Empezaré por recordar a Kotepa Delgado y aquello de "escribe que algo queda".
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Si de algo esta rebosante nuestro espacio y tiempo de los últimos años, es de hechos y personajes para la crónica. Es más, miles de ellas están ya escritas. Hasta en mi propio archivo hay unas cuantas.
Años atrás, en Cumaná, abrieron un concurso de crónica, en ese evento participé con una selección de crónicas, unas relativas a los tiempos de la lucha por la independencia y otras a los de mi adolescencia. Pero también lo hice con una novela que todavía sigue sin editar que se titula "Cuando quisimos asaltar el cielo", que en buena medida es una suma de crónicas.
Pasado el tiempo previsto para que los jurados correspondientes anunciasen los resultados, supe que el premio de novela había sido otorgado, pese no recuerdo el nombre de la obra ni el del autor. Pero nunca llegué a saber del correspondiente al concurso de crónica, pues ni siquiera anunciaron si había sido declarado desierto. Es probable que, de hecho, así haya sido, por el silencio, y quizás por la poca participación o única, la mía y hasta que el jurado a esta le hubiese dado poco valor o calificado como un trabajo no correspondiente a lo que muchos llaman y creen que es crónica.
Y es posible que el jurado no haya encontrado en ese trabajo mío indicios de crónica, pues bien sé, bastante he discutido con mucha gente y leído opiniones sobre ello y comprobado que entre muchos existe la "decrépita" idea que crónica es aquello que se refiere al pasado colonial y a lo que llaman historia, donde la narrativa se corresponda con la normativa que esta impone, como las exigencias académicas.
Crónica, según muchos, está determinado por aquello de "Las crónicas de indias", donde los narradores o cronistas, contaron de su presente, sus observaciones, refiriéndose a la forma de vida de los indígenas, sus relaciones y vivencias. Y para muchos parece ser que crónica implica una narrativa colonial y dentro de un estilo lacónico, escueto y directo, como quien presenta un informe. De donde hasta se pudiera inferir que la crónica murió o mejor quedó en el pasado y no hay espacio ni sustento para escribir crónicas en el transcurrir. Como que la vida cotidiana, de quienes ahora poblamos la tierra no hay sustento para que, quienes pudieran sentirse tentados a hacerlo, escriban crónicas,
Y en verdad, existen quienes están convencidos que escribir crónica significa hablar de los tiempos coloniales y si se hace sobre la población indígena de esos tiempos o la del colonialismo, dentro de las tradicionales y usuales entonces formas, estilos y recursos literarios, esta adquiere el valor pertinente.
Hay cronistas oficiales que creen su deber, es decir, sus funciones, les obligan indagar sobre la vida indígena colonial y pre colonial, como hasta la fundación de pueblos como resultado de aquella y hasta los que resultaron del proceso colonial, para lo que hacen el trabajo pertinente al historiador y al estilo propio de estos. Y para eso se fundamentan en los libros o archivos relacionados con ese mundo y espacio, lo que no es nada difícil hallar. Hasta yo tengo una pila de libros de esos de la Academia de la Historia que para eso sirven. Y según eso, la vida cotidiana, el transcurrir, el presente, en los espacios donde viven y ejercen sus funciones no hay motivo para crónicas.
Entonces, narrar cosas, hablar de aconteceres y personajes del pasado reciente, acontecimientos, hasta de 50 ó 60 años atrás, y hasta podría ser más, eso no es crónica y menos lo es, si el trabajo se fundamente en el pasado inmediato y menos el presente.
Pero aparte del asunto temporal, se piensa entre la decrepitud, que el cronista al narrar lo que cree pertinente, debe cumplir con los "ritos", las formalidades de quien escribe sobre historia o del historiador.
Es decir, el cronista debe escribir, como quien camina en una marcha militar, tenso, estirado, como si fuese también una momia o para mejor decirlo, como escriben los historiadores por imposiciones de la academia. Pues no es que la crónica, según ellos, debe estar rellena, en la parte de abajo, como quien hace un piso de cemento para que no haya hundimiento, grietas y menos espacio y estímulo para los sueños. El caminar debe producir callos por la dureza del terreno, el ritmo y rígido transitar del caminante.
