De Isabel, años después, supimos que estaba en Europa
Nota: Parte III y última, de un capítulo de mi novela inédita, "Historias de cuando quisimos asaltar el cielo". Se trata de la Historia de Isabel, una joven ADECA víctima de la represión de la Digepol en los años 60 del siglo pasado.
Isabel, después de hablar con Iris, su compañera de cuarto desde los poquísimos días atrás que llegó a la residencia, subestimar las palabras de aquélla quien le advirtió el peligro que corría, simplemente por ser nueva, no vista antes por los agentes que habitual y nocturnalmente "les visitaban", manteniendo la mano derecha introducida en un largo bolsillo de su bata de dormir, se adelantó hasta colocarse detrás de la patrona que con aplomo y como quien recibe una visita cualquiera, pues ya estaba acostumbrada, no sentía necesidad ni siquiera de enfadarse, abrió la puerta parsimoniosamente sin hacer pregunta. Sabía demasiado de todo aquello y cómo comportarse ante tales menesteres. No tenía dudas de lo que se trataba; ni tampoco era aquello una contingencia. Era lo de siempre. Un grupo de policías, casi siempre el mismo, aplicando "un procedimiento, sin orden específica alguna, sólo por molestar y hacer daño a cualquiera que se les antojase.
No se preocupó, ni tomó las providencias de otros tiempos, como tardar en abrir, valerse de alguna artimaña para evitar que los agentes entrasen prontamente, mientras alguno en riesgo salía por los vericuetos conocidos que daban a las casas vecinas o las muchachas se deshacían de algo comprometedor.
No había necesidad de aquello porque allí ya ningún perseguido o sospechoso buscaba refugio.
-"¿Quién carajo puede venir a esconderse aquí, en una concha quemada por demás? Las muchachas son las mismas que ellos ya conocen y bien saben que no se meten en vainas. La nueva, la única extraña, es adeca, vive aquí porque cerca tiene al novio y su tío es senador, "curruña" del presidente."
-"Los muchachos y muchachas que militan, hasta mis hijos, ni por aquí se acercan. Si llaman por teléfono lo hacen con el mayor disimulo, sólo para dejar constancia que están vivos y en la calle."
-"Pero estos carajos no se cansan de joder. Vienen aquí como quien le guía la costumbre y para mostrarles a sus jefes que tienen el control. Meses largos han transcurrido ya que de aquí no se llevan a nadie. Tanto vienen que ellos y quienes aquí vivimos, empezando por las muchachas, estamos como haciéndonos amigos. Entran, unos se sientan en los muebles y los otros registran cada rincón; ahora, esta actividad la desempeñan con descuido. Últimamente, libros y documentos que antes llevaban después de levantar un acta calificándoles de subversivos, ahora ningún interés le prestan."
-"Cuentan las muchachas que cuando con ellos suben a los cuartos, donde duermen por lo menos tres de ellas, se limitan a mirar en redondo como quien nada busca, nada preguntan que pueda relacionarse con "sus visitas" y hacen comentarios pueriles y hasta amigables. Vienen como a cumplir un ritual."
-"Alguno que otro de ellos, en veces no sé cómo explicármelo, hasta me da informaciones sobre lo que se proponen hacer o lo qué o quién andan buscando."
Después de haber pensado todo aquello, lo que habló consigo misma, abrió la puerta y con la misma naturalidad de los últimos meses:
-"Buenas noches. ¿Cómo están los señores? Pasen con confianza. Están ustedes en su casa. Hagan lo de siempre y lo más pronto posible".
-"Buenas noches señora. Aquí estamos como siempre. No tardaremos mucho. Ya nos vamos. Bien sabemos que la cacería está lejos. Ya por aquí no recala ningún pajarito que tengamos en la mira. Pero aquí estamos por si acaso. ¡Quién sabe!"
Era un sarcástico juego de palabras entre quienes, pese a lo dicho anteriormente, se sabían enemigos. Al finalizar el curioso intercambio de saludos, los agentes se disponían a desplazarse por la casa como siempre lo hacían, cuando el primero al mando, el de baja estatura, lentes semi oscuros y metido dentro de una larga chaqueta gris de grandes bolsillos, se percató de la presencia de Isabel.
Recordó la fotografía pegada a un carnet estudiantil que había encontrado en la casa de los poetas ñángaras, allá en aquella casa de La Pastora, llena de libros y papeles viejos inservibles. Había tomado la precaución de mandarla a ampliar al máximo y pegado a la cartelera de la prevención para que todos aquellos que saliesen en comisión y visitas domiciliarias estuviesen "moscas", porque no le cabía duda que era peligrosa guerrillera urbana. Debajo de la misma había hecho colocar una nota que decía "Se le busca a como dé lugar. ¡Es peligrosa y clave!
Recordó que llevaba consigo el carnet que halló aquella noche, tirado en el suelo y revuelto dentro de un papelero, en la carterita que solía meterse en el bolsillo izquierdo de su casi descomunal chaqueta. Disimuladamente extrajo la pequeña cartera y, sin dificultad, de ésta, el carnet, miró la fotografía y luego la cara de Isabel, quien se había puesto al lado de la señora dueña de aquella pensión.
-"No hay duda, esta es la misma tipa. La que está al lado de la vieja ñángara de mierda ¡Al fin, cayó la carajita! ¡Tanto buscarla y vino a caer facilito donde menos la esperaba! No ha sido malo del todo invertir tiempo vigilando y allanando esta casa, aunque los comunistas y sus aliados digan lo que les dé la gana."
Llamó con cierta discreción a uno de los hombres que comandaba, con disimulo y en voz baja le puso al tanto de su hallazgo y le ordenó aplicar "el respectivo procedimiento".
