El apagón, una desolada y oscura forma de lucha, usada en la Cumaná, en tiempos de Pérez Jiménez, por "el tigre" Zerpa Herrera

Miércoles, 23/10/2024 02:48 PM

Los apagones están asociados a mi vida, no me son nada nuevo, ni motivo de preocupación. Mi niñez y adolescencia, transcurrió entre la escuela, las idas a la playa, no sólo por bañarme en ella, como solían hacer los muchachos del centro de la ciudad y hacen ahora todos, sino a buscar buena parte de la comida, lo fundamental, los bienes del mar y el quedarme mirando el cielo de noche, por un corto tiempo, porque se fue la luz y junto a mis amigos, de inmediato, hallar cómo continuar alegres ante aquella, casi habitual, circunstancia. Más de una vez, esperando escuchar a Pancho Pepe Cróquer y hasta mi primo Foción Serrano, a quien luego llamaron "El tigre mayor", por haber sido de los fundadores de los "Tigres de Aragua, narrar el juego previsto entre "Cervecería de Caracas" y Magallanes, nos quedábamos "con las ganas", porque hubo un apagón. Y, entonces, optábamos por echar cuentos y hablar de "Papaíto", el arreglador de aquellos entuertos Muchos de mis trabajos hablan de aquella bella e inolvidable experiencia, la del mar y la como frustrante de los apagones; esto por el juego béisbol, pero que en nosotros desataba iniciativas para pasar el rato agradable; pues la oscuridad, la ausencia de luz eléctrica, daba y hasta desataba en un uno mucha creatividad para solventar "los sinsabores". ¡Pobre de los niños que viven pegados al móvil!

Mi novela "Los perdedores", comienza narrando como "Era un martes del medio día, cuando apuntó en la esquina de los "Dos Corrales", un hombre que nunca antes habíamos visto, portando los implementos de Papaíto. Se dispuso a subir al poste allí instalado, donde la noche anterior, la del lunes, se había producido un cortocircuito y dejado al barrio sin alumbrado".

Por estos apagones que hoy se dan, hoy sábado, 28 de septiembre de 2024, a la hora que suelo sentarme frente a esta máquina, después de preparar y consumir el desayuno, me vino a la memoria mi viejo amigo de los tiempos juveniles, Rafael Pérez Luna, a quien, en mi novela, "Los perdedores", llamo "el contador".

Se trata esta de una crónica, pese entre mucha gente, hasta ilustrada o mucho brillo, no sea eso, sino un simple artículo, dado que, prevalece la idea que lo es aquello que hable de la colonia o cuando más de incidentes y personajes de poca trascendencia o no, relacionados, de una manera u otra, con la lucha por la independencia. Y además se piensa que la crónica debe estar escrita de manera lineal, como que quien la escribe, usa unas antiparras, de modo que no sienta tentado a desviarse del camino, el cual es derechito o hacer uso de las truculencias y exquisiteces que puede brindar el lenguaje literario.

Éramos los dos, de los asiduos y persistentes asistentes a aquellas reuniones de amigos, nunca acordadas y sólo con el propósito de matar el tiempo y consolarnos por el pesar derivado de la rutina, en un pueblo donde hasta los parlantes de lo que había sido la emisora de circuito cerrado "la Publicidad sol", habían enmudecido. La emisora quedaba muy cerca de nuestro habitual sitio de encuentro, la entonces llamada "Plaza 19 de abril", cuyo nombre fue cambiado a Andrés Eloy Blanco, recién caído Pérez Jiménez y por lo que Miguel Otero Silva, el excelente novelista barcelonés, entonces director y propietario del diario "El Nacional", estuvo presente como orador de orden, en el acto de la reinauguración de la plaza, para lo que quitaron lo que estaba en el centro que, si mal no recuerdo era una gran copa que desparramaba agua y pusieron una estatua del poeta de tantas bellas obras como Giraluna, Angelitos negros, La renuncia, una infinidad más y hasta hermosos y graciosos cuentos, como aquel del juego de beisbol en Barlovento y las incontables anécdotas de su tiempo de presidente de la Constituyente de 1945 ; pues si en algo fue excelente el poeta cumanés, y hay que ver fue bueno en tantas cosas, fue en aquello del humorismo. El mismo Miguel, el de "Casas Muertas", "Fiebre", "Oficina N° 1", "Cuando quiero llorar no lloro", "La muerte de Honorio", etc., , dijo una vez que, si Andrés Eloy se hubiese dedicado de manera especial al humorismo, hubiese sido igualmente brillante. Recuerdo, por esto del humorismo, como Miquel Otero Silva, al empezar su discurso, dijo "aquí estoy contigo hermano morrocoy, hermano de paso lento". Con esa frase, el ilustre hijo de Barcelona y fundador de "El Nacional", el diario de nuestra juventud y casi nuestra biblia, aludía, justamente, al semanario "El morrocoy azul", aquel medio escrito especializado en humorismo donde ellos dos eran destacados colaboradores, junto aquellos insignes de la especialidad, como fueron Francisco Pimentel o "Job Pim" y Leoncio Martínez , "Leo".

