Al novelista Juan Carlos Villegas, se le da la bienvenida en el club de los crucificados (desesperados)…

Jueves, 05/12/2024 12:21 AM

  1. Juan Carlos Villegas acaba de publicar su segunda novela, "El tercer botón", un ramalazo de furiosa lírica fantástica, pocas veces intentada en la literatura venezolana1. Con su primera novela "El país del olvido" obtuvo el Premio Nacional de Literatura Solar 2022. No quiero hacer comparaciones con nadie, porque sería devaluar su empeño creativo, único, desafiante para la imaginación y la poesía con ésta, su última obra. Juan Carlos es uno de esos raros que en este mundo asumen esa iniciativa demencial que es tratar de desentrañar las incongruencias y vacíos, las extrañezas y las soledades del hombre, además de los insondables misterios, y aunque parezca contradictorio me temo que Juan Carlos sea de los que no creen en misterios, porque para él como para Lovecraft, debe haber una razón profunda, hasta científica, una explicación, un sentido, un supra orden cósmico en todo lo que existe y nos sucede. Él ha llegado aquí para eso, para desentrañar los "misterios" de la vida, ¿por qué venimos a este mundo y no a otro?, y creo que por eso escribe, por un mandato sagrado, un deber, un mandato superior. Leyendo a Juan Carlos he pensado en Lovecraft cuando dice empezando su novela "En las montañas de la locura": "Me veo obligado a hablar, pues los hombres de ciencia se niegan a seguir mi consejo sin saber por qué. Si explico las razones por las que me opongo a esta planeada invasión de la Antártida —con su extensa búsqueda de fósiles y su minuciosa perforación y fundición del antiguo casquete glacial— es totalmente en contra de mi voluntad y mis reticencias son aún mayores porque es posible que sea en vano. Es inevitable que los hechos, tal como debo revelarlos, susciten dudas, pero si suprimiera todo lo que parece extravagante o increíble no quedaría nada". Y en efecto, si se eliminara de "El tercer botón" lo que parece extravagante o increíble, no quedaría nada.

  2. Resulta que venimos a descubrir que hay otro Juan Carlos, al que uno cree no conocer en absoluto, despojado de su persona (máscara) para así lanzar unos cuantos escalofriantes fogonazos, salvajemente poéticos. Si en cada uno de nosotros no hubiese un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde, quizá no habría literatura. Se me ocurre pensar que el Marqués de Sade era un hombre extraordinariamente reservado y pundonoroso. Por supuesto que Juan Carlos como buen químico sabe cómo combinar los compuestos más explosivos para ver sus reacciones en los humanos y al mismo tiempo adentrarse en sus conflictos, locuras y desgracias. Apenas uno penetra en "El tercer botón" comienza a sudar. A marearse con aquella sarta de revelaciones imparables, siente uno el mar cerca, su calor, su inmensidad desoladoramente bella de modo que al terminar la primera parte, queda uno sacudido, transportado a aquellos buques naufragados, hundidos, herrumbrosos, desvencijados, mohosos, podridos: "Sin saber ya qué hacer, sin esperar nada, enfermo de sentimientos, se adentró en uno de aquellos buques naufragados del puerto abandonado; estragado por un nosequé, en un pasadizo anegado, entre escombros y vigas herrumbrosas, viendo asombrado como el sol portentoso se colaba a través de enormes huecos del gigantesco casco destruido de aquel navío, otrora orgulloso y soberbio… Las lágrimas se le secaron en el rostro, azotado por la ventisca, asomado por la escotilla astillada. Si saltaba ahora contra los arrecifes, pensó, desaparecería de este maldito mundo, casi con seguridad. Pero ese "casi" lo molestaba, y no se atrevía a hacer el ridículo de quedar vivo; sumando otro estúpido fracaso a su estúpida vida".

