Las reses subían en fila siguiendo la ruta del estrecho corral que les llevaba abordo de los barcos que las transportarían a Irak; eran por demás bonitas y de pelambre brillante, sinónimo que gozaban de maravillosa salud. Allá iban a un país petrolero como el nuestro, invadido y reinvadido, lleno de cráteres por las infinitas bombas que sobre él han caído y las tantas fosas comunes para enterrar a los cientos y cientos de cadáveres que han dejado tantos años de guerra.
Nosotros, sin guerra convencional, aunque sí esta no convencional, de nueva generación, pero desatada hasta después de iniciado este deslave que ha como venido aplanando todo, para que las bombas ficticias de esta nueva guerra, continuando el trabajo iniciado por la actual capa dirigente, estén terminando de enterrar hasta las esperanzas, tan perdidas que, mientras se nos ofreció la "soberanía alimentaria" y uno creyó que esos programas relacionados con la cría de ganado tendría este fin, gobernantes y la clase que en eso invierte, optan por venderlo al exterior con el fin de "ponerse en unos dolaritos", como casi con pena lo dice el presidente. No era para que nosotros comiésemos carne, como lo hacíamos antes, "cuando no éramos libres", sino para que "con toda libertad y ejercicio de la soberanía", el gobierno y sus socios pudieran venderlo a un país que, dada las difíciles circunstancias en que ha vivido en los últimos 40 años y evaluando de acuerdo a nuestra propia experiencia, no debería tener, como nosotros, la manera de darse ese lujo. ¿Cómo ellos pueden y nosotros no? ¿En dónde está la diferencia?
Mientras las reses subían como con alegría, tanto que parecían jóvenes intentando escapar para que no les robasen el futuro o ellas terminasen comidas por gente de buena dentadura, yo pensaba como se había decidido, de manera tan fria y cruel que el venezolano, empezando por quienes aquellas reses criaron, no tenían derecho a comer carne, pero si a producirla en una relación laboral de extrema explotación para que los inversionistas, protegidos en eso y en otras licencias del Estado, se ganasen una buena cantidad de dólares a cambio de compartir las ganancias con éste y los intermediarios. Es esa una relación y compartamiento hasta más indecente que la prostitución misma, entendiendo esta por el servicio sexual que se presta en los burdeles a cambio de una determinada cantidad de dinero. Y digo esto por el moralismo gubernamental mostrado alrededor de Rafael Uzcátegui.
El venezolano que, en buena medida es llanero, por que el llano cubre gran parte del territorio nacional y hasta tiene en "Alma Llanera" de Pedro Elías Gutierrez y Rafael Bolívar Coronado, su segundo himno nacional y su cultura y sentimiento tiene mucho del alma del llanero por aquellas heroicas historias relacionadas con la lucha por la independencia y el joropo y toda la música del llano, es también un sempiterno comedor de carne y el llano es el espacio ideal para la cría de reses, se ha visto obligado a dejar de comerla porque eso "es como mucho camisón pá Petra". Esa vaina cuesta demasiado en el mercado externo y hay que aprovechar esa ventaja para ponernos en "unos dolaritos". "Eso no es pá cualquier cabeza é ñame", sino para quienes tienen como pagarla.
En 1980, en la Argentina, donde la Pampa es para ellos como para nosotros el llano y el ganado se dan en grandes cantidades y excelente calidad, el pueblo no podía comer carne. Ella estaba reservada a la exportación y los restaurantes de lujo donde iban las clases altas y los turistas. Pero allá había una dictadura militar de derecha.
Entonces "no comas carne, eso es un lujo que tu no puedes darte". Eso no nos lo dicen, pero en definitiva, como lo importante son los hechos, se la llevan para venderla en el mercado externo a países como Irak que, pese bastante han jodido con guerras convencionales y no convencionales, si la puede pagar y que por allá coman carne y nosotros "pasemos la dentera".
Pero Venezuela también en gran medida es marinera. Nuestra costa es infinita y el mar está repleto de peces por los cuales ningún inversionista gasta un dólar para comprarles comida.
Nosotros, los muchachos pobres de Cumaná, comimos en abundancia por ese mar. Es cierto que las agresiones al planeta y específicamente al mar mismo, hicieron que la pesca en abundancia se alejase de la costa, pero aún así, no muy lejos como para llegarles nunca, están los peces para darnos de comer a todos.
Chávez dictó una ley habilitante en materia de pesca, destinada a regular la pesca de arrastre y favorecer a los pescadores artesanales, que se tradujo en el regreso en buena cantidad de especies marinas a la costa. Pero tal medida también estuvo destinada, por supuesto, a que aumentase el nivel de la pesca y esa proteína llegase en abundancia y a bajo costo al venezolano. Y no se quedó allí, se desplegaron programas para financiar, ayudar al pescador y ayudándole a él hacerlo con el consumidor. Es decir, dada la abundante pesca, población a la que nadie, salvo la naturaleza, mantiene; apoyados los pescadores con motores y botes regalados, gasolina sin costo alguno, se esperaba que el venezolano pudiese disfrutar de los bienes del mar a bajo costo.
Pero de repente, el gobierno hizo un milagro. El asunto comenzó con el tajalí. Empezaron a llevárselo y pese la recurrentes denuncias, en lo que este escribidor participó y ese esfuerzo fue en vano. Los exportadores comenzaron a pagarle a los pescadores precios internacionales y hasta en dólares, muy por rncima del mercado interno y se fueron llevando aquella especie de altísimo consumo en oriente y sobre todo entre las clases populares.
Y cuando aquello se denunciaba, salieron otras voces a advertir y dentro de poco le tocará el turno al chucho, el cazón y la raya. Y en efecto, eso les llegó. Y de repente, el gobernador del Estado Miranda, sin recato alguno, comenzó a hacer un espéctaculo; le llegó el momento a la pesca de camarones, langostas, langostinos, pulpos y otras especues parecidas, que era embarcada para que se la llevasen al exterior.
Y lógicamente, pues es la lógica del mercado, cuando esas especies marinas que se exportaban, lo que cada día iba en aumento, empezaron a escasear en el mercado interno, subieron de precio y se volvieropn incomprables para los trabajadores y el pueblo todo. La preocupación fundamental era traer dólares. ¿Para qué y para quién? Vaya usted a saber.
Los orientales que toda la vida nos alimentamos del mar, por tener una mar de pesca abundante, incluso en los tiempos duros de la pesca de arrastre y en consecuencia tener muchas posibilidades, desde especies costosas, aunque no tanto y otras por demás baratas, entre estas el tajalí, ahora dificilmente podemos comer pescado, porque como las reses de los llanos, se lo llevan al mercado externo para "para traer unos dolaritos que bastante falta hacen,"
Aquí no se come carne, pero pescado tampoco y pollo menos porque todo eso es muy caro. La revolución no la hicieron los unguidos para eso. ¿Y qué comemos? ¿Nos volvemos vegetarianos? Tampoco, pues no habiendo gasolina y los centros de producción de vegetales quedan muy lejos de nuestras ciudades, ellos también son tan caros como la carne, el pescado y el pollo. ¿Y entonces? Pues comamos cuentos.