Más allá de las elecciones del 28 de julio (VII)

Sábado, 15/06/2024 12:46 PM

El 28 nos jugamos la Patria…

La derecha apátrida y fascista no termina de entender que la invocación hecha, en el Preámbulo de la Constitución Bolivariana, nuestra CARTA MAGNA, a los poderes creadores del pueblo son la razón principista que guía el proceso de fraguado del Nuevo Proyecto Nacional. Y, no lo va a entender nunca porque para ellos el Pueblo sigue siendo un ente abstracto. Siguen creyendo que su realidad es la realidad. Una realidad construida sin el afecto ni el sentido común, cualidades que le otorgan carácter humanista a la construcción social.

Entienden al pueblo desde una visión esencialista, lo definen solo como un referente sociológico o como un dato empírico. Lejos están de percibirlo como una categoría política que le confiere el rol de sujeto constructor de la sociedad, la cual se edifica a partir de una nueva simbología; de nuevos referentes teóricos; distinta, con identidad propia; de una construcción que rompe de manera raizal con una gramática y una forma de pensar anclada en valores del pasado.

Sociedad que es pensada a partir de los principios de justicia social, equidad, igualdad, libertad, fraternidad y felicidad como derechos humanos. Que hace de la democracia una forma de vida y no solo un sistema político; en donde las demandas de seguridad y protección del pueblo estén garantizadas. En donde los afectos no sean considerados solo como sentimientos personales, sino que, los tengamos como referentes a partir de los cuales podemos construir una nueva identidad política.

Necesario es, asimismo, entender que la política trasciende lo individual. Que su ejercicio, es profundamente colectivo. Que la construcción del sujeto pueblo, es inseparable del bien común, categoría esta que no puede ser construida solo a partir de las "verdades" de los manuales; entender que, el sentido común, constituye una fuente inagotable en la realización del acto político. Y, como dice Raffaele La Capria, "el recurso al sentido común puede y debe servir como antídoto contra el abuso de los conceptos". Y es que, el sentido común, trasciende los conceptos a partir de ellos mismos; porque, el sentido común, no es un concepto, sino un sentimiento, un afecto, socializado. El sentido común nos es útil para "articular lo diferente y fraguar una voluntad colectiva". Es, precisamente, de la comprensión de éste relacionamiento de donde pueda inferirse el realismo de la acción política. Y, eso lo ha entendido cabalmente Nicolás Maduro, a pesar de las criminales medidas coercitivas y el asedio económico y político a que ha sido sometido por las potencias capitalistas de occidente, durante el ejercicio de su gobierno.

Los venezolanos, avanzamos en el fraguado de una sociedad en donde el pueblo, convertido en ciudadano, no es solo un habitante. Sino el sujeto de la construcción de la democracia participativa y protagónica. El Pueblo, concebido como sujeto social, trasciende el concepto de ciudadanía. El Estado Comunal es, en ese sentido, un modelo de organización de la sociedad vivo y activo. En él se establece un relacionamiento, entre líder y pueblo no autoritario. Porque, la institucionalización del poder no puede realizarse a partir de la sustitución del pueblo, sino de una relación de representación. Y es que, en un sistema democrático, representación y participación no son contrarios, sino complementarios. La participación no niega la representación; ya que, a partir de ella, se establecen las funciones, alcances y limitaciones, que definen la identidad de los sujetos políticos.

Es por ello que, el fraguado de un imaginario político de nuevo tipo, que tenga como objetivo la construcción de una voluntad política colectiva, es necesario. Y es que, en éste tiempo, en que avanzamos hacia la edificación de un nuevo orden mundial, de un mundo multipolar, en que se avanza hacia la edificación de una nueva civilización que trascienda los marcos de los sistemas sociales que han existido, el acto político ha adquirido un sentido distinto. Pero, la construcción de esa voluntad colectiva solo es posible fraguar si logramos definir quiénes son sus adversarios; al que, no hay que despreciar ni minimizar.

Pues bien, es en este orden de ideas que le conferimos a los afectos, al sentido común y al realismo político una nueva dimensión. La que asumimos a partir de lo que Gramsci definía como una profunda "reforma intelectual y moral"; sustentada en los más caros principios éticos del humanismo. Porque, aunque parezca una paradoja, "las grandes revoluciones se hacen donde los manuales las habían declarado imposibles, y los sujetos que las protagonizan son siempre bloques heterogéneos y diversos articulados en torno a una suma de ideas e identificaciones con importante carga nacional o local", como afirma Iñigo Errejón. Y es que, para nosotros, que estamos empeñados en construir una nueva Venezuela, hemos hecho del afecto y del sentido común dos pilares fundamentales en su fraguado. El poder del pueblo y la soberanía popular, constituyen su sello de identidad.

Por ello, al igual que el Comandante eterno Hugo Chávez, el Presidente Nicolás Maduro, ha tenido en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela el texto fundamental del pacto político en el ejercicio de su acción de gobierno, la fuente de su práctica de vida gubernativa cotidiana. Durante su ejercicio de gobierno le ha reconocido al pueblo venezolano sus potencialidades. Ese pueblo profundo, menospreciado, excluido, invisibilizado, humillado; considerado como un ente abstracto por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia. Pueblo que, durante estos veinticinco años de Revolución Bolivariana aprendió a leer y escribir, a conocer sus derechos y deberes, se hizo político, logró entender y aprendió a diferenciar entre quienes hablan su mismo idioma y quienes lo siguen teniendo como un simple objeto.

Y, aquí reside la gran diferencia entre la propuesta inundada de pueblo que encarna Nicolás Maduro; y, la de la representación del mal encarnada en ese dúo apátrida y fascista que quiere hacerse del poder nacional para acabar con la patria y convertirnos en colonia del decadente imperio estadounidense.

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