La presidenta de México, la señora Scheimbaum, acaba de hacer una declaración que evidencia el derrumbe de los esquemas con los que hemos tratado de entender y pensar la realidad política actual. La señora Scheimbaum usó el término "progresismo" para referirse a un conjunto de gobiernos del continente con los cuales tiene cierta sintonía. Por supuesto, la etiqueta ya tiene su trayectoria, que referiremos luego, pero que se remite a un "progreso" concebido como "avance de las fuerzas productivas", según el vocabulario del marxismo leninismo más rancio. Lo "innovador" y sintomático del enfoque de la señora presidenta (aparte de las bulliciosas excepciones y silencios en su lista: nada menos que Nicaragua y Colombia; por eso son inconvenientes y fatales las enumeraciones, siempre alguien queda afuera) es que distinguió los progresismos "con complicaciones", categoría que reúne a Venezuela y Bolivia, y los "no complicados": Chile, Brasil, Uruguay, Guatemala, Cuba. De lejos se le ven las costuras a este esquema y esos sacos. Ya es complicado que representantes de uno de los "progresismos" llamen "dictador" a otros emblemáticos "progresistas". Vale, entonces, una pequeña contextualización.
Cuando observamos tanta porquería en el mundo, en la región y el país, es inevitable acordarse de aquel tango inolvidable: "Cambalache". Es cierto lo que dice: el mundo fue y será una porquería. Lo fue desde el principio, en el siglo pasado, en el antepasado y en el presente. La demostración evidente de ello, es el espectáculo de unos tipos atrincherados en el poder de las armas, "progresistas problemáticos", han convertido al secuestro en su método favorito, como cualquier malandrito de nuestras violentas ciudades. Secuestran, por ejemplo, a dos mil muchachos de origen humilde, con fines "pedagógicos", para que aprendan lo que les espera si expresan algún rechazo a las arbitrariedades del poder. Toman como rehenes a unas personas que piden asilo en una embajada. Los sitian, cortan agua y luz, les instalan francotiradores, etc., con el fin, ya declarado, de canjearlos por otros políticos, sentenciados por corrupción, uno, por unos sobornos de una empresa brasileña que por aquí también chispoteó a algunos, que fue también sacado a golpes de otra embajada (caso Jorge Glass); la otra, una señora que en Argentina también parece que se agarró unos reales ajenos (caso Milagro Sala, acusada de "desaparecer" unos fondos para construir unas viviendas).
O sea, los métodos mafiosos (el secuestro es un método de delincuentes, ¿cierto?) dominan las relaciones internacionales. Esto no es nuevo si consideramos que, desde siempre, el mundo "fue y será una porquería". Lo novedoso es que estamos peor de lo que imaginábamos, precisamente por cometer la estupidez de creer en el "progreso". Hay una guerra fría, efectivamente, pero no con las raíces ideológicas de la guerra fría del siglo XX, a menos que se considere ideología esas "falsas conciencias" que elabora un Dugin, por ejemplo. El planeta efectivamente, cumpliendo el delirio de Fukuyama es hoy uniformemente capitalista e imperialista, con el predominio del capital monopólico y financiero, la exportación de capitales, las tensiones bélicas interimperialistas, etc. Pero hay dos cositas esenciales en las que el nipón-gringo se peló. Primero: se han regularizado, en la acumulación de capital, los mecanismos ilícitos del crimen organizado: lavado de dinero procedentes de actividades como el tráfico de drogas, de personas, las extorsiones, los secuestros y la corrupción. Eso constituye una red de economía ilícita vinculada a autoritarismos, que Anne Applebaum llama "autocracia y compañía". En segundo lugar, Fukuyama falló al pensar que la globalización capitalista implicaría la generalización del modelo político democrático liberal clásico, con separación de poderes y garantías políticas para los ciudadanos. Nada que ver. La democracia sufre hoy una decadencia parecida a la década de los veinte y treinta del siglo pasado, cuando ascendió el fascismo en los países más cultos de Europa y otras partes del mundo.
Mientras esto ocurre, maquillan a un antiguo terrorista fundamentalista (eso casi no había en el siglo pasado: el rol tan importante de las religiones y profetas armados), de esos que le caen a palos a las mujeres porque se atreven a andar por la calle, estudiar y hasta trabajar, con el pelo suelto y al descubierto; todo, ponerle cualidades "democráticas" a un fanático para poder embellecer la victoria en Siria de tres gobiernos llenos de alucinaciones de grandes Imperios: Turquía (recordar el Imperio otomano), Israel (el "gran Israel" de los sionistas) y Estados Unidos. Tan efectiva fue la operación de embellecimiento que ahora China insinuó que planea cambiar su mapa de la Ruta de la Seda, su inmenso proyecto de hegemonía comercial del siglo XXI, que ya no pasará por Rusia, sino por Siria. Esto supera al supuesto "pragmatismo" de Deng Siao Ping un rato largo.
Recuerdo que el siglo XXI de nuestros tormentos, arrancó, luego del derrumbe de la Unión Soviética (¿refutación de las Tesis de Abril de Lenin y de la "revolución permanente" de Trotsky?), con la hegemonía absoluta de los Estados Unidos, el neoliberalismo y el optimista "fin de la historia" de Fukuyama, que celebraba que los negocios convertirían en demócratas, al estilo anglosajón, a los oligarcas rusos. Por el contrario, estos aprovecharon su posición en el aparato del Estado, para hacerse de unas propiedades y unos cientos de millones, al estilo de la "piñata" nica, pero mucho más grande. Para acabar diezmados por el "Padrino" mayor. Ocurrió en fin que los que vinieron después del socialismo fueron mafiosos que evidenciaron la verdadera naturaleza del capitalismo en toda su crudeza. Se dejó atrás el totalitarismo soviético para llegar a un nuevo autoritarismo con toques neoconservadores, con un bricollage horrible de ideologías ad-hoc para justificar las mismas tiranías que descubrieron, hace milenios, Aristóteles y Platón.
