Ligeras reflexiones

Cuando el interés personal está por encima de la vocación; la misión se fractura

Miércoles, 02/12/2020 12:47 PM

En una oportunidad le preguntan a una enfermera de turno, por qué el paciente que estaba a su cargo, no había comido; la dama de blanco, responde: -¡Ay, señora; yo tampoco me he desayunado!-. Testimonios que dan aturdimiento escucharlos en labios de una profesional que un día prestó un juramento, compromiso que la ata con sus pacientes. Sólo un marginal, sí, al margen de la irresponsabilidad y la carencia de humanidad por el semejante, se le ocurre dar ese tipo de respuestas. No hay que subestimar el interés y el estado de necesidad por la cual el empleado esté atravesando en ese momento, lo que induce a colocar un punto de equilibrio entre lo que le gusta hacer y sus carencias cotidianas. Penurias que se materializan en el aspecto económico, material y logístico que se hacen imprescindibles en nuestros quehaceres. No obstante, considero que no es fundamento suficiente para colocar por encima el interés personal. Cuando este interés predomina, la asistencia hacia el prójimo se nota disminuida, pareciera que éste último no tuviera ningún significado; a pesar que es nuestra razón de estar ahí, o en cualquier escenario donde nos corresponda actuar. En días recientes, leí esta frase anónima: "Todo el que es pastor; debe oler a ovejas"; lo que me orienta a pensar, por analogía, es que debemos sentirnos impregnados de todo aquello que nos cause placer realizar, que nos motive a trabajar verdaderamente por lo que hacemos, con privilegiada vocación.

Ahora bien, el Diccionario de la Real Academia Española (Drae), define el término vocación entre una de sus acepciones, así: "Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera". Desde mi óptica, inclinación que infiere también un alto grado de voluntad para ejercer nuestras buenas y significativas acciones. Por lo tanto, hablar de vocación no es cualquier cosa; no es un simple vocablo que no debe estar presente de la boca hacia afuera. Hay que sentir con pasión lo que se realiza, independientemente de nuestras apetencias monetarias y financieras. No se trata de que esto último no tenga importancia; en especial, cuando el ambiente económico en una localidad, se vea alterado por el emplazamiento de una crisis de esa naturaleza. No hay que tapar el sol con un dedo. Soy del opinar, que una persona puede poseer un alto grado de vocación por su trabajo, pero si su capacidad de respuesta de dinero merma, se hace insuficiente. Esa misma alma tiene, forzosamente, que buscar alternativas para subsistir, para cubrir, al menos, sus necesidades primarias. No obstante, la vocación no puede quedar relegada al libre albedrío. Libertad de pensamiento que deberá estar impregnada de gran naturalidad, y con gran entrega de sí misma en el ámbito de acción, con carácter íntegramente responsable para con el semejante. Un trabajador sin vocación, es como el caballo de bronce de la plaza: tiene la pata levantada, pero no camina. ¡Qué tal!

Por otro lado, esta idea tan sencilla y clara de la vocación, es una de las primeras virtudes comprendidas y admitidas en nuestras responsabilidades; y que deberá cobrar más fuerza en nuestros días, prácticamente, en el contexto laboral. Cualquiera que sea el puesto que se ocupe, haga lo que se haga, viva donde se viva; hay que tener la obligación, cumplir con nuestros deberes; tomando en consideración el bienestar de los semejantes para los cuales estamos prestando nuestros servicios, o aportando nuestros bienes intangibles. En mi opinión, un sujeto que esté más pendiente de sus intereses personales; y que se halle al frente de una responsabilidad; no debiera estar en ese puesto; deberá entregarlo, dejárselo a otro que asuma sus tareas con verdadera vocación, con entrega material y espiritual por lo que hace. Ello no resta importancia, si quien presta sus servicios pueda dedicarse a otras cosas. Si usted considera que es mal pagado por lo que hace, que recibe una miseria; entonces, ponga su cargo a la orden, que vendrá otro que lo hará con verdadero ahínco. Usted no es indispensable. Pienso que no soy quién para estar juzgando la conducta evasiva de las responsabilidades que una persona pueda poseer en su puesto de trabajo, pero esto no me da motivos para dejar de pensar en el prójimo que está recibiendo el perjuicio, el más vulnerable. La asistencia debe quedar satisfecha; y no quedar empobrecida ante la apatía del servidor.

A manera de colofón, considero que la vocación es un valor demasiado elevado que no puede hallar sitio en las personas que no posean sensibilidad por los demás. Que no agoten una gota de sacrificio por lo que verdaderamente les apasiona. Apasionamiento que puede alcanzar hasta el éxtasis. Aunque creamos muchas veces, que lo que bien se hace no tenga ningún valor, ningún fruto. A mi modo de ver, debe asumirse la vocación con verdadera consistencia mental; alejándose de los prejuicios y las falsas ideas que no conducen a ningún puerto seguro. Para que un alma se sienta compenetrado en la vocación, deberá alejarse de la presunción, jactancia, falta de equilibrio, desorden y fanatismo; y no declararse vencida antes de empezar la batalla. Creo que todo esto lo conduciría al fracaso, sin subestimar sus afanes particulares como medio de vida para su subsistencia. La vocación por el trabajo debe ser un llamamiento apostolar; quien no lo sienta así, debiera buscar otros rumbos, sea cual sea el oficio o la profesión que desempeñe. Cuando en un trabajo no se siente esmero por lo que se hace no hay ninguna satisfacción, cuando se aprecia que lo que hacemos es conductual, regido solamente por las normas y las directrices; pero sin esa efervescencia ética, las cosas nunca saldrán bien; sea cualquiera tu salud, tu edad, tus fuerzas; entre otros. Cuando se colocan primero los intereses personales sobre la vocación; la misión se fractura ¿Usted qué piensa?

¡Nuevamente, gracias! Si la pereza mental no nos invade, seguiremos leyéndonos.

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