Hace cuatro días, el PSUV convocó a los comuneros a una concentración en Miraflores. El presidente les habló y entre las cosas que prometió fue marchar hacia la democracia directa. Aunque lo fundamental sea el cómo convertir las palabras en hechos, pues como dijo algún sabio, cuando las palabras viajan solas, se pierden en las breñas… bienvenido el anuncio, es muy comprometedor.
La democracia, desde Clístenes, nació torcida. Allá, en el Ática de la lejana antigüedad, fue sólo para la dieciseisava parte de la población. A partir de ahí ha estado presente el revoloteo de tres pronombres interrogativos: quiénes la ejercen, cómo la ejercen y cuáles los momentos de ejercerla. Ese revoloteo, silenciosamente escandaloso, ha acompañado a todas las formas falaces de democracia que hemos conocido. Todas ellas, todas, en sus hechos, poco tienen que ver con lo ofrecido.
Es inevitable adjetivar la democracia, de ahí que los comuneros de aquel París de 1871, buscando alcanzar la unidad de la colmena y no la del cuartel… levantaran el paradigma comunal que tanto entusiasmó a Marx pero, que los socialistas del siglo XX nunca entendieron, o no quisieron entender, hasta que llegó Chávez y llamó a votar para darle constitucionalidad a las comunas. El Partido lo derrotó.
Ahora bien, esa estructura paradigmática comunal no está conformada sólo por voceros, asambleístas y portadores de instrucciones, presentes en momentos estelares como invitados de piedra, o reunidos con los funcionarios del Estado para ver que les toca, por ejemplo, en el actual Plan de las 7T. Un plan que olvidó, en la 1ª de esas T, que los comuneros son los únicos que pueden lograr, con un nuevo modo de producción, esa "Transformación Económica" de la que habla. Eso sería el socialismo de verdad. Sin ese nuevo modo de producción -obviamente a gran escala- la transformación económica seguirá siendo la del capital, y la democracia directa quedará como una adjetivación más donde las decisiones y el privilegio es de los que gobiernan.