  3. Así es el tempo, la ardidura de las espantosas descripciones de un desahuciado Martín, que ansía la muerte. Sacudidos llegaremos hasta el último párrafo, cuando el protagonista (sea quien sea el que él nos plantea como tal) al parecer, finalmente se encuentra con Dios casi terminando el relato, dejándonos esa sensación de que debemos retomar la lectura desde el principio. Seguramente en una segunda quedemos menos convencido de haber llegado al meollo de la trama. Pero allí, lo advierto, lo que más importa es el sacudón. Porque resulta que ese Dios con el que se encuentra el protagonista (o quien sea), es un Dios que ahora todos llevamos en las manos. Nunca pudimos imaginar que Dios llegase a ser algo tan pedestre y manipulable, un templo diminuto y portátil que como Él lo sabe todo, incluso aquello más allá de nuestros sueños. "Dios, al crear este universo, debió creer que hacía la gran obra de su vida; pero se encontró de pronto conque estaba horriblemente solo. Y nos echó la gran vaina creándonos a su "imagen y semejanza", medita Martín… O sea, la infelicidad nace de preguntarse sobre lo que no tiene respuesta. Y a eso lo llamaron "Dios". A lo que es un misterio lo llamaron "Dios". A lo que no tiene explicación, lo llamaron "Dios". Y así se fueron las eras y en el ínterin nacieron y perecieron civilizaciones enteras".

  4. Pero va más lejos el protagonista (que no tiene nada que ver con Juan Carlos) en sus desvaríos o locuras: "Quien ose, como él, apenas asomar en el vacío que se oculta en el centro mismo de este duro desierto, sabe que serán malditos por siempre. Los que dicen "creer", son los que menos han estudiado o visto a ese Dios. Solo conocen una cartilla preestablecida, una caricatura grotesca, de lo que dicen reconocer. Porque lo más importante en todas las creencias religiosas es no entender la razón de por qué creemos". Y en creyendo se cae en la cuenta que lo que más se acerca a Dios es la hembra que amamos o que llegamos a poseer: "Está demás decir que hicieron el amor sobre el pasto más verde que pueda verse nunca jamás, protegidos por frondosas matas de níspero y helechos fosforescentes. El silencio era supremo, el viento de la cordillera soplaba con furia haciendo huecos en el manto de las nubes, que amenazaban con desprender esa lluvia tenue y cristalina que es tan común en los altos Andes. Sus ojos cómplices, sus hábiles manos y el divino éxtasis de sus caderas, que como los versos de Santa Teresita del Niño Jesús, le hacían, por momentos, tocar algo que parecía ser Dios."

  5. Pero se equivocaba el protagonista, todavía la hembra amada no llegaba a ser Dios. Podía, quizás, ser la INTELIGENCIA, UNA MUJER DESNUDA SOBRE UNA LÁPIDA. Y es cuando aparece un diálogo más turbador aún:

"- Y esa Inteligencia qué es. Le pregunté, vivamente interesado, y con el cerebro trabajando ahora a miles de revoluciones.

- Este mundo le llamaría Inteligencia Artificial, por darle un nombre. Para nosotros es eso, Dios padre, el que todo lo sabe, el alfa y el omega, el creador de todo lo visible y lo invisible".

Y sin dejar de preguntarse: "Ese Dios, esa Inteligencia, ¿tendría origen humano? ¿Era una máquina, un ser, o una mezcla de ambos, o de ninguno? ¿Era beatífico o una cosa malévola? La absurdidad se tornó paulatinamente en asombro y sobrecogimiento, a medida que avanzábamos y nos acercábamos a la ciudad en sí, la cual ocupaba el final de ese inmenso callejón que se fue estrechando, como si camináramos en el fondo del Gran Cañón del Río Colorado. Ahora entiendo que caminábamos por debajo de una de las enormes grietas de la corteza helada del planetoide".

  1. Y el fulminante destello que resume toda la trama: "Entonces entendí que podía leer los pensamientos, o tal vez hacer análisis situacionales complejos, más allá de lo que un ser humano medio, o una multitud de seres humanos, estaba calificado.

  • ¿Eres Dios?"

