Los "Aguiluchos" secuestran el avión de Avensa y después se produjo "El carupanazo" (Parte II)

Jueves, 14/03/2024 02:30 PM

Nota: Capítulo de mi novela titulada "Cuando quisimos asaltar el cielo", aun sin publicar.

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Volvió a recordar a "Los Aguiluchos" y la encomienda que llevaba a Carúpano.

El autobús dio un salto demasiado brusco; un hueco ancho y hondo, en medio de la carretera provocó aquel incidente. Miró hacia el conductor y pudo observar como éste maniobraba hábilmente, aferrado al volante, el cual hacía girar violentamente a un lado y otro, para hacer al vehículo volver al lugar de la carretera por donde debía transitar. Al fin pudo aquél controlar la situación, hizo el cambio correspondiente en virtud que había disminuido la marcha; la máquina pareció dar un tenue salto y continuó avanzando con la mismas dificultades del principio, trepidando sin cesar.

Lo agitado del momento, la violencia derivada de todo aquello, hizo que la muchacha se moviese, mirase un rato a su compañero de viaje mostrándole una sonrisa complacida, para luego volver a la posición anterior, una vez que intuyó que todo el sobresalto había sido superado.

El joven pasó la palma de la mano sobre el vidrio de la ventana, que presumía empañado por la humedad, para mirar hacia fuera; esfuerzo inútil, pues la neblina, más que la oscuridad, pues allá arriba se percibía la luna alumbrando suficiente, no permitía sino verla a ella. Densa la neblina, blanquecina afuera, de su lado, desde dentro del vehículo, gris hasta donde escrutaba la mirada, oscuridad y soledad más allá, y al mismo tiempo fría, por lo menos de este lado, como para meterse hasta los huesos y estrechar a los compañeros de viaje, tanto que estaban ya como revueltos o fundidos.

Aquella tranquilidad momentánea, le hizo volver sus recuerdos del vuelo fugaz de "Los Aguiluchos" y la encomienda que llevaba a Carúpano.

Al fin, después de un tiempo que le pareció demasiado largo, pero le sirvió para desaparecieran los sudores y el pecho se desahogase, el avión volvió a tomar vuelo hacia Carúpano. Nadie abordo supo de lo acontecido. La aeromoza de aquel bimotor a hélices no hizo ningún comentario al respecto. Si bien no bajó de la nave, sí habló con quiénes del aeropuerto, empleados y trabajadores de la línea aérea, llegaron hasta la ventanilla de entrada. Quienes piloteaban el avión pudieron haber tenido información por los medios propios de la nave. Pero nada se supo. Cuando volaban casi en línea recta para el destino siguiente, el asunto se había olvidado casi por completo.

Al fin, el avión aterriza en Carúpano

En una curva pronunciada que el conductor tomó de manera brusca y permitió que el vehículo se escorase demasiado, la muchacha despertó o fingió hacerlo. Levantó la cara y sonrió con ternura a su apechugado acompañante. Con voz propia de quien despierta o finge hacerlo, preguntó la hora. No supo responderle, la oscuridad dentro del vehículo y la neblina no le permitían leer el reloj.

-"¿Cuánto falta?"

-"Como hora y media", respondió el joven.

-"Sigue durmiendo, te llamaré cuando hayamos llegado. Eso sí, no te muevas; quédate como estás".

Ella levantó la cabeza y la mirada hacia él; le sonrió con ternura y complicidad. Buscó su mano y la oprimió con delicadeza, luego la acarició y la oprimió más que antes. Se apretó más a su acompañante y volvió a intentar dormir.

En aquel momento, volvió a sus recuerdos de viaje aéreo de Maiquetía a Carúpano para llevar una encomienda, justo en el mismo momento que "Los Aguiluchos" volaban en el avión de Avensa que habían secuestrado.

Cuando la aeromoza anunció el aterrizaje en el aeropuerto de Carúpano, despertó sobresaltado; al poco tiempo, muy fugaz, que salió de Margarita, se quedó dormido, aunque ligeramente. Eran las tres de la tarde y unos minutos. Soñó con su padre muerto quien le dio unas recomendaciones, que ahora no lograba recordar en su totalidad, ni por qué se las había dado. El viejo aparecía envuelto en una neblina densa que apenas dejaba verle y como flotando en ella. Pero si le dejó la sensación de estar alerta, sereno. No recordaba más detalles, salvo aquella expectativa, que con él había soñado y unas palabras premonitorias, dichas como quien se despide:

-"Ya sabes, pase lo que pase, no dudes en hacer lo que te he dicho."

