Mi delirio es Venezuela

Domingo, 18/08/2024 11:37 AM

Hoy podría estar usted tranquilo en su casa, atendiendo a sus animales, plantas o seres amados mientras el mundo sigue su ritmo en general travieso. Tendrá esa sensación sobre su cabeza: el mundo avanza con su infinidad de problemas y diversidad. Y rápidamente en su mente, culta o no, atravesarán montones de ideas, básicas o complejas: ¿cómo será eso de creer en otro dios? ¿cuántos hay? ¿cómo se las arregla la gente en Haití sin comida? ¿cómo será el estado emocional de un ucraniano obligado a marchar al frente contra los rusos, a una muerte segura, apuntado por los fusiles de sus coterráneos para que no deserte?

Pero no, no es posible. Usted no podrá estar tranquilo. Tendrá la inmediata conciencia de que está en Venezuela (o en cualquier otro lugar) y se dirá, filosóficamente, "me toca la tajada respectiva de la preocupación mundial". Cada uno, cada lugar, cada cual con sus líos. Podrá, incluso, pensar en la posibilidad de no tenerlos, de desearlo arduamente para proseguir con su café con arepas rellenas de pollo guisado, pero su mente se averiará buscando respuestas e, ineludiblemente, terminará pensando en ascetas perdidos en las cavidades del Himalaya.

Especialmente en Venezuela, se dirá, sí, estará en Venezuela.

─Nuestro país no es tan simple como otros ─meditará con su esposa─. Tiene riquezas, todos lo quieren y, en verdad, parece ser de todos porque todos en el planeta hablan de cómo debe ser o comportarse.

Su esposa, una persona amante de la paz como usted, se moverá silenciosamente por la casa conspirando sobre cómo vivir un día más sin preocupaciones deleznables.

─Es nuestro problema, nuestra realidad ─tarde o temprano soltará─, al peculiar estilo que le está tocando vivir al país, así como les toca a otros resolver sus vainas a su manera en otros lares.

Y usted continuará con su cabeza filósofa observando el panorama, posiblemente murmurando que, por lo menos, usted tiene arepas con leche que comer, a diferencia, por ejemplo, de un niño haitiano que se las hace con la tierra que desconcha de las paredes de su casa. Y se meterá por allá en la cocina a hacer ruidos con las ollas y recipientes diversos, queriendo como acallar lo que parece resonar triunfal entre sus neuronas: este mundo es una preocupación perpetua. No hay escapatoria. Lo habitan problemas mayores o menores que otros, según el sitio donde te coloque la providencia para resolverlos.

Venezuela. Sí, usted pronunciará ese nombre y, docto o no, un millón de ideas recorrerán su organismo en sinapsis: Bolívar sacrificado (eso lo sabe todo el mundo), luego su esfuerzo mancillado por largas disputas, luego tutorado por ambiciosas potencias, después, nuevamente, estremecido por su origen bolivariano (de este despertar saben todos), y ahora, como si la historia se repitiese, luchado otra vez por su independencia.

A estás alturas posiblemente usted esté caminando por el patio, buscando alivio entre la contemplación de sus apacibles animales. Y echará mano, ahora sí, de su brillante ingenio y vasta cultura para adivinar el firmamento entre las copas de los árboles. Reflexionará que el país es peculiar, sí, que tiene algo indestructible que ha impedido su toma por los ingentes poderes que lo acosan, que lo sueñan sometido y abierto como un cofre de riquezas de cara al cielo.

Pensará en las múltiples revoluciones de colores que en el mundo han sido para deponer gobiernos, en primaveras, manuales…; pensará en traidores internos (malinches o cipayos), golpes de Estado…, y se imaginará al país como un fugitivo que huye por el mundo ocultándose para proteger el porte de sus tesoros, sus secretos, tal vez su divina condición o procedencia.

Sí, peculiar, se repetirá. Su país tiene que ser una fortaleza de alguna manera para evitar hasta ahora que lo hayan invadido con ese desmesurado bagaje de riquezas que posee. Y más o menos así concluirá su incursión mental respecto de los problemas del mundo y Venezuela: en el mundo hay un pulso de poderes que alinea intereses y apoyos confrontados, su paz es frágil y, por tal razón, en la disputa de los poderes, se cultiva un equilibrio; en medio de tan delicado equilibrio, que una de las partes tome a Venezuela con el botín de sus recursos naturales y aspectos geoestratégicos, rompería la vidriera de la paz y, ¡pum!, acaecería la guerra. La toma de Venezuela es un ventajismo para quien lo acometa.

Después de semejante decantamiento, nada nuevo, por cierto, porque es una conclusión a la que llega a diario, usted probablemente vuelva al interior de su casa (al lado de la apacibilidad amorosa de su esposa e hijos), vea la televisión, consulte el INTERNET o eche un vistazo al celular. Se enterará que, en efecto, hay una convocatoria a marchar para solicitar la renuncia del gobierno y hacer que, finalmente, el país se rinda, se ponga en cuclillas y entregue la alforja de sus riquezas a quienes la sueñan desde hace tiempo para someter al universo.

─¡El país en ruinas, en posesión de otros, sumido en la mortandad del hermano contra el hermano! ─exclamará resignado, cansado de la especulación de sus infatigables pensamientos.

Saldrá a la calle y realizará sus diligencias consuetudinarias, afrontará el mundo, los cielos, la gente, sabiendo que al día siguiente se reiniciará la historia de la humanidad en su cabeza.

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