Nota: Este artículo es viejo, publicado en la prensa regional de sus buenos tiempos, a mitad de la década del 60 del siglo pasado, de cuando pocos invertíamos nuestro tiempo en esto, restándoselo al descanso que demandaba nuestro intenso trabajo docente de aula con 40 alumnos por curso, 12 y 13 de estos para poder subsistir con decencia; lo que significaba además tener que corregir unas 2080 pruebas por mes, sin incluir otros recursos de evaluación; eso sí, pese todo ese sofoco, subsistíamos materialmente hablando. De los tiempos cuando ser militante de la izquierda y hasta dirigente significaba un reto, sacrificio y ejercicio demasiado exigente sin posibilidades de recibir ninguna recompensa o reconocimiento oficial, porque nuestra vida siempre ha sido, ¡designios de ella! un enfrentar las injusticias, inconsecuencias, y hasta la mala fe.
Había que ser de los mejores, luchando contra el poder y sólo por la satisfacción de vivir con dignidad. A nosotros, docentes de media, militantes de la izquierda, nada se nos reconocía; fuimos distintos a los del mundo universitario, de la autonomía, donde nuestros colegas y "compañeros de sueños", podían hacer realidad los suyos, como con poco trabajo, conseguir becas para estudiar en el exterior, asegurarse el cupo universitario para sus hijos y familiares en aquel "culo de botella" que se formaba para ingresar a aquellas casas de estudio, para terminar cansados y siendo como poco exigentes cuando se trataba de las demandas inherentes más allá del entorno. Unos se acomodaron de un lado y otros del otro y cada quien a su debido tiempo. En ese mundo y en ese mirar las cosas, siempre, cada quien tuvo y tendrá su oportunidad. Es cosa de esperar con calma cuando llega el turno de cada quien.
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En una celebrada película de Gillo Pontecorvo, protagonizada por Marlon Brando, titulada "Queimada", se ofrece una escena que sugiere una reflexión profunda acerca de los fines del poder. Un jefe guerrillero victorioso, sentado en una silla rococó y asediado por los reclamos de los diferentes sectores sociales que habían sido burlados por el viejo régimen y también por quienes habían sido beneficiados y hasta determinado sus haceres, medita y se pregunta con angustia ¿qué hacer?
Al cabo de unos días, sin respuesta a la mano, el humilde y hasta entonces "glorioso" guerrero retornó con sus huestes a la montaña. Abrió un nuevo frente y un paréntesis para dilucidar un problema profundo ¿qué hacer con el poder?
Para aquel legendario comandante, el acceso al poder de nada sirvió si no supo o pudo manejar las herramientas del cambio positivo.
Quizás alguien se sienta inclinado a pensar que ese planteamiento no pasa de ser un idealismo o una simple expresión poética. Que nada tiene que ver con el mundo real.
No obstante, el "poema" de Pontecorvo es un simbolismo, una abstracción referida al mundo cotidiano. No es una simple cuestión de retórica construida al gusto de los intelectuales. Ha habido y habrá, por eso Pontecorvo lo recrea en la película, quien pondría por encima de todo, hasta de su propia dignidad, la seguridad y bienestar que se merecen los pueblos, el simple placer de sentirse poderoso y conductor de un movimiento sin salida, ideas y a su lado una corte, hasta sin principios y menos de la emoción de los sueños por lo grande; muchos de ellos recién llegados, asaltantes del barco en su momento de gloria, aprovecharán aquello para satisfacer su pequeñez y por eso aplaudirán cada gesto y palabra y todo será bello hasta que dejen de servirse.
Es un lugar común entre nosotros el ofrecer de todo en las campañas electorales y en debates con el contrario. "Acabaré con el hambre y meteré en cintura a los especuladores", dice con demasiada frecuencia el discurso electoral, "activaré la economía y lograré desatar las fuerzas productivas", para terminar repartiendo las sobras y lo que ya está hecho.
"Haremos esta sociedad más justa, una de más equitativa distribución de la riqueza y abriremos camino al desarrollo", expresa otro sin el más mínimo rubor. Y nada de eso acontece, porque son pedazos de discursos sacados del escaparate de las cosas viejas sin orden ni concierto.
Muchas de estas promesas, pese a lo que gran parte de la gente crea, se hacen, de un lado u otro, con la mejor buena fe. Es natural creer que más de un cara dura solo habla por hablar; y por algo peor que eso, engañar de manera flagrante. Pero no hay duda que unos cuantos son "sinceros". Y hay de quienes pudieran haber quedado atrapados por lo sucedido antes, lo iniciado a partir de concepciones llenas de buena fe, pero erróneas.
No es sólo con discursos de feria y de buenos deseos que cada sociedad cambiará de manera que las cosas sean mejores y las relaciones humanas más solidarias y..... ¡eso, más humanas!; que la productividad permita el equilibrio necesario y apreciado entre la rentabilidad y la felicidad; que la sociedad crezca y crezcan los humanos.
Es importante tener la respuesta apropiada a la interrogante del viejo guerrillero de Pontecorvo, ¿qué hacer? O lo que es lo mismo, partir de lo que la realidad indica, de adecuados diagnósticos. Lo emocional y los sueños no pueden suplantar a lo anterior.
Pero es triste saber que muchos que acceden al poder jamás se torturan de esa forma. La emotividad suele ser mayúscula. Creen saberlo todo y en todo caso, se conforman con obtener el aplauso de la camarilla y disfrutar los placeres y ventajas que depara el poder. Y por eso, hasta sin percatarse, con ella y para ella trabajan. Pues se está en el poder no solamente cuando se ejerce o maneja el aparato del Estado, que si bien es importante, no obstante es apenas una parte de aquel. Se es parte del poder de otras formas y a veces hasta se ignora esta circunstancia. Y es triste y hasta frustrante cómo, después de tantas luchas, los viejos derroteros y prácticas se imponen porque al pueblo no le dieron la oportunidad y sus derechos que, ejercidos, enseñan a distinguir con pertinencia.
El legendario guerrillero de Pontecorvo es un Quijote y como éste, hasta "un tonto que no conoce los secretos del poder". Así piensan los pragmáticos, los cínicos y los equivocados hasta de buena fe. Porque ignoran que lo grande del Quijote es haber puesto al descubierto cuánto hay de tonto en quienes piensan que los demás lo son.
Prefiero el "Quijote" de Pontecorvo, que se vuelve a la montaña o para mejor decirlo, evitando equívocos para no se piense le damos validez a aquella fracasada forma de lucha, se va a su viejo puesto, rol, a reflexionar, reconcentrar las fuerzas, las verdaderas que le sirvan para reencontrar el camino y los auténticos aliados, al viejo marinero que se concentra en su brújula, en el instinto y fuerza de sus viejos compañeros, y no al quien se niega a reconocer que anda perdido o de buena fe, eso ignora, en el camino y avanza como loco hacia donde está el farallón que oculta el precipicio que se rinde a sus pies, atendiendo al aplauso de quienes ya tienen todo lo que buscaban en la vida y justo por lo que estuvieron aplaudiéndole.
El perdido, pues los hay, distintos a quienes se pierden, de vez en cuando lee los periódicos o recuerda un viejo discurso escuchado por allí, en alguna parte, y en sus peroratas de feria habla del Quijote y lo pone de su parte.