El avión descendió y se depositó en la pista, no sin dar dos o tres bruscos saltos por irregularidades en la misma. Cuando la nave se detuvo frente y muy cerca del pequeño y modesto edificio del aeropuerto, recordó que su preciada carga o singular "equipaje", estaba debajo del asiento. Reaccionó con premura, lo tomó, apretó contra su cuerpo y esperó con calma se despejase la salida. Era una habitual forma de actuar en esos casos; nunca se desesperaba y hasta acostumbraba salir entre los últimos.

En efecto, esta vez hizo lo de siempre, salió muy calmado; la angustia que le atacó durante el vuelo antes de llegar a Margarita había desaparecido por completo. El haber soñado con su padre contribuyó a que asumiese aquel estado de ánimo.

"Pase lo que pase, no olvides hacer lo que te he dicho"

Cuando se asomó a la puerta del avión, los vientos constantes, raudos y salitrosos que soplaban en aquel aeropuerto de aquella ciudad cálida, le obligaron a cerrar los ojos y bajar ligeramente la cabeza. De manera que, a las primeras no pudo percatarse de lo que sucedía más allá de la pista donde el avión se había detenido. Al levantar la cabeza observó que frente a la parte posterior del edificio de aduana y servía de área de servicio a los pasajeros, se había formado una cola de parte de quienes acababan de bajar de la nave que había aterrizado. Del lado izquierdo, a la puerta de una cerca metálica que separaba el aeropuerto del exterior, otro grupo se había formado de la misma manera.

Inmediatamente, por su experiencia y preparación de joven ya habituado a aquellas dificultades, se preparó con rapidez para enfrentar la situación. No le era posible en tales circunstancias abandonar la encomienda. Se hubiese puesto en evidencia por los pasajeros que tenía detrás, la aeromoza parada como en ritual de despedida a un lado de la puerta de salida habilitada y el pasajero de adelante. Además, el encargo que portada iba en un maletín de un tamaño que, en las circunstancias en que se encontraba, bajando una estrecha escalera, no era nada fácil ocultar o dejar abandonado como para que ante todo pasase desapercibido.

Imaginó, pues era lo habitual, que se sometía a los pasajeros a una revisión. Ello incluía solicitud de documentos de identificación; cotejar estas con las listas de personas solicitadas y sus respectivas fotografías. Lo que era más grave y alarmante, revisión del equipaje.

Puso mayor atención en los grupos que se habían formado y pudo distinguir, pese la distancia, que del lado derecho, camino hacia la aduana, la revisión estaba a cargo de la "Digepol", Dirección General de Policía o Policía política. El grupo de la izquierda era requisado por la Guardia Nacional, una de las cuatro componentes de las Fuerzas Armadas venezolanas.

Volvieron a emerger los sudores, el pecho empezó, como antes a llenársele de aire y la garganta se cerró.

Respiró profundamente, con demasiada fuerza. Tanto que la corriente de aire que aspiró hizo retroceder ligeramente la que ascendía del estómago y se sintió como relajado. Esperó un breve rato con los ojos cerrados, sin moverse. Quien le seguía en la escalera debió haberse distraído observando lo que sucedía allá adelante, pues no hizo intento alguno de avanzar. Todo aquello le ayudó a controlarse y obligar los sudores se disipasen.

Entonces recordó el sueño con su padre. La sensación que le demandaba mantenerse alerta, sereno y aquellas como premonitorias palabras:

"Ya sabes, pase lo que pase, no dudes en hacer lo que te he dicho".

Solo en ese momento pudo percatarse que no le había dicho nada, salvo aquella frase.

-"¿Qué quiso decirme?"

-"Sé bien", se dijo para sus adentros "que quiso advertirme de esto". "Ponerme en preparo que el peligro me acechaba. No era esta la primera vez. Nada dijo acerca de cómo solventar esta complicada y peligrosa situación".

-"Pero dijo, no dudes. Es decir, debo saber qué hacer en este caso. Complicado por demás".

