Los capitalistas a raíz de la lucha por la competencia aparentan cierta amistad, aunque la realidad revela que se odian entre sí, el mercantilismo y la competencia que ellos aplican hacen que se excluyan unos a los otros.
El modelo de producción capitalista está dando de sí todo lo que era capaz y se ha convertido en un abismal obstáculo para la supervivencia de la humanidad. Ahí está el antropogénico calentamiento global que va contra toda forma de vida.
La burguesía, desde su origen, lleva en sí misma su contrario. Una clase social vil por sus bajas pasiones, egoísta, que ataca inmisericordemente a los luchadores sociales, ensañada con persecuciones, el crimen organizado y las peores ofensas y calumnias a través de los medios de comunicación social privados, una prensa mediática, excluyente y monopolista creada por la oligarquía.
Siempre en cada época histórica la clase dominante ha agredido al pueblo, invocando la aparente defensa de la sociedad y ocultando su orden clasista excluyente, que mantienen a sangre y fuego atacando al pueblo.
Por eso criminalizan a los revolucionarios que aspiran una sociedad nueva, un orden justo y de justicia social, en el que prive la paz.
Las condiciones subjetivas de cada pueblo, es decir, el factor conciencia, organización, dirección, pueden acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano, en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce.
El destino de la humanidad no está en las manos de una OTAN, un Banco Mundial, un FMI, en una OEA o en la ONU, o en otra institución similar que sólo buscan abrir mercados al capitalismo salvaje y arrollar a los pueblos. Son organismos vetustos y anacrónicos pro-imperialistas.
El destino de la humanidad está en las propias manos de los pueblos. En muchos países de NuestraAmérica la revolución en esa dialéctica es hoy inevitable e irreversible. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie, está determinado por las espantosas condiciones de explotación en que viven millones de millones de hombres y mujeres, que trae en sí misma el desarrollo de la conciencia revolucionaria.
Si somos capaces de hacer una abstracción que nos pueda conducir a la interpretación de los hechos concretos que tenemos a la vista, confirmaremos cómo los régimenes fascistas están poniendo en crisis las relaciones de producción que el capitalismo creó.
El sistema socialista es el único plan B para salvar a la humanidad de su autodestrucción. Esto no es una invención de soñadores, sino la meta final y el resultado inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de los régimenes fascistas del capitalismo salvaje.
Debemos entender nuestro tiempo histórico, que no es otra cosa que la conclusión del capitalismo salvaje y el gran salto hacía una vida vivible, en paz, sin exclusión, digna y en libertad, tras la victoria final del sustentable sistema socialista.