Este "acontecimiento", porque para nosotros fue eso, algo trascendente, la presencia de Miguel Otero, rindiéndole honor a nuestro Andrés Eloy, su viejo y gran amigo, se produjo años después del momento de nuestra historia, la de los apagones de Zerpa Herrera.

En la esquina de la plaza, la que da hacia la catedral, como en distintos sitios de la ciudad, había un enorme árbol, en donde todavía estaba "pegado", el parlante de la emisora antes nombrada, sólo que llevaba años enmudecido. El nacimiento, unos pocos años antes, de la "Radio Sucre", la primera emisora radial de la ciudad, determinó la definitiva mudez de la "Publicidad Sol". Era ese parlante, el mismo que nos servía para escuchar a Pancho "Pepe" Cróquer, narrar el béisbol profesional caraqueño, cuando en el barrio, no había luz, como narro en mi novela "Los Perdedores".

Esa Plaza 19 de abril era, al mismo tiempo, como un punto o sitio para descargar nuestras frustraciones, rabia y tristeza, dada su habitual oscuridad y la misma nuestra y del país todo, de una Venezuela donde jóvenes estudiantes como nosotros, graduados de bachiller, hijos de familias en la ruindad, no teníamos cómo salir de la ciudad, donde no había universidad ni ningún instituto de educación superior, para lograr nuestros sueños. Y como era habitual, esa noche, muy temprano aún, fuimos Rafael y yo, de los primeros en llegar.

No sé sí, lo que allí hacíamos, en buena medida, hablar de política o mejor "mal del gobierno", poniendo extremo cuidado que hubiera, no extraños, porque ya no lo eran los policías de la Seguridad Nacional, que allí ya empezaban, como nosotros, a ser parte del paisaje, sino de ellos, o descargar nuestras frustraciones y hasta incompetencia para hacer algo que aquello cambiase.

Aquella noche, como ya era casi habitual, fuimos, Rafael y yo, los primeros en llegar. Por supuesto, tampoco había por los alrededores nadie "extraño", y lo meto entre comillas porque los policías ya habían dejado de ser eso, "extraños". Sólo que no eran amigos nuestros y, por supuesto, no participaban en nuestras tertulias que, cada noche, por ellos, se volvían herméticas y enigmáticas. Ellos acudían allí sólo a oír y escudriñar nuestros rostros. Por ellos, antes de alguna vez haber visto a Marcel Marceau, ya habíamos aprendido mucho de su arte. Siempre se colocaban, casi siempre dos, a distancia prudencial, como para oír lo que se dijese y percatarse con exactitud quién lo dijo, si el comentario podría interpretarse como una opinión contraria al gobierno y digna de sanción o mejor, montarle más tarde a la hora de la retirada, una cacería y hacerle pagar por su acto "subversivo e ilegal".

"Anoche se llevaron preso, no se sabe pa´ dónde a fulano, por una vaina que dijo aquí, en voz alta, sin cuidarse de los sapos que estaban sentados en aquel banco".

Menos mal que aquella noche, muy temprano, apenas el sol acababa de esconderse tras de la luna que estaba alta, cuando Rafael y yo llegamos, la plaza estaba taciturna, como casi siempre, aparte de su habitual oscuridad.

Casi cuando llegamos y nos saludamos con un ¿Cómo está la vaina?, pregunta habitual, hecha indiferentemente por cualquiera de los dos, la que nunca recibía respuesta o cuando mucho un "allí llevándola", frente al sitio donde estábamos, paró un pequeño automóvil, de color como haciendo juego con el espacio todo, oscuro y triste. El conductor hizo una seña a Rafael para se acercase. Este, haciéndome seña lo esperase, lo que era y fue innecesario, se dirigió a quien le había solicitado.

