El día que el pueblo bajó de los cerros (I)

Lunes, 26/02/2024 11:43 AM

"Entré a Fuerte Tiuna y me tocó verlo en guerra. Fui a buscar gasolina con un compadre que era coronel. Me senté en su oficina y veo en el televisor aquel desastre. Salgo al patio, los soldados corriendo y unos oficiales mandando formación y a buscar los fusiles. Y le digo: ‘Mi coronel, ¿qué van a hacer ustedes?’. ‘¡Ay, Chávez!, yo no sé qué va a pasar aquí. Pero la orden que llegó es que todas las tropas salgan a la calle a parar al pueblo’. ‘¿Pero cómo lo van a parar?’. ‘Con fusiles, con balas’, incluso dijo: ‘Que Dios nos acompañe, pero es la orden’. Vi los soldados salir, los soldados logísticos que no son soldados entrenados. Esos son los que hacen la comida, los que atienden los vehículos. Hasta a los mecánicos los sacaron y les dieron un fusil, un casco y bastante munición. Lo que venía era un desastre, como así fue".

Hugo Chávez.

Apenas habían transcurrido 25 días de la instalación del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, como Presidente de la República, se produjo el acontecimiento de protesta popular más violento en el siglo XX, que conocemos como el Caracazo, y estalló los días 27 y 28 de febrero de 1989, en respuesta a las medidas económicas implementadas por el gobierno del partido Acción Democrática, que incluían aumentos en los precios de los servicios públicos y la eliminación de subsidios a productos básicos, aumento al precio de la gasolina lo que incidía en el alto costo de la vida. El 26 de febrero el Ministerio de Energía y Minas, anuncia el alza en 30% de los precios de la gasolina y el incremento de las tarifas del transporte público urbano e interurbano también en un 30% a partir del 27 de febrero, válido para los 3 meses siguientes, luego se aumentaría hasta el 100%.

Ese pueblo que bajó de los cerros, aquel 27 y 28 de febrero, es el mismo pueblo, que acompañó al Libertador Simón Bolívar en las batallas por la independencia de América; fueron esos mismos hombres y mujeres valientes, que ofrendaron lo más valioso de su ser: su sangre en aras de la libertad, que ellos y ellas no pudieron lograr, pese a su heroico sacrificio y entrega, como alistados en el Ejército Republicano, que recorrió sabanas, llanos, cerros, pueblos y montañas, abonando con su sangre de héroes, la semilla de la libertad, desde las playas del Orinoco hasta las empinadas cumbres Sudamericanas.

El mismo pueblo que después de la Independencia es traicionado por los nuevos oligarcas, por lo que tuvo que insurreccionarse en 1846, con la consigna de "Tierras y hombres libres" ¡Horror a la oligarquía!, que nuevamente es traicionado, por la confabulación de las castas gobernantes, bajo la firma del Tratado de Coche en 1854, donde las roscas de aquellas oligarquías que se codeaban entre federalistas y centristas, que se unía como cofrades de la una democracia, que sólo representaba y protegía a los que ostentaban las riquezas usurpadas al pueblo.

A así pasó el tiempo. Y el pueblo entre revueltas y montoneras, siempre detrás de algún caudillo local que se hacía llamar coronel o general, que no representaba los intereses populares, eventualmente llamaba a ese obstinado pueblo, a realizar algún alzamiento, cada vez que le venía en ganas hacerse sentir, aprovechando el furor libertario de ese pueblo engañado de manera inmisericorde, empobrecido y mancillado, llegando de esa manera al 23 de enero de 1958, cuando cae el régimen de Pérez Jiménez, pero aquí el pueblo, a pesar de haber vertido esfuerzo y sangre tampoco pudo lograr su sueño de libertad, fue traicionado por la misma camarilla oligarca, la de siempre, que vuelve a confabularse en contra del pueblo, con la firma del Pacto de New York, que lo disfrazaron con el mote de Pacto de Punto Fijo.

Ese mismo pueblo, que tuvo que abandonar el campo, en circunstancia forzadas bajo presión oficial, por parte de las Fuerzas Armadas, en la década de los 60 y 70, como fueron los asedios, persecución, detenciones, torturas, desapariciones de campesinos y bombardeos aéreos por parte del Ejército, disque, para combatir las fuerzas guerrilleras que operaban en las montañas, cuando la realidad era otra, porque los que sufrieron esos serios embates no fueron los guerrilleros, la verdad es que a quienes combatieron fue a los campesinos pobres, que vivían de su conuco, de la cabrita, la gallina y el marrano; los obligaron a abandonar su tierra natal, donde tenía sus genuinas querencias, su cultura y tradiciones ancestrales, la vida entera, para ir aposentarse en las periferias de las grandes ciudades, convirtiendo la vida en una aventura sin fin, desde los albores de la democracia representativa y represiva. Pero esas tierras abandonadas a la fuerza eran tomadas por los terracogientes apadrinados por las roscas del gobierno burgués adeco-copeyano.

