María Corina y el placer de mentir

Domingo, 11/08/2024 12:07 PM

Si el CNE dijo que ganó Maduro según los resultados que arrojó su sistema automatizado, es que ganó Maduro. Ahí no hay nada que hacer. No hay espacio para el fraude. Esa es la tecnología moderna informática sobre la cual se construye la modernidad, por lo que la oposición está solicitando es el regreso al siglo XIX cuando se elaboraban actas y se viajaba en burros. Los sistemas automatizados elaboran informes, según las necesidades del usuario y punto. Es la verdad técnica.

El sistema electoral procesó correctamente la información, pero el bestial ataque informático dilató y pospuso la presentación de los resultados para dar tiempo de iniciar y avanzar con la violencia y las guarimbas que fueron derrotadas.

¿Porque entonces María Corina está dando ese salto tecnológico al pasado solicitando actas, si ella bien sabe que no obtendrá eso? Por el placer de mentir. Dominar por medio de la mentira.

"El placer de mentir" es un concepto que conlleva una reflexión sobre la verdad y las implicaciones éticas de nuestras acciones y sobre lo que estamos dispuestos a hacer para lograr nuestros fines. Mentir, para muchos, puede ser visto como una transgresión moral; sin embargo, para algunos mentir no tiene ninguna importancia y es similar a la verdad. También hay quienes encuentran una extraña satisfacción en la falsedad y el engaño. Este placer puede derivar de varios factores psicológicos que van desde el deseo de evasión hasta la búsqueda de poder o control sobre los demás.

Mentir se asocia con una forma de manipulación: el mentiroso puede lograr que los demás crean en sus palabras y se comporten según sus deseos que en el caso de las elecciones esta manipulación esta agravada por el hecho que ella revierte el mensaje y acusa de mentiroso a quien dice la verdad, que es el CNE. Con este esfuerzo por influir en las percepciones ajenas busca alcanzar una sensación de superioridad o triunfo creando una narrativa alterna que le puede resultar emocionante, casi como un juego, donde la persona se convierte en el protagonista de su propia historia ficticia.

La gratificación que se experimenta al conseguir ocultar la verdad o manipular situaciones a su favor genera un ciclo en el cual la persona siente que no solo sobrevive sino que prospera.

Sin embargo, este "placer" puede ser precario y venir acompañado de consecuencias negativas, tal como puede ser una citación sin apelación a un tribunal de justicia. A medida que las mentiras se acumulan, también lo hacen los riesgos asociados: la culpa, el miedo a ser descubierto y el daño potencial a relaciones interpersonales importantes.

En el caso que nos ocupa en Venezuela, cuando alguien que aspira al poder recurre a la mentira, los efectos pueden ser profundos y duraderos, tanto para el individuo como para la sociedad en general ya que la deshonestidad puede permitir que el aspirante a líder obtenga una ventaja competitiva sobre rivales, manipulando información para parecer más competente o carismático. Esta estrategia puede resultar exitosa a corto plazo, asegurando influencia y control pero una tragedia para el país pues no se sustenta en situaciones psicosociales reales y generando a mediano plazo descomposición social.

Esta legitimidad obtenida mediante mentiras es inherentemente frágil. Una vez que se revelan las falsedades, se socava la confianza pública en él o ella y se genera desilusión entre seguidores y aliados. La pérdida de credibilidad no solo puede conducir al debilitamiento del poder legítimo del mentiroso, sino que también puede provocar una crisis de confianza en las instituciones y en los procesos políticos.

Así que las mentiras utilizadas en busca de poder a menudo alimentan divisiones sociales, y tal como vimos con las guarimbas de la derecha venezolana se tiene que generar mucha violencia para hacerlas creíbles e incitar al odio y polarizar a la población, creando un entorno tóxico donde el diálogo constructivo como el que impulsa el Presidente legítimo Nicolás Maduro, se ve reemplazado por la confrontación.

Además, este patrón de conducta fomenta un ciclo perjudicial: aquellos que llegan así al poder pueden verse tentados a continuar mintiendo para mantener su estatus perpetuándose una cultura de deshonestidad que puede corroer los valores fundamentales de una sociedad.

De este modo los efectos colaterales de las mentiras de María Corina y Edmundo, incluyen un debilitamiento del tejido social y un aumento del cinismo respecto al liderazgo creándose un entorno donde la verdad pierde valor y el compromiso con el bienestar común queda relegado a un segundo plano. Lo que verdaderamente importa son los intereses de sus grupos empresariales elitescos y los de Estados Unidos.

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