Crónicas cotidianas

El día que nunca escampó

Jueves, 14/11/2024 12:03 PM

Cuando vi el video de la venezolana, en compañía de su familia, haciendo arepas rellenas de queso con carne molida, allá en Valencia, en los primeros días de la tragedia, cuando el hambre y la sed invadía la sensación de la gente, recordé de inmediato la tragedia de Vargas que se llevó a entre 15 y 50 mil muertos.

Pero ver la actitud de las autoridades, indolente, inhumana, sin seriedad, sin que les importe, es un altísimo contraste con lo que ocurrió en Venezuela, donde en casi todos los estados del país, se organizaron grupos que concentraron las donaciones para llevarlas. El gobierno de inmediato activó a las fuerzas armadas, grupos de rescate, bomberos y miles de voluntarios, llegaron al otro día de la tragedia a iniciar las labores. El propio Hugo Chávez estuvo allí, hablando con la gente, se instalaron centros de atención, hospitales de campaña, algunas empresas donaron utensilios de diverso tipo, algunas empresas farmacéuticas enviaron medicamentos de todo tipo, sobretodo antibióticos, revitalizadores, suero, etc. Es decir, el gobierno, en compañía de todos los venezolanos asumió la tragedia para sí y se abocó a trabajar sin condición hasta que ese estado regresara a la normalidad. Aquel 15 de diciembre de 1999, nos sorprendió a todos, porque jamás imaginamos que la tragedia sería de esa magnitud. 25 años después, veo los videos de la tragedia en España y lo primero que me llega a la mente es el cinismo del gobierno español que es capaz de decir que solo hay 200 muertos, cuando he visto el video de un joven buzo que salió llorando del estacionamiento de un centro comercial y dice que es un cementerio. Y eso que España no está en guerra. No quiero imaginar cómo se comportaría con sus propios ciudadanos, si la hubiera. También la contrasto con los aguaceros brutales que están cayendo en Venezuela, para que de inmediato se aparezca Nicolás a hablar con la gente y a designar personal para que asuma el problema de primera mano. De inmediato, les envían equipos de línea blanca y línea marrón, colchones, pintura, etc, incluso llega con equipo médico para la atención primaria. Menos mal que nosotros somos los salvajes, como suelen ellos decir.

Yo era reportero del vespertino El Mundo en ese entonces. Teodoro Petkoff, quien era el director, me dijo: "Olmos, el gobierno habilitó el teleférico sólo para periodistas, para que subas con un fotógrafo y cuentes lo que hay allí. Como se dice que la vaguada comenzó allá arriba". Y así lo hice, era el día 16 en la mañana y todavía había lloviznas. Cuando llegamos arriba, fuimos a una posada que estaba cerca, en donde encontramos la primera tragedia, porque un joven matrimonio había llegado de luna de miel el día 14. Durmiendo, fueron tapiados, junto a la dueña y una empleada. No era mucho el desastre allá arriba, porque vive muy poca gente por allí y en Tulipán, la gente se supo proteger a tiempo, aunque apenas ocurrió algún deslizamiento por aquí y por allá. Había mucho peligro con cables de alta tensión que se habían partido y estaban tirados en el suelo echando chispas. Ya el teleférico no estaba funcionando porque era tarde-noche. Eso nos obligó a bajar a pie. Cuando llegamos al periódico eran las seis de la tarde, recuerdo que escribí una crónica y la titulé "El día que nunca escampó".

El día 17 bajé a La Guaira. Jamás en mi vida había sentido el olor a muerto en el aire. Es algo que se te pega en el cuerpo y no tienes forma de quitarlo. Es una sensación de asco y de dolor al mismo tiempo que se hace insoportable. Podría escribir un libro de tantas anécdotas que viví en solo un día. Estaba parado conversando con un capitán del ejército en una comunidad totalmente tapiada por el barro frente a playa Los Ángeles, cuando veo al fotógrafo haciendo gráficas hacia el suelo. Cuando me acerco, eran las plantas de los dos pies de alguien que estaba tapiado allí. Como en uno de los hospitales donde encontré a los bebés de un año y medio y nueve meses, recibiendo atención por las quemaduras del sol. Eran los únicos sobrevivientes de una familia de 17 personas que el agua se llevó con casa y todo, pero los bebés fueron puestos por el agua, en una piedra grande mar adentro, donde estuvieron dos días, llorando hasta que una lancha los rescató, ya los comenzaban a picotear cangrejos y gaviotas. O el caso de aquel disip que le ordenó a la familia salir porque la casa estaba a punto de caer, pero se empeñó en rescatar el televisor nuevo, y el único hijo varón de 12 años se devolvió a ayudarlo, cuando le cayó una pared y lo atrapó por las piernas. Él no sabía cómo ayudarlo a pesar de sus esfuerzos para removerla, cuando el hijo le dijo "no podemos morirnos los dos, papá, ayuda tú a mi mamá y a mis hermanas". A los pocos minutos ya la casa no existía. Hablé con ese agente en el aeropuerto de Maiquetía. Yo no encontraba la forma de consolarlo, pero no quería llorar con él, así que me fui de allí. Aún cuento algunas cosas y no puedo controlar el llanto. La Guaira es algo que debe transmitirse de generación en generación.

Los golpes y el tiempo han hecho que en Venezuela se formen grupos de rescate e instituciones, con un amplio conocimiento y mucha experiencia en materia de tragedias. Hay especialistas venezolanos que son invitados a otros países a dar cursos de sobrevivencia y rescate. Y estoy seguro que con el mayor gusto del mundo Venezuela enviaría grupos de rescate, además de medicinas y alimentos a España para ayudar en esa tragedia. Pero ya vimos lo que pasó con El Salvador y México.

Las magnitudes de tragedias como esa, siempre dejan un sabor amargo y un recuerdo imborrable. Los valencianos jamás olvidarán por varias generaciones, lo que pasó allí. Así como pasarán generaciones en Venezuela, hasta que alguien la cuente como una historia, o algún maestro se lo lea a sus alumnos en los libros de texto en las aulas de clase.

 

 

 

Rafael Rodríguez Olmos

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