Fue en ese entonces, la primera mitad de este siglo; que irrumpió lo que entonces se llamó la "nueva izquierda latinoamericana", un grupo de gobernantes que accedieron al poder por vía electoral, democrática, promoviendo reformas y políticas dirigidas a los más pobres, después del desastre social del neoliberalismo puro y duro de la década anterior; con su remedo de Internacional en el Foro de Sao Paulo, con los millones de dólares de todos los venezolanos que le dio Chávez a algunos "centros de investigación" españoles para formar versiones ibéricas del chavismo financiados por la chequera bolivariana. El fenómeno adquirió otras denominaciones. Se llamó sucesivamente "neopopulismo", "socialismo del siglo XXI" y, por último, a instancias de los españoles y los argentinos de CLACSO, "progresismo".
Ya, en los primeros años del chavecismo (recojo el cuidado morfológico de Luís Fuenmayor para designar "eso", por lo menos en el sentido de un período, así como se dice gomecismo, lopecismo, etc.), Teodoro Petkof había distinguido entre dos "izquierdas". Decía el fundador del MAS y de una revisión a fondo de los dogmas del marxismo-leninismo, que una "izquierda" (la de Lula, por ejemplo) era democrática, mientras que, la otra, era autoritaria con deslices totalitarios, que reproducía las malas mañas de la izquierda borbónica, que no aprende ni olvida.
Por supuesto que hay muchos antecedentes de esa distinción, que desembocó y se torció con la última clasificación de la señora Scheimbaum entre el progresismo problemático y el no problemático. Para no remontarnos a Marx, a Bernstein o a Kautky, podemos por lo menos recordar el tremendo deslinde entre la mayoría (bolchevique) y la minoría (menchevique) del Partido Socialdemócrata de Rusia, que se notó varios años después, justo en las dificilísimas circunstancias de la revolución soviética. Esa división se profundizó cuando la parte de la socialdemocracia que había accedido al poder en algunos países europeos, aprobó ir a la Guerra (la Primera Mundial), sin hacer la revolución, como habían acordado poco antes.
Por eso fue la gran arrechera de Lenin. Asumir con seriedad la bandera de la paz implicó enfrentarse a sus antiguos camaradas internacionales. Por eso, sus insultos, no solo hacia sus excompañeros, sino en general contra la denostada "democracia burguesa". Por lo demás, muy curiosa esta ira política, porque los bolcheviques (por lo menos durante un año) estuvieron dispuestos a invitar a otros partidos a formar gobierno y, si no hubiera sido porque esas tendencias políticas se cuadraron con los enemigos de la revolución en la guerra civil, los habrían mantenido legales para participar en elecciones libres. Además, grandes revolucionarias, como Rosa Luxemburgo, cuestionaron esa decisión de ilegalizar a los partidos de oposición de izquierda, incluso en aquella situación tan tensa y peligrosa.
Pero los tiempos cambian, aunque se mantiene la misma eterna porquería del tango aquel. El "progresismo" son varios. Incluso, se atacan entre sí. Hoy, claramente, hay una tendencia que defiende la democracia, sí, la misma de elecciones libres, alternabilidad del poder, separación de poderes públicos, libertad de expresión, organización y movilización, debido proceso, etc. La otra tendencia, que ya es otra cosa, se convirtió en autoritarismos patrimonialistas: simples dictaduras personalistas, nepóticas, autoritarias, que (y esto es novedoso) se integran a las redes financieras de la economía ilícita del "capitalismo de los compinches". El Premio Nóbel de Economía, Krugman, llamó a así a los vínculos mafiosos entre Trump, Putin y otros tiranos por ahí, que se han hecho sus fortunas a punta de corrupción, vinculada con el poder político. Los maestros de los Ortega-Murillo, Maduro y Díaz Canel.
Supongo que la señora Scheimbaum calificó de "problemáticos" los progresismos venezolano y boliviano, uno, porque se robó unas elecciones llenas de arbitrariedades, se saltó la Constitución y hoy desarrolla una ola represiva caracterizada por las desapariciones forzadas de adolescentes, dirigentes sindicales, defensores de derechos humanos, entre otros. El otro, porque un Caudillo quiere volver a mandar y no se cala la alternabilidad, ni mucho menos que lo metan preso porque ha abusado sexualmente de niñas. A Daniel y la Chayo no los nombró, o porque se le olvidó, o porque ya su "problemática" es demasiado fea.
¿Y, entonces? ¿Y el progresismo? ¿Y la izquierda? La situación es terrible. No solamente se trata de que la izquierda "problemática" no se actualiza, incorporando la defensa de la democracia, el ambiente, el feminismo, la diversidad cultural, y otros aportes de las luchas de las últimas décadas, sino que va desapareciendo, integrándose a una derecha que sí se remoza con formas fascistas, mafiosas, tecnológicas y "libertarias". Ya los "problemáticos" no pueden seguir siendo llamados como de izquierda. Más bien son derechistas recién reencauchados.
Habría que reconsiderar el "progresismo" o la "izquierda latinoamericana", o como sea que se le llame, aunque los nombres son importantes. Esa tarea queda para el año próximo.