Si no puedo hacer lo que me dicta el deber
y hasta reclama mi conciencia, formada en
mi mundo, el de mi gente, mis amigos y
durante largos años de lucha y compromiso,
"yo tampoco quiero mando".
En mi humilde barrio, se solía decir, como una oración con un gran contenido moral, pese la poca formación intelectual de quienes allí vivíamos, pero llenos de rectitud y respeto a los compromisos, la gente y el peso de nuestra conciencia, "no te metas para que no a aparezcas", lo que, entre tantas cosas, significa no contraigas deudas que no podrás pagar o compromisos que de antemano presumes y hasta sabes que honrarás. No hagas ofrecimientos que no podrás cumplir y hasta "no te metas en camisa de once varas"
Me forjé en la idea que, la multitud, esa donde se cuentan los trabajadores, no debía dejar que nadie dispusiese por ella. Es falso que la sociedad cambia en beneficio de quienes producen con su trabajo las riquezas, por disposición de las vanguardias. Ellas, las vanguardias, usando el poder coercitivo y hasta armado del Estado, por instinto o costumbre, movimiento inercial, tienden a mantener todo como está y cuando mucho, como dijera el Conde de Salinas en "El gatopardo", tienden a cambiar "para que nada cambie" o mejor un movimiento para el reacomodo. Eso que, en el lenguaje de ahora, llamamos, en el caso del modelo capitalista, mutar para que todo siga como está o viene.
Eso de las monedas como el Bitcoin, las nuevas agrupaciones de naciones, lo contra a lo unipolar o hegemónico, no están diseñadas en esencia, ni es su objetivo, para favorecer a la clase trabajadora, solo son reacomodos del modelo dominante, "cambiar para que nada cambie", lo que no niega pudieran a aquella beneficiar, pero si los trabajadores se mantienen en lucha permanente.
Justamente el Bitcoin, el Petro, las monedas encriptadas, sirvieron para que el Aissami, cual moderno Houdini, no hábil en aquello que este practicó arduamente, llamado el escapismo, que consistía en desaparecer ante la cara de la gente y salir de una caja fuerte cerrada hasta bajo 7 llaves, sino en vender petróleo, una cosa tan evidente, para lo que se usan enormes barcos que van y vienen, sin que los viesen y, menos nadie de quienes están obligados a hacer contraloría, se enterase del destino del dinero. Fue él, ese "sujeto" del cual habla Luis Britto García, en su reciente trabajo, titulado, "Caiga quien caiga"; "salido de no se sabe dónde es encumbrado sin que nadie sepa por qué a responsabilidades de las cuales no sabe nada: se lo aclama como el nuevo Salvador del Mundo, y de repente se nos notifica que el facineroso desapareció miles de millones de dólares sin que nadie advirtiera cómo". https://deeligiodamas.blogspot.com/2024/04/caiga-quien-caiga.html
En la década del sesenta, estuve entre quienes no simpatizaron con que se propusiera y hasta aprobase una ley relativa a la escala móvil de salarios. Sino que esa cláusula se estampase en los contratos, previendo las variaciones de los precios de las mercancías, entre un contrato y otro. Pensábamos que, no bastaba que, en los contratos se previesen aumentos salariales cada cierto tiempo, hasta la firma del próximo, sino que se determinase ajustes en caso de variaciones imprevistas.
Nos parecía que, una ley que impusiese cada cierto tiempo una revisión salarial, aparte de innecesaria, pudiéndose hacer lo mismo en la contratación que es una ley especial y con mayor rango, podría generar confusiones y hasta restarle fuerza a la lucha por el salario.
Esta lucha, que es permanente y debe serlo, en la sociedad capitalista, aunada a las otras que plantea el contrato mismo, es como el catalizador, la fuerza que debe animar, impulsar al trabajador por los cambios en su beneficio.
