Resetearnos (y II)

Lunes, 05/08/2024 12:13 AM

El anticipo de una nueva derrota para las fuerzas democráticas, en la oposición y dentro del chavismo, obliga, como apuntamos ayer, a un reseteo en uno y otro lado del tablero. Hemos comentado el que corresponde impulsar a los jóvenes líderes de 30 y 40 en el campo de las fuerzas contrarias al gobierno, para buscar la mayor virtud ética y política de todas que es la eficacia y la victoria: cambiar sin pruritos la estrategia del desafío por la estrategia del pacto. Pero a los de 30 y 40 que están del lado de allá les toca una tarea más delicada, parecida a la de desarmar un artefacto explosivo, que es el que paso a reseñar. By the way, a los más ancianos de un lado y de otro acaso nos corresponda sólo la misión de desbrozar el camino, elaborando un discurso digno pero eficaz y reconstruyendo los puentes que algunos han dinamitado, aun al costo personal que toque pagar. En lo que a este cronista respecta, lo pago con gusto.  


Desmontar el partido-Estado

Más tarde o más temprano, el chavismo tiene que hacer una reflexión honesta, honrada, con la mano puesta en el corazón, de cuál fue el verdadero legado que le dejó por heredad su Comandante Eterno. El gran Den Xiao Ping, una de las personalidades políticas más influyentes del siglo XX, y los que le siguieron, hicieron lo propio con Mao, guardando las distancias entre el Gran Timonel y Chávez. Pero si me apresuran yo diría que ese legado (ponzoñoso, a mi modo de ver, y me disculpan la expresión) consta de dos partes: por un lado, una atroz devastación económica muy anterior a las infames “sanciones” gringas (desde 2007 la procesión va por dentro) que condujo fatalmente al desabastecimiento y la hiperinflación, lo que este gobierno se ha visto constreñido a enfrentar a través de un duro ajuste liberal (nunca se llega a los ajustes porque se quiera sino porque no queda más remedio); y, por el otro, un andamiaje político que puede definirse como un régimen autoritario de partido-Estado: copamiento por el partido de todos los Poderes a través de procedimientos inconstitucionales, la partidización de la Fuerza Armada Nacional y las policías a contrapelo de cuanto establece la Constitución, y un importante control sobre la sociedad (misiones, comunicación, organizaciones populares, aparato productivo, etc.).  A no dudar, el segundo legado le ha permitido al PSUV mantenerse en el poder, pues en una democracia convencional, el primero, es decir, la crisis económica y su correlato social de pobreza, hambre, desempleo, atraso y ruina de los servicios públicos, más el hartazgo natural de ver a un mismo grupo político ejerciendo el poder ¡por 26 años!, hace rato que ya los habría desplazado de él.

Pero ese régimen autoritario de partido-Estado antagoniza la contradicción que por natura existe entre el Estado y la sociedad. En particular, siendo el venezolano de idiosincrasia libertaria. Las democracias minimizan esta contradicción a través del sabio procedimiento de la alternancia republicana. Todos ejercemos el poder en algún momento, izquierdas y derechas, ricos y pobres o quienes hacen sus veces, conservadores y progresistas. El partido-Estado presupone un poderoso reflejo perpetuacionista que no es fácil conjurar. Ésta es tal vez la principal pieza que debe desarticularse de esta rígida maquinaria burocrática que es el partido-Estado. Requiere paciencia, prudencia, oficio político. Pero debe hacerse.

Convertir en antagónica esta contradicción sociedad/Estado, y hacerlo como política, es en cierta forma el correlato chavista de la estrategia del desafío que algunos sectores de la oposición promueven y que en el artículo de ayer procuramos analizar y rebatir. Si esta disputa planteada hoy entre la oposición capitaneada por María Corina Machado y el gobierno presidido por Nicolás Maduro se resuelve en favor de este último (como a mi modo de ver resulta altamente probable), no pueden los mandamases del PSUV creer que ya el mandado está hecho. Al contrario, es entonces cuando tendrán que escoger entre la opción de ejercer el poder de modo franca y desnudamente dictatorial, senda a la que no le arriendo la ganancia, o la de mutar del partido-Estado a una democracia tan plena como sea posible. La primera los condena a gobernar siempre defendiéndose, convirtiendo el atropello y la represión en las principales prácticas de gobierno (si es que eso puede llamarse “gobernar”). La segunda, admito que no exenta de riesgos, podría permitirles ganar la posteridad con honor.

Si deciden mutar del partido-Estado a una democracia plena, acaso la más urgente de todas las tareas sea la de constitucionalizar los actuales Poderes Públicos. Es decir, que se les renueve cumpliendo escrupulosamente no sólo la letra sino el espíritu de la Constitución. En otras palabras: abandonar la práctica nefasta según la cual los Poderes Públicos deben ser ejercidos por camaradas del partido en su condición de “comisarios políticos”. Olvidarse de ese penoso procedimiento mediante el cual quien va a ser designado remite un día antes una sinuosa, retorcida cartica de renuncia al PSUV que no pasa de ser una patética coartada. Está pendiente la designación de un nuevo Poder Ciudadano. Tal vez sea ocasión para dar una muestra de buena fe en este sentido.


Epílogo

Este cronista sigue sentado en su banquito, mirando la cruenta batalla que tiene lugar en lontananza. No la hace suya, pues ninguno de los dos ejércitos lo representa (ni siquiera porque haya emitido su voto a favor del candidato formal de uno de ellos dos). En este lado, las raídas banderas del desafío como estrategia y un ejército desarmado portándolas. A este otro, las bermejas banderas del partido-Estado, sostenidas por militantes adoctrinados y por la Fuerza Armada. Una lógica política elemental anticipa un resultado final, pero claro, no siempre la política es lógica, también la política es mágica, aún más en este Macondo que es Venezuela: …sorpresas te da la vida, como dice la canción.

Con un poquito de buena voluntad, ambas huestes podrían alzar el blasón de la paz, detener una conflagración que a nadie sirve, y negociar una salida digna para ambas partes. Sustituir el juego suma cero por otro ganar ganar, como ya hemos escrito con machacona insistencia. Intuyo que la mayoría del país sabría reconocerles un paso de este tipo. Y la historia también.
 

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