El 2024 será un año crucial en la política para todos los habitantes de este planeta, no solo por la cantidad sino también por la calidad de las disputas electorales. Varias naciones importantes estarán celebrando elecciones trascendentales, quizás la mas crucial sea la de los Estados Unidos, donde el país más poderoso de la tierra se está jugando su futuro democrático.
En Mexico, podremos ver por primera vez el ascenso de una mujer a la presidencia.
En El Salvador se espera la reelección de Bukele para consolidar su hegemonía y, con ella, el crecimiento de la influencia de la ola "libertaria".
Además, otros países como Panamá, República Dominicana y Uruguay también celebrarán elecciones presidenciales. En Brasil, aunque no habrá elecciones presidenciales, se llevarán a cabo elecciones a nivel municipal, que serán clave para el presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
En África, están previstas diez elecciones presidenciales en 2024. En Asia, India, que ahora es el país más poblado del mundo, convocará a unas 945 millones de personas a las urnas para elecciones generales. También Irán tiene programadas elecciones legislativas.
En Europa, Rusia celebrará elecciones presidenciales el 17 de marzo, con Vladimir Putin buscando un nuevo mandato bajo la sombra de la invasión a Ucrania.
Y finalmente Venezuela, que no ha tenido un buen año en más de una década. Signada por la debacle económica, el colapso del ingreso familiar y la migración masiva, el país entra al 2024 cargado de una mezcla de temor y esperanza ante la confrontación de dos modelos de la derecha, la azul y la roja, que se perfilan en este año crítico.
El 2024 encuentra a Venezuela herida por la migración masiva, hastiada de la confrontación estéril y de la incapacidad del gobierno por detener el declive de sus salarios y calidad de vida. Aunque sospechoso de las "pujas invisibles" intraélite —oposición vs. oposición, madurismo vs. chavismo, madurismo vs. oposición— y mermado por la guerra del gobierno contra el pueblo, el país se niega sin embargo a renunciar a la esperanza de un cambio.
Nada parece haber alimentado más esa esperanza que los pulseos políticos que marcaron el año: el éxito de las primarias opositoras y el fracaso del referéndum convocado por el gobierno. El pueblo, en "resistencia pasiva", pudo asomarse a un futuro posible libre del madurismo.
Aunque Venezuela muestra un crecimiento de su PIB por encima del 4%, impulsado en parte por el relajamiento de las sanciones económicas, la desigualdad instaurada durante el madurismo—cuyas políticas perpetuas los bajos salarios, su ineficiencia la deficiencia en los servicios y una calidad de vida miserable para la mayoría de la población—hace excluyente este avance.
Crecimiento excluyente y limitadas libertades políticas, continuarán alimentando la migración venezolana, que ya alcanza el 20% de la población.
La producción petrolera, a pesar de reiteradas promesas, no logra romper el techo de los 750 mil barriles diarios. Hoy producimos lo mismo que Colombia y un tercio de la producción petrolera lograda durante la era Chávez. Nada hace pensar que este año será distinto, ni en cuanto a producción, ni a precios. Apunta el analista petrolero Einstein Millán en aporrea:
"Ningún operador de bolsillo profundo invierte en medio de un clima electoral complejo que podría serle incluso adverso. Los capitales buscan reglas claras y ganancias. Ninguna de las dos condiciones estaría garantizada hasta tanto no se "pueda mirar" más allá del 2024"
Igual de estancada luce la narrativa del gobierno, como se evidenció tras la campaña del referéndum Esequibo. A pesar de su ostentosidad, su mensaje parece lograr el efecto contrario: en lugar de inspirar, su exceso luce ofensivo frente a un pueblo miserable y hastiado.
Del lado opuesto del espectro, por contraste, el discurso de la candidata Machado parece resonar. Centrado en la no negociación con el gobierno, la superación del fracasado "socialismo" y la promesa de reunificar a una familia venezolana profundamente herida por la migración, sus seguidores se muestran dispuestos a derramar "sangre, sudor y lágrimas" en su desafío a la represión madurista por recuperar libertades políticas.
