El mundo de las comunicaciones, esa inmensa red "comunicacional", existe. Negarlo sería como decir que ahora mismo, después de varios días de lluvia, el sol no es incandescente en mi espacio, más si todos quienes aquí estamos lo vemos.
Miles, millones de personas se valen de ellas para conectarse con diversos fines, pese hasta pudieran discrepar y terminar distanciados, hasta más que antes. Y hay quienes logran lo contrario, ponerse de acuerdo. La ventaja es que ese ejercicio no requiere que las personas estén una al lado del otro, basta que estas existan, aunque uno se halle en un área muy distante de la otra.
Un amigo, desde París, Moscú y hasta más lejos, puede prestarle a uno 20 dólares en cuestión de minutos, como si estuviese uno al frente del otro; es como sacar el dinero "del bolsillo" y entregarlo. Lo mismo sucederá cuando el amigo que prestó reciba el pago de la deuda.
Pero las redes se han convertido en un enredo, un amasijo de cosas, por la facilidad en la que en ellas puede entrar todo el mundo. Eso que cualquier quisquilloso, deseoso de responder y discrepar, pudiera calificar como una muestra de la democracia que avanza. Pues ya, en verdad, la gente no está limitada a la condición del receptor que se planta ante el radio, el teléfono o lee el diario impreso, sino que puede meterse en medio del debate. No es pues alguien que sólo recibe mensajes, juicios y opiniones que en nada le satisfacen y debe conformarse con disgustarse y hasta en su intimidad sacarle la madre a quien dijo lo que leyó o escuchó en los medios sino que tiene la oportunidad, goza del derecho, de responderle directamente a la persona de quien se trate, pese este, por alguna circunstancia, no llegue a enterarse, pero sí logrará que haya bastante cantidad de gente que sí.
Es decir, según lo que percibo, el mundo comunicacional de hoy muestra muchos rasgos democráticos, de avance, permite a la gente más participación, pero también, como todo en la vida, no deja de generar inconvenientes.
En Venezuela, escojo mi país de manera deliberada por unas circunstancias especiales aquí existentes, ese fenómeno del cual he hablado se manifiesta, aunque como en el mundo todo, en nuestras redes entran informaciones y opiniones de fuera con iguales características, con respecto al asunto que pretendo abordar.
La política que es una vaina que a esta altura de mi vida no sé cómo definirla, pues tiene demasiado rasgos, tanto que en veces se expresa como una pelea malandrosa por un escaso botín o una entre borrachos dentro de un botiquín sin motivo alguno, solo porque a eso lleva la borrachera a los malos bebedores; en Venezuela es casi el único tema de debate. Pero en verdad, no se discute en esencia sobre política, que implica muchas cosas, sino sobre candidatos y en eso llevamos ya un cerro de años. Pues la apetencia de poder embriaga, como cualquier "lavagallos", a buena parte de los políticos.
Ahora, no parece ser por el crecimiento poblacional, pues dicen que en eso la tendencia ha cambiado por los migrantes, pareciera haber más "políticos" que antes. Hasta hay una especie de factor poblacional, relacionado con la delincuencia o muy bajos sentimientos, que ha optado o ha sido entusiasmada, para que esa fuerza y cultura, se exprese por las redes, haciendo "política" a favor de alguien o algo a cambio de un estipendio.
Ayer apareció en las redes, un individuo, quien quizás por hacer objeto de sus macabros comentarios, se le califique de "político", donde amenaza al presidente Petro y sus familiares de cortarles la cabeza. Aquí son habituales y abundantes, quienes usando los mismos recursos llaman ladrones, narcotraficantes y corruptos, como decimos en Cumaná, "por la medía pequeña", a quienes odian por razones que la atribuyen impropiamente a la política o por cumplir una tarea encomendada a cambio de un "¿cuánto hay pa ́ eso? Y luego pretenden ampararse en la libertad y, lo más triste, encuentran quienes les apoyan.
Años atrás escribí un artículo titulado "El diputado sal pa´ lante" o el insultador y hasta tira coñazos. Recuerdo haber hablado una vez de eso con Moisés Moleiro, por haber visto a un diputado, dirigente regional de AD, a quien sabía dotado de suficientes facultades intelectuales, abundantes conocimientos jugando ese rol.
