El fanatismo político

Martes, 05/11/2024 11:30 PM

Los de mi generación conocimos el fanatismo a partir de los juegos de pelota, a raíz de ser seguidores de un equipo de béisbol particular, lo cual asumimos desde niños como una situación preferentemente masculina y casi hereditaria. Recuerdo de niño, la primera vez que me topé con esta condición. Fue en el transporte escolar del colegio, no recuerdo en cuál año de primaria, pero fue sin lugar a dudas en los primeros años. Se presentó una discusión de muchachos, liderada por los más grandes, nada violenta, más bien jocosa, en la que un grupo hacía nueve bolitas de papel y se las mostraba a sus adversarios, enrostrándoles que eran las nueve arepas que el Magallanes le había dado el día anterior al Caracas, en el juego de béisbol que habían protagonizado.

Yo no sabía nada de béisbol, ni entendía aquello de las nueve arepas, aunque sí sabía lo que era una arepa, pues ese pan de maíz lo consumíamos con mucha frecuencia. No comprendía los dimes y diretes entre quienes protagonizaban la discusión, pero eso no me impidió participar de la misma y discutir activamente junto con mi hermano Iván, un año menor que yo, hasta que llegamos a nuestra casa en El Cementerio, calle La Providencia, N° 80. Sin saber cómo ni por qué, nos vimos, en esa discusión, apoyando a quienes se identificaban con el Magallanes. Quizás éramos más cercanos a quienes estaban de ese lado, o nos cayeron más simpáticos o los veíamos más resueltos y victoriosos.

Lo cierto es que al contarle con alborozo a mamá lo sucedido en el autobús del transporte, como algo importantísimo y digno de contar, que ahora sé que lo era porque si no, no lo recordaría en forma tan clara, y hablarle de que estuvimos del lado de los magallaneros, ella puso una cara como de sorpresa o de alerta y nos dijo, lo recuerdo clarito: "pero su papá es del Caracas", y hasta allí llegó nuestro fanatismo por el Magallanes. Desde ese mismo momento fuimos de los Leones del Caracas y adversarios totales del Magallanes, y comenzamos a oír los partidos por radio y a aprender de este mágico deporte. Ese fanatismo hoy no tiene ni la misma fuerza ni el mismo encanto de cuando jóvenes, pero eso ya es por cuestión de edad y la presencia de muchas otras preocupaciones vitales.

El fanatismo político lo conocí, o por lo menos me percaté de su importancia, en mi relación con unos amigos cubanos, que se encontraban en Caracas, y a quienes les eché uno de esos chistes que se hacían en el pasado sobre Fidel Castro y la revolución cubana, muchos de ellos una repetición tropical de chistes de los inicios de la revolución rusa. Se ofendieron y me dejaron perplejo. O me quedé bobo, como dice Chona. No lo podía creer. No lo podía entender en aquel momento, pues en Venezuela nos burlábamos de presidentes adecos y copeyanos, sin que los militantes de esos partidos se molestaran. La gente hacía chistes de los dirigentes del Partido Comunista, de los guerrilleros y sus luchas, de los cuerpos policiales, de los militares, de los curas, de los presidentes de muchos países, de calamidades, de sufrimientos y lacras personales, sin mayores problemas.

Me di cuente entonces que Fidel era más que un Dios para esos cubanos, militantes del PCC o funcionarios de gobierno. No aceptaban nada que significara un error o una burla al líder de la revolución, nada que dijera que la revolución había dejado de ser revolución, que había fracasado en los objetivos que se propuso, que Cuba se encontraba en una miseria mayor incluso que la de los años setenta. Que sus se fugaban de Cuba en distintas formas y los abandonaban, pero ellos racionalizaban ese proceder como causado por el bloqueo. La misma conducta irreflexiva que hoy vemos en los seguidores del gobierno de Maduro, y no hablo de enchufados ni de nada por el estilo. Hablo de gente tan "pela bola" como uno.

No hay ninguna forma posible de que el gobierno pueda justificar ninguna de sus acciones luego del proceso electoral del 28 de julio pasado. Las explicaciones son realmente racionalizaciones. Los más atrevidos llegan a decir que como son los salvadores de la patria, tienen no sólo el derecho sino la obligación de protegernos del fascismo, sin importar que las medidas que se tomen para esa supuesta protección tengan ese mismo carácter. Te matan para evitar que mueras. Hay entonces un fascismo bueno, una corrupción necesaria, una negligencia legítima, una ignorancia loable, una democracia ajustada a esos altos valores de quienes fueron escogidos por la Providencia y se sacrifican por nosotros. Siempre tendrán la razón y más adelante se los agradeceremos.

La Razón, pp A-3, 2-11-2024, Caracas;

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