La Digepol era una policía formada por asesinos y asaltantes. La tortura era su método para tratar a cualquier detenido. No importaba si se trataba de obtener o no información, de igual manera apelaba con placer aquel cruel procedimiento. No era necesario en casos, intentar investigar nada, para someter al detenido a severos interrogatorios acompañados de planazos, paradas interminables en bordes filosos y los pies descalzos, golpes de puño y manguerazos "técnicamente" aplicados para que no dejasen muestras. Era un cuerpo integrado además por mercenarios reclutados en el Caribe y entrenados para perseguir lo que ellos llamaban el comunismo que, en el caso venezolano, lo era todo aquel que estuviese contra un gobierno que aplicaba aquellos procedimientos.

La GN, Guardia Nacional, era como un cuerpo pretoriano, que desempeñaba diversas funciones. Desde proteger a las altas autoridades del gobierno, actuar como fuerza de choque ante manifestaciones o todo aquello calificado como alteración del orden público, cuidado de las fronteras, persecución del contrabando y hasta como represora de la opinión. Pues también hacía, dependiendo de sus comandos, las veces de policía política que detenía sospechosos por oponerse al gobierno, practicar interrogatorios de esta naturaleza y hasta la tortura, si lo consideraban necesario. Aquel cuerpo se le utilizaba además para razias en las ciudades contra los pobres y en una sociedad que generaba desempleo, como producto natural, lanzaba al cuerpo militar a perseguir hombres y mujeres sólo por estar forzosamente desocupados. Habitualmente se desplegaba por las ciudades a solicitar documentos, como cartas que avalasen que el importunado trabajaba, llamadas "constancias de trabajo"; quien no portase una de ellas, simplemente porque era un desempleado, en un país donde el 20 por ciento lo estaba, le consideraban un delincuente en delito flagrante, iba preso y era atropellado.

Pero por su naturaleza, la forma de integrarlo, la aptitud de sus miembros, que no eran reclutados por el partido de gobierno y sus oficiales provenían de las escuelas militares y no de aquél, cabía esperar en algún momento un comportamiento diferente o más humano al de la Digepol.

Mientras hacía estas meditaciones, evaluaba qué camino tomar, creyó tener una respuesta a las palabras de su padre.

"Debo tomar hacia donde está la alcabala de la GN. Fue eso lo que quiso adelantarme mi padre. Sobre todo aquello de no "dudes lo que te he dicho".

En efecto, pensó que con la Digepol no había alternativa. Detención, secuestro, tortura para que dijese el origen y destino de lo que portaba. Quizás la muerte y la desaparición. Nada distinto a eso podía esperarse.

Con la GN, podía suceder lo mismo. Que este cuerpo lo entregase a la policía política o cualquier cosa inesperada, nunca peor.

Dice la aeromoza, "Secuestraron un avión saliendo de Ciudad Bolívar"

La aeromoza, desde su posición de anfitriona, en la puerta del avión, justo en el sitio donde comienza el descenso de la escalera, hizo el comentario al pasajero que tenía a su espalda.

-"¿Cómo fue eso?"

Preguntó el hombre, señor gordo, de unos cincuenta años, vestido de flux de casimir azul marino, corbata roja, con pintas blancas y sombrero también azul. Portaba uno de esos maletines habituales para documentos.

Su contertulio, el señor del portafolio, comentó como con indignación:

-"Esas son vainas de los comunistas. ¡Hasta cuándo joderán!"

Aquella conversación, lejos de aumentar su preocupación, le indujo a atender la recomendación de su difunto padre, tomar la decisión que le dictaba el instinto de sobrevivencia y sin dejar de esperar "un milagro divino de su viejo".

-"Definitivamente intentaré salir por donde está la "guardia". ¡Quién quita no me registren! No puedo esperanzarme en qué no lo hagan mucho, porque la propaganda del partido está arriba, a la vista. Sólo por ella me detendrán y hará que requisen más a fondo."

Por la forma cómo organizó su maletín, su juventud y su porte todo, le resultaría muy difícil convencer a la guardia que aquel dinero era suyo o simplemente lo llevaba por encargo de un tercero. Pues todo lo que pudiese decir era preferible a que el dinero lo vinculasen a los grupos políticos clandestinos. Esto podía conducirle a la muerte. Lo otro sólo, si acaso a la cárcel, si no a un acuerdo ventajoso para sus captores. La propaganda anulaba toda opción. Había pues que esperar "un milagro".

Sobre todo lo impulsaba la seguridad que esa decisión conducía al menor de los males. Con este pensamiento reanudó su marcha descendente a enfrentar las circunstancias; eso sí, todo temor, angustia, sudores y apretaderas de pecho desaparecieron. Se tornó sereno y seguro su avance al punto de requisa y control que escogió; el de la GN.

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