Otra vez la oposición venezolana y sus aliados imperiales recurren al expediente del fraude y la violencia, ¿por qué serán tan poco creativos? ¿Por qué subestiman al pueblo llano y se creen superiores? ¿Por qué un porcentaje tan elevado de la población votante venezolana se inclina políticamente a la derecha? ¿Por qué no se ha consolidados de manera más amplia una nueva subjetividad revolucionaria en Venezuela?
Ahora resulta que Estados Unidos, Costa Rica, Panamá, Chile, Argentina y no sé cuántos otros pocos países con gobiernos subordinados a la Casa Blanca proclaman y dizque reconocen como presidente electo al viejito decrépito ese. No hacen sino repetir el mismo expediente del fraude en todas las elecciones de las que participan y también al guion de proclamar presidente ficticio y exponerlo al mundo como un espantapájaros, algo debe estar pasando en los tanques de pensamiento estratégico que no avizoran otras tácticas, sino que repiten previsiblemente los escenarios pasados, ¿o las ha resultado muy exitoso, será?
Como en la Noche Triste del 30 de julio de 1520, en que los soldados de Hernán Cortés en Tenochtitlán, la capital azteca, en la penumbra y bajo la lluvia pertinaz, se hundieron bajo el furor de los tambores indígenas que, como cuenta Arturo Pérez-Reverte en su novela Ojos azules, la hueste electoral de un amplio sector de la oposición mostraron su peor cara: la del lumpen, representado por una jauría de delincuentes y otros seres de similar calaña (pero de la burguesía apátrida y crematística o que solo les importa el dinero, ambos los marginales y violentos), como la excrecencia de una sociedad de grandes bolsones de miseria cultural e ideológica.
Expresión clara del fracaso más palmario de la familia venezolana contemporánea que no forma ciudadanos de bien a partir de los valores judío-cristianos y el sistema educativo formal, instituciones que no logran introducir en las nuevas juventudes los valores fundamentales del civismo y la moralidad propios de la modernidad occidental; sino que permeados por la ideología del capitalismo salvaje, denunciado por el mismo Papa Juan Pablo II en sus Encíclicas, se dejan guiar por el inmediatismo y los reduccionismos más relevantes en el marco del positivismo, pragmatismo, el liberalismo y la posmodernidad, que no sin razón algunos filósofos han denominado la multitud del pensamiento débil, como efecto también de la cultura del espectáculo (Mario Vargas Llosa, ese gran novelista y ensayista liberal ha reflexionado sobre ello en libro del mismo nombre), como se nota en lo jóvenes guarimberos que no tienen ideas claras, sino superficialidades, hilachas de pensamiento, precariedad moral. Esos son los héroes de la oposición venezolana, los mismos adultos de esta corriente no logran hilvanar un discurso coherente.
No es que en la corriente neo marxista no haya reduccionismos relevantes, como sostiene el ya citado Papa Juan Pablo II en su Encíclica Veritates Splendor o en su libro Cruzando el umbral de la esperanza, porque según nuestro admirado experto en antropología filosófica y santo polaco, las dos grandes ideologías del mal: comunismo y capitalismo son de orientación inmanente, ateas y negadoras de la dignidad y trascendencia del ser humano; sino que se impone rescatar el humanismo clásico, moderno y contemporáneo, tanto del liberalismo, como del marxismo y la filosofía cristiana, cuestiones de las que hoy están tan ayunas nuestros liceos, institutos y universidades, aún las de inspiración cristiana.
Se impone, dice uno modestamente, desarrollar un amplio programa de formación humana y cristiana, como se decía antes o por ahí en los años de 1980 cuando en lo personal pudimos participar de una experiencia y recibimos clases nada menos que del reconocido escritor Antonio Pérez Esclarín, quien no sugirió leer con atención los autores del boom literario latinoamericano y otros menos conocidos como Arguedas, cursamos un seminario de eclesiología y lecturas de ensayistas de la teoría de la dependencia, ya que se consideró necesario la mediación de las ciencias sociales para comprender la coyuntura presente y generar lineamientos para la transformación personal y social-institucional.
En otras palabras, la política venezolana no puede estar en manos del lumpen, esa punta de jóvenes manipulados por un puñado de dólares y otros que el pragmatismo o el inmediatismo de tener las cosas propias de la modernidad como confort, buenos celulares, etc., los lleva a la delincuencia, la conformación bandas delictivas; jóvenes a quienes la educación formal de escuelas y liceos, como se dice, les ha pasado por encima, no han asimilado los valores cívicos y morales; luego están los adultos que los reducen a meros instrumentos de la violencia política, destructores de bienes públicos y privados, por lo que también son uno lumpen burgueses.