Los temores de Iris, quien había hecho buena amistad con Isabel, como con todas las muchachas de aquella residencia, fundamentados en su larga estadía allí y en consecuencia la experiencia acumulada, su conocimiento acerca de los hábitos y expectativas de los policías que allí acudían como por no dejar de hacerlo, por una tendencia inercial y hasta mala maña, le habían permitido predecir que la presencia de Isabel a aquellos cambiaba el paisaje y le ponía enfrente una "potencial conspiradora y terrorista"; aparte que, como era obvio, nada sabía del carnet y la hipótesis absurda y sin sustento que el "comandante" de la persistente comisión, poseía; lo que se le había vuelto una obsesión, tanto que aquellos elementos a éste le afanaban y estimulaban su natural fanatismo y deseo de venganza. Había hecho de aquello y sobre todo de la muchacha, sin prueba, ni elemento alguno, salvo que halló el carnet en una casa allanada de unos poetas nada peligrosos y expuestos, una cuestión de honor u oportunidad para ganar prebendas y prestigio en la organización turbia y criminal a la cual servía como mercenario.
Iris, por lo que bien sabía, de tanto presenciar lo que allí casi habitualmente había sucedido durante aquellas "visitas", antes inesperadas, le advirtió a Isabel no mostrarse más de lo debido y, cuando le vio adelantarse, hasta ponerse casi al lado de la dueña de la residencia, le dijo en susurro, mientras intentaba halarle por la bata hacia ella:
-¡Isabel, acuérdate de lo que te dije! No te dejes ver demasiado. Vas a llamarles la atención.
El "comandante", antes que Iris hablase e intensase atraer Isabel hacia ella, ya la había visto. Para él no fue un simple objeto distinto en la sabana, que lo fue, menos parte del paisaje que se conocía de memoria. Tampoco una persona cualquiera, diferente a aquellas que estaba acostumbrado ver allí y de quienes sabía mucho de sus vidas. Era algo más que eso. Era la carajita de la fotografía encontrada la noche que allanó aquella casa de La Pastora, donde sólo halló dos viejas que le molestaron toda lo noche mientras requisaban, en busca de unos poetas, sobre todo de uno que había herido "la dignidad" del presidente e intentó afectar su majestad. Por lo menos, eso fue lo que dijeron los jefes cuando impartieron la orden de buscarle hasta debajo de las piedras y llevarle a como diese lugar ante ellos. Capturar a la muchacha tenía para él el mismo gran significado, en fin de cuentas, era de la misma banda y podía servir para llegar a aquél. Sintió una gran satisfacción y como quien alcanza una meta difícil.
Isabel no tenía temor alguno. Ante la insistencia y llamados de atención de su amiga Iris, se dijo para sus adentros y para alentarse a ayudar a despejar aquella desagradable situación:
-"No soy terrorista, comunista y menos partidaria de quienes hacen oposición al gobierno; al contrario, soy sobrina de un senador amigo del presidente, milito en el partido oficialista y en uno de mis bolsillos cargo el carnet respectivo. No tengo por qué temer me vean los miembros de la comisión. Llegado el momento abordaré al jefe policial, quien posiblemente aquí ha llegado dejándose llevar por una mala información, me identificaré y le persuadiré se retire, dándole todas las garantías que aquí nada anormal acontece. Y todo arreglado".
Volteó hacia Iris y le hizo un gesto como diciéndole:
-"Por favor, tranquilízate. Todo lo tengo bajo control. "Deja la paranoia."
"Disparen primero y averigüen después", fue la orden del gobierno; emitida directamente por el presidente a través de los medios de comunicación disponibles. No fue secreta, simulada o dada en privado a los altos mandos represivos. A cada policía o militar, sin importar escalafón, el presidente instruyó por los medios públicos y privados de difusión, en cadena nacional, para que actuasen con violencia sin mediar ningún trámite.
Isabel, joven militante del partido de gobierno, sobrina de un senador de la república, no tenía conciencia del exacto significado de aquella macabra orden. Hubo que sentirla en carne propia para comprender hasta dónde llegaba aquella irresponsabilidad y conducta violatoria de elementales derechos de la gente, de quienes había creído incapaces de aquello. Antes creyó se trataba de exageraciones e inventos de opositores al gobierno, entre los cuales habían muchos de sus amigos.
A empujones le sacaron de la residencia, después de golpear brutalmente a algunas de sus compañeras que intentaron protegerla. La llevaron detenida y puesta en mano de quienes manejaban a aquel cuerpo y la política policial del gobierno, que por esos mecanismos nacidos de los compromisos extraterritoriales, eran agentes extranjeros. Le torturaron de manera salvaje para que dijese cosas que ignoraba por completo y esta circunstancia hizo más pesado su sufrimiento. Su carnet, al cual se había asido como un cristiano a la cruz de nada le sirvió. Tampoco que alegase su relación familiar con importante miembro del congreso. Las gestiones de éste ante las altas autoridades del gobierno tampoco sirvieron para nada. La jefatura policial, por aquel carnet encontrado en aquella casa de La Pastora, creía tener pruebas que Isabel era una importante jefa guerrillera y eso estaba por encima de cualquier otra consideración.
-"Al carajo el tío senador, el carnet y los derechos humanos. Lo que importa es la democracia y la libertad. Para eso nos pusieron aquí."
Uno o dos años después, cuando se supo de ella, estaba en Europa. Que la sacasen del país, después de haberla humillado hasta el cansancio, ignorando todo alegato familiar y de gente de su propio partido, fue cuanto pudo conseguir el senador de aquellos que, en los mandos policiales, por efecto de aquella orden presidencial, actuaban con inocultable autonomía.