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En tiempos de lucha y resistencia, de revolución, todo golpe, caída o fracaso, incluso DERROTA, forma parte de un largo proceso de aprendizaje y creación. Es así como la revolución bolivariana tiene que estar reinventándose ante cada adversidad. Lo vamos a ver con lo que nos ocurrió a partir de 2014, cuando el imperio gringo decidió por todos los medios doblegarnos, exterminarnos, derrocarnos.
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Cuando estalló la guerra económica contra Venezuela, entramos en una vorágine de estrecheces y caos, nunca visto en nuestra historia republicana. De la noche a la mañana nos encontramos en medio de una pavorosa escasez de artículos básicos: sin harina pan, sin azúcar o papel tualé, sin leche ni huevos, sin la posibilidad de conseguir carne de ningún tipo, con anaqueles totalmente vacíos en los comercios. En un principio, la gente salía a comprar lo que pudiese adquirir sin ningún plan en la cabeza, y así iba recorriendo kilómetros y kilómetros por cualquier calleja en busca de una bodega o comercio, porque a la vez resultaba que el dinero perdía su valor aceleradamente; de la noche a la mañana se depreciaba horriblemente y de poco capitalito que se tenía, había que salir rápidamente. La inflación era un caballo loco, desbocado, sin control.
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En todas las calles se formaban demenciales colas, buscando el pueblo algo qué comprar sin saber si lo que conseguía le era útil o no. Fue así como se desató la locura jamás vista en doscientos años porque veníamos de tener el sueldo mínimo más alto de América Latina y… de pronto nos vimos caer en un foso. Muchos madrugaban únicamente para esto, para enchufarse en alguna hilera de gente. Cuando esas mismas personas estaban en esas colas, repentinamente, como por arte de magia, éstas podían disolverse al ver pasar una cava con algún misterioso cargamento, porque entonces la gente se iba tras ella …
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Cada cual llegaba a su casa y sus alacenas también las encontraba vacías. Multitud de comercios cerraron o quebraron. No se conseguían sino cambures, y con ellos había que palear el hambre, sancochándolos o procurando hacer con ellos arepas.
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Al transcurrir los primeros meses de esta pavorosa escasez, la gente tuvo que ingeniárselas para poder sobrevivir. Muchos comenzaron a sembrar, a sazonar lo poco que conseguían con mucho arte y maña para engañar las tripas. Otros iban a Colombia para traer productos que luego revendían bien caro. Se veían a buhoneros ofrecer medicamentos a granel colocados sobre tablones, entre ellos analgésicos que tampoco se conseguían. Añadido a eso, luego vinieron las guarimbas y los bloqueos. En 2017 comenzaron a propagarse suicidios y muertes por carencias de medicamentos o por la imposibilidad de recluir a nadie en una clínica o hospital.
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El pueblo, sin embargo, no se rindió ni se postró ni se echó a llorar. Sólo se quejaban y gimoteaban por lo que fuera, los opositores. Aparecieron ciertas formas de comercio antiguo. La gente comenzó a vender maíz en grano o sancochado. Como cientos de tiendas desaparecieron, las ventas de productos usados cundieron por doquier. En cualquier lugar podían verse tarantines mostrando ropa usada, artículos de cocina, muebles, colchonetas, piezas de ferretería o artículos caseros de higiene, sobre todo jabones artesanales.
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También fue esta época terrible para nuestros artesanos. No se conseguían hilos para los tejedores, pinturas ni óxidos para los ceramistas, materiales de ningún tipo para orfebres ni marroquineros, entre muchos otros materiales necesarios para el trabajo creativo de nuestros cultores, siempre resteados con la Revolución.
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La genialidad de este pueblo luchador, de nuestros cultores y artesanos, ya desde 2016, dio vida a innumerables ferias y verbenas donde se implementó el trueque como la forma más digna y humana de intercambio de bienes y servicios. Se convirtió esta hazaña en un gran alivio para mitigar o atenuar las grandes carencias y estrecheces que se vivían por la prevalencia de un comercio depauperado, abusivo en precios y acaparamiento o prácticamente extinguido porque comenzaron a verse, repetimos, desolados y quebrados muchos abastos y centros comerciales.
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En Mérida, el trueque produjo milagros extraordinarios que atenuaron en gran medida las más duras dificultades de aquellas horas. Entonces en plazas y parques se instalaron estas sublimes tiendas en las que todo se volvía alegría. Porque mucha gente disfrutaba ofreciendo sus productos, y nuestros artesanos buscaron una manera de paliar la merma de sus ingresos ofreciendo piezas a cambio de materia prima para el trabajo o piezas artesanales a cambio de otras. Comunidades enteras se organizaron para intercambiar los productos cosechados en sus propias huertas. A veces sencillamente se sentía un gran placer hasta regalando dichos objetos, cuando alguien lo necesitaba o no tenía de momento algo qué ofrecer. Nora Lew, ceramista y una de las grandes emprendedoras del trueque en Mérida, integrante del Frente Revolucionario de Artesanas y Artesanos de Venezuela, nos dice llena de orgullo que ellas montan su trueque el último viernes de cada mes, y que cuando se montan estos intercambios, en la Plaza Bolívar: "EL TRUEQUE ES ALEGRÍA". Y es un verdadero placer ver a nuestro pueblo, no sólo intercambiando productos sino que, en estas prácticas del socialismo, pueden también aprender a tejer, dibujar, hacer muñequería, escuchar igualmente charlas y participar en interesantes conversatorios sobre temas de actualidad. El Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Gabinete Mérida apoya siempre estas actividades. El TRUEQUE ES ALEGRÍA, es cantar, recitar, bailar, pintar y sobre todo amar desde lo más profundo de nuestras verdaderas y sublimes raíces.
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Al lado de la apuesta por el trueque, en Mérida también se pusieron en marcha muchos otros emprendimientos. El que dominaba un oficio se buscó los modos de montar su chamba y conseguir algún dinerito extra. Vimos entonces puestos de zapateros, carpinteros, pintores, amoladores, electricistas y hasta chiringuitos con quirománticos o curanderos. El Colectivo "Mano a Mano Agroecológico" fue una de las inventivas más fabulosas, incentivando en las familias merideñas el valor y la importancia de cultivar la tierra sin contaminantes. Su impulsor y creador es el profesor Nelson Pulido, quien dio el paso para que se creara esta iniciativa cuyo propósito fundamental incluye el agrupar a productores y consumidores sin intermediarios. Cada quince días, a través de un grupo de voluntarios este colectivo se encarga de buscar los alimentos y de este modo permitir que se realice este intercambio. Este colectivo lleva unos catorce de experiencia, dando la batalla en los tiempos en que tuvimos mayor escasez de alimentos.
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El Colectivo "Mano a Mano Agroecológico" tiene también una función pedagógica enfocada primordialmente a los niños, y se denomina "Mano a Mano con los niños", orientado a estimular y conocer el valor de la agricultura, el intercambio de productos del productor al consumidor. Este colectivo funciona en la Casona del Parque la Isla. Qué de historias y vivencias, en estos 25 años de revolución…
En Mérida, con el trueque, se comparte una de las más alegres y grandiosas experiencias del socialismo…
Por: José Sant Roz
Jueves, 04/07/2024 12:27 PM