Me respondió Moisés, "ese triste papel existe en el congreso. Las fracciones se cuidan de tener uno entrenado y especializado, experto, a ese lo escogió AD, porque el apropiado ahora está fuera de servicio y él, por nuevo, aceptó ese triste rol".
Hasta hace poco, en la AN anterior, los había. Ahora no se nota por lo demás desequilibrado de la AN y dado que allí, pareciera que la discrepancia no existiera.
Se trata de un personaje a quien la dirigencia le asignaba ese rol con anticipación, no actuaba de manera inesperada, improvisada, sino en determinadas circunstancias. Cuando su fracción no hallaba argumentos para contrarrestar lo que la otra argumentaba acerca de un tema, "el tiracoñazos" tomaba la palabra e insultaba al primero que se le antojase, quien solía ser el contrario que le había antecedido. El objetivo era alterar los ánimos, buscar el cierre del debate incitando un zafarrancho. Las fracciones, por supuesto, solían asignarle ese rol a quien de ellos mejor lo podía hacer, aquel que nunca tenía nada sensato que decir y dispuesta estaba a liarse a golpes con cualquiera, hasta mujeres jugaron ese rol. Y el personaje de marras se aprovechaba y hasta se gozaba aquello, pues hizo un discurso en el parlamento, no se quedó mudo, como debería haber permanecido.
Las redes sociales están llenas de estos personajes y para ser justo, como en el viejo parlamento, los hay de lado y lado. Se habla que los factores políticos tienen "sus bandas" de tuiteros, al estilo del diputado "sal pa ´fuera" o "tiracoñazos", hasta bien pagados; hubo alguien que eso me confesó ser, dedicados no a responder opiniones, sino a descalificar a quien opine, no habiendo a mano, en lo inmediato, el argumento para responderle y si lo hay también. Pues también gozan de cierta independencia, pese haya quien pueda responder con pertinencia o altura en su bando y esto lo hace, de todos modos el "sal pá fuera", sin consultar a nadie, toma el escenario e insulta a quién toma de contrincante.
En la política cotidiana, esa asumida como una pelea de perros, donde lo que interesa es posicionar a un candidato (a) por encima de otro u otros, la razón, sensatez y la verdad, para nada importan. Por eso los tuiteros, como una reminiscencia del diputado "sal pa´ fuera", hoy abundan más si para eso pagan.
Se cuenta, que Juan Vicente González, un viejo periodista y diputado de la tendencia de Páez, era uno de esos "sal pá fuera", pero de manera muy sofisticada y un poco cuidadosa. Hay una anécdota, según la cual, en una oportunidad que un diputado opuesto a él le respondió con una simple frase:
"Sepa diputado González que he viajado por más de medio mundo".
El aludido, sin derecho para eso, se puso de pie, interrumpió al orador y le respondió:
"Si, lo sé, pero como un fardo en el fondo del barco".
En aquel congreso esa expresión fue por demás ofensiva, tanto que pasó a la historia como una anécdota descollante de los malos procederes parlamentarios.
En los medios, redes sociales, esos en los cuales, masiva y abundantemente, con entera libertad, más de las que las leyes permite, no nombro ninguno en particular porque bien son conocidos y uno sabe que, entre a quienes ellos manejan, tampoco cunde mucho el equilibrio, las reminiscencias del diputado "tira coñazos", abundan como hormigas y hasta gozan de mucho respaldo cuando alguien dice o hace algo que intenta no se sobrepasen.
Uno tiene que volverse un artista para eludirlos, como escribir en un nivel que ellos no entiendan y sobre todo no hacer alusión a personas, de manera de no darle pistas, ni gancho del cual guindarse para insultar, pese lo dicho no sólo sea bien argumentado, sino además atienda a las reglas de la moral y la cívica. Y es bueno no responderles, aunque sea elegantemente, porque el insulto inicial vendrá repotenciado.
Son duros, persistentes y hasta inclementes. Pese uno les responda con respeto, si algo de lo que dicen que sea merecedor de ese calificativo, volverán por sus fueros y hasta con mayor intensidad. Saben que, en otros espacios, hay a la espera que eso aparezca para reproducirlo, por miles, hablando discretamente. Más si saben, pues eso se los han dicho, que ese tipo de mensaje procaz, insultante y breve, nada difícil de captar, no sólo gusta en demasía sino que hasta incita, exorciza y es más interesante y digerible que uno donde las razones e informaciones sustentadas prevalezcan. Esto es muy complicado e indecente.