Diez mil años luchando contra la estupidez, ¿pero podremos hoy, al fin, cantar victoria?…

Viernes, 08/11/2024 11:34 AM

  1. Yo creía que habíamos venido a este mundo a luchar contra la maldad, contra la estupidez, la idiotez y el crimen. Creía que debíamos estudiar para ser más honrados. Creía que en las universidades aprendíamos a ser buenos hijos de la patria y a amar nuestro país por sobre todas las cosas. Creí que la juventud de mi tiempo iba a formarse para sacarnos de la ignominia. Pensaba que yo iba a ver a Venezuela punteando en el mundo como la nación más fuerte, superando todas sus rémoras: el servilismo, la traición y la más abominable de las inconsecuencias… el desprecio por nuestra historia.

  2. En la universidad nunca vi a un compañero que dijera que se estaba formando por amor a Venezuela. Él, si era buen estudiante, lo hacía por él mismo, para prosperar, para meterse un billete. Si se esforzaba y se quemaba las cejas en bibliotecas, investigando y produciendo era para que lo reconocieran, y si por su talento lo requerían de otros países, estaba dispuesto a irse y servirle a quien mejor le pagara. De los miles de PhD’s que Venezuela formó durante el siglo XX, casi ninguno pensó en su patria, pensaban en sus tutores como sus verdaderos y únicos maestros, pensaban en las universidades de EE UU y Europa como las maravillas a las que deseaban entregarse. La mayoría de esos PhD´s se convirtieron en azotes morales para su propio país. Llegaron a sentir asco y vergüenza por lo que éramos, por lo que somos. Casi todos eran talentos, pero sin probidad, como decía Bolívar.

  3. Escribo esto con un sentimiento de profundo dolor, y para decir que las universidades que conocí en el siglo XX era todas apátridas. Escribo con la experiencia y el conocimiento que he conocido de muchos estudiaban sin saber por qué; escribo con el dolor de las frustraciones bajo el duro y violento desafío del oficio de vivir.

  4. No podemos sustraernos de la deuda enorme que como venezolanos debemos a Simón Bolívar. Porque, ¿qué sería Venezuela, Latinoamérica entera, sin la obra magna del Libertador? ¿En quién se habrían inspirado los héroes del pasado para llevar a cabo sus luchas, y mantenerse firmes en medio de las borrascas, de las amargas derrotas? Bolívar es inspiración, canto y esencia de la honda revolución que todavía está en proceso. Con Bolívar nos formamos en el misterio de nuestras soledades hacia una realidad compenetrada de aventura, valor y creación; él nos infunde un esfuerzo demencial contra el maloliente curso de la muerte. A él acudimos con la esperanza y la posibilidad de otra vuelta más en la espiral de la vida.

  5. Cuanto más conocemos la obra de Bolívar, tanto más nos estremece su soledad, lo incomprendido que ha sido en nuestro continente, y vuelve una y otra vez el acicate, la pertinaz necesidad de compenetrarnos con el silencio místico de su obra, porque cuántos años estuvimos acorralados y sin salida, desgraciados por un hondo escepticismo de cuanto nos rodeaba, en medio de un monstruoso olvido; olvido de nosotros mismos. Si estudiamos la obra de Bolívar, ésta se nos revela como una luz que quema.

  6. Nos decimos: ¿Pero ese hombre existió? ¿De dónde sacó su esperanza, su fe, para adentrarse en el oprobio de la guerra, de las debilidades y miserias del hombre? ¿Por qué su genio no lo convirtió en un incrédulo irremediable ante nuestro caos? Su desafío es una revelación: un amuleto práctico que nos llena de valor y de deseos de vivir. Entonces volvemos a creer en la salvación del misticismo en los hombres, en un modo de morir con la posibilidad última de permanecer fiel a nosotros mismos...

  7. Sacudimos nuestros nervios, nos templamos para atrapar con valor esa realidad íntima que nos ahoga, que nos asfixia. Puede que no haya mucho orden en nosotros y es porque no queremos ser unos brutos lineales y perfectos; preferimos el argumento de la locura para salvarnos. Para salvar esa verdad que Bolívar nos muestra más allá de la muerte, del tiempo y de todos los espacios.

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