genial y lo promovieron entre amigos y mucho más allá
Ha habido quienes al contrario se han ganado el liderazgo a fuerza de hablar por demás. Pero no se trata de habladores por el solo hecho de hacerlo, esos que padecen de incontinencia verbal, que más bien se les llama "rompe grupo" y la gente les huye al verle llegar, siempre que el tipo no tenga poder. Son capaces de hablar por tiempo largo y nunca llegan a decir nada importante. Por el contrario, hablamos de aquellos como Andrés Eloy Blanco, capaces de hacer de un discurso pronunciado en un mitin político una clase magistral, un hilo de poemas y una larga fila de chistes enjundiosos, pero alegres y sencillos como para que todo el mundo, hasta los niños, prestasen atención y de alguna manera aprovechasen el momento. Como Miguel Otero Silva o aquel "Jorunga muertos", Domingo Alberto Rangel, que hacía de la Cámara de Diputados una extensión de su cátedra de Teoría Económica de la UCV y sus discursos, cuidadosamente ordenados, eran lecciones de economía, historia, con un lenguaje por demás rico y exquisito.
Pareciera, dicho así para no pecar de indiscretos, que los políticos que más suelen "tener éxito" son los hábiles para mover la muñeca. Los buenos habladores como los ya mencionados, suelen ser admirados, se les escucha, pero generalmente terminan siendo derrotados por los "hábiles", que por regla general son los mismos que sueltan la muñeca. Domingo Alberto terminó siendo un mal político o un político sin éxito, nunca supo muñequear o eso chocaba con su formación moral. Fue siempre como inflexible, demasiado rígido. Porque el muñequeo, en veces, implica ser muy banal, meterle mucho al populismo barato, al decir cualquier cosa sin sustento ni valor, que tanto a la gente agrada y ha agrado siempre y asumir poses, hacer discursos, por puro oportunismo, en los cuales no se cree. E implica además, hacer concesiones inmorales, como darle validez a un discurso, propuesta y hasta conducta por el sólo hecho de congraciarse con el autor de todo eso.
Salvador Allende, según se dijo mucho en sus tiempos, aparte de su prestigio ganado a lo largo de su lucha política, su cultura, buen hablar, constancia y sus propuestas, tanto que antes de ser electo presidente, fue tres veces candidato del FRAP (Frente Amplio de acción Popular), lo que habla de sus virtudes, entre ellas las intelectuales. Pero alcanzó fama también por eso de "manejar la muñeca"; no obstante, uno de los problemas que confrontó fue el de darle demasiada validez a esa supuesta habilidad suya. Se cuenta que cuando alguien le hablaba de algún militar que estaba conspirando, se sacaba el lazo diciéndole, "déjale eso a la muñeca". Se dice que a Pinochet lo estuvo "manejando" la muñeca, después que militares fieles al presidente, le advirtieron de los peligros que representaba para la legalidad, constitucionalidad chilena y, en consecuencia, contra el presidente, el mismo de la muñeca.
Pero en los partidos tradicionales, esos que predominaron en la IV República, el proceder era el mismo; quien no venerase al líder y asumiese sus formulaciones, sin que mediase discusión, conversación o acuerdo alguno, era calificado como traidor y hasta enemigo y como tal se le trataba. Esa es la concepción hasta natural de los demócratas tradicionales. Revísese los casos Betancourt, Villalba y hasta Caldera.
Cambiaron las circunstancias, como que ya no se estaba en la ilegalidad y la verticalidad que esta impone por lo emergente y estrecho, no eran necesarias y menos convenientes, cuando hasta la constitución habla de lo "participativo y protagónico", pero no pudieron deshacerse de aquel fórceps. Es más, pareciera se dieron cuenta que era mejor dejarlo así ya que a eso se habían acomodado y mejor era acostumbrar a los de abajo, que se amoldasen. Y así decidieron seguir siéndolo, porque descubrieron la ventaja que eso daba. Cada quien tiene su espacio y la oportunidad de ser en este como el de arriba en el suyo.
En ese estrecho mundo, hace falta muñeca. Betancourt tuvo una ágil y movediza muñeca que le permitía disipar los pequeños nubarrones. Su muñeca incluía una alta dosis de cizaña; de indisponer unos contra otros, por aquello de dividir para reinar. Tanto es esto cierto que, como he dicho antes, por sus movimientos de muñeca y su capacidad para hacer correr rumores, logró que gente dentro de AD, con visiones muy cercanas y opuestas a él, se mirasen entre sí como los verdaderos enemigos. Y teniendo entre ellos una fuerza con capacidad de dominar si se unían, les mantuvo divididos y por eso pudo derrotarles por separado.
Por lo anterior, el muñequeo de Betancourt hizo posible que dentro de AD, factores como quienes formaron luego el MIR, el grupo ARS de Ramos Giménez, el Dr. Prieto y quienes le acompañaban y acompañaron a formar el MEP, se comportasen como irreconciliables enemigos. Rara vez se ponían de acuerdo y ese estado lo aprovechaba Betancourt para sus fines y metas. Solía ganar controversias y hasta elecciones y escogencias, siendo minoría, poniendo a aquellos a pelear entre sí.
"Piñerúa está bravo porque no le dieron lo quería y dice se va para Güiria, allá donde tiene mando, para alzarse con los suyos", le llegaban con el chisme al hijo de Guatire.
"Déjamelo que yo lo muñequeo", decía Betancourt y por lo mismo mandaba a llamar al inconforme y le rebajaba los ánimos dándole lo poco que quería u ofreciéndole algo mejor para el futuro.
Pero Betancourt, pese Domingo Alberto solía decir lo contrario, era lo suficientemente culto y sobre todo tenía claridad de propósitos. Sabía bien el país que quería y la forma de llevarle. Tenía don de mando y perspicacia para tomar decisiones. Fue una combinación de tres cosas, la capacidad de muñequear, un liderazgo de años, ganado en la confrontación y competencia y una buena base cultural. Y fue Betancourt, un autócrata, autoritario, personalista y hasta gritón, pese su vocecita no le ayudaba; por lo que solía acompañarse de la costumbre de batuquear o lanzar su pipa cual proyectil para imponer su criterio.
He hablado de los manejadores de la muñeca y sus estilos o ardides. No incluí en esto a Jóvito Villalba, quien tuvo fama injustificada de muñequear, cuando en verdad se limitaba a llevarle la corriente a quien algo le plantease y fingía estar de acuerdo para mantenerlo a su lado. Tanto fue así que gente tenida como de izquierda o derecha, solían rodearle y tenerle de líder.
Pero, el muñequear pudiera incluir lo de ponerle valor material, dinerario a quien se quiere "convencer", pero de eso no quise hablar porque hoy, justamente, no me siento bien del estómago.