Una ley que sirva de distracción y hasta evasión del derecho a discutir los contratos, favorece al Estado, que es la expresión de clase dominante, significa restarle derechos, fuerza y hasta entusiasmo a los trabajadores en la lucha por los cambios globales anhelados y necesarios. El hecho que revolucionarios, siendo este el caso, estén al frente del gobierno, no significa que dominen y controlen al Estado.
Aun cuando pudiera ser pertinente que quienes gobiernan sean revolucionarios e incondicionales defensores de los trabajadores, no se puede dejar en manos de ellos la determinación y destino de la lucha de clases, del cambio y del manejo de la lucha salarial, por lo que significa para la subsistencia de aquellos y los efectos sobre el cambio social.
La bonanza petrolera, siempre ella determinando nuestras desgracias, lo que pareció ser amor de un día, permitió al presidente Chávez, decidir, de manera unilateral, en materia salarial. Aquí se produjo una desviación tal que, el presidente aumentaba salarios y beneficios, como con los pensionados del IVSS, sin que nadie se los pidiese y, hasta de manera inesperada, los contratos fueron como quedando en el olvido y, al parecer, calificados como una cosa del pasado y hasta un peso. Y la dirigencia sindical lo celebraba y el Estado, pese la buena fe del presidente, comenzó a apropiarse de un derecho y un motivo de lucha para los trabajadores.
La dirigencia sindical llegó a darle poco valor a aquello, lo del contrato, pues les pareció mejor esa velocidad y generosa iniciativa del presidente de aumentar sin tener que pasar por la engorrosa discusión contractual. No pensaron que tal conducta era fácil asumirla, dado el enorme ingreso que generaba entonces el hidrocarburo y la disposición del gobierno de una enorme capacidad para controlar al dólar.
Una clase dirigente sindical mayoritaria, formada por factores de la vieja izquierda y una buen cantidad proveniente de los viejos partidos de la derecha, de los cuales hay unos cuantos haciendo todavía de líderes, que no viene al caso mencionar, dado que nadie los nombra, se dejaron embriagar por aquella iniciativa generosa del presidente, procedente del sector militar y con poca experiencia sobre el tema.
No hay duda, voy a repetirlo para que nadie se forje ideas equivocadas, que al presidente Chávez lo movió la buena fe y el deseo de favorecer a los trabajadores, pero sin darse cuenta, generó un mecanismo diabólico que, terminaría afectando a los trabajadores y entorpeciendo la inercial marcha por los cambios, relativos a los beneficios económicos y al manejo de las relaciones con el Estado y el capital. No previeron que, como es habitual en el modelo capitalista, el Estado y el capital, en algún momento tuvieran necesidad de entenderse y lo harían dejando a los trabajadores al margen, atrapados por una práctica que terminaría quitándole la capacidad y poder de reacción. Tanto ha sido así, que el Estado, la dirigencia sindical, el partido creado para servir a los trabajadores y estos mismos, terminaron por poner los derechos contractuales establecidos en las leyes, como resultado de largas y duras luchas, a un lado o sea restándole todo valor. Y lo que es más triste, uno escucha a supuestos dirigentes sindicales del "movimiento revolucionario", pronunciando discursos inherentes a los intereses de los patronos.
Ahora mismo recuerdo cómo, en un momento crucial, cuando las guarimbas azotaban y atemorizaban a Venezuela toda, el Ministro de Educación de entonces, Aristóbulo Istúriz, como cosa curiosa proveniente de la clase dirigente del magisterio, aprovechó aquella circunstancia, a su saber y entender, para prorrogar de manera indefinida el contrato de los educadores ya vencido, sin ninguna variación, lo que significó un tratamiento anti gremial.
Esa conducta del ex dirigente gremial, entonces ministro, revela lo que tanto decimos sobre el Estado. Como que éste, es un instrumento en favor de la clase, factor o grupo que domina, por lo que la clase trabajadora, a quien le corresponde la dirección del cambio, no puede jamás entregar su poder y derechos, en manos de ninguna individualidad o grupo, pese se crea que a ésta o éste les anima la mejor buena fe.
