Amar a Venezuela

Domingo, 13/10/2024 07:33 PM

Venezuela, repitámoslo con convicción y fuerza especialmente en estos días, es un país privilegiado, lleno de encantos y prodigios, que Dios lo debió crear en una tarde en que andaba especialmente feliz. Cuando en 1498, Cristóbal Colón llegó a tierras venezolanas, quedó tan impresionado con su belleza que creyó que había llegado al Paraíso Terrenal. Sus ojos ardidos de tanta luz y tanto verdor trataban en vano de captar toda la hermosura. Y de su asombro y admiración, brotó el primer nombre de Venezuela: Tierra de Gracia.

El nombre definitivo, Venezuela, hija del agua, nació del asombro de los hombres de Ojeda, en especial del italiano Américo Vespucio, ante el paisaje de esos palafitos a la entrada del lago de Maracaibo, que temblaban en el agua como garzas de madera.

Realmente, Venezuela tiene enormes potencialidades, y no sólo cuenta con inmensas riquezas de materias primas: petróleo, hierro, oro, aluminio, pesca, productos agrícolas y ganaderos, agua y potencialidades turísticas…, sino que es imposible imaginar un país más hermoso. Cuenta con un sol inapagable, playas exquisitas de aguas cristalinas sobre lechos de coral (Morrocoy, Los Roques, Mochima, Playa Colorada, Araya, Margarita, Choroní,, Cata, Adícora, Villa Marina…); ríos majestuosos que van culebreando entre selvas infinitas; desiertos y medanales que día y noche avanzan sin descanso con sus pies movedizos de arena; llanuras inmensas pobladas de historias, corocoras y garzas, donde los horizontes, como las estrellas, se van alejando a medida que uno los persigue; árboles frondosos que parecen sostener el cielo con sus brazos; lagos y lagunas encantadas, pobladas de leyendas y de magia; tepuyes, castillos de los dioses, que levantan sus frentes para asomarse al espectáculo increíble de la Gran Sabana; saltos, raudales y cascadas que van susurrando con sus labios de agua el amanecer de la creación; islas paradisíacas que parecen estrellas caídas en el inmenso cielo azul de nuestros mares; una enorme serranía habitada por el frailejón, el silencio y la soledad; pueblitos montañeros que se acurrucan en torno a su iglesia protectora y se trepan a las raíces de la niebla y del frío; una colosal montaña que agita su blanca bandera contra el cielo; en marzo y abril, Venezuela llamea en los brazos de sus curarires y araguaneyes; todas las tardes Dios se despide de nosotros en los crepúsculos de Lara y en los atardeceres de Juan Griego y acuna nuestros sueños con el guiño sublime del relámpago del Catatumbo.

Pero la riqueza y belleza más importante de Venezuela es su gente: trabajadora, amistosa, creativa, alegre, amante de la libertad.

Pero Venezuela luce hoy enferma y débil, y para salir de esta larga crisis que ha generalizado la miseria y la confrontación, y ha expulsado del país unos ocho millones de habitantes, debe enfrentar un triple reto: el reto del reencuentro y la reconciliación, de modo que recuperemos y llenemos de sentido la democracia, entendida como un poema de la diversidad, con gobernantes capaces y profundamente éticos, ejemplos de vida; con instituciones eficientes, que resuelvan problemas y poderes autónomos que se regulen unos a otros, de modo que todos los venezolanos nos constituyamos en genuinas personas y auténticos ciudadanos, sujetos de derechos y deberes, iguales ante la ley. El segundo reto es cambiar el modelo estatista y rentista por un modelo eficiente y productivo, que asuma la educación, el trabajo y la producción como medios esenciales de realización personal y de garantizar a toda la población bienes y servicios de calidad. El tercer reto es lograr un desarrollo humano, con justicia y equidad, es decir, sin excluidos de ningún tipo, un desarrollo que combata con fuerza la pobreza, la miseria, el clientelismo, el populismo y todo tipo de discriminación y de violencia. A pesar de los graves problemas que estamos viviendo, los venezolanos no podemos renunciar a la esperanza y debemos seguir trabajando con tesón, ilusión y pasión, por constituirnos en una nación moderna, eficiente y solidaria, en la que todos podamos vivir con dignidad y, al mirarnos a los ojos, nos veamos y tratemos como conciudadanos y hermanos y no como rivales o enemigos.

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