Pero ese pueblo, allí en las periferias urbanas, sólo pudo conciliar la nostalgia de vivir allí, cerquita de la ciudad, en un rancho insalubre, confrontando el dureza impura y repulsiva que le proporcionaba el sistema capitalista; seguía siendo explotado y oprimido, es más, podemos decir esclavizados por el sistema de la opresión moderna del capital, que produce, pobreza, hambre, miseria, dolor y alienación. Pero ese heroico pueblo de innumerables batallas por la libertad, ya no pudo soportar la carga de males que les imponía un injusto sistema de gobierno, y entonces hizo estremecer la medula oligárquica, aquel 27 de febrero, cuando se desata la horrenda carnicería, ordenada por el gobierno de Carlos Andrés Pérez.

Ese es el mismo pueblo al que le cantaba el Panita Alí Primera. El de los techos de cartón; el de Flora y Ceferino; el de la panfletaria, la comadrona y la rezandera; el pueblo de Ruperto y Reverón; el de la canción mansa, con quinientos años de rabia acumulada que vuelve al combate. Vuelve a unirse el espíritu rebelde del "Gloria al Bravo Pueblo" con audacia y valor, ahora para dar a conocer al mundo, la verdad de la Nación Venezolana, que ha parido libertadores, hombres y mujeres que jamás renunciarán a conquistar con valor y esfuerzo patriótico, la libertad y la justicia social.

Entonces el mundo se da cuenta que no era verdad lo del país rico, del país próspero, de la época dorada de las décadas de los 70 y 80, con una situación económica acomodaticia que hacía concentrar los capitales públicos en las arcas de un pequeño grupo de millonarias roscas, generando al pueblo pobreza, hambre, miseria, dolor y rabia, que llegó a llamarse de manera irónica: "La Venezuela Saudita", la época del "Ta´barato dame dos", cuando las mafias de venezolanos maiameros, amparados por los gobiernos del Pacto de Punto Fijo, o mejor dicho: de New York, hacían desastres con los recursos del pueblo, mientras la mayoría de la población venezolana, estaba sumida en la pobreza extrema.

Mientras el festín del capital, los ricos se hacían más ricos y los pobres más pobres. Para la época de la Década de los 80, el país lo habían endeudado de la manera más criminal, la deuda externa, ya era impagable, estaba por los treinta y tres mil millones de dólares; la población apta para el trabajo estaba desempleada, más de un millón de familias vivían en ranchos insalubres y en condiciones de hacinamiento, en medio de una pobreza extrema; un altísimo porcentaje las familias sufrían desnutrición, sobre todo niños; la educación era restringida para los más pobres, miles de niños no podían terminar la Primaria y de los que lograban estudiar y poderse graduar como bachilleres, eran miles los que no conseguían cupos en las universidades, literalmente se les negaba el derecho a estudiar, teniendo que vivir el mundo de las penurias; las privatizaciones de las empresas estatales, como CANTV y otras pasan a manos privadas. La corrupción campeaba, mientras los hijos del pueblo morían de mengua.

Según Blanco Muñoz afirma que Carlos Andrés Pérez "había prometido en su primer gobierno una cruzada contra la pobreza, porque los anteriores gobiernos no habían acabado con ella", pero la verdad es que el interés de los gobiernos de la Cuarta República, no era acabar con la pobreza, lo que les interesaba era acabar con los pobres, como en efecto lo venían haciendo, desde el nefasto gobierno de Rómulo Betancourt, y fue lo que sucedió el 27 de febrero y días sucesivos hasta entrados los días de marzo que duró el toque de queda, donde se produce la masacre más horrible jamás vista en nuestro suelo venezolano, que nunca se pudo contabilizar el número real de muertos, en las protestas, producto de la brutalidad policía y militar, imponiendo la suspensión de garantías, donde hubieron personas desaparecidas, torturas, tribunales militares y fosas comunes.

Pero la gota que derramó la paciencia popular aquel día 27, fueron los planes acordados entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Ejecutivo Nacional, que exigía grandes ajustes en la vida económica del país, los cuales representaban sacrificios para la población, como por ejemplo el aumento en el costo de la gasolina y el precio del pasaje del transporte público, la eliminación de los subsidios, entre otros ajustes dañinos para la población, los transportistas pretendían subir los precios un 50 por ciento, pese a que sólo estaba permitido un incremento no mayor al 30 por ciento, lo que ya de por sí era un golpe fuerte para el bolsillo del venezolano. Además, se eliminaba el beneficio del medio pasaje estudiantil.

