"Lo primero es el comer.
La moral viene después".
Berthold Brecht.
"Opera de los tres centavos".
"Sancho, vayamos a comer.
Para tener el dominio de las armas,
Primero hay que tener el dominio de
Tripas".
Cervantes. "Don Quijote de la Mancha"
Unos meses atrás, un amigo, quien junto a otros, crearon un medio informativo digital regional, me invitó a que colaborase con ellos una vez a la semana, bajo una sola condición, que no escribiese más de 500 caracteres. Opté por rechazar ese generoso pedimento, porque me ponía ante un reto que no estaba dentro de mi interés, el de exigirme a mí mismo ahora una práctica ajena a lo que hago usualmente. Mi estilo, el que me satisface, me reclama el mayor espacio posible, pues soy como esos viejos y soñadores bailarines que al bailar sueñan y se imaginan volando por encima de las nubes. Pues soy aficionado a escribir novelas y crónicas, cuentos, donde intento que mi imaginación vuele lo más alto, lejos posible y por tanto no me gustan las ataduras y menos decir algo sustantivo y no desaliñado y escueto.
Esa solicitud era para mí un reto y práctica por demás complicada, pues llevo 15 años y unos meses, publicando en Aporrea y otros medios, artículos que pueden hasta contener tres veces ese número y escribiendo novelas y ensayos. Es decir, he perdido esa costumbre y debía volver a entrenarme para eso. Justamente, el artículo que aquí repongo, de manera deliberada, como se indica, fue publicado en abril del año 2001, hace ya 21 años, en los diarios El Norte y el Metropolitano de Barcelona. Desde muchos años antes, unos 50, había sido articulista y hasta ensayista semanal de los diarios, Diario de Oriente de Barcelona, El Tiempo de Puerto. La Cruz, El Anaquense, de Anaco y El Metropolitano también de Barcelona.
Y este artículo que repongo. muy abajo después de esta larga nota, justamente tiene un poco menos de 500 caracteres.
El título "Lo primero es el cambio", es de hecho una definición. Es el resultado de alguien que entonces, como antes y ahora mismo, sueña con un cambio de sociedad o forma de vivir, gobernar, donde impere la justicia y, en consecuencia, el producto del trabajo, los beneficios que este reporta, sean repartidos de manera equilibrada. Es decir, que el trabajador reciba a cambio de su trabajo, por ahora, por lo menos lo que le permita llevar una vida sin apremio ni privaciones y, además, tenga acceso, sin dificultades a servicios fundamentales.
No estoy pensando en un cambio radical, violento o para mejor decirlo, de la noche a la mañana ni radical. Como que se pase de un solo porrazo a la otra orilla, porque eso es dialécticamente imposible, tanto como no se puede pasar de la niñez a la adultez en un fin de semana y tampoco por decreto, aunque sea este emitido por nuestros padres de la mejor buena fe y bellos sueños.
Madurar con carburo nunca es bueno. Por creer esto he escrito abundantemente contra la idea que toda iniciativa, por muy modesta que sea, pero inserta estratégicamente en la idea del cambio de sociedad, sea calificada de "reformista" y por ende innecesaria y si necesario gritar consignas insustanciales, ponerse a patalear como carajito malcriado, creyendo que ese infantil lenguaje es suficiente para definir, a quienes eso hacen, como revolucionarios, transformadores y dignos de estar en la vanguardia. Y hasta repetir los errores de quienes cargados de generosidad y audacia los cometieron como si estuviésemos en una iglesia o una cruzada medieval. Y sustancialmente, porque eso, de nada sirve para el cambio y el bienestar colectivo.
Quien lea con perspicacia lo que sigue, más las críticas contra el concepto de partido que predomina, su construcción desde el principio sobre fundamentos autoritarios, verticalidad y acerca del abordaje de las diferentes coyunturas, el uso de un lenguaje usualmente poco discreto, muy alejado todo eso de la realidad y en el empeño en copiar lo que ya se sabía erróneo y equivocado, sabrá por qué terminamos arrojados por la marea a la orilla, opacados por quienes con facilidad aplauden. No obstante, no hay nada de que arrepentirse, menos si pasado el tiempo uno cree haber comprobado que tuvo la razón.
Es bueno saber que los errores, sobre todo en política, se pagan caro. Sobre todo cuesta mucho tiempo corregirlos, especialmente cuando se llega al agotamiento sin haber entendido nada. En Venezuela se ha dado el extraño caso que quienes han gobernado los últimos 20 ó 22 años se han equivocado al por mayor, pero sus oponentes lo hicieron todavía peor, lo que determina el cuadro que ahora pinta la realidad venezolana, donde hemos salido derrotados y hasta casi destruidos por la fuerza definida con acierto como contradicción fundamental, tanto que pasaremos años en reconstruir lo que antes se había conquistado. Y la derrota está en que pese todo lo que creamos, todavía estamos en la orilla y hasta es posible que alguien más perspicaz y menos cuidadoso diga que hasta más atrás de ella.
David enfrentó a Goliat y lo derrotó. Pero la crónica o pequeña historia que eso encierra, hay que leerla con pertinencia. El triunfador, pese haya usado una onda y una piedra para acabar con su oponente, en el fondo en su acierto se sobrepuso la astucia, habilidad, inteligencia del pequeño David, quien supo usar sus ventajas, sobre la presunta violencia que pudiera estar implícita en el uso de la onda. Al contrario, fue la inteligencia, la pertinente evaluación y disposición táctica del pequeño David lo pertinente para imponerse a la fuerza de Goliat. El exceso en el uso del lenguaje, como insultar al contrario y ver salidas donde no las hay ni las hubo, no para mantenernos a flote, sino remontar la corriente, para nada sirvieron. David halló en un onda y una piedra para, desde lejos, sin enfrentar cuerpo a cuerpo a aquel gigante, la victoria.
