El escepticismo es una filosofía. Consiste en afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el ser humano es incapaz de conocerla.
Pues bien, hasta bien entrada la vejez, es habitual creerlo todo, al menos como posible. Luego es habitual creer sólo lo que ven nuestros ojos y escuchan nuestros oídos, si todavía vemos y oímos con suficiente claridad… La incredulidad es el estado normal.
El otro día hablaba de la lucidez en el anciano. Y por eso mismo, el anciano, si conserva la cabeza en su sitio, no es presa de la decrepitud o no es estúpido, necesariamente ha de ser escéptico. Aunque la mayor parte de su vida la haya pasado pontificando, el anciano lúcido ha de ser incrédulo respecto a lo aseverado sin asomo de duda en cualquier materia del conocimiento humano troceado por la clasificación, por la taxonomía y por la categorización de los saberes. Ello no significa que no admita verdades y certezas en todas las ramas de la ciencia y del conocimiento que permiten construir universos enteros de realidades prácticas. Lo que cuestiona la lucidez es, salvo excepciones especialmente relacionadas con la física y las ciencias exactas, la perdurabilidad de principios de comportamiento que pasan por precisos en que se basan: de Economía, de Política, de ideologías, de Psicología, de religión, de Medicina, de periodismo, comerciales… en cuya virtud se embrutece a poblaciones enteras del mundo generando y acentuando la adicción al consumo. Ese "dos y dos son cuatro hasta nueva orden" del Einstein anciano, lo dice todo a este respecto.
Pero puedo añadir otro principio. El principio de que la realidad, lo que usualmente entendemos por "verdad", no son más que construcciones mentales decididas y acordadas por sucesivas minorías al frente de las correspondientes áreas del conocimiento humano; minorías que han reemplazado desde no hace mucho tiempo al Papado.
Pero es que, a diferencia de los pasados, estos tiempos son los más propicios para creer que todo se sabe, que todo problema de la índole que sea, es susceptible de resolverse, que llegará un momento en que lo que la inteligencia humana no sepa y no resuelva, lo sabrá y lo resolverá la inteligencia artificial. Todo a contrapelo del escepticismo lúcido del anciano…
Empezamos por que la inteligencia natural no es un conjunto unitario que agrupe capacidades específicas. Un talento en una materia, puede ser un incapaz, incluso un necio, en otra u otras materias. No necesité llegar a mi actual edad, para confirmar mi intuición de esta "realidad" sobre la que ya había escrito, sin sistematizar, al leer a Howard Gardner y su teoría de las inteligencias múltiples…
La Historia, remota o temprana, y la actualidad están plagadas des relatos falseados y de verdades a medias. Si acaso, la controversia sobre todo lo que se dice sucede y ha sucedido, está asegurada entre dogmáticos o solipsistas que todo lo afirman y explican como necesariamente verdadero, y escépticos.
En todo caso, hasta la vejez, en la cultura occidental, y desde luego en la española, lo habitual es afirmarlo todo con rotundidad, categóricamente. La duda y la incredulidad siguen siendo signos de debilidad de carácter. Quedan reminiscencias de aquella consigna católica de la dictadura: "hay que decir siempre sí o no, como Cristo nos enseña". El anciano lúcido, culto o no culto, admite "verdades" que, por su utilidad, permiten levantar sobre ellas una civilización entera. Pero una cosa es que sean útiles y otra que sean certezas vitalicias, duraderas… Sea como sea, todo lo que no vea el anciano por sus propios ojos, todo lo que no escuche por sus propios oídos, el anciano lo pone en duda. Las guerras, la autoría intelectual de las WTC y de tantas y tantas atrocidades, la zona inaccesible de la Antártida, inaccesible ¿por qué?, las estrellas, el sol y la luna son realidades. Pero lo que importa, siempre, es la interpretación de lo que está en la pulpa de cada "realidad": los protagonistas de los hechos, los verdaderos propósitos de las acciones, la naturaleza real de la cosa en sí, lo que hay tras las apariencias. El anciano unca aceptará dócilmente lo divulgado a través de los libros, y mucho menos de los periódicos y de los medios de comunicación. Y nunca olvida un hecho incontrovertible, cuál es, que la enseñanza y la instrucción de todos los alumnos, a todos los niveles y en todas partes de la cultura de Occidente, son impartidas a un alumnado en sumisión. Y que la enseñanza e instrucción académicas arrastran, generación tras generación, multitud de falsedades y medias verdades. Pero, por último,, además, hoy día, es tal el aluvión de expertos y de divulgadores de "verdades" gracias a las nuevas tecnologías, que en la medida que cree saberse todo, cualquier ser humano, —y cuanto más notable más cierta esta impresión— cada vez sabe menos de todo, mientras el anciano lúcido es el que lo sabe todo…