Otro factor perturbador fue el acaparamiento y la especulación con los productos de primera necesidad, lo que causó desabastecimiento e inflación, lo cual se convierte en la causa de las protestas que se inician en Guatire en horas de la mañana del 27, que inmediatamente se fue extendiendo hacia la ciudad de Caracas, desatándose actos de violencia, como quema de autobuses, cierre de calle, dónde posteriormente se comenzó con el saqueo a comercios, provocando una fuerte represión por parte de los cuerpos de seguridad del Estado, disparando a mansalva a la población desarmada, extendiéndose tal violencia a varias ciudades del país.

El 28 de febrero, el Presidente Carlos Andrés Pérez, para aplacar la tensión popular en las calles de la ciudad, autoriza la implementación del plan "Ávila", mediante el cual le ordenaba, como Jefe de Estado, a la Guardia Nacional y al Ejército acabar con las protestas, permitiéndoles el uso de armas de guerra en contra de los manifestantes; entonces se emprende una brutal represión, asesinando a las personas, adiestras y siniestras, sin mirar a quien, ametrallando y allanando a casas de familias, apartamentos y edificios donde vivía la gente pobre, pues, era la guerra de los ricos en contra de los pobres.

De igual manera, el presidente Pérez decreta el estado de emergencia, previsto en el artículo 240 de la Constitución de 1961, con el que suspendió las garantías constitucionales: el derecho a la libertad y seguridad personal, la inviolabilidad del hogar doméstico, el libre tránsito, la libertad de expresión, las reuniones en público y el derecho a manifestar pacíficamente. Todos estos derechos al pueblo les fueron infringidos, durante unos 10 días. Y para el fiel cumplimiento de tan funesta medida, el gobierno envía cuatro mil soldados con tanquetas a las calles de Caracas para "restablecer" el orden. Se dice en las fuentes periodísticas de aquel momento, que los primeros grupos de militares se ubicaron en las faldas de los cerros para evitar que las personas continuaran bajando y se unieran a los saqueos, y que los primeros disparos fueron de advertencia, pero después empezaron a asesinar gente.

He podido leer en las fuentes hemerográficas, que aun cuando ya habían cesado los saqueos, los militares continuaron disparando indiscriminadamente contra las casas de los habitantes de las zonas más populares de Caracas. Además, las patrullas del Ejército comenzaron a allanar casas en los barrios, supuestamente en busca de la mercadería, arrestaban a sospechosos y asesinaban a personas dentro de sus casas. La hoy extinta Policía Metropolitana, que estaba en ese momento dirigida por el alcalde Antonio Ledesma, también participaba en la represión en las calles, que según informaciones periodísticas de ese momento, aplicaba la "ley de fuga" contra presos a los que primero liberaban y luego asesinaban, y en los barrios, los soldados ametrallaban a las personas que transitaban por las calles.

En aquellos funestos días, el bullicio citadino de Caracas, se transformó en el aterrador estruendo de disparos de los fusiles del ejército que actuaba como un ejército invasor, al servicio del gran capital internacional y cuando finalmente cesó el tiroteo, la morgue se llenó de cadáveres y los hospitales eran insuficientes para atender a la cantidad de heridos. Muchos de los cadáveres fueron arrojados al río Guaire o enterrados en fosas comunes.

Hoy a 35 años de aquella funesta fecha, debemos recordarla a manera de reflexión. No olvidemos que cuando un pueblo olvida su historia, corre el riesgo de repetirla, pues, no nos debe pasar a nosotros que somos un pueblo de valientes luchadores, descendientes de padres libertadores.

Que Dios nos proteja, porque todavía el pueblo venezolano no ha terminado de decantar la rabia acumulada desde los viejos tiempos, y aun esa rabia popular se encuentra retenida, por encima de las penurias que sufre la masa popular, por la constante crisis que vive el país, que bien sabemos que es por culpa de la sanciones criminales, que nos han impuestos las potencias capitalista, que a nuestro buen entender sólo afectan al pueblo de a pie, mas no a quienes ostentan el poder, pues ya que ellos están como en un mundo aparte, no saben lo que está pasando en la actualidad, al pueblo, ya que se mantienen aislados de la verdadera esencia popular. Es que ellos viven en sofisticadas mansiones, andan en modernos y cómodos vehículos, se alimentan muy bien, dándose la buena vida, la que les proporciona el poder.

Así viven nuestros gobernantes, en la opulencia, mientras el pueblo exige que se le resuelvan sus elementales problemas, que se restituya el salario digno ajustado al mandato de nuestra Constitución, porque ya los bonos no resuelven. El pueblo exige dignidad. Sabemos que las sanciones nos afectan, pero también nos afecta la corrupción dentro del Gobierno, por lo que también exige el pueblo, que cese la impunidad ante tan grave mal, como es la corrupción, y evitemos que LA FURIA BOLIVARIANA, DESPIERTE LA RABIA POPULAR ACUMULADA.

NO OLVIDEMOS QUE "NO HAY MAL QUE DURE CIEN AÑOS NI PUEBLO QUE LO RESISTA".

¡CHÁVEZ VIVE! … La lucha no se detendrá… VIVIREMOS Y VENCEREMOS.

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