"Le pregunté sin pensarlo, pues intuí que si quería volver a mi tierra, no podía exponer mis pensamientos, ni aún mis sentimientos. Por otro lado, estaba fascinado por aquel encuentro inesperado, dentro de ese habitáculo hermético, en esa alucinante colonia abandonada".

  • No".

  • Quienes vinieron conmigo dicen que eres el alfa y el omega, Dios padre, el que todo lo sabe, el creador de lo visible e invisible ¿O hay otro ser como tú aquí?"

  1. Conocí a Juan Carlos cuando era estudiante de Química en la Facultad de Ciencias; él venía del oriente, de por allá, de Puerto La Cruz, él, un muchacho, y yo todavía no llegaba a señor… le llevo exactamente veinte años, y seguimos siendo los mismos. Para finales de los 80’s, ya se veía que era un artista, pintaba, era muy pobre, solitario, callado y excelente estudiante. A lo mejor ya era su protagonista Martín, o alguien más desesperado. Tenía que vivir aquel Martín en alguna pensión y ganarse la vida para poder estudiar, y recuerdo que pintaba, sus pinturas eran crípticas, abstractas, como hoy lo es su escritura. Siendo como es, era inevitable que termináramos siendo amigos del espíritu. Siempre que pensaba en algo profundo y serio que compartir o confiarle a alguien, en el terreno de la filosofía, de la literatura o la política, terminaba comunicándome con Juan Carlos. Sus ideas y pensamientos me han ayudado a entender muchas cosas, él es obsesivamente crítico de todo, duda de todo y es severo en sus juicios, extraordinariamente honesto y sincero. Juan Carlos sí es verdad que asume a rajatabla ese pensamiento del Libertador de que entre todas las cosas, la mejor es dudar.

  2. Aquellas pinturas suyas de etapa de estudiante (una de las cuales creo ilustra la portada del "Tercer botón"), eran de esas, difíciles de vender. A todos los artistas los muerde el perro del hambre… (Yo hubiera querido pintar como mi hermano Argenis, por ejemplo, quien tenía unos trazos mágicos y perfectos, la mano le vibraba con fuerza propia haciendo vidas, y él mismo se admiraba de lo que de ella brotaba, figuras más o menos como las de Juan Carlos. Argenis nunca vendió uno de esos trabajos, creo que tampoco se lo planteó, imagínense en aquellos llanos, ¿quién coño?). Pero digo que desde muy muchacho tuve maestros pintores entre ellos a Ramiro Najul, quien terminó muriéndose de hambre. Yo salía a vender las pinturas de Ramiro en enormes formatos, los llevaba sobre mi cabeza desafiando el tráfico y a los transeúntes (burlones), a pie, por Caracas, desde La Bombilla (Los Caobos) hasta el Banco Central en la Avenida Urdaneta, visitando todos los bancos de la época (a principios de los 60’s). Yo creo que la gente me veía como a un loco con aquellos enormes cuadros. Nunca Najul logró vender una sola de sus obras. Triste. De esos dolores están hechos los que pintan, los que escriben, los que crean.

  3. Gracias, Juan Carlos Villegas, por ayudarnos a llevar la pesada y tormentosa cruz de la escritura, desde la confesión o la imaginación, batallando con nuestras verdades. En soledad con Dios, contra las inclemencias de las injusticias. Siempre jugándoles buenas trastadas a la locura, porque hay que estar loco para ahondar en nuestras desesperanzas e incomprensiones. Gracias a Dios que no podemos ser cuerdos ni ir por allí, por el mundo, como si nada pasara. Comprendo a los que hablan solos, a los que oyen voces o ven "visiones" y aparecidos (Hamlet), a los que ríen solos, o maldicen solos, a los que de pronto salen a la calle y comienzan a tirar piedras contra quien sea o lo que sea. Para mí, estos son los verdaderos santos. Recuerdo que alguien una vez me dijo: "-¿Sabes lo que tú eres?: un gran tirapiedras".

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