El mayor valor que en mi humilde parecer tiene "Venezuela Heroica", de Eduardo Blanco, no está en el tema histórico mismo, dado está llena de lagunas, deficiencias y exceso de romanticismo y por tanto de heroísmo, sino en el buen uso del lenguaje. Lejos de ser eso un libro de historia lo es de crónicas.
La historiografía y el historiador, están obligados a reponer los hechos con apego a la verdad, demostrando o intentando demostrar lo que narran y hasta afirman, pues se habla de la "ciencia histórica". Se narra un hecho, pero esta "narrativa" debe sujetarse a la verdad de lo acontecido, para lo cual debe aportar, es lo pertinente, las pruebas que le sustentan. Por lo que la academia, en su habitual y obligado proceder, demanda estas, que son las fuentes originales de donde surgen las informaciones y se sustentan las opiniones del historiador y no sus deseos o visiones cargadas de emoción, poesía y hasta subjetivismos. Incluso, hasta a las opiniones o informaciones de algún escritor que se tiene en estima o está altamente valorado, se le da valor probatorio y por lo menos cuasi verdad, pese de eso nadie esté seguro, ni siquiera el autor de la fuente, si se vale de estas y las cita como demandan los procederes académicos.
Porque las reglas, demandan que el escritor mencione sus fuentes, lo que en veces se la da significado de verdad, pese no pase de ser un simple rito. A los evaluadores en veces les bastan las citas y los detalles, como obra, autor, edición, número de página, aunque no se tomen el trabajo de verificar si eso es cierto y menos si quien lo dijo también originalmente o en principio se acogió o no estrictamente a la verdad, pese haya sido testigo presencial.
Es decir, en veces lo académico se siente satisfecho con la abundancia de citas, notas bibliográficas que informan sobre el asunto que se narra o las ideas que se emiten en el trabajo evaluado, pues el derecho a opinar o disentir, para el académico tiene un gran valor y le demanda el mayor respeto, asunto o rito que es valedero y uno también comparte, pues como solemos decir en el lenguaje coloquial, "cada cabeza es un mundo" y "cada quien con su cada quien", nada pertinente para los académico, como tampoco lo son los bamboleos y curvas de la poesía,.
Pero el historiador, y académico, es lo habitual, para evitar "distorsiones" o interpretaciones no acordes con lo que se sustenta y trata de demostrar, suelen o están obligados a usar un lenguaje que llamaría lineal, ortodoxo, inflexible, duro, acartonado y ajeno a lo que acostumbra la literatura, donde lo fantasioso, curvilíneo y hasta un decir las cosas envolviéndolas en forma imaginativa, como ver belleza en lo que lo habitual, académico, hasta oficial y la "común sensatez", ven suciedad, fealdad y ordinariez. Como ver ternura y belleza en el loco que recorre diariamente las calles de mi ciudad, como por ejemplo, la Carmelita Marcano, aquella mujer de avanzada edad, mugrienta que sentía un gran placer y ternura por los gatos y estos, por instinto, a ella solían rodear, en los alrededores de aquel mercado cumanés que estuvo en el espacio que ahora es una plaza, al lado del Parque Ayacucho, frente a lo que antes fue la "parada de carros", aquellos choferes y sus autos que hacían la labor de transporte, en la forma que el lenguaje común llamaba o llama de "carreritas". Un espacio frente a lo que también fue el cine Paramount y ahora es el Teatro Luis Mariano Rivera.
El historiador debe, en primer término, de principio a fin, usar un lenguaje acartonado, rectilíneo como quien elabora un informe oficial, nada de pases, gambetas, pese sean habilidosos o lindos como esos de los excelentes futbolistas, Pelé, Messi, Maradona o movimientos ingeniosos y hasta excitantes de los bailarines y hasta gimnastas. Pues eso, según quienes habitan ese mundo, distorsiona el discurso y hasta la verdad.
Y el cronista que aborda esta, la verdad, como si estuviese escribiendo historia, porque cree que una es lo mismo que la otra, también piensa que el uso del lenguaje o la narrativa debe ser la misma. Piensan que, a la hora de manejar el lenguaje, para elaborar la crónica, "se debe cumplir un rito", pues esta debe ser ajena a la fantasía y hasta imaginación, sino con una norma rígida y hasta corrosiva. Un lenguaje rectilíneo, formal, académico, repetitivo, con palabras como sacados de un gran almacén y como en ellos, muy ordenadas de manera que el narrador escoja lo oficialmente determinado.