También es digno de recordar que, siendo Elías Jaua ministro de Educación, se firmó un contrato mediante el cual los docentes y los trabajadores todos del área educativa, incluyendo administrativos y obreros, percibirían significativos beneficios. Y uno de ellos fue que, si mal no recuerdo con exactitud, cada tres meses, se haría un incremento, según ese contrato y en relación con los aumentos de precios. Llegado el momento de hacer la revisión respectiva, se produjo la inesperada, no sé exactamente si renuncia o destitución, del ministro y el renombramiento de Istúriz para el cargo. Y este, sin duda de ninguna naturaleza y menos complejo de culpa, decidió por su exclusiva voluntad, desconocer lo previsto en el contrato.
Y, vuelvo a decirlo, el Estado es como un monstruo, un cuerpo vivo, una fiera, un animal de mil tentáculos, que se apodera de la gente y les hace mirar hasta "el mundo al revés". Por eso solemos decir, "ahora que está en el poder, es una persona distinta a lo que siempre había sido". Y es que contrae nuevos compromisos y deudas que él mismo desconoce.
Por esa impuesta práctica, derivada de la buena fe del presidente Chávez, su inconmensurable liderazgo y capacidad para lograr que la gente, hasta muy perspicaz y formada en esas lides, se le rindiese y le diese el derecho a disponer a su saber y entender, hasta sobre asuntos tan significativos, material y hasta estratégicamente, dentro de la lucha de clases y el cambio, como si fuese la clase misma, el todo. Y pese que, en la constitución de 1999, la llamada bolivariana, en el texto, se le dio un valor significativo a "lo participativo y protagónico".
Y quienes asumieron el poder y control del Estado, muerto el presidente, aquel que dispuso de recursos para otorgar beneficios a la clase trabajadora, sin necesidad que esta desplegara sus luchas, con lo cual logró tranquilizar y, hasta domesticar, sin quererlo, a los dirigentes sindicales, han optado, ahora cuando el Estado carece de recursos provenientes de las riquezas naturales, propiedad del pueblo mismo, es víctima de las sanciones de parte de EEUU, pero existiendo formas legales de aumentar sensiblemente los ingresos, si las fuerzas y recursos de los trabajadores se hubieran mantenido en movimiento y en capacidad de presionar con verdadera fuerza, en creerse con el derecho de decidir, sólo consultando con los empresarios, quienes están poniendo condiciones hasta inescrupulosas y una clase dirigente sindical sin inserción en los trabajadores, acerca de la materia salarial.
Pero por esa actitud paternal, que terminó convirtiéndose en un derecho por encima de los contratos y demás leyes inherentes al trabajo, la clase trabajadora en su conjunto, perdió unidad, fuerza y claridad acerca de sus derechos y obligaciones y, buena parte de ella, pareciera convencida que los aumentos salariales son un derecho divino y que como tal, debe ser otorgado por quien disponga de él.
Por eso, la mayoría de los venezolanos estamos como estáticos y hasta atontados, esperando lo que decida el presidente el 1º de mayo, si es que decide algo en materia salarial o nos deja con el bate al hombro como el año pasado. Ya El Aissami no se encaleta esa cantidad impensable de dólares y en consecuencia, deben entrar ahora al BCV.
Pero hay algo más que eso de los aumentos salariales; la clase dirigente, que se asume como revolucionaria y partidaria del cambio, debe revisar y entender que esa estrategia no le es inherente, sino todo lo contrario; está obligada a estimular las luchas de todos, empezando por los trabajadores y por los salarios el pago pertinente a jubilados y pensionados, porque esa es el proceder correspondiente en la lucha por el cambio que anhelemos. La pasividad de ese universo, el conformismo, el esperar que decidan por él, es la estrategia de la clase dominante.