La candidata es la "última esperanza blanca" de la alineación "libertaria" que gana terreno en América Latina de la mano de Bukele, Bolsonaro y Milei, en su impulso por barrer a las"izquierdas" del continente. El accionar de este movimiento, que a menudo desafía las normas democráticas en sus respectivos países al privilegiar la "prosperidad" sobre la justicia social, la igualdad y los procedimientos democráticos, genera serias dudas sobre las credenciales democráticas del "maricorinismo".
Igual de legítimo es preguntarse si la candidata impulsará el cambio prometido a expensas de la soberanía nacional. Su relación histórica con Estados Unidos, que se extiende desde la era de George Bush hijo, no parece ser muy independiente. Esto quedó evidenciado recientemente cuando la embajada de Estados Unidos anunció su presentación ante el Tribunal Supremo de Justicia incluso antes que la propia candidata. Un hecho así levanta preguntas importantes sobre la influencia externa en su política y compromisos.
Por último, también es válido cuestionarse si es democrático apoyar sanciones que perjudican gravemente al pueblo, o imitar en clave de derecha la persecución y el despojo de libertades políticas que han caracterizado al madurismo.
El posicionamiento de Machado como figura clave en la dinámica política de Venezuela en 2024, ha generado interrogantes sobre la verdadera naturaleza y las posibles consecuencias de su liderazgo. Su aparente hegemonía sobre el campo opositor, polariza el escenario entre dos facciones de derecha: la 'derecha roja' y la 'derecha azul'
También este año, las negociaciones con Estados Unidos serán cruciales para definir nuestro futuro. Es trágico que el destino de nuestro país parezca estar más influido por decisiones externas que por aquellas tomadas por los venezolanos mismos: esto no se lo debemos solo al imperialismo, sino también a la ineficacia y torpeza de la política madurista.
Venezuela atraviesa un momento de debilidad sin precedentes, con capacidades mermadas para controlar efectivamente sus fronteras y ejercer su soberanía. La creciente amenaza de perder el Esequibo, a pesar de la negativa del país a reconocer la autoridad de la Corte Internacional de Justicia, es un reflejo preocupante de la actual conducción gubernamental en la defensa de la soberanía política y territorial. Además, la sombra de los enfrentamientos en La Victoria, al sur del estado Apure en 2021, aún se ciernen sobre la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), simbolizando su debilitamiento bajo el madurismo.
Por otro parte, el abandono de la Diplomacia Bolivariana de Paz, que buscaba mantener una postura equidistante en un mundo pluripolar, en favor de una alineación con una facción geopolítica específica, evidenciada en el apoyo a la invasión rusa de Ucrania, ha debilitado aún más la posición de Venezuela internacionalmente y profundizado su aislamiento.
Por los lados del PSUV, es de esperar que continue la "puja invisible" entre sus distintas facciones. El partido, asfixiado por la falta de democracia interna y un discurso agotado, se enfrenta al dilema de 'cargar un muerto': la imposición de un candidato a las bases en contra de toda lógica política. Es de prever que el PSUV siga sufriendo bajas y una creciente desmoralización, como quedó patente en la escasa convocatoria a su referéndum por el Esequibo, a pesar de la considerable inversión de recursos.
Pero ni la derecha roja ni la azul son grupos homogéneos. Dentro de ambos bandos existen voces cívicas y una diversidad de matices políticos que trascienden los polos confrontados. En estos espacios está naciendo una interesante dinámica constructiva de una nueva manera de hacer política en Venezuela, enfocada a atender el espectro entre ambos polos, un gran centro diverso y matizado, donde se concentra el grueso de una población que observa con escepticismo y hastío la disputa entre las dos derechas. Representando a la mayoría, este grupo aspira a servicios eficientes, salarios dignos, la recuperación de las libertades políticas y el fin de la represión. Su principal interés radica en encontrar soluciones prácticas a los problemas cotidianos, lo que podría favorecer el surgimiento de una tercera opción política. Este camino alternativo no solo captaría la variabilidad y el descontento general, sino que también respondería efectivamente a las necesidades urgentes de la nación. La persistencia de la figura de Chávez en las encuestas, a pesar de los esfuerzos del madurismo por enterrar su legado, apunta a la existencia de una demanda por un liderazgo que comprenda y atienda genuinamente estas aspiraciones.