Para algunos, quizás unos cuantos, cronistas oficiales, no de ahora sino desde siempre, su trabajo es investigar en la pasada historia solamente y además, sobre asuntos que parezcan a las autoridades del Estado o de la Academia, pertinentes, trascendentes, que aludan a hechos de presunta gran significación; es decir hay en eso un trascendente contenido de clase y efecto excluyente. Es una manera también del cronista oficial de darle a su rol un valor mucho mayor que el que en verdad tiene y debe tener, tanto como ser un sacerdote que guarda los recuerdos del glorioso pasado.
La gente común, las comunidades humildes, los "locos", trashumantes, los hechos cotidianos y relativos a las comunidades humildes, no darían, según eso, lugar a crónicas. Por ejemplo, las crónicas escritas sobre "la Pureta", un personaje de mucho significado, hasta poéticamente hablando, de la ciudad donde ahora vivo, Barcelona, no tienen valor de tal. Porque según los evaluadores "oficiales", el personaje no es significativo y los textos que sobre ella se escriban evaden las disposiciones académicas.
No obstante, se suele hablar de la crónica deportiva, por ejemplo cuando el narrador nos pone al tanto de lo acontecido, desde su perspectiva, en el juego de béisbol de ayer o la participación de la Vinotinto en la Copa América. Y esto, es valedero, pese el cronista deportivo haya evadido ciertos ritos académicos, como opinar sobre las decisiones de un manager sin siquiera conversar con este para enterarse de las razones "ocultas" de ciertas decisiones tomadas por él.
La verdad verdadera, es que la vida cotidiana está llena de acontecimientos y personajes para la crónica; ella, la vida, es eso, crónicas múltiples que se desarrollan al mismo tiempo, en los mismos y hasta distintos espacios, con diferentes personajes y la gente las recoge en su memoria y recuerdo. Unos las narran verbalmente y otros pocos las escriben. Por supuesto, por razones en veces difícil de predeterminar, unas tendrán mayor trascendencia en la comunidad que otras; como que depende de ella misma y de quién la escriba. Y para narrarlas, dado que el cronista no concursa por un título académico o cumple una formalidad burocrática, no está obligado a apegarse férrea, disciplinadamente a regla alguna, tanto que puede, y hasta es bueno, darle rienda suelta a la imaginación, la que nunca será ajena a la realidad, para hacer poesía y mostrar lo bello que pudiera estar oculto en un personaje o acontecimiento aparentemente vulgar o cotidiano. Y a este contarlo con el más bello y poético lenguaje posible, sin dejarse atrapar en regla alguna.
Como "el mundo es ancho y ajeno", como dijo Ciro Alegría, pese la propiedad no lo es, como los juicios que lo convencional y hasta oficial atrapan, desde muchos años he cuestionado la labor de los cronistas oficiales, quienes aparte, en muchos casos de creer lo que antes dije, al hablar de un concepto como oficial de crónica, estereotipado y decrépito, también parecieran convencidos estar obligados a escribir sólo ellos, las crónicas de sus espacios, lo que sería un trabajo por demás gigantesco y por lo que apelan a la historia ya escrita o contada.. Y el Estado, municipal y regional, también parece esto espera o ha esperado sin ningún efecto sustantivo, porque sería como poner a David a enfrentarse a Goliat sin su honda.
Así como la historia narra y deja pruebas de los grandes y trascendentes acontecimientos y lo urbanístico y escultural marcas del pasado, la crónica viva debe dejar el recuerdo de todo ser humano y grupo, en la medida de lo posible, que por alguna razón, por lo sustantivo u original, es digno de recordar.
Por eso, desde años atrás, he sostenido y hasta propuesto, deberían haber escuelas de cronistas, como las hay de béisbol, futbol o folclore, para que las comunidades, por medio de quienes para eso se sientan ganados, escriban las crónicas de su acontecer, y sobre personajes y acontecimientos merecedores de ello.
Por último, quiero enfatizar en algo que ya dije, persiste como oficialmente, la idea que la crónica es cosa relacionada con el pasado y con personajes significativos, según la valoración clasista o política dominante, el presente y los humildes no dan motivos para ella.