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Antes de 1998, Venezuela venía sufriendo una sucesión de gobiernos extremadamente débiles y además comprometidos con el narcotráfico. Carlos Andrés Pérez (CAP) tenía conexión con los hermanos Ochoa, del Cartel de Medellín. Por cierto, los hermanos Ochoa le regalaron un caballo de raza que costaba una millonada de dólares. Por su parte, Eduardo Fernández andaba en arreglos oscuros con el clan del narcotraficante Scaletta. Todo el mundo hablaba entonces del peligro de que Venezuela fuera a colombianizarse. Hubo un grupo de altos oficiales que estaban hundidos en la corrupción y en acuerdo permanentes con las narco-acciones de la DEA.
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A CAP, en la década de los noventa, le sucedió el anciano Ramón J. Velásquez (aquel Guillermo Lasso…), a quien arroparon una banda dirigida por el delincuente el Alan Brewer Carias. Durante esta época comenzaron a estallar carros-bombas y se recrudecieron los sicariatos, unido todo esto a la pavorosa crisis financiera que dejó al país a merced de los gringos y de los empresarios como Gustavo Cisneros y Marcel Granier (dueños de los más poderosos medios de Venezuela).
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El país todo vivía envuelto en un espeso y viscoso culebrón: se plantaba la gente ante un televisor y allí estaba toda la patria que conocía, y de él solo recibía datos sobre una Venezuela editada por agentes al servicio de las compañías transnacionales. En ese culebrón el pueblo esclavizado vio la bacanal de la coronación de Carlos Andrés Pérez y los episodios de su política económica en la que había prometido que se volvería a la época de las vacas gordas. Se estaba repitiendo un cuadro como el que veríamos luego con el enclenque Lenin Moreno y el canalla Guillermo Lasso (en la figura del tembleco Rafael Caldera).
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No obstante la gran crisis social, bacanales iban y venían y fue así como se coronó al séptimo Presidente de la era puntofijista, una orgía a reventar de magnates neoliberales, felices demócratas. Con mucha pompa verbal, orgulloso, el copeyano Eduardo Fernández comentó a la prensa, a la salida del Ríos Reyna, que desde la coronación de la reina de Inglaterra nunca antes se había visto un acto tan espectacular. Todo esto lo apreciaba el pueblo en cadena de radio y televisión, en medio de una inmensa desolación. Así está hoy Ecuador.
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Se estaba entonces discutiendo lo del caso Sierra Nevada, el barco adquirido con sobreprecio por la Corporación de Fomento, durante el primer gobierno de Pérez. Además de Pérez, estaban acusados John Raphael, presidente de la CVF, y L. Álvarez Domínguez, ministro de Fomento. Una comisión de ética de AD, pedida por el propio Pérez e integrada por Marcos Falcón Briceño, Ramón Herrera León, Juan Herrera, Marco Tulio Bruni Celli y Andrés Eloy Blanco Iturbe, había sancionado al expresidente. Era una sesión del Congreso, que la presidió Godofredo González, como presidente de la Cámara del Senado, y Carlos Canache Mata, como presidente de Diputados. Se votó en cuatro instancias. Responsabilidad política, responsabilidad moral, responsabilidad administrativa y responsabilidad penal. Carlos Andrés Pérez venía de ser uno de los hombres más corruptos del continente, pero con un carisma avasallador dentro de los políticos de partido de la época, nacional e internacional. Había sido el hijo ideológico, díscolo y mimado de Rómulo Betancourt, el fundador de la llamada democracia representativa.
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No olvidemos que el 20 de febrero de 1975, The New York Times publicó un informe de la Central Intelligence Agency (CIA) según el cual esta Agencia le había hecho pagos al señor Carlos Andrés Pérez (CAP) cuando se desempeñó como ministro de Relaciones Interiores. Más tarde el mismo The New York Times, el 1º de marzo de 1977, recoge declaraciones del señor David Phillips, Comisionado de la CIA para la vigilancia y control en el Caribe y Venezuela, en las que confiesa ante el Congreso de EE UU, que efectivamente sí le habían hecho pagos a CAP. La CIA le daba a este ministerio 500 mil dólares mensuales para el sostenimiento de la lucha antiguerrillera. Esta nota del Times estaba firmada por el jefe de redacción de dicho periódico.
