Sobre la lealtad, ese principio humano que consiste en nunca darle la espalda a determinadas personas o grupos sociales, por los que sientes un tipo de afecto, con quienes te has vinculado emocionalmente, por ejemplo, con nuestro pueblo humilde y trabajador venezolano, yo tengo mis propias convicciones como político, defensor de los derechos humanos y como académico.
Más allá de ver la palabra Lealtad como necesaria para un discurso político, la veo como una virtud, como un punto de honor, que a veces me cuesta dejar de cumplir, de sacrificarla por interés individuales o grupales, o por línea partidista.
Les confieso, que me he revelado contra lideres del partido en el cual aún milito, porque he visto que se desviaron del camino de la lealtad a la cual nos debemos, que es primero, a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y en segundo lugar, a ese pueblo trabajador, al pensionado, al militar, al jubilado, a la ama de casa, que cientos de veces le hemos pedido su voto a cambio de garantizarles una mejor calidad de vida, una mejora salarial y de sus ingresos familiares cueste lo que cueste.
Han sido miles las veces que hemos jurado como políticos, como líderes de movimientos sociales, cumplir y hacer cumplir nuestra sagrada Constitución y las leyes, pero sobre todo en función de garantizarle esa mayor felicidad posible a la población venezolana.
Y he visto de cerca a miles de compatriotas del partido cumplir y hacer cumplir con honor y fidelidad ese mandato Constitucional. Porque dentro del Psuv hay hombres y mujeres honorables, eso yo lo reconozco. Entre los militantes y simpatizantes de los partidos del Polo Patriótico y los Movimientos Sociales del Congreso de la Nueva Época casi la totalidad, diría yo, el 99,9%, son más leales que las que tienen conductas indecorosas e impresentables.
Pero a veces, esos impresentables hacen más daño que el resto de los que si creen con honor y gratitud que hay que ser leales a la Constitución, al pensamiento revolucionario y socialista de Hugo Chávez Frías y al pueblo votante que espera que le devuelvan lo que les prometieron en las campañas electorales. En mi casa siempre me enseñaron que "la palabra vale más que el dinero". Lo que se ofrece se cumple. Porque los políticos que viven ofreciendo y ofreciendo lo que no cumplen en el mundo político son reconocidos como demagogos.
Y los demagogos, tarde o temprano pasarán a la historia como lo que fueron: charlatanes que practican el arte de engañar y manipular los sentimientos, el miedo y la esperanza del pueblo con fines de ganar apoyo popular. Aristóteles los definía los "aduladores del pueblo". Pero al final terminan haciéndoles perder el tiempo a la sociedad, retrasándolos en sus derechos al progreso, al desarrollo de un país, y sobre todo, en tener una mejor calidad de vida. De disfrutar del "Vivir viviendo" que tanto enarbolamos los revolucionarios.
¿Qué porqué escribo todo esto? Lo hago, para dejarles claro a mis amigos, familiares, mis compatriotas y enemigos, que mi lealtad es con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, al estado de derecho, a los derechos humanos y al poder popular que hoy padece las crisis generadas desde el sistema político nacional en los últimos años.
Y en los últimos años, mi lucha política y como economista, ha sido en función de mi lealtad por el cumplimiento del Artículo 91 de la Constitución referido al salario mínimo vital, que debe ser garantizado, resarcido por el Estado sea como sea. Y todos los representantes políticos y los decisores de la gestión económica socialista tienen que hacer el mayor esfuerzo o hacer maromas para recuperarles, sea como sea, el ingreso de los trabajadores y trabajadoras que dejaron que se perdiera por los conflictos internos y externos recientes.
Ya sea pactando con quién sea, privatizando las instituciones que dan perdidas a la Nación, reduciendo el gasto público suntuario de donde sea, monetizando las reservas de hidrocarburos como sea, hipotecando la nación a favor de la calle obrera y no para los empresarios y gastos superfluos, subastando los activos de los corruptos venga de donde venga, entre otras medidas no convencionales.
Sobre todo, se logrará sentándose con voluntad política y firmeza tanto los empresarios, el Gobierno y verdaderos representantes sindicales, para acordar de una vez por todas, reestablecer el nivel del salario mínimo vital al nivel de la canasta básica e indexado cada cierto tiempo, como lo manda ese Artículo 91 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Porque, desde el año 2015, producto de la guerra económica, de las sanciones impuestas, por el dólar paralelo, por la manipulación de los precios, es decir, por las crisis generadas por los propios políticos intolerantes, por las castas políticas enfrentadas, por rencillas entre grupos de corruptos, autodestruyeron un hermoso país, rico en recursos naturales, con potencialidades para llegar a convertirse en una Dubai, una Suiza, una Dinamarca, una Canadá, una Alemania o una China en América Latina.
Los culpables de esta desgracia que vive Venezuela la generaron los líderes políticos de izquierda y de derecha que en los últimos años no han querido ponerse de acuerdo, pactar, negociar, o llegar a una amnistía general, cuyo objetivo final sea devolverle el poder adquisitivo y la calidad de vida que teníamos a finales del año 2012, cuando Hugo Chávez se vio obligado por circunstancias de salud a dejar el gobierno nacional.
Eso es solo lo que piden los venezolanos en las calles, en los barrios, en las comunidades, los consejos comunales y los movimientos sociales, eso es lo que claman todos los días desde su penuria generada por los políticos durante la fase post Chávez. Eso es lo que piden los trabajadores, pensionados, jubilados, militares, emprendedores y amas de casas: que les devuelva su salario que compraba calidad de vida, que compraba bienestar y salud, educación y recreación. Eso es lo que piden de manera leal a la revolución.
¡Devuélvanselo, antes que se demasiado tarde!