Me "cagan de la risa", las palabras escogidas, como para vestirse de etiqueta, que a la multitud nada dicen

Domingo, 24/11/2024 12:51 PM

Tengo un profundo amor y hasta preferencia, por el lenguaje coloquial, ese que está en Don Quijote y es primordial entre la gente del llamado boom literario latinoamericano. Es uno que, para algunos, suele ser soez y hasta ordinario, pero también poético. "Me cagué" de la risa, solo un dativo, acusativo y una forma verbal del habla popular, transmite un estado de emocionalidad difícil de expresar en lenguaje selectivo o exquisito. Si alguien rebusca en el lenguaje no hallará una mejor forma de expresarse en esas circunstancias y a lo mejor hasta quedaría en ridículo, tanto que quienes le escuchen se "cagarían de la risa". Y es tanto así que, hasta los muy cultos, prefieren usar esa expresión y no una refinada, en la intimidad.

Poner por delante palabras como fenomenología o epistemología, para exponer algo, tiene más el interés de lucirse, como transitar por una pasarela lujosamente vestido y tongoneando, aunque el lector nada entienda. Es como mandar un mensaje innecesario, muy echón, al lector que más o menos dice, quien esto escribe, es un sabihondo.

El lenguaje supuestamente ordinario y hasta enrevesado de Cantinflas, suele estar, no sólo lleno de reflexiones profundas, sino que, quien al mexicano escucha, aparte de disfrutar su gracia, termina entendiendo lo que quiso decir. Aunque el oyente sea de la alta o muy baja.

En algo que ahora escribo, pongo a un personaje culto y de alta jerarquía en la trama oficial de su tiempo, a decirme ¡Coño mi primo, me cagastes! Y tuve que escribirlo así, no por pecar de realismo, sino porque no hay otra manera mejor de decirlo, dadas las circunstancias. Y porque en verdad, fue así como me habló al ser sorprendido por mi inesperada presencia en la oscuridad.

"El asunto es diagnosticar de la mejor manera. Si sabes lo que tienes por delante o al frente y los instrumentos necesarios, vas a resolver sin dificultades el problema", así solía hablarnos el maestro Franco, allá en mi escuela de los primeros años y él, no era, sino un simple maestro en ella.

Y agregaba, "Trata de comunicarte con la gente que va a acompañarte a la ejecución de la tarea que tienes por delante. Para eso, es necesario que lo que sabes, si lo sabes de verdad, lo traduzcas al lenguaje de ellos. Si te hablas a ti mismo y a ellos con curvas, lanzamientos indescifrables y palabras que ni están en su inventario, no podrás comunicarte y, en consecuencia, no hallarás ayuda y, lo que es peor, no podrás ayudar a nadie. Pues la buena comunicación, clara y hasta sonora, es vital para unir las fuerzas. Y la buena no está en la lustrosa, indescifrable, lengua, en palabras escogidas y hasta tomadas con una pinza, sino en las que todo aclaran y explican. Si tu tarea es llegarle a la gente y hacerla propicia, como unirla, para trabajar por una meta común, habla como ellos. Esfuérzate para que lo que sabes, tanto como para lograr las metas y necesitando la ayuda de la gente, por hacerte entender; deja esos arranques de sabio, vicios de palabras inusuales, que, en veces, hasta quienes las usan, no saben explicar exactamente su significado, sino tienen una ligera idea; y, lo que, es más, ellas no hacen falta para nada. Quítate esa vestimenta demasiado lujosa que te aleja de la gente y te oscurece, pese creas que brillas y te destacas". Y termina explicando que, el excesivo lujo, llamaba la atención, distraía y evitaba la comunicación, el encuentro.

La mayor manifestación de sabiduría, es poder lograr transmitir todo el conocimiento que el sabio atesora a las multitudes; por eso, los sabios verdaderos suelen ser humildes y hablan como la gente común. Los sabios como Sócrates, Aristóteles y hasta Confucio, hablaban con la gente, tal como ella estaba en capacidad de entender. Cuando Confucio dijo, "no le des a nadie un pescado, enséñale a pescar", en lenguaje tan simple, dio una clase magistral y hasta difícil de superar, en materia de aprendizaje. Y aquello del Robinson nuestro, Don Simón Rodríguez, "se aprende haciendo". ¿Cómo aprender lo máximo en cualquier área, sino es haciendo tareas, como leyendo, escribiendo, observando pacientes en los hospitales, participando en tareas de diagnóstico, en los quirófanos, etc.?

En mi experiencia docente, me cansé de hacerle observaciones a colegas muy "cultos", de una muy buena información, egresados de universidades de prestigio, que no llegaron nunca al verdadero conocimiento, como para transmitirlo a sus alumnos, por una seria deficiencia digestiva.