Entre nosotros, los victoriosos, se han valido de los monumentales errores y torpezas de sus oponentes. Las décadas del sesenta, hasta los 90 del siglo pasado estuvieron llenas de eso. La lucha armada se asume en espacios y realidades ajenas y desventajosas para el movimiento popular, por efecto ecuménico, dejando a un lado nuestras reales ventajas y hasta el simple sentido común y con ello "compramos derrotas", cuyos efectos aún pagamos. Y, pese eso, seguimos con las mismas mañas, como el no saber hallar ningún punto de encuentro, entendimiento y acuerdo. Y cada lectura es la biblia, por lo que la otra nada vale y no hay en ambas nada que las motive a un encuentro. Y eso es mentira.
Pues si para Don Quijote, lo primero es tener el dominio de las tripas y para Brecht, "es el comer", para el movimiento que se define como revolucionario, "lo primero es el cambio", pero este no puede ser uno idealizado, grupal y menos personal, un romper lanzas, perder vidas e ilusiones por trazarse metas ajenas a la realidad y la dialéctica. Pues es la realidad, el movimiento verdadero, el que debe determinar nuestro hacer y no el idealismo que suele atrapar a los soñadores o empujar a los pragmáticos.
Y es bueno recordar a Brecht y la Ópera de los tres centavos" y a Don Quijote, en sus andanzas y conversaciones con Sancho, para quienes "lo primero es el comer" y entonces, los salarios, en el capitalismo, porque en él estamos y no en otro, porque este invento, como el de la isla de Jauja, sólo es un sueño. Como tampoco es verdad que el cielo está a la vuelta de la esquina y sólo se trata de echarse los peretos personales encima y hasta enrumbarse de inmediato, porque el tiempo apremia, hasta la meta soñada y hasta imaginada que allí está, sin que medien obstáculos ni apremios y no hay nada que eludir y menos corregir.
Lo primero es el cambio
Eligio Damas
El Norte, miércoles 18-04-2001-
El Metropolitano, domingo 22-04-2001
Norberto se afilió al MVR porque estaba asqueado de lo que venía sucediendo. Sus compañeros dirigentes del viejo partido hicieron de una carpeta que generalmente llevaban bajo el brazo izquierdo, con unos datos cabalísticos que mencionaban bienes y herramientas a veces inexistentes, el arma de combate y su biblia de militante. A toda hora merodeaban por la casa del partido, la Gobernación o la Dirección de Obras.
Norberto, vio cómo su partido, de revolucionario de los viejos tiempos, devino en una federación de pequeños y grandes contratistas. Y los cuadros dirigentes, de combatientes revolucionarios y promotores del cambio, se convirtieron en empresarios y hacedores de fortuna al costo político que fuese.
Y así, se hizo moralmente válido reclamar los servicios prestados al partido en jugosos contratos y hasta en dinero en efectivo, en veces bajo la inocente calificación de ayuda. Porque el instrumento político, como ya anotamos, se volvió empresa mercantil y las relaciones internas debían desenvolverse bajo ese espíritu. Por supuesto, los más vivos se llevaron la parte gruesa del negocio y los tontos apenas recogían migajas que desbordaban por allí.
Pero a tiempo, Norberto y otra gente se hastiaron del obsceno espectáculo al cual sólo asistían como invitados de piedra. Se fueron a buscar gente diferente con quien compartir esfuerzos, sueños y esperanzas.
De otros ríos tributarios, menos contaminados que aquel maloliente y apestoso del cual emergió Norberto, llegaron combatientes. Y también gente sin militancia, impulsada por los acontecimientos que anunciaban un holocausto, se unió a aquellos para crear una herramienta, que bajo la conducción del Comandante Chávez, impulsase los cambios necesarios para reconstruir a Venezuela.
Con la gente llegaron proyectos de cambio, deseo de servir y también las viejas mañas, los apetitos no satisfechos del pasado. Y ya se ven por allí individuos, de aquellos que se vinieron con Norberto, de quienes llegaron más tarde, de los venidos de otra parte y hasta alguno que otro que debe dirigir y sobre todo soñar, no sólo con carpeta bajo el brazo, lo que es moralmente válido y hasta admisible, porque todos tenemos derecho a participar en el libre mercado de la oferta y la demanda, también en lo que a servicios por prestar al Estado se refiere, sino pretendiendo usar su aporte a la causa revolucionaria como patente de corso, como amuleto o letra de cambio, para obtener beneficios inmerecidos o improcedentes.
Norberto y muchos como él, venidos de varios ríos tributarios no pueden frustrarse. Ayudemos con fe y buenas intenciones a quienes, en los puestos de mando, regional y nacional, todavía luchan por cambiar las cosas. Pero éstos deben abrirle espacio a las fuerzas e ideas que emergen limpiamente.
Pues discrepar, mirar y actuar diferente, no es en sí negativo ni contrario al cambio, pues puede suceder que, los molinos se atoren por efecto de l oxidación, todo se contamine por la carroña, que suele siempre aparecer y las visiones se nublen y, en tales casos, es indispensable hacer, por lo menos, mantenimiento.