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Así mismo está actuando el Departamento de Estado norteamericano con el Ecuador, y considera que los mariners deben actual en la situación que ahora se está presentando. Aquel 2 de febrero de 1989, apenas a 25 días antes de la más grande sublevación en Venezuela del siglo XX, se encontraba en la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño lo más granado del mundo político internacional. El pueblo venezolano no salía de su asombro. Argenis Rodríguez había escrito en 1980, ocho años antes de aquella reelección de Carlos Andrés Pérez, que este había sido acusado de haberse enriquecido ilícitamente durante sus funciones como gobernante, y que con toda la tranquilidad del mundo se había lanzado otra vez a la calle a reconquistar a las masas. Además: que no se perdía un juego de béisbol, asistía a todas las corridas de toros, iba a los combates de boxeo, caminaba por las calles y que levantaba los brazos si alguien lo vitoreaba.
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Sin embargo, en Acción Democrática (AD) –dice Argenis– lo acusaban de apropiación indebida, de peculador, de haber malversado fondos públicos. Lo acusaban de asociación con tres mujeres que, de simples secretarias, se volvieron las más ricas de Venezuela y vivían en el exterior, concretamente en Nueva York. CAP, fresco como una lechuga, le decía a la militancia de su partido que él se encontraba sereno, que se mantuvieran serenos como él lo estaba, que confiaran en la victoria de la justicia: "Si me ven rico llámenme ladrón" decía muerto de la risa, y a decir verdad no es que se le viera rico, sino que parecía y actuaba como el más rico del mundo occidental.
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Sigue diciendo Argenis: "CAP era mentiroso, rastrero, inculto, inescrupuloso, putañero, ladrón, negociador de tierras, fragatas, barcos inservibles con los que ganó grandes comisiones. Enriqueció a Cristina Datos, escondida Dios sabe dónde. El Congreso la solicitaba para interpelarla. La Comisión contra el Enriquecimiento Ilícito la buscaba como palito de romero. El juez Marcano Battistini deseaba interrogarla, pero Cristina Matos no aparecía. Se la tragó la tierra. El único que sabe donde estaba era su amante, el todopoderoso CAP, el temible CAP, el pistolero CAP. CAP amenaza, CAP le grita a sus "compañeros de partido": —Al que mencione a Cristina le meto un tiro. CAP le sacó un revólver al diputado Arturo Hernández Grisanti y por poco no disparó. Él siempre ha sido así, violento, y en veintidós años de democracia ha ordenado la muerte de unas quince mil personas, sin contar desaparecidos. CAP se dice macho, valiente, fregado. Lo dice, lo pregona. Su casa está blindada. Es un verdadero búnker. Tiene un ejército privado. Controla las llamadas telefónicas. Tiene una lista de personas con quienes arregla cuentas. Porque él matará u ordenará la desaparición de todos aquellos que escribieron contra él y lo llamaron ladrón, putañero, asesino, mantenedor de prostitutas, rico ilegal, cobrador de comisiones, extorsionador, torturador, estafador. Él le arreglará las cuentas a todo aquel que dijo que sus hijas se casaron con estafadores. El hará desaparecer a sus acusadores ante la mirada cómplice de la policía y del doctor Feo quien se encargará de justificarlo y defenderlo ante los tribunales. Con CAP están los que se enriquecieron y mataron durante su quinquenio. ¡Ay de aquel que se atraviese en su camino! Se atravesó Jorge Rodríguez y murió en una celda. Fue golpeado hasta morir. Se atravesó el penalista Carmona y fue acribillado a balazos en medio de una multitud que huyó despavorida. Sus hombres asaltaron y ametrallaron una pensión en Valencia y mataron a todos los que ahí dormían. Los asesinos eran alumnos del doctor Feo y el doctor Feo no le rinde cuentas a otro que no sea CAP, su jefe absoluto, su dueño y señor. Los jueces tiemblan ante el doctor Feo y al doctor Feo y a sus jueces y abogados los llaman La Tribu de David. El país está pasando por un mal momento. Los asesinos se han reencontrado porque la justicia quiere atrapar al pandillero Diego Arria, saboteador del avión del candidato presidencial Renny Ottolina y ladrón de los terrenos de Antímano, El Cementerio y Camurí Grande. Y si el doctor Feo es la mano derecha de CAP para los asuntos "legales", Arria es la mano izquierda para los atentados y latrocinios. A CAP lo atacan, pero tímidamente, desde algunas publicaciones. CAP, por eso se ríe y dice: ¡Saldré limpio, saldré incólume. Soy víctima de una falacia, de una confabulación!
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Así era, pues, aquel Ecuador nuestro de entonces…
De haber continuado la IV República, hoy estaríamos como Ecuador…
Por: José Sant Roz
Jueves, 11/01/2024 01:18 PM