Mi experiencia como alumno, me enseñó que los mejores educadores que tuve, los más sabios, fueron aquellos que eran capaces de traducir lo más complejo, usando el lenguaje más sencillo. Nunca voy a olvidar a Federico Riu, manejando frente a sus alumnos, el pensamiento hegeliano, logrando que le prestásemos atención extrema y, particularmente, que le entendiéramos con suma facilidad. Tampoco olvido al cura Manuel Pernaut, quien se valía hasta de palabras del léxico popular, de esas que uno llama groserías, para explicar asuntos de la teoría económica.

Y también me viene a la memoria el Dr. Jesús María Mata de Gregorio, aquel sabio psiquiatra, guariqueño, con quien tuve la suerte de conversar, como paciente y amigo, por tiempo, para mi, interminable, que hablaba de la manera más sencilla sobre asuntos complicados. Y a ellos, por esa manera de comunicarse, uno entendía fácilmente.

Mi compañera de toda la vida, recién fallecida, experta en lengua castellana y técnicas del aprendizaje, solía decir, "quien no es capaz de expresar lo más complejo en el lenguaje común, ese de las multitudes, es porque no ha aprendido nada, está repitiendo al caletre". Y continuaba diciendo, "habla en lenguaje hermético, porque no sabe exactamente el significado de las categorías o símbolos que maneja y trata de enseñar o que sus alumnos aprendan. No sabe hacerlo en la lengua de las multitudes, de quienes deben aprender con él, sino en el mismo de la academia".

Ella solía decir que, las matemáticas no eran tan complicadas, sino que la traba para el aprendizaje de ellas, estaba en el muy extendido mal manejo del lenguaje de los docentes de esa área. Que a los profesores de matemáticas debían darles cursos especiales acerca del manejo del lenguaje. Y en eso, creo que le sobraban razones; el mejor profesor de matemáticas que tuve, fue el Profesor Bombacci, un italiano, en el liceo Sucre, que pese su nacionalidad y lenguaje originario, tenía la magia de hallar, en el lenguaje usual nuestro, la forma de explicarnos las reglas y procederes de aquella ciencia. Es decir, conectarse con nosotros y a nosotros con las matemáticas. Recuerdo cómo, de manera deliberada, solía decirnos, "este se multiplica con este", mientras nos señalaba los números en la pizarra, y al final les llamaba, a este numerador y aquel multiplicador. El gesto al decir, "este" y mostrarlo con la mano, facilitaba, enormemente, fijar el calificativo y aprender la operación. Aquella magia de señalar "éste", para luego llamarle numerador o multiplicador, nos impactaba y dejaba la idea y concepto marcados e inolvidables.

Es maravilloso como Charles Chaplin, en los tiempos del cine mudo, pudo comunicarse con multitudes, de tantos idiomas, distintos al suyo, sólo con gestos. Y lo que es más grandioso, lograr que, hasta concepciones filosóficas, como la relativa a la alienación del trabajo, no sólo fuesen entendidas por quienes miraban extasiados su actuación, sino hasta lograr que, mientras aquello hacía, el público se divertía, reía y no era víctima del fastidio que pudiera generar un profesor de filosofía de lenguaje hermético y académico.

¿Acaso, Cervantes, no usó a Sancho, por orden de Don Quijote o a la inversa, o la conversa, como decíamos en Cumaná, para conectar al lector, en aquella descomunal obra, con los sueños, imaginaciones y sátiras de éste, el caballero andante? Se trataba de, por encima de todo, como emergente y sustancial, de un problema de comunicación, no de lucirse y dejar en un lector que no entendió, la idea que, por esto, porque él, poco ilustrado, no entendió, era una obra maestra. Que no lo fuese, si hubiese sucedido lo contrario.

Recuerdo de nuevo, digo esto, porque antes lo he referido, cuando una vez le dije a Moisés Moleiro, "Hermano, leo y releo los artículos de Rigoberto Lanz y no entiendo un coño". Por lo que mi bello e inolvidable amigo, hermano de la juventud, en las buenas y las malas, "el Ronco", me dijo, no te mortifiques por eso. Yo tampoco lo entiendo. Él escribe, justamente para que nadie le entienda y, si alguien le dice que le entendió, coge una calentera mayúscula". Pues hay quienes piensan que, es de sabios, hablar para que la gente común no les entienda, pues si sucede lo contrario, la sabiduría y el sabio se desvanecen.

Entonces esas palabras sirven como carrozas, vestidos de etiqueta, forman parte de eso que, un amigo llamaba frases cohetes, que arman ruido, alumbran solo el pequeño espacio circundante y hasta hacen pegar saltos a la gente, pero nada dicen o, para decirlo mejor, nada comunican; sólo hacen ruidos, provocan saltos y a la gente dejan lela. Pero quien las usa, al final, pega aquel grito a los suyos, en forma de pregunta, ¿cómo me quedó eso? Con eso se conforma.

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