Yo me quedé mirando el espacio solitario y triste, dirigí la mirada hacia el cielo y vi la luna allá en alto, muy arriba, opaca, hasta como escondiéndose tras de una nube esmirriada, como contagiada con el espíritu de la plaza y sus alrededores o la intimidad nuestra. Tenía el satélite como miedo de acercarse, bajar un poco hacia donde estábamos para no aumentar su tristeza o la nuestra. La corneta, pegada arriba del árbol, seguía muda, no tanto por el cierre de la "Publicidad Sol", sino por la mudez que a todos nos invadía,

Al poco rato, regresó Rafael, terminada su conversación con el conductor de aquel automóvil.

"¿Sabes quién es ese?, me pregunto Pérez Luna.

"Por supuesto, Rafael, sé quién es ese. ¿Quién no le conoce en Cumaná? Es Zerpa Herrera, el excelente locutor de Radio Sucre, con un maravilloso timbre de voz, abaritonada, de excelente pronunciación y uno de los pocos personajes, que, en esta ciudad, siempre viste de paltó y corbata. Y, para más vainas, siempre usa trajes grises oscuros o negro".

"En efecto, es él", dijo Rafael e inmediatamente me preguntó, ¿Sabes para qué llamó? ¿Quieres saberlo?"

Como la curiosidad es una señora terca que "mata hasta al gato" y en veces, a uno lo lleva espacios maravillosos, hasta el sitio donde descansa la punta del arcoíris y allí halla riquezas, entre ellas y más que todo ella, la verdad, incurrí en la indiscreción de incitarlo me dijese que había hablado con "El tigre" Zerpa Herrera.

Rafael, un poco infantilmente, aunque en verdad todavía todos teníamos mucho de eso, muestra de la poca experiencia en la lucha clandestina, sin noción exacta de los riesgos que aquello implicaba, sobre lo que años más tarde, en los tiempos de Betancourt, ya menos muchachos, llegados a 18 o 20 años, aprendimos bastante y hasta demás, me contó los "secretos", del conocido locutor.

"Me llamó para invitarme le acompañase a hacer un saboteo".

Yo, inexperto todavía, tendría unos 15 años, pregunté imprudentemente, "¿de qué se trata eso?"

"Él", continuó hablando Rafael, "carga en el carro, varias cadenas. En ambas puntas de cada una de ellas, pega algo pesado. Dos o tres veces a la semana, al anochecer, se va a sitios donde haya oscuridad y soledad, mayor que estas de la plaza y lanza, sobre las líneas eléctricas "estratégicas", una de esas guayas, de manera que logre enlazar dos líneas para provocar un extenso y duradero apagón. Ahora mismo va hacia los lados de Caigüire, con ese fin".

Yo, no tanto por la inexperiencia, sino por no ver de verdad en aquello nada sensato, más bien algo que sólo lograría dañar a la gente humilde del espacio escogido para aquello, y como narro en mi novela "Los Perdedores", habiendo sido víctima, como habitante de mi humilde barrio "Río Viejo", de esos persistentes apagones, provocados por otras circunstancias, asombrado por aquel comentario, pregunté:

"¿Y qué sentido tiene eso? ¿Por qué ese señor invierte su tiempo en semejante cosa? ¿Qué fin persigue?"

"Bueno", comenzó a hablar Rafael, dando muestras de dudas o arrepentimiento por haber cometido aquella imprudencia, "esa es su manera de protestar contra la dictadura. Piensa que, con esos apagones, que desata con insistencia en distintos espacios, pudiera provocar en la gente ira contra el gobierno y hasta protestas".

Rafael Pérez Luna, yo lo sabía ya, entonces, era militante del PCV, en el sector juvenil, pero no participaba, como no lo hizo en esa noche, en esos eventos, ajenos a la "línea" de su partido. Yo, todavía no me había incorporado a las luchas clandestinas de AD, pero si participaba en distintas actividades clandestinas de jóvenes independientes.

"El Tigre" Zerpa Herrera, el conocido y prestigioso locutor de Radio Sucre, una emisora muy escuchada en Cumaná, si mal no recuerdo, era militante casi solitario de URD y, por esta circunstancia, la soledad de su partido, había asumido la forma de lucha terrorista que Betancourt, desde el exterior había impuesto en AD, pero ya este partido había abandonado, y asumido la de incorporar a la gente a participar mediante la protesta permanente, a partir del momento que, Leonardo Ruiz Pineda, se encargó de la Secretaría General del Partido en la clandestinidad y, por lo que, terminó siendo asesinado. Forma de lucha del PCV y luego de la AD "de Leonardo" que, en buena medida, sirvió para conducir al 23 de enero de 1958.

Nota leída aproximadamente 1933 veces.

Las noticias más leídas: